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Los Sueños


Enviado por   •  6 de Junio de 2012  •  1.840 Palabras (8 Páginas)  •  336 Visitas

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“La inyección de Irma”, probablemente, es el sueño más famoso en la historia del psicoanálisis, pues fue soñado e interpretado por el autor. Fue el primer sueño que utilizó para desarrollar su teoría de la satisfacción de los deseos. A partir de éste, emergió la tesis sobre la interpretación de los sueños.

Freud soñó “ La Inyección de Irma”, la noche entre el 23 y 24 de julio de 1895.

El sueño es el siguiente:

“Hay una reunión festiva en la residencia de Freud, éste se encuentra con Irma, una ex paciente que presentaba un cuadro de histeria. Irma, se queja de dolor de garganta, estómago y abdomen. En la recepción también está presente un médico, quien examina a Irma y le diagnostica algo como difteria y le explica que esto se debe a que un amigo de Freud le ha colocado una inyección con la jeringa sin esterilizar.” Este es todo el sueño.

Freud interpretó que Irma reunía características de varias mujeres reticentes a su método psicoanalítico. Sin embargo, atrás de la trama del sueño, reconoce su deseo de no sentir culpa de los padecimientos de su ex paciente. Ese mismo deseo de no sentirse culpable, es lo que lo llevó a culpar al colega, en el sueño, ya que él como psiquiatra, no podría ser responsable de una dolencia orgánica.

El día anterior al sueño, Freud se había encontrado con ese amigo médico y había tenido una diferencia de opinión con él. Éste le contó a Freud, que ahora él estaba atendiendo a Irma y ella seguía mucho mejor. Freud entendió este comentario, como una crítica hacia su terapéutica y como para justificar este “reproche” esa misma noche escribió la historia clínica de Irma. En el sueño atribuye la responsabilidad de los problemas de Irma a su colega, pero, en realidad es él quien se siente culpable .

“ Por lo tanto el contenido del sueño es la realización de un deseo”.

Antes de investigar la naturaleza de la misma nos conviene dirigir nuestro interés a los sueños de la primera categoría, más fácilmente comprensibles, en los que el contenido latente coincide con el manifiesto, no existiendo, por tanto, elaboración.

La investigación de estos sueños es recomendable todavía desde otro punto de vista. Los sueños de los niños pertenecen precisamente a este género, poseyendo un claro sentido y no causando extrañeza ninguna, cosa que, dicho sea de paso, constituye un nuevo argumento contra la reducción del sueño a una actividad disociada del cerebro, pues no hay razón alguna para suponer que tal depresión de las funciones psíquicas ha de constituir un carácter de los sueños de los adultos y no, en cambio, de los sueños infantiles. Por otro lado, debemos abrigar las mayores y más justificadas esperanzas de que la aclaración de los fenómenos psíquicos en el niño, en el cual deben de hallarse esencialmente simplificados, demuestre ser una labor preliminar indispensable para la psicología del adulto.

Expondré, pues, algunos ejemplos de sueños infantiles por mí reunidos. Una niña de diecinueve meses es tenida a dieta durante todo el día, a causa de haber vomitado al levantarse por haberle hecho daño, según declaró la niñera, unas fresas que había comido. En la noche de aquel día de abstinencia se le oye murmurar en sueños su nombre y añadir: Fresas, frambuesas, bollos, papilla. Sueña, pues, que está comiendo y hace resaltar en su menú precisamente aquello que supone le será negado por algún tiempo. Análogamente sueña con una prohibida golosina un niño de veintidos meses que el día anterior había sido encargado de ofrecer a su tío un cestillo de cerezas, de las cuales, como es natural, sólo le habían dejado probar tres o cuatro. Al despertar exclama, regocijado: Germán ha comido todas las cerezas. Una niña de tres años y tres meses había hecho durante el día una travesía por el lago, que debió de parecerle corta, pues rompió en llanto cuando la hicieron desembarcar. A la mañana siguiente relató haber navegado por la noche sobre el lago; esto es, haber continuado el interrumpido paseo. Un niño de cinco años y tres meses no pareció muy satisfecho durante una excursión a pie por las inmediaciones de una montaña conocida con el nombre de la Dachstein; cada vez que aparecía a la vista una nueva montaña preguntaba si aquélla era la Dachstein, y se negó después a andar hasta una cascada que visitaron los que con él iban. Achacóse al cansancio esta conducta del niño, pero su verdadero motivo se reveló cuando a la mañana siguiente contó el sueño que había tenido y que era el de haber subido a la Dachstein. Sin duda había esperado que el fin de la excursión fuera el de subir a esta montaña y le disgustó mucho no llegar siquiera a verla. Su sueño le compensó de lo que el día le había negado. Idéntico fue el sueño de una niña de seis años, cuyo padre tuvo que interrumpir su paseo, por lo avanzado de la hora, cuando ya llegaban al fin que se habían propuesto alcanzar. Al regresar, había llamado la atención de la niña un nombre inscrito en un poste indicador, y el padre le había prometido llevarla otro día al punto que correspondía dicho nombre. A la mañana siguiente, lo primero que la niña dijo a su padre fue que había soñado que iba con él, tanto al sitio que no habían alcanzado la víspera como a aquel otro al que le había prometido llevarla.

Lo que de común tienen estos sueños infantiles salta a la vista. Todos

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