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Antony Leeuwenhoek “El Primer Cazador de Microbios”.


Enviado por   •  15 de Noviembre de 2016  •  Biografías  •  1.965 Palabras (8 Páginas)  •  296 Visitas

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CAZADORES DE MICROBIOS

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Antony Leeuwenhoek “El Primer Cazador de Microbios”.

Si nos remontamos al siglo XVII, nos encontraríamos con un periodo de vida muy distinto a la realidad que vivimos actualmente en el tema cultural y científico, hablamos de una época en la cual no había explicaciones racionales para la mayoría de las cosas que pertenecieran al ámbito de salud, mucho menos si se trataba del mundo microscópico, ya que todo esto estaba regido por supersticiones que habían sido transferidas de generación en generación. Era entonces, cuando el hombre apenas comenzaba a alejarse de estas creencias y supersticiones, dándole apertura a la ciencia.

En este momento llega al mundo Antony Leeuwenhoek, nacido en Delfit, Holanda hace algunos siglos, en el año de 1632, para ser exacto. Ahí comenzó estudiando la carrera de funcionario público, la cual abandonó para ser aprendiz en una tienda de Ámsterdam. Hasta aquí, el joven holandés no parecía estar aportando mucho a su vida científica, ya que ningún estudiante de ciencias adquiere conocimientos entre piezas de tela mientras despacha una tienda. A los 21 años decidió volver a Delfit para abrir su propia tienda de telas, además de casarse. No se sabe mucho de lo ocurrido durante los siguientes 20 años de vida de Antony Leeuwenhoek, lo único que se sabe con certeza es que era considerado un hombre ignorante, pero en este caso, se podría decir que su ignorancia le ayudó, ya que al estar aislado de las palabras doctas manejadas en ese tiempo, su única guía eran sus ojos y su exclusivo y bastante particular criterio.

Es aquí donde le surge curiosidad por observar objetos aumentados a través de una lente, pero comprarlas no era la primera opción que pasó por su mente, así que decidió fabricar sus propias lentes. Su quisquillosa personalidad le bastó para mejorar las mejores lentes trabajadas en Holanda, pero también trajo la burla de sus vecinos, quienes lo acusaban de ser un chiflado. Comenzó por examinar cualquier cosa que tuviera en sus manos, como fibras musculares, ojos de animales, lana de ovejas, pelos, entre un montón de cosas más.

En la segunda mitad surgió un grupo de “rebeldes” que exclamaban que no se fiarían de observaciones que no fueran las suyas, y que sólo se atendrían al resultado de sus experimentos, en otras palabras, ya no confiaban en lo que la sociedad consideraba hasta entonces como verdad, algunos de ellos formaron una sociedad llamada The Invisible College; el cual estaba formado por personas como Roberto Boyle y también Isaac Newton. Esta sociedad salió de la clandestinidad al ascender Carlos II, alcanzando la dignidad de Real Sociedad de Inglaterra.

Regnier de Graaf era un amigo de  Leeuwenhoek que pertenecía a la Real Sociedad, y tuvo el privilegio de que Leeuwenhoek le permitiera observar sus lentes. Al ver sus lentes, Graaf no se demoró en informarle a la Real Sociedad acerca de ellas. Leeuwenhoek escribió a la Real Sociedad acerca de sus descubrimientos, y los dejó asombrados por las maravillas que aseguraba haber visto a través de sus lentes. Este envío de cartas de Leeuwenhoek hacia la Real Sociedad continuó por 50 años, manteniéndolos al tanto de los descubrimientos que tendría a lo largo de este periodo.

La manía de Leeuwenhoek por perfeccionar sus lentes le sirvió para un día en el que decidió observar una pequeña gota de agua de lluvia.

Lo que vio ese día marcó una pauta en la historia, ya que al observar la gota con su microscopio se percató de la presencia de unos bichitos, o “despreciables bichos”, como él los llamaba. Estos bichos se movían de distintas formas que ni el mismo Leeuwenhoek lo podía creer lo que estaba presenciando. Le surgió la duda de la procedencia de dichos animalillos, al principio pensó que caían del cielo, por lo que recolectó gotas de lluvia una vez más cuidando que no se llenaran de lodo al caer, y al observar estas muestras en su microscopio no observó absolutamente nada, por lo que descartó que procedían del cielo. Con esto, Leeuwenhoek nos demuestra que sus juicios se basaban en experimentos bastante lógicos.

Sus nuevos bichejos eran maravillosos, pero no lo satisfacían; continuaba hurgando en todo lo imaginable, tratando de observar con más detalle, buscando la razón de las cosas. Un día se preguntó qué es lo que hace picante a la pimienta, haciendo la siguiente afirmación: «Debe haber unos pinchitos en las partículas de la pimienta, que son los que pican la lengua al comerla...» Pero, ¿en verdad existían estos pinchitos?

Remojó la pimienta y aisló una pizca para introducirla en uno de los tubos capilares y al colocarlo sobre su microscopio no observó ningún pinchito, sino una gran cantidad de “bichitos” de varias clases. Es aquí donde Leeuwenhoek se topó con un gran medio de cultivo para criar a sus nuevos y diminutos animalitos.

En este momento Leeuwenhoek se dio cuenta de que era momento de hacérselo saber a la Real Sociedad de Inglaterra, que se mostraron algo escépticos, pero algunos de ellos sin duda confiaban en la palabra del conserje holandés.

Así que la Real Sociedad encargó a Robert Hooke y a Nehemiah Grew la construcción de los mejores microscopios de que fueran capaces, y también la preparación de agua de pimienta de la mejor calidad. El 15 de noviembre de 1677 llegó Hooke a la reunión, presa de gran excitación, pues Leeuwenhoek no había mentido y estaban en la presencia de esos microscópicos bichos. Esto le ganó a Leeuwenhoek un lugar como miembro de la Real Sociedad.

Aquellos animalitos se encontraban en todos lugares, Leeuwenhoek informó a la Real Sociedad que incluso había encontrado algunos en su propia boca. Un día tomó una muestra de un sujeto que aparentemente jamás se había limpiado los lentes y encontró una nueva especie de bichos que parecían tener una forma similar a un gusano. Es raro que a pesar de ser reconocido por ser tan observador, Leeuwenhoek nunca sospecho que estos animalitos podrían causar daños al hombre, esto puede deberse a su renuncia para sacar conclusiones precipitadas, evitando dejarse llevar por la imaginación.

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