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Boletin Y Elegia De Las Mitas Poema De Cesar Davila Andrade


Enviado por   •  22 de Septiembre de 2013  •  1.821 Palabras (8 Páginas)  •  1.550 Visitas

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BOLETIN Y ELEGIA DE LAS MITAS

Yo soy Juan Atampam, Blas Llaguarcos, Bernabé Ladña

Andrés Chabla, Isidro Guamancela, Pablo Pumacuri,

Marcos Lema, Gaspar Tomayco, Sebastián Caxicondor.

Nací y agonicé en Chorlaví, Chamanal, Tanlagua,

Nieblí. Sí, mucho agonicé en Chisingue,

Naxiche, Guambayna, Paolo, Cotopilaló.

Sudor de Sangre tuve en Caxaji, Quinchiraná,

en Cicalpa, Licto y Conrogal.

Padecí todo el Cristo de mi raza en Tixán, en Saucay,

en Molleturo, en Cojitambo, en Tavavela y Zhoray.

Añadí así más blancura y dolor a la Cruz que trujeron mis verdugos.

A mí, tam. A José Vancancela, tam.

A Lucas Chaca, tam. A Roque Caxicondor, tam.

En Plaza de Pomasqui y en rueda de otros naturales,

nos trasquilaron hasta el frío la cabeza.

Oh, Pachacámac, Señor Universo,

nunca sentimos más helada tu sonrisa,

y al páramo subimos desnudos de cabeza,

a coronarnos, llorando, con tu Sol.

A Melchor Pumaluisa, hijo de Guápulo,

en medio patio de hacienda, con cuchillo de abrir chanchos

cortáronle testes.

Y, pateándole, a caminar delante,

de nuestros ojos llenos de lágrimas.

Echaba, a golpes, chorro en ristre de sangre.

Cayó de bruces en la flor de su cuerpo.

Oh, Pachacámac, Señor del Infinito,

Tú, que manchas el Sol entre los muertos ...

Y vuestro Teniente y justicia Mayor,

José de Uribe: "Te ordeno". Y yo,

con los otros indios, llevábamosle a todo pedir,

de casa en casa, para sus paseos, en hamaca.

Mientras mujeres nuestras, con hijas, mitayas,

a barrer, a carmenar, a tejer, a escardar,

a hilar, a lamer platos de barro -nuestra hechura-.

Y a yacer con Viracochas

nuestras flores de dos muslos,

para traer el mestizo y verdugo venidero.

Sin paga, sin maíz, sin runa-mora,

ya sin hambre, de puro no comer;

sólo calavera, llorando granizo viejo por mejillas,

llegué trayendo frutos de la yunga

a cuatro semanas de ayuno.

Recibiéronme: Mi hija partida en dos por Alférez Quintanilla.

Mujer, de conviviente de él. Dos hijos muertos a látigo.

Oh, Pachacámac, y yo, a la Vida.

Así morí.

Y de tanto dolor, a siete cielos,

por setenta soles, oh, Pachacámac,

mujer pariendo mi hijo, le torcí los brazos.

Ella, dulce ya de tanto aborto, dijo:

"Quiebra maqui de guagua; no quiero

que sirva de mitayo a "Viracochas".

Quebré.

Y entre Curas, tam, unos pareciendo diablos, buitres había

Iguales. Peores que los otros de dos piernas.

Otros decían: "Hijo, Amor, Cristo".

A tejer dentro de Iglesia, aceite para lámpara,

cera de monumentos, huevos de ceniza,

doctrina y ciegos doctrineros.

Vihuela, india para la cocina, hija para la casa.

Así dijeron. Obedecí.

Y después: Sebastián, Manuel, Roque, Salva,

Miguel, Antonio, Mitayos, a hierba, leña, carbón,

paja, peces, piedras, maíz, mujeres, hijas. Todo servicio.

A runa-llama tam, que en tres meses

comiste dos mil corazones de ellas.

A mujer que tan comiste

cerca de oreja de marido y de hijo,

noche a noche.

Brazos llevaron al mal.

Ojos al llanto.

Hombres al soplo de sus foetes.

Mejillas a lo duro de sus botas.

Corazón que estrujaron, pisando ante mitayo,

cuerpos de mamas, mujeres, hijas.

Sólo nosotros hemos sufrido

el mundo horrible de sus corazones.

En obraje de telas, sargas, capisayos, ponchos,

yo, el desnudo, hundido en calabozos, trabajé

año cuarenta días,

con apenas puñado de maíz para el pulso

que era más delgado que el hilo que tejía.

Encerrado desde aurora hasta el otro claror,

sin comer tejí, tejí.

Hice la tela con que vestían cuerpos los Señores

que dieron soledad de blancura a mi esqueleto,

y

...

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