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El Libro De La Risa Y El Olvido, Milán Kundera

ttotumito1922 de Octubre de 2013

3.885 Palabras (16 Páginas)670 Visitas

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Resumen

Legitimidad, dominación y racionalidad, no son conceptos que algún teórico busque oportunistamente acomodar en alguna realidad específica, sino fenómenos esenciales del desarrollo social moderno, que reactualizan posiciones teóricas que, además de clásicas, son básicas para su explicación, y, por ello, nos obligan de hecho a replantearlas. En su forma conceptual, dichos fenómenos adquieren de la erudición de Max Weber, "hoy en día inconcebible", una caracterización necesaria y fundamental, imposible de omitir para el pensamiento que quiere explicarse la realidad moderna, incluso en su forma más reciente.

Los que conciben al diablo como partidario del mal y al ángel como combatiente del bien, aceptan la demagogia de los ángeles. La cuestión es evidentemente más compleja. Los ángeles no son partidarios del bien sino de la creación divina. El diablo es, por el contrario, aquel que le niega al mundo toda significación racional. La dominación del mundo, como se sabe, es compartida por los ángeles y diablos. Sin embargo, el bien del mundo no requiere que los ángeles lleven ventajas sobre los diablos (como creía yo de niño), sino de que los poderes de ambos estén equilibrados. Si hay en el mundo demasiado sentido indiscutible (el gobierno de los ángeles), el hombre sucumbe bajo su peso. Si el mundo pierde completamente su sentido (el gobierno de los diablos) tampoco se puede vivir en él.

El libro de la risa y el olvido, Milán Kundera

Nota Preliminar

"Hay que ser absolutamente moderno", según la reconvención un tanto burlona y desencantada del poeta-niño, Arthur Rimbaud, en su adiós, luego de haber pasado una temporada en el infierno: la del fin de la Comuna y los sueños revolucionarios, la de tratarse de ver en algún resquicio de la Historia de Francia y no encontrarse; el infierno de no ser nadie en su patria. Sí, había que ser modernos en contra de la tradición conformista e hipócrita, restaurada por Napoleón "el pequeño" y sus generales de pacotilla. Se puede ser, entonces, "absolutamente moderno", sin importar las armas que se usen, sin tener que recurrir a la individualidad extrema del hombre solo frente al mundo, rompiendo la "jaula de hierro" incluso con la locura (una de las salidas, la de Weber), y sin la fe en las avanzadillas vulgares de la revolución.

Jürgen Habermas ha escrito recientemente1 una retrospección sobre las teorías filosóficas de la modernidad; excluye lateralmente la aportación sociológica de Marx, quizás porque su ensayo comienza con Hegel. De cualquier forma, se entretiene en la obra de Max Weber, con la plena conciencia de que la conclusión de este pensador sobre el problema de la sociedad administrada, lo hace caer en las aporías del pensamiento liberal, pues "la esperanza en el poder de resistencia del individuo fuerte [contra la sociedad administrada] aparece sólo como residuo de una pretérita época liberal".2

En el presente ensayo expongo los principales elementos de la teoría de la legitimidad según se lee en la obra de Max Weber; me refiero sobre todo al tema de la dominación legal burocrática, ya que el discurso de la modernidad no cesa de insistir en que debemos arribar al tipo de sociedad que ya el propio Weber había revelado como insufrible. El surgimiento de líderes carismáticos, mezcla en la práctica los "tipos ideales" de dominación tal como fueron teorizados por Weber. Hoy, encontramos fenómenos de dominación y legitimidad inverosímiles, relacionados hasta la médula con el poder económico y de los medios de comunicación de masas.

Hace ya más de 30 años Herbert Marcuse insistió en la aporías del pensamiento liberal representado por Weber; demostró en un famoso ensayo3 cómo la dominación legal burocrática, la racionalización extrema de los procesos administrativos en la esfera de la vida social, apoyados en la ciencia y la técnica, desembocaban en la dominación carismática, cesarista, fenómeno que a todas luces se reafirma, de cuando en cuando, en nuestros días. Al final de este ensayo retomo los argumentos marcusianos y una de las críticas más importantes que se le han hecho: la de Habermas, en auxilio de Weber. Es increíble que Habermas, estando de acuerdo, en lo fundamental con Marcuse, se afane en mostrar graves diferencias; en el libro citado en la nota uno, Habermas escribe un breve ensayo4con motivo del centenario del nacimiento de Marcuse (1998); en este ensayo discrepa de Marcuse (¡debido al lenguaje que empleó en los años 60!), una vez más, para darle la razón:

Esto ha cambiado. Ahora ningún lector de periódicos se engaña hoy sobre el vínculo entre productividad y destructividad. Ante una �situación de competencia� altamente eficiente, nuestros gobiernos se han enmarañado en una carrera desreguladora de reducción de costes, que ha conducido a lo largo de la última década a ganancias obscenas y disparidades drásticas entre los sueldos, al abandono de infraestructuras culturales, a un creciente desempleo y a la marginación de una población pobre que va en aumento. Para reconocer esto ya no necesitamos un nuevo lenguaje, puesto que ya no nos engañamos con una �sociedad de la abundancia�.

Sí, hoy tal vez no necesitamos un lenguaje nuevo (quién sabe), pero después de la segunda guerra mundial y el optimismo hipócrita que caracterizó esos años, el lenguaje revolucionario de Marcuse era tal vez, imprescindible.

I

Al inicio de su sociología de la dominación, Max Weber escribió que el poder, en un sentido esencial, es "la posibilidad de imponer la propia voluntad sobre la conducta ajena"5. La dominación, definida como un ámbito restringido del poder, podría presentarse de diversas formas; en su análisis se distinguen dos:

1) En virtud de una constelación de intereses (en especial, situaciones de monopolio en el mercado); y

2) mediante la autoridad (poder de mando y deber de obediencia). Weber reconoce que la primera podría derivar gradualmente en la segunda, y que en ese tránsito, la constelación de intereses se convertiría en "relaciones autoritarias formalmente establecidas", hasta llegar a "socializarse en una heterocefalia del poder de mando y del aparato coactivo"6. Por este motivo no es pertinente para el análisis de la dominación en sociología, la primera forma:7

Consiguientemente, entendemos aquí por dominación un estado de cosas por el cual una voluntad manifiesta ("mandato") del "dominador" o de los "dominadores" influye sobre los actos de otros (del "dominado" o de los "dominados"), de tal suerte que en un grado socialmente relevante estos actos tienen lugar como si los dominados hubieran adoptado por sí mismos y como máxima de su obra, el contenido del mandato ("obediencia")8.

En un sentido amplio ese "como si" pretendiese ubicarse en el marco argumental de que se obedece no nada más por que se cree en eso que se obedece; hay un juicio de considerar al mandato como "válido". En la teorización de Weber -es preciso decirlo ahora y en principio- lo "válido" no se corresponde con lo verdadero; antes bien, lo válido se identifica con lo "legítimo", que sienta sus bases -de la parte dominadora- en un hecho generalizable aún más allá del ámbito del poder:

El hecho de que el fundamento de la legitimidad de esta forma de dominación no sea una mera cuestión especulativa teórica o filosófica, sino que da origen a diferencias reales entre las distintas estructuras empíricas de las formas de dominación, se debe a ese otro general inherente a toda forma de dominación e inclusive a toda probabilidad de vida: la auto justificación.9

Y es precisamente en los intentos de un orden a auto justificarse donde se encuentra la raíz de lo que Weber ha de suscribir como "legitimidad"10. No existe, sin embargo, en su teoría una definición completa y explícita sobre lo que debe entenderse por legitimidad, y tampoco se encuentra de forma clara qué es un orden legítimo. En la construcción de los tipos ideales de dominación se desarrolla de modo conceptual como cada tipo se circunscribe a una dominación "legítima". Del modo que se anotó arriba, lo legítimo aquí tiene un referente definitivo, la "validez":

La acción, en especial la social y también singularmente la relación social, puede orientarse, por el lado de sus partícipes, en la representación de la existencia de un orden legítimo. La probabilidad de que ésto ocurra de hecho se llama "validez" del orden en cuestión. (...) "Validez" de un orden significa para nosotros algo más que una regularidad en el desarrollo de la acción social simplemente determinada por la costumbre o por una situación de intereses.11

Ese "algo más" es la correlación entre la capacidad de un mandato y la obediencia efectivamente debida en pro de un "sentimiento del deber" (en otras palabras, una determinada acción racional de aceptación de un orden establecido). Y precisamente por la pretensión de que ese orden se considera válido, toda "trasgresión" debe ser ocultada. La "representación" que toda acción racional efectúe es la única que hace probable el establecimiento de la "validez".

La legitimidad en el sentido apuntado por Weber en innumerables ocasiones, se refiere específicamente a la ratio de aquella representación de validez, valga decir, la adhesión a un determinado orden. Pero esa adhesión no se da inmediatamente en la configuración del mandato obediencia. El "consenso"12 para

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