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Vivir bajo la cruz y la campana


Enviado por   •  22 de Octubre de 2023  •  Resúmenes  •  1.335 Palabras (6 Páginas)  •  35 Visitas

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Vivir bajo cruz y campana

El imperio fue imaginado como una extensa red de ciudades y cada fundación pretendía ser la de una nueva sociedad hispana, europea y católica en tierras americanas.

La ciudad como cuerpo

Cada ciudad tenía sus títulos, su jurisdicción, su santo patrono y un estandarte que simbolizaba la unión con el rey. La vecindad era la categoría social fundamental de ese peculiar orden político que era la ciudad. El término “vecino” estaba muy lejos de designar al conjunto de sus habitantes, era una categoría social con implicancias legales y jurídicas y expresaba los lazos sociales de integración, lealtad e identificación con una comunidad.

Por cuanto se trataba de una condición socialmente construida, eran aquellos ya reconocidos como vecinos y costumbres localmente aceptadas los que regulaban quienes podían ser admitidos como tales. La vecindad era entendida como un vínculo de lealtad a una comunidad, la ciudad y se contraponía a la existencia de otras lealtades corporativas que también funcionaban en el ámbito urbano. Se buscaba excluir de ella a los sacerdotes, a los militares regulares e incluso a los burócratas reales, pues se consideraba que eran integrantes de otros cuerpos y se debían a otras fidelidades. El lazo de lealtad y de honor social, a fin de cuentas, debían manifestarse de múltiples formas: ejerciendo cargos que sirvieran a la ciudad aunque resultaran onerosas y no fueran remunerados, contribuyendo con auxilios en caso de necesidad y sobre todo, con su defensa.

La elite urbana ejercía en la práctica una suerte de autogobierno local por encima del cual sólo funcionaba, hasta la década de 1780, un laxo y débil sistema administrativo, con reducida capacidad efectiva para intervenir en el gobierno de cada ámbito territorial y forzando a negociar con estas elites el ejercicio de su autoridad. Durante el siglo XVIII esas elites urbanas se renovaron sustancialmente por la incorporación de nuevos miembros y la constitución de nuevos linajes. Se incorporaban a las elites a través de matrimonio con las hijas de algún destacado comerciante, o mediante la asociación mercantil y crediticia. Este entramado de vínculos, a la vez étnicos paternales y comerciales, conformaba la estructura básica de la empresa mercantil colonial y convertía la elección del cónyuge en una cuestión crucial para la ampliación, reproducción y preservación de los patrimonios acumulados. Dicho entramado asumía la forma de redes más o menos jerarquizadas, estructuradas en torno a relaciones fuertemente personalizadas, que atravesaban las divisiones administrativas y aun podían superar los marcos del imperio, pero sus nudos de articulares dependían de sus engarces con las instancias de poder y administración.

Las ciudades y el mestizaje

En las ciudades no residían sólo los vecinos de origen europeo. Por el contrario, dentro de ese cuerpo jerarquizado que era la ciudad convivía un conglomerado de grupos heterogéneos y variables, con menos blancos y europeos cuanto más se descendiera en la escala social. Su presencia creciente alertaba a las elites, que durante el siglo XVIII apelaron cada vez con mayor frecuencia a exigir certificados de “pureza de sangre” para ejercer algunos cargos u oficios, exigencia que de por sí testimoniaba las dificultades para demarcar los limites sociales.

De acuerdo con los datos, en la antigua Gobernación del Tucumán, casi un 80% de la población residía en las campañas y poco más de 20% en los llamados curatos rectorales. Las situaciones diferían de acuerdo con la región: mientras en Salta o Catamarca, estos curatos contenían alrededor del 40% por ciento de la población, en La Rioja o Tucumán rondaban el 20% y en Santiago del Estero y Jujuy se situaban tan sólo en torno al 10%. Incluso en Córdoba, que era la ciudad más grande del Tucumán colonial, el peso de la población de la campaña era abrumador y se ubicaba alrededor del 83%, aunque algunos cálculos estiman un 91%. En el Litoral la situación era semejante, y en Santa Fe la población de la ciudad no debe haber llegado al 30% del total de la jurisdicción. El contraste notable lo ofreció Buenos Aires, dado que la ciudad albergaba un 65%. De este modo, las trayectorias históricas de las ciudades habían sido distintas y cada una expresaba modos peculiares de inserción en la estructura regional.

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