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Creación y pecado, Cardenal Joseph Ratzinger

carolina891212Reseña4 de Octubre de 2012

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CREACIÓN Y PECADO

CARDENAL JOSEPH RATZINGER

Presentación 1

I. DIOS CREADOR 4

1. La diferencia entre forma y fondo en el relato de la Creación 5

2. La unidad de la Biblia como criterio de interpretación 6

3. El criterio cristológico 8

II SIGNIFICADO DE LOS RELATOS BÍBLICOS DE LA CREACIÓN 10

1. La racionalidad de la creencia en la Creación 11

2. Significado permanente de los elementos simbólicos del texto 12

a) Creación y culto 12

b) La estructura sabática de la Creación 13

c) ¿Explotación de la tierra? 14

III. LA CREACIÓN DEL HOMBRE 16

1. El hombre, formado de la tierra 17

2. Imagen de Dios 17

3. Creación y Evolución 19

IV. PECADO Y SALVACIÓN 22

1. Sobre el tema del pecado 22

2. Limitaciones y libertad del hombre 24

3. El pecado original 26

4. La respuesta del Nuevo Testamento 27

Presentación

En el breve Prólogo con el que comienza este libro, el propio Cardenal Ratzinger ha dejado constancia escrita de las inquietudes teológicas y pastorales que le ocupaban cuando concibió su contenido en 1981 y cuando, años después, en 1985, lo dio a la imprenta.

El Pastor que pronunciaba en 1981 estos Sermones de Cuaresma en la Catedral de Munich, diócesis de la que era Arzobispo desde 1977, era al mismo tiempo un importante y conocido teólogo, antiguo profesor de Dogmática en las Facultades teológicas de Bonn (1959 1963), Münster (1963 1966), Tubinga (1966 1969) y Ratisbona (1969 1977). Bajo ambos puntos de vista como Pastor de la Iglesia, sanamente preocupado por la vida espiritual de sus fieles, y como experto teólogo, que advierte con facilidad dónde están las necesidades y los problemas se propuso el Cardenal Ratzinger desarrollar aquel año una catequesis de adultos, que contribuyese a reavivar en los creyentes los contenidos y el sentido de la doctrina cristiana sobre la Creación.

¿Qué motivos le movieron a ocuparse precisamente de esa materia? Sin duda, los mismos que más tarde, siendo ya Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, le impulsaron a enviar el texto retocado de aquellas catequesis a la imprenta, para convertirlas en el presente libro. Están expresados con claridad en el Prólogo, al hacer notar, en un tono de serena gravedad, la «casi total desaparición del mensaje sobre la Creación en la catequesis, la predicación y la teología». En un tiempo como el nuestro, en el que la cuestión ecológica ha alcanzado un altísimo grado de interés social y se cuidan con particular sensibilidad las relaciones del hombre con su entorno natural, ha dejado «paradójicamente» de oírse en la sociedad dicho mensaje cristiano. En una época como la actual, en la que como señalaba el Cardenal Ratzinger en un discurso pronunciado en mayo de 1989 ante los Obispos responsables de las Comisiones doctrinales de las diferentes Conferencias Episcopales de Europa «experimentamos el rebelarse de la creación contra las manipulaciones del hombre y se plantea, como problema central de nuestra responsabilidad ética, la cuestión de los límites y normas de nuestra intervención sobre la creación, es altamente sorprendente que la doctrina de la creación como contenido de fe haya sido en parte abandonada y sustituida por vagas consideraciones de filosofía existencial».

El mundo creado no es conocido por muchos en su más profunda verdad de ser un don amoroso hecho al hombre por Dios Creador, en el que se contiene una enseñanza sobre el Amor y la Sabiduría creadora y, por tanto un profundo mensaje moral dirigido a la conciencia del hombre , y la humanidad sufre a través de esa ignorancia o de ese olvido, una honda desorientación respecto del sentido de las cosas y de la propia existencia del hombre. De ahí «la urgente gravedad del problema de la Creación en la predicación actual», o bien, en frase mucho más fuerte y explícita, la necesidad de que «el mensaje sobre Dios Creador vuelva a encontrar en nuestra predicación el rango que le es debido». Es urgente, en definitiva, anunciar a los hombres contemporáneos la verdad de la Creación y, para alcanzar ese fin, reavivar ante todo en la conciencia de los cristianos la enseñanza revelada.

En el discurso de 1989 antes citado, en el que pasaba revista a los problemas que la fe encuentra hoy en Europa, retomaba el Cardenal Ratzinger el hilo de las ideas contenidas en este libro y formulaba con nitidez su pensamiento. Sus palabras, que recogemos en parte a continuación, no sólo ayudan a entender la importancia del anuncio cristiano de la Creación, sino que también, indirectamente, dan a las páginas de este libro en las que se expone esa verdad con sencillez y profundidad una viva utilidad teológica y pastoral.

«Es cierto que considerar a la naturaleza como instancia moral sigue estando mal visto. Una reacción marcada por un temor irracional ante la técnica continúa conviviendo con la incapacidad para reconocer un mensaje espiritual en el mundo corpóreo. La naturaleza sigue siendo vista como una realidad en sí irracional, que por otra parte muestra estructuras matemáticas que se pueden evaluar técnicamente. Que la naturaleza posea una racionalidad matemática ha llegado a ser algo, por así decir, tangible; pero que en ella se anuncie también una racionalidad moral es rechazado como una fantasía metafísica. El declinar de la metafísica se ha visto acompañado por el declinar de la doctrina de la creación. En su lugar se ha situado una filosofía de la evolución (que quiero expresamente distinguir de la hipótesis científica de la evolución), que pretende extraer de la naturaleza reglas para hacer posible, mediante una orientación adecuada del ulterior desarrollo, la optimización de la vida. La naturaleza, que de este modo debería convertirse en maestra, es sin embargo considerada como una naturaleza ciega que inconscientemente combina, de manera casual, lo que el hombre debe imitar conscientemente. La relación del hombre con la naturaleza (que ya no es vista como creación) es de manipulación, y no llega a ser de escucha. Es una relación de dominio, basada en la presunción de que el cálculo racional pueda llegar a ser tan inteligente como la «evolución», y conseguir así que el mundo progrese de un modo mejor a todo cuanto ha sido hasta ahora el camino de la evolución sin la intervención del hombre.

»La conciencia, de la que ahora se habla, es por esencia muda, así como la naturaleza es ciega: sólo calcula qué intervenciones ofrecen mayores posibilidades de mejora. Si eso puede (y según la lógica del punto de partida debería) realizarse de modo colectivo, hay entonces necesidad de un partido que, como instrumento de la historia, tome de la mano la evolución del individuo. Pero eso puede también suceder individualmente; entonces la conciencia toma la expresión de una autonomía del sujeto, que en la gran estructura cósmica sólo puede parecer una absurda presunción.

»Que ninguna de estas soluciones sea de gran ayuda es, en verdad, evidente, y aquí radica la profunda desesperación de la humanidad de hoy, que se esconde detrás de la fachada de un optimismo oficial. Y permanece al tiempo una silenciosa convicción de la necesidad de una alternativa que nos pueda conducir fuera de los caminos sin salida de nuestra plausibilidad. Y quizás se dé también, más de lo que pensamos, una silenciosa esperanza de que un cristianismo renovado pudiera ser dicha alternativa. Pero sólo puede ser elaborada si la doctrina de la creación es nuevamente desarrollada. Esto debería ser, en consecuencia, considerado como uno de los compromisos más urgentes de la teología actual.

»Debemos hacer nuevamente visible qué significa que el mundo ha sido creado con sabiduría y que el acto creador de Dios es algo fundamentalmente distinto de la provocación de una «explosión primordial». Sólo entonces conciencia y norma podrán retornar de nuevo a una relación recíproca correcta. Entonces se hará visible, en efecto, que conciencia no es un cálculo individualista (o colectivista) sino una con ciencia con la creación y, a través de ella, con Dios, el Creador. Se hará entonces nuevamente reconocible que la grandeza del hombre no consiste en la miserable autonomía de un enano que se proclama único soberano, sino en el hecho de que su ser deja traslucir la más alta sabiduría, la verdad misma. Se hará entonces manifiesto que el hombre es tanto más grande cuanto más crece en él la capacidad de ponerse a la escucha del profundo mensaje de la creación, del mensaje del Creador. Y entonces aparecerá claramente que la consonancia con la creación, cuya sabiduría se convertirá para nosotros en norma, no significa limitación de nuestra libertad, sino que es expresión de nuestra razonabilidad y de nuestra dignidad. También le es entonces reconocido al cuerpo el honor que le compete: ya no es «usado» como una cosa, sino que es el templo de la auténtica dignidad del hombre, porque es construcción de Dios en el mundo. Y entonces se hace manifiesta la igual dignidad de varón y mujer, justamente en el hecho de ser distintos. Comenzará entonces a comprenderse de nuevo que su corporeidad tiene raíces que alcanzan las profundidades metafísicas y que da fundamento a una simbólica metafísica cuya negación u olvido no enaltece al hombre sino que lo destruye».

Prólogo

La amenaza que sufre la vida por obra del hombre, asunto éste del que se habla hoy en todas partes, ha dado una mayor prioridad al tema de la Creación. Pero, al mismo tiempo, paradójicamente, se puede observar una casi total desaparición del mensaje de la Creación en la catequesis, en la predicación

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