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ANTONIO VAN LEEUWENHOEK (el primer cazador de microbios)


Enviado por   •  20 de Septiembre de 2015  •  Resúmenes  •  9.105 Palabras (37 Páginas)  •  328 Visitas

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CAPITULO I

ANTONIO VAN  LEEUWENHOEK    (el primer cazador de microbios)

Hace doscientos años fue el primero en asomarse a un mundo nuevo, poblado de especies de seres pequeñísimos, feroces y aun mortales, ya útiles, solícitos y hasta indispensables. Es ahora caso tan desconocido como eran los fantásticamente diminutos animales y plantas  en la época en que el afirmó h

Cuando en  Leeuwenhoek nació el  deseo de hacer investigaciones, la investigación científica  no había  llegado a ser una “profesión” en día. Hoy en día los hombres de ciencia tienen sus laboratorios en grandes ciudades y sus proezas aparecen en primera  plana de los diarios aún antes de convertirse  en h. Así era el mundo hace doscientos años cuando nació  Leeuwenhoek, un mundo en que la ciencia empezaba a ensayar sus primeros pasos, que hizo quemar conde a Servet por haber cometido el nefasto pecado de disecar un cuerpo humano y  condenó a cadena  perpetua a Galilei por haberse atrevido a demostrar  que la Tierra giraba alrededor del Sol.

Antonio Van Leeuwenhoek nació en 1632, en Delft de los molinos de vientos azules,  a la edad de 21 años fue nombrado conserje de la Casa Consistorial de Delft y se le despertó una extraña afición de tallar lentes, había oído que  fabricando  lentes de un trozo de cristal transparente, se podían ver las cosas mucho mayores de lo que  parecen a simple vista. Durante esa época paso por ser un hombre ignorante, visitó tiendas de óptica y aprendió los rudimentos necesarios para tallar lentes; no se contentaba que las lentes hechas por él fueran tan buenas  como las trabajadas en Holanda sino que habían de superar a las mejores y aún después de haberlo conseguido se pasaba horas y horas dándoles mil vueltas. Los cuerdos vecinos se reían para sus adentros, mientras nuestro hombre encontraba la manera de fabricar una lente minúscula  de un diámetro inferior a tres milímetros, decía de sus convecinos: “hay que perdonarles, vista su ignorancia”. Jamás escribió palabras acerca de lo que observaba, jamás hizo un dibujo hasta que  después de mirar cientos de veces, estaba seguro de que no hay variación alguna.

Un hombre que no se reía de Leeuwenhoek era Regnier de Graaf,   a quién la Real Sociedad había nombrado miembro correspondiente por sus estudios sobre el ovario. Graaf apresuró a escribir a sus colegas de la Real Sociedad: “Hagan ustedes que Antonio Van Leeuwenhoek les escriba comunicándoles sus  descubrimientos,  un mundo fantástico, fabuloso, al que Leeuwenhoek, entre todos  hombres de todos los países fue el primero en asomarse.  Si pudiéramos sentir  por un momento lo que sentía nuestro ingenuo holandés, su emoción al descubrir aquel  mundo y el asco que le daban aquellos despreciables bichejos  pululantes como el los llamaba. Leeuwenhoek era muy desconfiado. Aquellos animalitos eran enormemente pequeños y demasiado extraños para tener existencia real, y por esta razón volvió hasta sentir  calambres en las manos de tanto  sostener el microscopio y ese escozor  en los ojos. Nunca se lanzó a teorizar, pero  su  obsesión era medir las cosas. El resultado  de uno de sus cálculos fue: “este animalito es mil veces más pequeño que el ojo de un piojo grande”.

Le pareció absurdo el que los animalillos cayeran  con la lluvia del cielo. Entonces tomó un gran plato de porcelana lo lavó con todo esmero y saliendo del jardín lo colocó encima de un gran cajón y después  recogió unas gotas en uno de sus delgados tubitos  y regresó a su laboratorio… “lo he demostrado. Esta agua no tiene ni un solo bicho. No viene del cielo” ¿y creen ustedes que escribió a la Real Sociedad encareciendo y encantando lo que acabada de descubrir? ¡Nada de eso! Examinó  con sus lentes aguas de todas clases, agua conservada en la atmósfera, agua conservada en un cacharro, agua de los no muy limpios canales de Delft  y agua del profundo y fresco pozo de su jardín. “En las partículas de  pimienta de pimienta debe haber unos pinchitos, que son los que pica en la lengua  al comerla… ¿pero existirán  tales pinchitos? Leeuwenhoek  contó como un grano   de arena podría contener un millón de estos animalitos y una sola gota de su agua de pimienta también  crecía y se multiplicaban, contenían más de dos millones setecientos mil animalitos. También decía: tengo la dentadura bien conservada, porque todas las mañanas acostumbró a frotarme con sal los dientes y después de limpiarme las muelas con una pluma de ganso me las froto fuertemente con un lienzo. En una ocasión se los miro con un espejo de  aumento, notó  que le quedaba entre  los dientes una sustancia blanca viscosa… ¡Estaban vivos, no cabía duda, tenía en la boca una casa de fieras!

Consiguió Demostrar que los animalitos microscópicos  podían devorar y matar a seres vivientes muchos más grandes que esos mismos. Así fue el primer cazador de  microbios. Así traspuso esta vida el primer  cazado de microbios. Ya oiréis hablar de otros investigadores que gozan de mucha fama, pero ninguno de ellos  ha  sido tan sincero, desconcertantemente preciso como el conserje holandés.

CAPITULO II

Lázzaro Spallanzani  (los microbios nacen de microbios)

A semejanza de Leewenhoek , el joven  italiano tuvo que sostener grandes  luchas con su familia para llegar a ser un cazador de microbios. El joven  t estaban decidido a arranar sus secretos a la naturaleza como lo estuvo  Leeuwenmbhoek, si bien eligió un camino totalmente diferente para llegar a ser  hombre de ciencia. La emoción y la dignidad de profundizar en el estudio de la naturaleza empezaron a abrirse en los laboratorios retirados de los filósofos.

Spallanzani se lanzó con ardor a la tarea de recoger los conocimientos más diversos, a poner a prueba toda clase de teorías, a descartar todas las autoridades por famosas que fuesen  y frecuentó el trato de todo género de personas, desde obesos obispos, funcionarios  y profesores, hasta actores extranjeros y juglares, era como el polo opuesto de Leeuwenhoek., una vez ordenado sacerdote y considerado como  un creyente fanático, se entregó con ardor a poner en duda todo lo existente, sin aceptar nada como cierto, excepto la existencia de Dios., antes de cumplir los treinta años fue nombrado profesor en la universidad de Regio, allí fue donde dio comienzo a sus estudios sobre los animalillos, aquellos seres nuevos y pequeñísimos descubiertos por Leeuwenhoek, esos animalillos eran objeto de una controversia extraña, giraban en torno de esta cuestión: ¿Nacen espontáneamente los seres vivos, o deben tener padres forzosamente?, Spallanzani negaba la posibilidad de generación espontánea de  la vida; ante la realidad de los hechos estimaba absurdo  que c animales, aun los diminutos bichejos de Leewenhoek, pudieran provenir de un modo caprichoso, de  cualquier cosa vieja o de cualquier inmundicia. ¡Una ley y un orden debían  presidir su nacimiento; no podían surgir al azar!, ¡con cuanta facilidad dilucida la cuestión! Toma dos tarros y pone un poco de carne en cada uno de ellos, deja descubierto c  tapa el otro con una gasa, las moscas acuden a la carne que hay dentro del tarro destapado, y poco después aparecen en él las larvas y más tarde moscas, examina el tarro tapado con la gasa y no encuentra ni una sola larva, pero no haya relación con  las moscas, sino con los animales microscópicos, pero reflexionaba: Si es que me propongo probar algo no seré un verdadero hombre de ciencia si no aprendo a seguir los hechos a donde quieran llevarme; tengo  que zafarme de mil prejuicios.

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