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Apocalipsis


Enviado por   •  18 de Septiembre de 2021  •  Apuntes  •  5.571 Palabras (23 Páginas)  •  100 Visitas

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Debemos dar las gracias por el permiso para incluir los siguientes materiales sujetos a derechos de autor: Back in the U.S.A. por Chuck Berry © 1959 por ARC Music Corporation. Reimpreso con autorización. Don't Fear The Reaper, por Donald Roeser. Copyright por B. O. Cult Songs, Inc. Reimpreso con autorización. Stand by Me, por Ben E. King, Copyright ©1961 por Progressive Music Publishing Co., Inc., Trio Music, Inc., y A.D.T. Enterprises, Inc. Controlados todos los derechos por Unichapell Music, Inc. (Belinda Music, editor). Asegurados los derechos de autor internacionales. Reservados todos los derechos. Empleados con autorización. In the garden, por C. Austin Miltres. Copyright 1912, Hall–Mack Co., renovado en 1940, The Rodeheaver Co., propietario. Reservados todos los derechos. Empleado con autorización. The Sandman, por Dewey Bunnell. Copyright © 1971 por Warner Bros. Music Limited. Todos los derechos para el Hemisferio Occidental controlados por la Warner Bros. Music Corp. Reservados todos los derechos. Empleado con autorización. Jungle Land, por Bruce Springsteen. Copyright © 1975, por Bruce Springsteen, Laurel Canyon Music. Empleado con autorización. American Time, por Paul Simon. Copyright © 1973 por Paul Simon. Empleado con autorización. Letra de Shelter from the Storm, por Bob Dylan. Copyright © 1974 por Ram's Horn Music. Todos los derechos reservados. Empleado con permiso. Letra de Boogie Fever, por Kenny St. Lewis y Freddie Perren. Copyright © 1975 por Perren Vibes Music Co. Todos los derechos reservados. Empleado con autorización. Keep on the Sunny Side, por A. P. Carter, copyright © 1924. Peer International Corporation, BMI. Todos los personajes de este libro son de ficción, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, es simple coincidencia. Página 2 de 350 Stephen King Apocalipsis (parte 1) Apocalipsis es una obra de ficción, como su tema deja perfectamente claro. Muchos de los acontecimientos suceden en lugares auténticos, como Ogunquit, Maine; Las Vegas, Nevada y Boulder, Colorado. Me he tomado la libertad de cambiar esos lugares hasta el grado que más se adecuaba para el curso de mi ficción. Confío en que los lectores que vivan en esas y en otras localizaciones auténticas que se mencionan en esta novela, no se vean alterados por mi «monstruosa impertinencia», para citar a Dorothy Sayeres, que consintió libremente en el mismo tipo de cosas. Otros lugares, como Arnette, Texas, y Shoyo, Arkansas, son tan ficticios como la propia trama. Debo dar gracias especiales a Russell Dorr (P. A.) y al doctor Richard Herman, ambos del «Brigton Family Medical Center», que respondieron a mis preguntas acerca de la naturaleza de la gripe, y su forma peculiar de sufrir mutaciones más o menos cada dos años, y a Susan Artz Manning of Castine, que corrigió las pruebas del manuscrito original. Manifiesto también mi agradecimiento a Bill Thompson y Betty Prashker, que han hecho que este libro aparezca de la mejor manera posible. S. K. Página 3 de 350 Stephen King Apocalipsis (parte 1) UN PROLOGO EN DOS PARTES PRIMERA PARTE PARA LEER ANTES DE LA COMPRA Hay un par de cosas que necesita saber en seguida acerca de esta versión de Apocalipsis, y que debe conocerlos sin haber salido aún de la librería. Por esta razón confío en haberle atrapado lo más pronto posible. Espero que de pie ante la sección K de los nuevos títulos de ficción, con sus otras compras debajo del brazo y el libro abierto ante usted. En otras palabras, espero haberle atrapado mientras su cartera se encuentra todavía segura en su bolsillo. ¿Preparados? Estupendo. Gracias. Prometo ser breve. En primer lugar, ésta no es una nueva novela. Si usted tiene alguna confusión a este respecto, no deje de expresarla aquí y ahora mismo, mientras aún se encuentra a una distancia prudente de la caja registradora donde le sacarán el dinero de su bolsillo y lo meterán en el mío. Apocalipsis se publicó originalmente hace ya más de diez años. En segundo lugar, ésta no es una versión de trinca, nueva y diferente de La danza de la muerte. No descubrirá a los viejos personajes comportándose de una forma distinta, ni tampoco el curso de la acción se ramificará en algún punto de la antigua ficción, llevándole, Lector Constante, en una dirección inédita. Esta versión de La danza de la muerte es una ampliación de la novela original. Como ya he dicho, no encontrará a los viejos personajes actuando de manera nueva y extraña, pero sí descubrirá que casi todos los personajes, aunque en la misma forma del libro original, hacen más cosas y, si no creyese que algunas de esas cosas eran interesantes, tal vez incluso más ilustradoras, nunca hubiera estado de acuerdo en este proyecto. Si no desea esto, no adquiera este libro. Y, si ya lo ha hecho, confío en que conserve el comprobante de la compra. La librería donde hace usted habitualmente sus adquisiciones se lo pedirá antes de cancelarle lo cargado en su tarjeta de crédito o devolverle el dinero en efectivo. Pero si esta ampliación es algo que en realidad le atrae, le invito a seguir conmigo adelante un poco más. Tengo montones de cosas que contarle y creo que hablaríamos mejor al doblar la esquina. En la oscuridad.  Esta obra se titula en inglés The Stand y Plaza & Janés la publicó previamente con el titulo de La danza de la muerte. Esta nueva edición sin supresiones, titulada asimismo The Stand, Plaza & Janés la publica ahora con el título de Apocalipsis a causa de las modificaciones que ha experimentado esta novela. (Nota del editor.) Página 4 de 350 Stephen King Apocalipsis (parte 1) SEGUNDA PARTE PARA LEER DESPUÉS DE COMPRAR EL LIBRO Esto ya no es un prólogo, en realidad es una explicación de por qué mi nueva versión de La danza de la muerte ha llegado a existir. Para empezar, es una novela muy larga, y esta versión ampliada será considerada por algunos, quizá por muchos, como una presunción de indulgencia por parte de un autor cuyas obras han tenido el éxito suficiente como para permitírselo. Confío en que no sea así, pero no he sido tan estúpido como para no darme cuenta de que ese tipo de crítica resulta posible. A fin de cuentas, muchos críticos de la novela la consideraron, para empezar, muy hinchada y más larga de la cuenta. Si el libro era, ya de por sí, demasiado largo, o se ha vuelto así en esta edición, esto es un asunto que dejo al criterio individual del lector. Sólo deseo aprovechar este pequeño espacio para decir que estoy editando Apocalipsis como si fuese escrita por primera vez, no para servirme a mí mismo o a cualquier lector en particular, sino para atender a un conjunto de lectores que me han pedido que lo haga. No lo habría ofrecido si yo mismo no hubiese pensado que las porciones que fueron quitadas del manuscrito original hacen la historia más rica, y sería un embustero si no admitiese que siento curiosidad por ver cómo se recibirá todo esto. Le ahorraré el relato de cómo se escribió Apocalipsis. La cadena de pensamientos que produce una novela rara vez interesa a nadie más que a los aspirantes a novelistas. Tienden a creer que existe una «fórmula secreta» para escribir una novela de éxito comercial; pero en realidad eso no existe. Tienes una idea. En un momento dado te llega otra idea. Realizas una conexión de una serie de ideas entre sí; unos cuantos personajes (por lo general, poco más que sombras al principio) se sugieren a sí mismos; la mente del escritor imagina un posible final (aunque cuando llega ese final, casi nunca se parece mucho a lo que había imaginado el escritor); y, en un punto dado, se sienta con pluma y papel, una máquina de escribir o un procesador de textos. Cuando preguntan: « ¿Cómo escribe?» invariablemente respondo: «Una palabra cada vez.» Y la respuesta es siempre rechazada. Pero así son las cosas. Parece demasiado sencillo para ser verdad; pero considere, por favor, la Gran Muralla china: una piedra cada vez, hombre... Eso es todo. Piedra a piedra. Pero he leído que se puede ver esa cosa desde el espacio sin ayuda de un telescopio. Para los lectores que están interesados, la historia se cuenta en el último capítulo de Apocalipsis, una tortuosa pero fácil visión general del género de horror que publiqué en 1981. Esto no es hacer propaganda de ese libro; sólo estoy diciendo que el relato está allí si lo desea, aunque se cuenta no sólo porque es interesante en sí mismo, sino porque ilustra un punto de vista diferente por completo. Lo que sí resulta importante para los propósitos del libro actual, es que, en el bosquejo final, se borraron más de cuatrocientas páginas del manuscrito. La razón no fue de tipo editorial; de haber sido ése el caso, me hubiera contentado con que el libro viviese su vida y muriese, llegado el momento, tal y como se editó originalmente. Las supresiones se realizaron por mandato del departamento financiero. Realizaron el correspondiente escandallo de los costes de producción, lo depositaron al lado de las ventas de tapa dura de mis cuatro libros anteriores, y decidieron que un precio fuerte de 12,95 dólares era todo lo más que el mercado podría soportar (¡comparen ese precio con el de ahora, mis amigos y vecinos!). Se me preguntó si accedería a realizar los cortes, o si Página 5 de 350 Stephen King Apocalipsis (parte 1) prefería que los hiciese alguien del departamento editorial. Aunque con desgana, convine en hacer la cirugía yo mismo. Me parece que mi trabajo fue bastante bueno, para un escritor que ha sido acusado una y otra vez de tener diarrea en el procesador de textos. Existe sólo un lugar (el viaje de Trashcan Man's a través del país desde Indiana a Las Vegas) en el que se notaba que estaba lleno de cicatrices. Entonces, si toda la historia está aquí, cabía plantearse la pregunta de para qué nos preocupamos. ¿No será a fin de cuentas sólo una autosatisfacción? De ser así, he pasado una gran parte de mi vida perdiendo el tiempo. Como suele ocurrir, creo que en los relatos auténticamente buenos, el conjunto es siempre mayor que la suma de las partes. Si así no fuera, lo que sigue no pasaría de ser una versión aceptable de Hansel y Gretel: Hansel y Gretel eran dos niños con un padre muy agradable y una madre estupenda. La estupenda madre murió y el padre se casó con una bruja. La bruja quería quitar de en medio a los niños, para disponer de más dinero para gastar en sí misma. Engatusó a su pusilánime y blando marido para que se llevase a Hansel y Gretel al bosque y los matara. El padre de los chicos en el último momento prefirió dejarlos en el bosque para que se murieran de hambre en lugar de proporcionarles una muerte rápida y misericordiosa con la hoja de su cuchillo. Mientras erraban por ahí, encontraron una casa construida de caramelo. Era propiedad de una bruja que practicaba el canibalismo. La bruja les encerró allí y les dijo que en cuanto estuviesen fuertes y gordos se los comería. Pero los niños se enfrentaron a la hechicera. Hansel la empujó dentro de su propia estufa. Encontraron el tesoro de la bruja, y al parecer hallaron también un mapa, puesto que, llegado el momento, regresaron de nuevo a su hogar. Cuando se presentaron en él, papá se desembarazó de la bruja y vivieron por siempre felices. FIN. No sé qué pensarán ustedes al respecto. Para mí, esta versión pierde mucho. El relato está aquí, pero no es elegante. Es una especie de «Cadillac» con los cromados echados a perder y la pintura estropeada hasta mostrar la misma chapa. Podrá ir a cualquier parte, pero no tiene nada de extraordinario. No he restaurado todas las cuatrocientas páginas desaparecidas. Existe una diferencia entre hacer bien las cosas y llegar a ser auténticamente vulgar. Parte de lo que quedó cortado y desparramado por el suelo de la habitación cuando me encaré con la truncada versión merecía quedarse allí. Pero allí es donde se ha quedado. Otras cosas, como el enfrentamiento de Frannie con su madre al principio del libro, parecen añadir esa riqueza y dimensión de las que yo, como lector, disfruto muchísimo. Volviendo a Hansel y Gretel por un momento, debe recordar que la malvada madrastra le pide a su marido que le traiga los corazones de los niños como prueba de que el influenciable leñador hizo lo que ella le ordenó. El hombre demuestra un leve vestigio de inteligencia cuando le trae los corazones de dos conejos. O el rastro de migas que Hansel deja atrás, para que él y su hermana puedan encontrar el camino de regreso. ¡Qué pensamiento tan tonto! Pero, cuando intenta seguir el rastro, comprueba que las aves se lo han comido. Ninguno de esos fragmentos son por completo esenciales para la trama; pero, en cierto modo, constituyen la trama, son unos grandes y mágicos fragmentos del relato. Cambian lo que hubiera sido una obra monótona en un cuento que ha encantado y aterrado a los lectores durante más de cien años. Sospecho que nada de lo añadido aquí es tan bueno como el rastro de miguitas de Hansel; pero siempre he lamentado el hecho de que nadie, excepto yo y algunos de los lectores de la casa «Doubleday» ha conocido a ese maníaco que simplemente se llama a sí mismo El Página 6 de 350 Stephen King Apocalipsis (parte 1) Niño... ni es testigo de lo que le sucede afuera de un túnel que es el contrapunto de otro túnel a medio continente de distancia: el Lincoln Tunnel en Nueva York, que dos de los personajes recorren al principio del relato. Por tanto, aquí está Apocalipsis, Lector Constante, como su autor pretendía que apareciese en la sala de exposiciones. La totalidad de su cromado se halla ahora reluciente, para bien o para mal. Y la razón definitiva de presentar esta versión es la más simple. Aunque nunca ha sido mi novela favorita, es la que más agrada a la gente a la que le gustan mis libros. Cuando hablo (lo cual es en verdad rarísimo), la gente siempre me pregunta acerca de esta obra Discuten los personajes como si fuesen seres vivos y reales. Con frecuencia, me piden información: « ¿Qué fue de Fulano o de Mengano?» Como si yo recibiera cartas de ellos con cierta regularidad. Como es inevitable, me han preguntado si se va a hacer una película. La respuesta, en realidad, es que probablemente sí. ¿Y será buena? No lo sé. Pero, buenas o malas, las películas casi siempre tienen un extraño efecto de disminución sobre las obras de fantasía. Naturalmente, existen excepciones. El mago de Oz es un ejemplo que acude en seguida a la mente. En las conversaciones, la gente no hace más que repartir papeles. Siempre he creído que Robert Duvall haría un espléndido Randall Flagg; pero he oído a la gente proponer a otras personas como Clint Eastwood, Bruce Dern y Cristopher Waltren. Todos parecen buenos, lo mismo que Bruce Springsteen podría hacer un interesante Larry Underwood, si en algún momento elige actuar. Tomando como referencia sus vídeos, creo que lo haría muy bien... Aunque mi elección personal sería Marshall Crenshaw. Pero, en resumen, creo que es mejor para Stu, Larry, Glen, Frannie, Ralph, Tom Gullem, Lloyd y ese tipo oscuro, que pertenezcan al lector, quien siempre los visualiza, a través de las lentes de la imaginación, de una forma vívida y cambiante, que ninguna cámara podrá jamás llegar a duplicar. A fin de cuentas, las películas son sólo una ilusión de movimiento que consta de millares de fotos fijas. Sin embarga, la imaginación se mueve dentro de su propio flujo de marea. Los filmes, incluso los mejores, congelan la ficción. Cualquiera que haya visto Alguien voló sobre el nido del cuco y que lea la novela de Ken Kesey, encontrará difícil o imposible no ver el rostro de Jack Nicholson sobre Randle Patrick McMurphy. Esto no tiene porqué ser malo... Pero es algo que limita. La gloria de un buen cuento radica en que es ilimitado y fluido. Un buen relato pertenece a cada lector de una manera propia y particular. Después de todo, yo escribo por dos razones: para complacerme a mí mismo y para complacer a otros. Y, volviendo a este largo cuento de oscuro cristianismo, confío haber hecho ambas cosas. 24 de octubre de 1989 Página 7 de 350 Stephen King Apocalipsis (parte 1) Allí fuera la calle está inflamada por una auténtica danza de la muerte entre la carne y la fantasía; y aquí abajo los poetas no escriben ni una línea sino que se repliegan y se conforman con abandonarse. En lo más profundo de la noche, aprovechan su hora y procuran residir con honestidad... BRUCE SPRINGSTEEN Y estaba claro que ella no podía sobrellevarlo. Se abrió la puerta y entró el viento. Se extinguieron las velas y se eclipsaron. Volaron las cortinas y entonces él apareció, diciendo: «No temas, ven, Mary.» Y ella no temió; corrió hacia él y ambos echaron a volar... Ella le había cogido la mano... «Ven, Mary, no temas al segador. . . » BLUE OYSTER CULT ¿Qué es ese encantamiento? ¿Qué es ese encantamiento? ¿Qué es ese encantamiento? COUNTRY JOE AND THE FISH Página 8 de 350 Stephen King Apocalipsis (parte 1) EL CIRCULO SE ABRE Necesitamos ayuda, sentenció el Poeta EDWARD DORN Página 9 de 350 Stephen King Apocalipsis (parte 1) INTRODUCCIÓN – Sally. Un murmullo. – Despierta ya, Sally. Un murmullo más audible: – Déjame en paz... La sacudió con mayor fuerza. – Despierta. ¡Tienes que levantarte! Charlie. La voz de Charlie, llamándola. ¿Durante cuánto tiempo? Sally se desprendió del sueño. Primero miró el reloj que se hallaba en la mesilla de noche y vio que eran las dos y cuarto de la madrugada. Charlie no debería hallarse allí. Tenía que estar trabajando en su turno. Luego, le dirigió la primera mirada completa. Y algo saltó dentro de ella, alguna intuición mortífera. Su marido estaba letalmente pálido. Los ojos le sobresalían de las órbitas. En una mano tenía las llaves del coche, y empleaba la Otra para zarandearla, aunque ella tenía ya abiertos los ojos. Era como si no hubiera sido capaz de percatarse del hecho de que ya estaba despierta. – ¿Charlie, qué pasa? ¿Qué anda mal? Él parecía no saber qué decir. La nuez le subía y bajaba, pero no se produjo ningún sonido en el pequeño bungalow de servicio, excepto el del tictac del reloj. – ¿Hay un incendio?– preguntó ella en tono estúpido. Era la única cosa que se le ocurría para explicar que su marido se encontrara en aquel estado. Sabía que sus padres habían muerto en el incendio de su casa. – En cierto modo...– contestó él –y, en cierto modo, es aún peor. Tienes que vestirte, cariño. Coge a Baby LaVon. Tenemos que marcharnos de aquí. – ¿Por qué?– preguntó Sally al tiempo que salía de la cama. Página 10 de 350 Stephen King Apocalipsis (parte 1) Un oscuro miedo se había apoderado de ella. Nada parecía andar bien. Aquello era como un sueño. – ¿Dónde? ¿En el patio trasero? Sabía muy bien que no había ningún patio trasero; pero jamás había visto a Charlie con tanto miedo. Respiró hondo y no pudo oler ni a humo ni a nada quemado. – Sally, cariño, no hagas preguntas. Hemos de irnos. Muy lejos. Tienes que buscar a Baby LaVon y vestirla. – Pero..., ¿no hay tiempo para hacer las maletas? Esto pareció detenerlo. Desconcertarlo un poco. Ella pensó que debería estar todo lo asustada que fuera posible; pero aparente mente no lo estaba. Reconoció que lo que había tomado en él por miedo se acercaba más al puro terror pánico. Charlie se pasó una mano distraída por el cabello y replicó: – No lo sé. Tendré que comprobar el viento. Se fue, y la dejó con aquella pintoresca declaración, que no significaba nada para ella. Se fue dejándola allí con frío, preocupada y desorientada, con los pies desnudos y su camisón infantil. Era como si se hubiese vuelto loco. ¿Qué relación existía entre comprobar la dirección del viento y que si ella tuviera o no, tiempo para hacer las maletas? ¿Y dónde era muy lejos? ¿Reno? ¿Las Vegas? ¿Salt Lake City? ¿Y...? Se llevó la mano a la garganta y una nueva idea la acometió. Ausentarse sin permiso. Marcharse en plena noche significaba que Charlie planeaba desertar. Se dirigió a la habitacioncita que servía de cuarto infantil para Baby LaVon y se quedó indecisa durante un momento, mirando a la dormida niña con su pelele rosa. Se aferró a la leve esperanza de que aquello no fuese más que un sueño de un realismo extraordinario. Pasaría, se despertaría a las siete de la mañana, como de costumbre, daría de comer a Baby LaVon y también desayunaría ella mientras miraba la primera hora del espacio «Hoy»; le prepararía a Charlie los huevos pasados por agua para cuando acabara su turno a las ocho, su trabajo nocturno en la torre norte de la Reserva, después de concluida una noche más. Dentro de dos semanas, volvería al turno de día, y las cosas serían más fáciles. Dormiría con ella por la noche, y no tendría ya sueños tan locos como éste... – ¡Date prisa!– le murmuró, desvaneciendo aquella leve esperanza –. Tenemos el tiempo justo para coger unas cuantas cosas. . . Pero, por el amor de Dios, mujer si la quieres – señaló la cuna –, ¡vístela en seguida! Tosió nerviosamente sobre la mano y comenzó a sacar cosas de los cajones de su cómoda, y a apilarlas de cualquier manera en un par de viejas maletas. Ella despertó a Baby LaVon, moviendo a la pequeña de la forma más suave posible. La niña, de tres años, se mostró irritable y desconcertada al verse despertada a mitad de la Página 11 de 350 Stephen King Apocalipsis (parte 1) noche, y comenzó a llorar mientras Sally le ponía unas bragas, una blusa y un pelele. El sonido de los sollozos de la niña la dejó más asustada que nunca. Lo asoció con las otras veces en que Baby LaVon, por lo general, el más angelical de los bebés, se había puesto a llorar de –noche: cambiarle los pañales, dolor de dientes, toses, cólico. El miedo se le mudó en ira al ver a Charlie casi atravesar la puerta corriendo con una gran brazada de su propia ropa interior. Las cintas de los sujetadores arrastraban detrás de él como las serpentinas de los juerguistas en Nochevieja. Los arrojó a una de las maletas y la cerró con violencia. El reborde de su mejor braguita quedó colgando, y se percató de que se había desgarrado. – ¿Pero qué pasa?– gritó y el tono alterado de su voz tuvo como consecuencia que Baby LaVon irrumpiese en un nuevo acceso de llanto mientras ella misma empezaba a sorber – . ¿Te has vuelto loco? ¡Mandarán a los soldados detrás de nosotros, Charlie! ¡Soldados! – Esta noche no podrán – respondió él, y fue tal la seguridad que había en su voz que resultó horrible –. Mira, cariño, si no meneamos el trasero jamás estaremos fuera de la base. Ni siquiera sé cómo diablos he salido de la torre. Algo funciona mal en alguna parte, supongo. ¿Por qué no? Todo marcha mal. Y profirió una profunda y lunática carcajada que la asustó más de lo que ya estaba. – ¿Está vestida la niña? Estupendo. Pon algunas ropas suyas en esa otra maleta. Emplea la bolsa del armario para el resto. Luego, saldremos pitando. Creo que la cosa irá bien. El viento sopla de Este a Oeste. Gracias sean dadas a Dios. Tosió de nuevo encima de la mano. – ¡Papi!– gritó Baby LaVon alzando los brazos –. ¡Quiero a mi papi! ¡Vamos a hacer el caballito, papi! ¡El caballito! ¡Vamos! – Ahora no – replicó Charlie, y desapareció en la cocina. Al cabo de un momento, Sally oyó el crujido de la loza. Estaba sacando el dinero suelto que ella tenía en el plato sopero azul del estante de arriba. Unos treinta o cuarenta dólares que había podido ahorrar: un dólar, o cincuenta centavos, de cada vez. El dinero para la casa, Así, pues, aquello era real. Fuese lo que fuese, era algo real. . . Baby LaVon, a quien su papá no quería llevar a caballito, cuando rara vez le negaba nada, empezó a sollozar de nuevo. Sally se esforzó por ponerle su ligera chaqueta y, luego metió atropelladamente dentro de la bolsa la mayor parte de sus prendas. La idea de introducir una cosa más en la otra maleta resultaba ridícula. Estallaría. Tuvo que arrodillarse para ajustar los cierres. Dio las gracias a Dios porque Baby LaVon ya se hubiese acostumbrado a hacerlo y no tener que preocuparse de los pañales. Charlie regresó al dormitorio, ahora ya a la carrera. Aún se estaba metiendo en el bolsillo delantero de su mono las monedas de dólar y de cincuenta centavos. Sally cogió en brazos a Baby LaVon. La niña estaba ya por completo despierta y podía andar sola. Pero Sally prefería tenerla en brazos. Se inclinó y agarró la bolsa. – ¿Dónde vamos, papi? – preguntó Baby LaVon –. Estaba durmiendo. Página 12 de 350 Stephen King Apocalipsis (parte 1) – La nena podrá dormir en el coche – replicó Charlie, mientras cogía las dos maletas. El reborde de la braguitas de Sally ondeó. Los ojos de él aún tenían aquella mirada blanca y fija. Una idea, una creciente certidumbre, comenzó a alzarse en la mente de Sally. – ¿Ha ocurrido un accidente?– susurró –. ¡Oh, Jesús, María y José…! Ha sido eso, ¿no es verdad? Un accidente. Ahí afuera… – Estaba haciendo un solitario – explicó –. Alcé la mirada y vi que el indicador había pasado de verde a rojo. Luego, encendí el monitor. Sally, todo estaba... Hizo una pausa, miró los grandes ojos de Baby LaVon. Aunque llenos aún de lágrimas, reflejaban la curiosidad. – Todos estaban M–U–E–R–T–O–S por allí. Todos menos uno o dos, y probablemente ahora ya la habrán espichado. – ¿Qué quiere decir muertos, papá?– preguntó Baby LaVon. – No te preocupes, cariño – intervino Sally. Su voz parecía llegar hasta ella desde un cañón muy largo. Charlie tragó saliva. Algo se le atragantó en la garganta. – Se supone que todo se cierra si el indicador se pone rojo. Hay un ordenador que controlaba la totalidad del lugar y que en, teoría, no falla nunca. Vi en el monitor lo que pasaba y salté hacia la puerta. Pensé que aquella maldita cosa me iba a cortar por la mitad. Debería haberse cerrado en el mismo momento en que el indicador se puso en rojo. Y ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba ya en rojo. Me percaté de ello al alzar la mirada. Pero estaba ya casi en el espacio del aparcamiento cuando escuché el ruido de algo que se cerraba detrás de mí. Si hubiera levantado la vista treinta segundos después, ahora me encontraría encerrado en la sala de control de aquella torre, como un bicho en una botella. – ¿Y qué es? ¿Qué...? – No lo sé. No quiero saberlo. Todo lo que sé es que los ma... que los M–A–T–O con rapidez. Si me quieren, tendrán que atrapar me. Me pagaban un plus de peligrosidad, pero no me daban lo suficiente como para quedarme por aquí. El viento sopla hacia el Oeste. Conduciremos hacia el Este. Vamos, vamos ya... A pesar de que se sentía medio dormida y como atrapada en una especie de espantoso sueño, Sally siguió a su marido hacia la entrada de coches donde se encontraba su «Chevy», que ya tenía quince años, y que me se oxidaba lentamente en la fragante oscuridad del desierto de aquella noche de California. Charlie metió las maletas en el portaequipajes y colocó la bolsa en el asiento trasero. Sally se demoró un poco delante de la puerta del pasajero con la niñita en brazos, mirando hacia el bungalow en el que habían pasado los últimos años. Pensó que, cuando se trasladaron Página 13 de 350 Stephen King Apocalipsis (parte 1) allí, Baby LaVon estaba aún creciendo dentro de su cuerpo, con todos aquellos paseos a caballo aún por delante de ella. – ¡Vamos!– apremió –. ¡Entra, mujer! Ella lo hizo. Él puso marcha atrás el «Chevy», con sus faros momentáneamente iluminando más allá de la casa. Su reflejo en las ventanas fue semejante a los ojos de una bestia acosada. Estaba inclinado, tenso, encima del volante, con el rostro bosquejado por el pequeño resplandor del tablero de los instrumentos. – Si están cerradas las puertas de la base, trataré de pasar aplastándolas. Y lo decía de veras. Ella estaba segura de eso. De repente se le aflojaron las rodillas. Pero no hubo necesidad de una medida tan desesperada. Las puertas de la base seguían abiertas. Un vigilante hojeaba una revista. Ella no pudo ver al otro. Tal vez se encontrase en la parte delantera. Ésta era la parte exterior de la base, un depósito convencional de vehículos del Ejército. Lo que sucediera en el interior de la base no interesaba a aquellos tipos. Alcé la vista y vi que el indicador se había puesto en rojo. Ella se estremeció y colocó la mano sobre la pierna de su marido. Baby LaVon dormía de nuevo. Charlie le acarició un momento la cabeza y dijo: – Todo irá bien, cariño. Al amanecer, corrían ya hacia el este a través de Nevada. Charlie tosía cada vez con más fuerza. Página 14 de 350 Stephen King Apocalipsis (parte 1) LIBRO PRIMERO EL CAPITÁN TROTAMUNDOS 16 DE JUNIO A 4 DE JULIO DE 1990 Llamé al médico por teléfono y le dije: doctor, doctor, por favor siento que me bamboleo y me tambaleo, explíqueme qué puede ser. ¿Acaso una nueva enfermedad? THE SILVERS Nena, ¿entiendes a tu hombre? Es un hombre virtuoso. Nena, ¿entiendes a tu hombre? LARRY UNDERWOOD Página 15 de 350 Stephen King Apocalipsis (parte 1) 1 La gasolinera «Texaco» de Hapscomb se levantaba sobre la Carretera 93, junto al norte de Arnette, un pueblo insignificante de cuatro calles situado a unos ciento sesenta kilómetros de Houston. Esa noche, los parroquianos de siempre estaban allí, sentados junto a la caja registradora, bebiendo cerveza, entregados a su charla insustancial y mirando cómo los insectos se arrojaban volando contra el gran cartel luminoso. Era la gasolinera de Bill Hapscomb, de modo que los otros lo trataban con respeto, a pesar de que se trataba de un perfecto idiota. Si se hubieran reunido en la tienda de cualquiera de ellos, habrían exigido el mismo respeto para el propietario. Claro que ninguno de ellos tenía una tienda. Arnette pasaba por una mala situación. En 1970, el pueblo contaba con dos industrias: una fábrica de artículos de papel (sobre todo para picnics y asados) y una fábrica de calculadoras electrónicas. Ahora, la primera había cerrado y la segunda agonizaba. En Taiwán la producción era mucho más económica, al igual que la de televisores portátiles y pequeñas radios de transistores. Norman Bruett y Tommy Wannamaker, que había trabajado en la fábrica de papel, dependían de la caridad pública, porque caducó hacía mucho su seguro de desempleo. Henry Carmichael y Stu Redman trabajaban en la fábrica de calculadoras; pero casi nunca más de treinta horas semanales. Victor Palfrey estaba ya jubilado, y fumaba siempre unos malolientes pitillos que liaba él mismo, los únicos que podía pagarse. – ¿Sabéis lo que digo?– sentenció Hap, apoyando las manos sobre las rodillas e inclinándose hacia delante –. Que hay que hacerle un corte de manga a esta mierda de deuda nacional. Tenemos imprentas y tenemos papel. Bien, pues imprimamos cincuenta millones de billetes de mil dólares e inundemos el mercado. Palfrey, que había sido mecánico hasta 1974, era el único que tenía la dignidad necesaria para oponerse a los grandes disparates de Hap. Mientras enrollaba otro de sus cigarrillos pestilentes, manifestó: – Eso no serviría para nada. Si lo hiciéramos, terminaríamos como Richmond en los dos últimos años de la Guerra de Secesión. En aquella época, si querías un trozo de pan de jengibre, le dabas un dólar confederado al panadero, él lo colocaba sobre la hogaza, y cortaba una rebanada de ese mismo tamaño. El dinero no es más que papel, ¿sabes? – Conozco a algunos tipos que no estarían de acuerdo contigo – respondió Hap en tono amargo –. Me refiero a mis acreedores. Y han empezado a ponerse nerviosos. Stu Redman, que era quizás el hombre más lacónico de Arnette, estaba sentado en una de las resquebrajadas sillas de plástico, con una lata de «Pabst» en la mano, mirando la 93 por el gran ventanal de la gasolinera. Stu sabía lo que era la pobreza. Se había criado en medio de ella, en ese mismo pueblo. Su padre, dentista, había muerto cuando Stu tenía siete años, dejando una viuda y otros dos hijos, además de Stu. La madre consiguió trabajo en la estación de autocares «Redball», en las afueras de Arnette. Stu podría haberla visto desde donde se hallaba ahora sentado, de no haber ardido en 1979. Su sueldo alcanzó para alimentar cuatro bocas, y para nada más. A los nueve

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