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Diario íntimo de María Iribarne


Enviado por   •  26 de Julio de 2017  •  Tareas  •  1.861 Palabras (8 Páginas)  •  589 Visitas

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Diario íntimo de María Iribarne

Aquella noche al volver de la muestra de arte del pintor Juan Pablo Castel me quedé pensando un largo rato en algo que me había atrapado completamente. Por lo que pude observar nadie le prestó atención, pero estaba allí. En una de sus pinturas llamada Maternidad, en  la parte superior izquierda, había una pequeña ventana donde se veía una mujer sentada en la playa mirando el mar. En cierto punto me sentí identificada y creo que pude comprender lo que Castel quiso transmitir en esa pintura. Se trataba de una mujer a la cual le faltaba algo, estaba sentada allí para meditar sobre su vida y saber qué rumbo tomar, se sentía perdida y sola aunque haya tenido todo lo que siempre había deseado.

Al cabo de unos días y aunque lo haya intentado mucho no pude quitarme de la cabeza todo lo sucedido; el cuadro, la ventanita, la mujer y hasta incluso a el señor Castel. Me fue imposible pensar en otra cosa más que volverlo a ver, no importa dónde ni cuándo pero sentí que a través de esa pintura pude encontrar una cierta conexión, algo que nunca había sentido en mi vida y por un instante ese vacío que había tenido por tanto tiempo se había llenado. No estoy diciendo que ya no quiera a mi marido pero no es lo mismo debido a que luego de tener que lidiar con su ceguera mis sentimientos de amor y cariño hacia él fueron desapareciendo poco a poco con el correr de los años.

Nunca fuimos muy unidos, de hecho, lo considero como un hermano mayor, sabio, pero a la vez débil y vulnerable. No creo que pudiera soportar que le diga que ya no siento lo mismo que antes, quedaría completamente devastado y yo no podría soportarlo.

Por eso comencé a frecuentar la estancia de mi familia, “Los Ombúes”, donde pude tomarme un tiempo para pensar y meditar. Sinceramente creo que al llegar allí me convierto en otra persona ya que observo las cosas desde otra perspectiva al estar en el campo alejada de la muchedumbre que me rodea todos los días con sus prejuicios y rutinas diarias en donde lo único que hacen es vivir una realidad aburrida, deprimente y carente de sentido.

Luego de largos meses de fantasear con volverlo a ver, lo hallé. El tan ansiado encuentro se produjo en el ascensor del lujoso edificio  de la Compañía T. Pero, ¿Qué hacía él allí? Me parecía muy raro que un artista de su nivel se encuentre en medio de la estremecedora e inhumana ciudad de Buenos Aires con todos sus tormentosos ruidos, que no contagian ningún tipo de inspiración. Me observó con atención por unos segundos, rompió el incomodo silencio típico de un ascensor y me recordó la ventanita que me había sorprendido el día de la muestra. Quede en shock. Al no poder brindarle una respuesta inmediata huyó en ese mismo momento, arrepentido de sus palabras. Luego de analizar por unos instantes y procesar todo lo que había ocurrido en poco menos de cinco minutos logré alcanzarlo y, con todo mi valor, le confesé que yo también había estado pensando en él desde nuestro primer encuentro.  A continuación, salí corriendo sin dar explicación alguna. El sueño se había desvanecido. Al llegar a casa no pude evitar pensar en la situación en la que me había encontrado. Mi esposo notó que algo me estaba ocurriendo ya que pudo percibir un cierto quiebre en mi voz muy débil y casi imprescindible aunque lo allá tratado de disimular pero sin embargo me preguntó qué había ocurrido. Obviamente, no le comente nada y subí lo más pronto posible a la habitación. Fue una noche muy tensa, ninguno de los dos emitió palabra alguna. Simule estar dormida hasta la madrugada y me refugie en la cocina acompañada de un café hasta la salida del amanecer.

 Esa misma mañana, cerca de las once salí de casa y me dirigí hacia el subterráneo en dirección al edificio de la Compañía T. Al subir a la calle vino Castel a mi encuentro, me sostuvo fuertemente del brazo y me condujo varias cuadras seguidas. Yo me resigne a sus dudosas intenciones sin hacer mucho alboroto y solo me bastó con preguntarle hacia donde me llevaba. “A plaza San Martin, tengo mucho que hablar con usted” me dijo. Me pase todo el recorrido preguntándome: ¿Qué querría hablar conmigo? Ya allí, me obligó a sentarme junto a él en un banco y comenzó su monologo existencial. Decía que me necesitaba y que era la única persona que lo comprendía. Mientras hablaba me costaba mucho trabajo mirarlo a los ojos, no sé si por vergüenza o timidez pero tuve que dirigir mi mirada a unos árboles que había en el parque para poder distraerme un poco. A continuación, comenzó a preguntarme sobre la obra en cuestión. Poco segura de mi misma, empecé a mirarlo firmemente a los ojos para disimular que me hallaba perdida en los difíciles laberintos de sus pensamientos, costaba formular respuestas a sus constantes y complicados interrogantes, que me exigían cada vez mas replicas con mayor grado de velocidad. Con mi cerebro a punto de explotar, le pase mi número de teléfono para seguir en contacto como él me había pedido, pero le advertí que no iba a ganar nada con verme de vuelta, después de todo, hago mal a todo aquel que busca algo de mí.  

   Recuerdo la primera vez que me llamó. Ese día mi esposo había invitado a sus amigos y nos encontrábamos hablando en el salón, bah, ellos hablaban, yo solo simulaba escucharlos,  cuando la mucama me comunicó que alguien quería hablar conmigo. Al atender y escuchar la voz distintivamente nerviosa de  Juan Pablo me apresuré a encerrarme en la habitación, no quería que nadie escuchara la conversación. No sé por qué,  pero no me creyó cuando le explique que me había ido a otro lugar a hablar para no ser molestada. Creí que él, un ser tan independiente, hubiera comprendido esa situación. Después de todo no somos tan distintos: ambos estamos atrapados en un ambiente complicado del cual queremos escapar apartándonos de la sociedad, él pintando y yo refugiándome en la estancia. Los dos nos identificábamos con la mujer en la escena del cuadro. Por alguna razón sé que estamos hechos el uno para el otro, aunque nuestras acciones demuestren lo contrario. Desde el primer encuentro noté una fuerte pero extraña conexión que hasta a veces me atemoriza.  

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