Tratado De Versalles
rrr20044 de Abril de 2013
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El Tratado de Versalles. La paz para acabar con toda la paz
Escrito por:
Alan Woods
Hace noventa años los representantes de las potencias imperialistas vencedoras se reunieron en París para determinar el destino del mundo entero. El Tratado de Versalles formalmente terminó con el estado de guerra entre Alemania y las potencias Aliadas (también conocidas como la Entente). Costó seis meses de disputa en la Conferencia de Paz de París concluir el tratado de paz. Finalmente se firmó el 28 de junio de 1919, exactamente cinco años después del asesinato del Archiduque Francisco Fernando.
El Tratado de Versalles fue uno de los tratados más escandalosos y agresivo de la historia. Fue un acto flagrante de saqueo perpetrado por una banda de ladrones contra una Alemania indefensa, postrada y sangrante. Entre sus numerosas cláusulas se requería a Alemania y sus aliados aceptar toda la responsabilidad de la guerra y, bajo los términos de los artículos 231-248, desarmarse, hacer concesiones territoriales sustanciales y pagar las reparaciones de las potencias de la Entente.
Los hechos de Versalles son muy ilustrativos porque revelan el funcionamiento interno de la diplomacia imperialista, la cruda realidad del poder político y los intereses materiales que se esconden detrás de las floridas frases sobre Libertad, Humanitarismo, Pacifismo y Democracia. En el secreto de la sala de negociaciones, los líderes del "mundo civilizado" regatean como comerciantes en un mercado medieval, así es como se dividen Europa y el mundo entero en esferas de intereses. Este hecho preparó la base para conflictos posteriores que llevaron directamente a la Segunda Guerra Mundial.
La revolución alemana
El combate real había terminado con el armisticio firmado el 11 de noviembre de 1918. Lo que obligó al Estado Mayor alemán a poner fin a las hostilidades fue el estallido de la revolución alemana. Después de cuatro horas de horrible carnicería, todo en el Frente Occidental, el ejército alemán desgastado por la guerra comenzó a desintegrarse. La disciplina se rompió, los soldados se negaban a obedecer a sus oficiales y las deserciones se habían convertido en una epidemia.
El motín más serio tuvo lugar entre los marineros, tradicionalmente el sector más combativo y proletario de las fuerzas armadas. En noviembre de 1918 la flota de Alta Mar alemana se amotinó debido al rumor de que los barcos, y sus tripulaciones, iban a ser sacrificadas en la batalla con las armadas conjuntas británica y norteamericana. Los marineros alemanes se amotinaron y se fueron a tierra para unirse a los trabajadores revolucionarios en Kiel y otras ciudades.
En el momento de la verdad, el poderoso imperio alemán colapsó como un castillo de naipes. Los trabajadores y marineros establecieron el Consejo Obrero de Kiel, el equivalente a los soviets rusos. El 4 de noviembre, Kiel estaba en manos de los amotinados que arrestaron a los oficiales y los desarmaron. Delegaciones de trabajadores y marineros fueron a los otros puertos: Hamburgo, Wilhelshaven, Rostok, Luebeck, Brubsbuttel, Cuxhaven, Rundesberg, Bremerhaven, Warnenberg y Greeestemunde. No se permitía entrar a ningún barco a puerto a menos que llevara la bandera roja.
La casta de oficiales estaba impotente, el Estado estaba suspendido en medio del aire y el poder estaba en la calle esperando que alguien lo recogiera. La clase dominante alemana inmediatamente comprendió que la resistencia era imposible. En su lugar, decidieron deshacerse del káiser y basarse en los dirigentes socialdemócratas como el único baluarte que quedaba del "orden". El Estado Mayor alemán preparó un golpe palaciego, el káiser fue puesto en un tren camino de Holanda.
La clase dominante alemana era consciente de que el principal peligro estaba en el frente interno. Se hizo un intento poco entusiasta de entregar el poder al príncipe Max. Sin embargo, el poder real estaba en manos de los Consejos Obreros. Para evitar que los trabajadores establecieran un gobierno revolucionario, el Estado Mayor alemán pidió los servicios del ala de derechas socialdemócrata, Gustav Noske, que fue a Kiel para tomar el control de la situación y desviar a los trabajadores y marineros revolucionarios hacia canales "seguros" (es decir burgueses). Los ladrones imperialistas reunidos en París estaban igualmente alarmados porque toda la historia demuestra que la revolución es contagiosa.
Comienzan las conversaciones
Las negociaciones entre las potencias aliadas comenzaron el 18 de enero de 1919 en los lujos alrededores del Salón de l'Horloge en el Ministerio de Exteriores francés, en el Quai d'Orsay en París. Para empezar en las negociaciones había no menos de 70 delegados de 27 países. Todos tenían su propia agenda y todos exigían un pedazo del pastel. Sin embargo, había dos ausentes importantes: las potencias derrotadas: Alemania, Austria y Hungría, que fueron excluidas de las negociaciones.
En realidad, la conferencia fue un fraude. La mayoría de los 70 delegados no tenían absolutamente nada que decir en el proceso que ya estaba determinado por un puñado de grandes potencias: Gran Bretaña, Francia y EEUU. Las naciones más pequeñas se comportaron como los parientes pobres que tazón en mano, en la puerta de un rico, esperan recibir algo por su paciencia y buen comportamiento hasta marzo de 1919, los asuntos reales estuvieron dirigidos por el llamado Consejo de los Diez, formado por las cinco naciones vencedoras: EEUU, Francia, Gran Bretaña, Italia y Japón.
No obstante, como se demostró incluso este organismo era inconveniente para las grandes potencias. El ascenso del poder asiático del imperialismo japonés ya había puesto sus ojos en una nueva expansión hacia China, que lo que provocaba un conflicto directo con las ambiciones de EEUU y Gran Bretaña. Los japoneses intentaron insertar una cláusula prescribiendo la discriminación sobre la base de la raza o nacionalidad, pero fue rechazada, en particular por Australia. Japón y otros abandonaron la reunión y sólo quedaron los cuatro grandes.
Italia, el más pequeño y débil, había entrado en la guerra tarde y jugó un papel muy minoritario. Pero ahora hacía mucho ruido con sus pretensiones territoriales de Fiume. Como es habitual, cuando un perro pequeño hace demasiado ruido y molesta a los grandes, estos últimos gruñen y muestran los dientes, entonces el primero huye con el rabo entre las piernas. Cuando se rechazaron estas pretensiones, el primer ministro italiano, Vittorio Orlando, indignado abandonó las negociaciones (sólo regresó para la firma de junio).
El proceso estuvo totalmente dominado por los líderes de los "tres grandes": Gran Bretaña, Francia y EEUU. David Lloyd George, Georges Clemenceau y el presidente estadounidense, Woodrow, éstos fueron los que decidieron todo. Las condiciones finales estuvieron determinadas por estos hombres y los intereses que representaban. Sin embargo, fue virtualmente imposible para ellos decidir una posición común porque sus objetivos bélicos chocaban entre sí. El resultado fue un compromiso chapucero que no satisfizo a nadie y que preparó el camino para nuevas explosiones.
Consecuencias para Alemania
El 29 de abril la delegación alemana bajo la dirección del ministro de exteriores Ulrich Graf von Brockdorff-Rantzau llegó a Versalles. Parece que ingenuamente esperaban ser invitados a la conferencia para algún tipo de negociaciones. Después de todo, tras la derrota de Francia en las Guerras Napoleónicas, el francés Tallyrand fue invitado a participar en el Congreso de Viena, donde utilizó sus considerables habilidades para sacar algunas concesiones para Francia. ¡Pero no era 1815!
Los representantes alemanes fueron sistemáticamente humillados antes de entrar en el salón, donde por primera vez se enfrentaron a la expresión pétrea de los vencedores. Se leyeron los términos del tratado. No hubo discusión, ni siquiera se permitieron las preguntas. El 7 de mayo cuando se enfrentaron a las condiciones dictadas por los vencedores, incluida la llamada "Cláusula de culpabilidad de la guerra", el ministro de exteriores Ulrich Graf von Brockdorff-Rantzau replicó a Clemenceau, Wilson y Lloyd George: "Sabemos toda la carga de odio a la que nos enfrentamos aquí. Nos exigís que confesemos que somos la única parte culpable de la guerra, esa confesión de mi boca sería una mentira".
Estas protestas no eran inútiles. Los alemanes tuvieron que beber la taza de la humillación hasta las últimas heces. Después, se retiraron de los procedimientos del Tratado de Versalles, un gesto inútil y desesperado. En vano el gobierno alemán hizo una protesta contra lo que consideraba exigencias injustas y una "violación del honor". En un acto teatral, el recién elegido canciller socialdemócrata, Philipp Scheidemann, se negó a firmar el tratado y dimitió. En un discurso apasionado ante la Asamblea Nacional el 12 de marzo de 1919 calificó el tratado de "plan homicida" y exclamó: "¿Qué la mano que intenta ponernos cadenas como éstas se marchite? El tratado es inaceptable".
Pero sólo era retórica vacía. Alemania fue desarmada, el ejército debía disolverse y los aliados se preparaban para avanzar. Era una situación insostenible. La Asamblea Nacional votó a favor de firmar el tratado por 237 votos a favor y 138 en contra, con 5 abstenciones. El ministro de exteriores Hermann Müller y Johannes Bell viajaron a Versalles para firmar el tratado en nombre de Alemania. El tratado fue firmado el 28 de junio de 1919 y ratificado por la Asamblea Nacional el 9 de julio de 1919 con 209 votos a favor y 116 en contra.
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