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El Jardinero Del Convento


Enviado por   •  8 de Octubre de 2014  •  2.325 Palabras (10 Páginas)  •  562 Visitas

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El decamerón

Tercera jornada - Narración primera

[Cuento. Texto completo.]

Giovanni Boccaccio

NARRACIÓN PRIMERA

Masetto de Lamporecchio se hace el mudo y entra como hortelano en un monasterio de mujeres, que porfían en acostarse con él.

-Hermosísimas señoras, bastantes hombres y mujeres hay que son tan necios que creen demasiado confiadamente que cuando a una joven se le ponen en la cabeza las tocas blancas y sobre los hombros se le echa la cogulla negra, que deja de ser mujer y ya no siente los femeninos apetitos, como si se la hubiese convertido en piedra al hacerla monja; y si por acaso algo oyen contra esa creencia suya, tanto se enojan cuanto si se hubiera cometido un grandísimo y criminal pecado contra natura, no pensando ni teniéndose en consideración a sí mismos, a quienes la plena libertad de hacer lo que quieran no puede saciar, ni tampoco al gran poder del ocio y la soledad.

Y semejantemente hay todavía muchos que creen demasiado confiadamente que la azada y la pala y las comidas bastas y las incomodidades quitan por completo a los labradores los apetitos concupiscentes y los hacen bastísimos de inteligencia y astucia. Pero cuán engañados están cuantos así creen me complace (puesto que la reina me lo ha mandado, sin salirme de lo propuesto por ella) demostraros más claramente con una pequeña historieta.

En esta comarca nuestra hubo y todavía hay un monasterio de mujeres, muy famoso por su santidad, que no nombraré por no disminuir en nada su fama; en el cual, no hace mucho tiempo, no habiendo entonces más que ocho señoras con una abadesa, y todas jóvenes, había un buen hombrecillo hortelano de un hermosísimo jardín suyo que, no contentándose con el salario, pidiendo la cuenta al mayordomo de las monjas, a Lamporecchio, de donde era, se volvió.

Allí, entre los demás que alegremente le recibieron, había un joven labrador fuerte y robusto, y para villano hermoso en su persona, cuyo nombre era Masetto; y le preguntó dónde había estado tanto tiempo. El buen hombre, que se llamaba Nuto, se lo dijo; al cual, Masetto le preguntó a qué atendía en el monasterio. Al que Nuto repuso:

-Yo trabajaba en un jardín suyo hermoso y grande, y además de esto, iba alguna vez al bosque por leña, traía agua y hacía otros tales servicios; pero las señoras me daban tan poco salario que apenas podía pagarme los zapatos. Y además de esto, son todas jóvenes y parece que tienen el diablo en el cuerpo, que no se hace nada a su gusto; así, cuando yo trabajaba alguna vez en el huerto, una decía: «Pon esto aquí», y la otra: «Pon aquí aquello» y otra me quitaba la azada de la mano y decía: «Esto no está bien»; y me daba tanto coraje que dejaba el laboreo y me iba del huerto, así que, entre por una cosa y la otra, no quise estarme más y me he venido. Y me pidió su mayordomo, cuando me vine, que si tenía alguien a mano que entendiera en aquello, que se lo mandase, y se lo prometí, pero así le guarde Dios los riñones que ni buscaré ni le mandaré a nadie.

A Masetto, oyendo las palabras de Nuto, le vino al ánimo un deseo tan grande de estar con estas monjas que todo se derretía comprendiendo por las palabras de Nuto que podría conseguir algo de lo que deseaba. Y considerando que no lo conseguiría si decía algo a Nuto, le dijo:

-¡Ah, qué bien has hecho en venirte! ¿Qué es un hombre entre mujeres? Mejor estaría con diablos: de siete veces seis no saben lo que ellas mismas quieren.

Pero luego, terminada su conversación, empezó Masetto a pensar qué camino debía seguir para poder estar con ellas; y conociendo que sabía hacer bien los trabajos que Nuto hacía, no temió perderlo por aquello, pero temió no ser admitido porque era demasiado joven y aparente. Por lo que, dando vueltas a muchas cosas, pensó:

«El lugar es bastante alejado de aquí y nadie me conoce allí, si sé fingir que soy mudo, por cierto que me admitirán».

Y deteniéndose en aquel pensamiento, con una segur al hombro, sin decir a nadie adónde fuese, a guisa de un hombre pobre se fue al monasterio; donde, llegado, entró dentro y por ventura encontró al mayordomo en el patio, a quien, haciendo gestos como hacen los mudos, mostró que le pedía de comer por amor de Dios y que él, si lo necesitaba, le partiría la leña. El mayordomo le dio de comer de buena gana; y luego de ello le puso delante de algunos troncos que Nuto no había podido partir, los que éste, que era fortísimo, en un momento hizo pedazos. El mayordomo, que necesitaba ir al bosque, lo llevó consigo y allí le hizo cortar leña; después de lo que, poniéndole el asno delante, por señas le dio a entender que lo llevase a casa. Él lo hizo muy bien, por lo que el mayordomo, haciéndole hacer ciertos trabajos que le eran necesarios, más días quiso tenerlo; de los cuales sucedió que un día la abadesa lo vio, y preguntó al mayordomo quién era. El cual le dijo:

-Señora, es un pobre hombre mudo y sordo, que vino uno de estos días a pedir limosna, así que le he hecho un favor y le he hecho hacer bastantes cosas de que había necesidad. Si supiese labrar un huerto y quisiera quedarse, creo estaríamos bien servidos, porque él lo necesita y es fuerte y se podría hacer de él lo que se quisiera; y además de esto no tendríais que preocuparos de que gastase bromas a vuestras jóvenes.

Al que dijo la abadesa:

-Por Dios que dices verdad: entérate si sabe labrar e ingéniate en retenerlo; dale unos pares de escarpines, algún capisayo viejo, y halágalo, hazle mimos, dale bien de comer.

El mayordomo dijo que lo haría. Masetto no estaba muy lejos, pero fingiendo barrer el patio oía todas estas palabras y se decía:

«Si me metéis ahí dentro, os labraré el huerto tan bien como nunca os fue labrado.»

Ahora, habiendo el mayordomo visto que sabía óptimamente labrar y preguntándole por señas si quería quedarse aquí, y éste por señas respondiéndole que quería hacer lo que él quisiese, habiéndolo admitido, le mandó que labrase el huerto y le enseñó lo que tenía que hacer; luego se fue a otros asuntos del monasterio y lo dejó. El cual, labrando un día tras otro, las monjas empezaron a molestarle y a ponerlo en canciones, como muchas veces sucede que otros hacen a los mudos, y le decían las palabras más malvadas del

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