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Bodas De Odio


Enviado por   •  9 de Noviembre de 2014  •  1.119 Palabras (5 Páginas)  •  226 Visitas

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Capítulo I

“¡Amor! Palabra escandalosa en

una joven, el amor se perseguía, el amor

era mirado como una depravación...”

Mariquita Sánchez de Thompson

La noche del 9 de julio de 1847, Buenos Aires.

Fiona Malone suspiró y se aletargó en el sillón.

Desde allí observaba la sala principal de la mansión,

atestada de gente.

Se había hecho una pausa en el baile. Los hombres,

reunidos en pequeños grupos, conversaban de política.

Las jovencitas, excitadas, consultaban sus libretas y anotaban

los nombres de los caballeros que las habían pedido

para ésta o aquella pieza. En un rincón, la orquesta

templaba los instrumentos, mientras su director, el

maestro Favero, recibía instrucciones de la anfitriona,

misia Mercedes Sáenz. Las mulatas iban y venían con

mates en las manos, bandejas con manjares y botellas de

vino. Todo parecía a pedir de boca, los invitados lucían

complacidos y la dueña de casa resplandecía por el éxito

de su tertulia en el Día de la Independencia.

9

Fiona volvió a suspirar, pensando en su cama, calentita

y cómoda, en un buen libro, o en el vaso de leche

tibia que le preparaba Maria, su criada, cada noche.

Sin embargo, ahí estaba, tiesa, encorsetada hasta

el pecho, los pies helados, y con muchos deseos de

volver a su casa. Se sentía cansada; nada parecía atraerla,

siempre lo mismo. Odiaba las fiestas; en realidad,

para ella no representaban más que una feria de lujo,

en donde el ganado se reemplazaba con mujeres desesperadas

por encontrar esposo. Porque una solterona,

antes al convento.

Se preguntó, entonces, por qué permanecía en

esa tertulia, en una fría noche de invierno, entre personas

tediosas y afectadas, y recordó el diálogo con su

abuela Bridgit esa tarde.

—Tienes que ir, Fiona —le había ordenado.

—Si te niegas a todas las tertulias a las que te invitan

nunca conseguirás un buen partido para casarte

—vaticinó su tía Ana, y le colocó una peineta en la cabeza

que ella, a su vez, quitó rápidamente.

—¿Qué haces, jovencita? ¿No te das cuenta del

trabajo que da colocarla en un cabello tan lacio como

el tuyo? —le recriminó la tía.

—No iré con peineta. Están fuera de moda. Además,

no quiero conseguir un buen partido para casarme,

quiero enamorarme.

La muchacha, desafiante, observó alternadamente

a su tía y a su abuela.

—Good heavens! Esas zonceras románticas que se

te han metido en la cabeza, Fiona, son ridículas; terminarán

por volverme loca.

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La anciana se dejó caer en un sillón. Las ideas

irreverentes de su nieta lograban sacarla de quicio.

—¿Por qué son ridículas, Grannie? ¿Acaso tú no

te casaste enamorada de Grandpa?

—¡Niña! ¿Qué preguntas haces? —se escandalizó

su tía.

—Grannie? —instó Fiona.

—Bueno, no. Pero con los años llegué a quererlo.

—Pues él dice que te amó profundamente desde

el primer día en que te vio.

Bridgit observó a su nieta y trató de descubrir en

sus enormes ojos azules el misterio que la envolvía. En

verdad, era una niña inmanejable. Sólo Fiona podía

arrancarle semejante confesión al viejo Sean Malone.

Hacía cincuenta años que estaban casados, tenían cinco

hijos, y a ella jamás se la había hecho.

—¡Por fin! —dijo Fiona para sí, al divisar a su

mejor amiga, Camila O’Gorman.

Camila entró en el salón de misia Mercedes y

buscó a Fiona con la mirada. Al encontrarla sola en un

rincón, se dirigió hacia ella.

—¡Por fin llegas, Camila! Torrecilla me ha fastidiado

toda la noche preguntándome por ti.

—Justo hoy que no tengo deseos ni de mirarle la

cara.

Camila tomó asiento junto a su amiga. Se conocían

desde pequeñas y se querían como hermanas. Eran

cómplices en sus travesuras, y cada una sabía los secretos

de la otra. A veces discutían, porque no siempre estaban

de acuerdo, aunque los enojos duraban poco. Al

rato se amigaban

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