El sueño eterno, de Raymond Chandler

El sueño eterno, de Raymond Chandler

Descubrí a Raymond Chandler en una de las reuniones nocturnas del Club de Literatura, y no me arrepiento. Recuerdo que aún no nos poníamos de acuerdo sobre el libro del mes de abril, y se nos pidió dar algunas recomendaciones. Los títulos de novelas iban y venían. Los más votados resultaron ser El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger, y El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald. Al final terminó imponiéndose El gran Gatsby como «Libro del mes» para el club, pero para mí abril fue El sueño eterno, que, desde ese entonces, se ha convertido en uno de mis libros de cabecera, sin desmerecer los otros títulos.

Los Ángeles, años treinta: un detective privado es contratado por un viejo general para que le quite de encima unos hombres que amenazan con mostrar algunas fotos comprometedoras de su hija menor. Sin embargo, todo se complica con el asesinato de uno de los chantajistas y la extraña desaparición del chófer de la familia del general…

Raymond Chandler (1888-1959) es, después de Dashiell Hammet, uno de los padres de la novela negra surgida en el siglo XX. Algunas de sus novelas, como El sueño eterno, Adiós, muñeca y El largo adiós están consideradas ya clásicos del género, donde se aprecia un estilo mordaz y agudo, que caracterizaría siempre a su autor. No obstante, su principal aporte al policial noir es El sueño eterno, por su reconstrucción de un mundo corrupto en la mirada del detective privado Phillip Marlowe. Un personaje que dista en muchos aspectos del detective clásico al estilo de Holmes o Dupin: ya no vemos aquí al tipo que encarna la razón pura, no. Este es un hombre solitario que, equivocado a veces en sus deducciones, recorre infiernos de asfalto en búsqueda de información que le permita resolver el caso de la familia Sternwood.

La historia en sí puede parecer sencilla y repetida para algunos, pero es el ingenio del autor para transmitir su propia percepción lo que la hace única y especial. Tal vez por eso nos dejamos encantar por esos diálogos chispeantes, las descripciones precisas y esa voz cínica, dura y romántica que, por veinticinco dólares diarios, nos acompaña a lo largo de la novela, mostrándonos varios tipos humanos que se mueven en una pesadilla de ciudad donde «no importa dónde uno yaciera una vez muerto, en un sucio sumidero, en una torre de mármol o en lo alto de una colina. Estabas muerto, dormías el sueño eterno y esas cosas no te molestaban ya».

...