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DE LAS LEYES DEL ESPIRITU


Enviado por   •  24 de Noviembre de 2012  •  29.514 Palabras (119 Páginas)  •  446 Visitas

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LIBRO TERCERO

DE LOS PRINCIPIOS DE LOS TRES GOBIERNOS

CAPITULO I

DIFERENCIA ENTRE LA NATURALEZA DEL GOBIERNO Y LA DE SU PRINCIPIO

Cono lo dice el capitulo, hay esta diferencia entre la naturaleza del gobierno y su principio: que su naturaleza es lo que le hace ser y su principio lo que le hace obrar. La primera es su estructura particular; el segundo las pasiones humanas que mueven a las personas a actuar de cierta manera.

Aun que, las leyes no han de ser menos relativas al principio de cada gobierno que a su naturaleza. Lo más importante es buscar cuál es ese principio de cada persona, el cuál dependiendo la educación valores, etcétera serán con el fin de hacer el bien o el mal.

CAPITULO II

DE LOS PRINCIPIOS DE LOS DIVERSOS GOBIERNOS

La naturaleza del gobierno republicano es, que el pueblo entero, o solo ciertas familias, tengan el poder absoluto; y que la del gobierno monárquico es, que el príncipe tenga el supremo poder. La naturaleza del gobierno despótico es que uno solo gobierne, según su voluntad y sus caprichos. EN esta parte del libro solo se presenta una breve introducción muy general de tales principios pues, a continuación se describe más detallada mente como funciona cada uno de ellos.

CAPITULO III

DEL PRINCIPIO DE LA DEMOCRACIA

En un Estado popular se necesita la virtud, de esta manera el autor del libro, se refiere al amor por la patria, al sentirse orgullosos de formar parte de ella y luchar por que esta sea mejor cada día.

Cuando en una monarquía el monarca, si por negligencia o mal consejo descuida la obligación de hacer cumplir las leyes, puede fácilmente remediar el daño: no tiene más que cambiar de consejero o enmendarse de su negligencia. Pero cuando en un gobierno popular se dejan las leyes incumplidas, como ese incumplimiento no puede venir más que de la corrupción de la República, puede darse el Estado por perdido.

Cuando la virtud desaparece, la ambición entra en los corazones que pueden recibirla y la avaricia en todos los ciudadanos, en busca de beneficios personales. Los deseos cambian de objeto, como lo menciona el autor: se deja de amar lo que se amó, no se apetece lo que se apetecía; se había sido libre con las leyes y se quiere serlo contra ellas; cada ciudadano es como un esclavo prófugo; cambia hasta el sentido y el valor de las palabras; a lo que era respeto se le llama miedo, avaricia a la frugalidad, como se decía en capitulo I, su naturaleza queda intacta pero su principio, su finalidad es diferente. En otros tiempos, las riquezas de los particulares formaban el tesoro público; en la actualidad vemos que el tesoro público es patrimonio de !os particulares.

CAPITULO IV

DEL PRINCIPIO DE LA ARISTOCRACIA

Como en el gobierno popular es la virtud es muy necesaria en el aristocrático, ya que también forma parte de un gobierno republicano; aunque en éste no es requerida con igual importancia. El pueblo, que es respecto a los nobles lo que son los súbditos con relación al monarca, está contenido por las leyes; por lo tanto necesita menos virtud que en una democracia.

El gobierno aristocrático en sí mismo cierta fuerza que la democracia no tiene, pues los dueños del poder son un grupo mayor que en ésta. Los nobles, forman un cuerpo que, por sus prerrogativas y por su interés particular, reprime al pueblo; basta que haya leyes para que, a este respecto, sean ejecutadas, de tal manera que ellos mismos las crean, y al ser una minoría la gente realmente necesitada no forma un gran obstáculo para la clase noble.

La templanza, pues, es el alma de esta forma de gobierno. Entiendo por templanza, la moderación fundada en la virtud, pues se requiere que tales minorías la tengan para que esta forma de gobierno funcione de manera adecuada.

CAPITULO V

LA VIRTUD NO ES EL PRINCIPIO DEL GOBIERNO MONÁRQUICO

En las monarquías, la política hace ejecutar las grandes cosas con la menor suma de virtud que puede.

El Estado subsiste independientemente del amor a la patria, del deseo de verdadera gloria, de la abnegación, del sacrificio de los propios intereses, de todas las virtudes heroicas de los antiguos, de las que solamente hemos oído hablar sin haberlas visto casi nunca.

Las leyes sustituyen a esas virtudes, de las que no se siente la necesidad; una acción que se realiza sin ruido suele ser su consecuencia, una acción con afán de ayudar, de progresar, de trascender.

La ambición en la ociosidad, la bajeza en el orgullo, el deseo de enriquecerse sin trabajo, la aversión a la verdad, la adulación, la traición, la perfidia, el abandono de todos los compromisos, el olvido de la palabra dada, el menosprecio de los deberes cívicos, el temor a la virtud del príncipe, la esperanza en sus debilidades y, sobre todo, la burla perpetua de la virtud y el empeño puesto en ridiculizarla, forman parte de todo lo opuesto en esta forma de gobierno. De tal manera que el verdadero principio solo es el honor.

CAPITULO VI

COMO SE SUPLE LA VITRTUD EN EL GOBIERNO MONÁRQUICO

Parece como si satirizara al gobierno monárquico, en las monarquías bien ordenadas, todos parecen buenos ciudadanos cumplidores de la ley; pero un hombre de bien es más difícil de encontrar, pues para ser hombre de bien es preciso tener intención de serlo, amar al Estado por él mismo y no en interés propi, así mismo aceptar el compromiso hacia los demás haciéndose de una manera reciproca.

CAPITULO VII

DEL PRINCIPIO DE LA MONARQUÍA

El gobierno monárquico tiene categorías y hasta una clase noble por su nacimiento. En la naturaleza de este gobierno entra el pedir honores, es decir, distinciones, preferencias y prerrogativas; por eso el honor es un apoyo del régimen.

El honor mueve todas las partes del cuerpo político separadamente, y las atrae, las liga por su misma acción. Cada cual concurre al interés común creyendo servir al bien particular.

CAPITULO VIII

EL HONOR NO ES EL PRINCIPIO DE LOS ESTADOS DESPÓTICOS

No es el honor el principio de los Estados despóticos, el honor tiene sus leyes y sus reglas, y no puede someterse ni doblegarse; como no depende de nadie

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