El Hombre En Busca Del Sentido
dianyra10 de Septiembre de 2013
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ntroducción
Al leer en una hoja "Frankl, el hombre en busca de sentido"[1] no pudimos escapar a la pregunta ¿Qué sentido tiene la vida del hombre? ¿En qué reside la felicidad de la persona humana? ¿Qué sentido tiene mi vida, lo que hago cada día? ¿Hacia dónde se dirige? Al instante pensamos en que el sentido de la vida es la felicidad. Por eso, éste trabajo propone un recorrido por la obra del psiquiatra Víctor Frankl, prisionero en el campo de concentración de Auschwitz, durante la Segunda Guerra Mundial; relacionando esta obra con el tema de la felicidad y el fin último.
Desarrollo:
Ubicación histórica del autor y de la obra
La historia de esta obra apareció por primera vez en 1946 en Alemania con el título Ein Psychologe erlebt das Konzentrationslager (Un psicólogo en un campo de concentración)
Viktor Emil Frankl nació en Viena, Austria el 26 de Marzo de 1905. Esta ciudad era entonces capital del Imperio Austro-húngaro y un gran centro cultural e intelectual de Europa, siendo cuna de grandes músicos, intelectuales y científicos.
Su familia era de religión judía, motivo por el cual, luego será presa del holocausto. Desde muy joven descubrió su vocación de médico e ingresó a la facultad de medicina de la Universidad de Viena, allí se especializó en neurología y psiquiatría. En ese tiempo estudia el psicoanálisis de Sigmund Freud, con el que no está de acuerdo en su postura determinista ni con su visión reduccionista del hombre.
Un mérito de Frankl fue fundar una de las escuelas de psicoterapia a la que llamó Logoterapia. Dentro de sus conceptos incluye el sufrimiento como algo intrínseco a nuestra naturaleza humana y como oportunidad de desarrollo, aprendizaje y sentido.
En 1941 contrajo matrimonio a los 36 años de edad.
Durante la Segunda Guerra Mundial, en 1942, fue llevado a diversos campos de concentración nazis incluidos Auschwitz y Dachau. Es allí donde vive el horror del holocausto hasta el 27 de abril de 1945, día en que es liberado por el ejército norteamericano. De esta dramática situación vivida, escribe esta maravillosa obra en la cual retrata su experiencia como prisionero en un campo de concentración bajo la mirada de un psiquiatra. Expone que en las más aberrantes y extremas condiciones de sufrimiento y deshumanización, el hombre debe encontrar una razón para vivir, basada en su dimensión espiritual. Lo divide en tres fases: una que trata del internamiento en el campo, otra de la vida en el campo y la última de la liberación.
Esta publicación que originalmente se llamó Un psicólogo en un campo de concentración es la que conocemos ahora como El hombre en busca de sentido, la misma que ha sido publicada en 18 idiomas.
Estructura interna de El hombre en busca de sentido
En la Primera fase, el psiquiatra expone que el síntoma característico de las personas que ingresaban al campo de concentración (o lager) era un shock muy intenso y que solía presentarse antes de entrar al mismo.
"La psiquiatría conoce un estado de ánimo denominado la "ilusión del indulto" […] es un mecanismo de amortiguación interna percibida por los condenados a muerte justo antes de su ejecución"[2]. Los prisioneros sentían una leve esperanza de que aquello no seria tan cruel o de que serían liberados de inmediato, en último término de que todo terminaría con un final feliz.
"Éramos incapaces de captar la auténtica realidad de nuestra condición y se nos escapaba el significado de los acontecimientos" [3]
Luego de su llegada al campo se realiza la primera selección, "el primer veredicto sobre nuestra aniquilación o nuestra supervivencia"[4]. Allí, cerca de un noventa porciento de las mil quinientas personas que habían viajado hacia Auschwitz, hacinadas en los vagones de un tren, fueron ejecutadas en los "baños" o cámaras de gases y de allí eran conducidos a los hornos crematorios. De allí los pocos que habían sobrevivido eran llevados a la cámara de desinfección, en donde eran desnudados y afeitados, y como si ello fuera poco, desprovistos de las pocas cosas de valor que habían conseguido conservar, como el anillo de bodas o alguna medalla.
Con el paso del tiempo se desvanecían las ilusiones que tenían de salir de ese lugar. Se sentían embargados por un sentido del humor extraño y también de una cierta curiosidad. "Con ella lográbamos distanciar la mente de la realidad circundante y así se facilitaba el contemplar lo real con una cierta objetividad […] Estábamos ansiosos por descubrir lo que sucedería después de cada acontecimiento"[5]
Lo que en la vida cotidiana resultaba imprescindible, en el campo de concentración no lo era: los prisioneros no dormían el número de horas determinado para poder sobrevivir, no tenían la ropa adecuada para abrigarse del clima frío, no podían higienizarse debidamente "A veces, cuando las cañerías se helaban, pasábamos varios días sin lavarnos, ni siquiera alguna parte del cuerpo y, sin embargo, las heridas y las llagas de las manos, sucias del trabajo en la tierra, no supuraban –a menos que se congelasen-."[6], no se nutrían bien y acorde al trabajo forzado que realizaba.
En este estado de shock, a todos en algún momento les rondaba la idea del suicidio, pues aquí se perdía el temor a la muerte. "Pasados los primeros días, hasta las cámaras de gas se observaban con un horror atenuado y soportable: al fin y al cabo le ahorraban a uno la decisión y el acto de suicidarse"[7].
"La reacción de un hombre frente a su internamiento en un campo de concentración supone también un estado psíquico anormal, pero si se juzga objetivamente, en función de la situación en el lager, es una respuesta normal […] supone una reacción típica dadas las dramáticas condiciones de vida"[8].
En la Segunda fase se habla de todo lo relacionado con la vida en el campo de concentración, una vez que se ha tomado conciencia de que no se saldrá de allí, sin haber experimentado el sufrimiento hasta las fases más hondas del ser humano, pues aquí, es desprovisto y tratado como un animal, sin la dignidad propia del hombre. Es aquí donde se pone en marcha un mecanismo: el tema del sentido de la vida, pues de acuerdo a como cada prisionero conciba esto, dependerá su visión de la vida en el campo y de un futuro esperanzador y feliz, y es lo que será el motor para seguir sobreviviendo en ese mundo hostil que es el lager.
Enumeraremos aquí las características propias de la vida en el campo de concentración:
* Fase de apatía generalizada que luego terminaba en una ausencia de emociones, y actuaba como mecanismo inevitable de autodefensa. Esto se intensificada con una añoranza por su familia y luego una repugnancia frente a la fealdad que le rodeaba en el lager. Cuando los prisioneros se adaptaban a la vida del campo, sus sentimientos se debilitaban y podía contemplar cualquier escena de manera indiferente. "Apático e indiferente podía seguir mirando" "Repugnancia, piedad, indignación y horror eran emociones vedadas en la psicología del prisionero"[9].
"El prisionero enseguida construía, gracias a esa insensibilidad, un caparazón afectivo que actuaba como un íntimo escudo protector […] en esos momentos no es el dolor físico lo que más duele sino la humillación y la indignación provocadas por la injusticia, por la cruda irracionalidad de todo aquello"[10].
* El insulto que acompañaba a la crueldad física era causa de indignación incluso en los prisioneros más veteranos del lager.
* Los deseos y aspiraciones de las personas se manifestaban claramente en sus sueños "con pan, pasteles, cigarrillos y baños de agua templada"[11]. Uno de los afanes era conseguirse alimento, pues la dieta diaria se reducía a una única ración de "sopa" y un trozo pequeño de pan. Ni siquiera en los sueños aparecía el deseo sexual. Esto descalifica el psicoanálisis que postula que los deseos inhibidos deben presentarse en los mismos.
* Una característica principal era la carencia fundamental de vida sentimental porque todo lo que no sirviera para conservar la propia existencia carecía de interés. Sufríamos en el lager de una "hibernación cultural" con dos excepciones: la religión y la política. "Especialmente conmovían y enternecían las oraciones o los ritos improvisados en un rincón del barracón o en la penumbra del camión de ganado en que regresábamos al campo desde el lejano lugar de trabajo"[12].
"Las personas de mayor sensibilidad, acostumbradas a una rica vivencia intelectual sufrieron muchísimo (su constitución era endeble o enfermiza), sin embargo, el daño infligido a su ser íntimo fue mucho menor, al ser capaces de abstraerse del terrible entorno y sumergirse en un mundo de riqueza interior y de libertad de espíritu".[13]
* La experiencia del amor era una de las fuerzas o motivaciones que tenía la persona para seguir luchando por su vida: "el amor es la meta más elevada y esencial a la que puede aspirar el hombre".[14] Frankl describe cómo el recuerdo de su esposa lo hace aferrarse a la vida aún sin saber si ella vivía. "El amor trasciende la persona física del ser amado y encuentra su sentido más profundo en el ser espiritual del otro, en su yo íntimo"[15]. Vemos cómo el hombre a pesar del sufrimiento puede
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