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Greta de Emilia Macaya


Enviado por   •  10 de Marzo de 2013  •  Reseñas  •  951 Palabras (4 Páginas)  •  534 Visitas

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Greta tomado de "la sombra en el espejo" de Emilia Macaya

GRETA

de Emilia Macaya

(Costarricense, 1950)

Caminaba por la calle con paso largo y descuidado, sombrero de ala ancha, anteojos oscuros y un aire de desgano curvándole la espalda, como si soportara un peso que nadie había podido descifrar con exactitud.

Estaba convencida de ser la más reciente encarnación de Greta Garbo. Conforme se fortalecía en su mente tal idea, moldeaba con empeño las formas del cuerpo y las líneas del rostro, de manera que el parecido resultase indudable. Pasó verdaderas hambrunas hasta conseguir una silueta que, por etérea, parecía destinada a un perpetuo estado de levitación. Con lágrimas y estornudos sin cuento afinó el arco de las cejas. Luego, delineó artísticamente la boca, aplicando a los labios un crayón color rojo profundo. Finalmente, la labor decisiva: obtener el dejo enigmático de la más hermosa mirada hecha carne en este mundo. Para lograrlo, alargó con empeño las pestañas y maquilló los párpados con tal esplendidez, que el solo peso del cosmético languideció los ojos de manera casi perfecta ya no se sabía a ciencia cierta si había en ellos tristeza nostalgia, hambre o aburrimiento. La primera vez que encontró a Rodolfo, percibió en su expresión asombra da la evidencia de la revelación. Indudablemente, también él se había percatado de la semejanza. Y como deseaba enfatizar el hechizo, recurrió a la escena final de Reina Cristina: con dominio absoluto sobre las domas alzó la ceja izquierda, limpió aún más el azul de los ojos y dejó vagar la mirada por el horizonte encendido de la tarde. La persistente luz reflejada en la única mitad de la cara visible en ese momento, regalaba a su aspecto un brillo incomparable. Aferrándose al rubio rojizo del solitario mechón escapado a la cárcel de sombrero, un rayo agonizante se empeñaba en vencer la sombra de aquellos ojos inmortales.

Rodolfo tenía que sucumbir sin remedio a su encanto.

Aumentaron las visitas, se multiplicaron los paseo y a partir de ese momento, hasta las horas de estudio fueron compartidas. Con tanta actividad, ella quedó aún más delgada. El cansancio le afinó el óvalo perfecto de la cara y la presencia continua del John Gilbert de dieciocho años, terminó de enmarcar el ensueño.

Sin embargo, algunos detalles comenzaron a inquietarla. En una oportunidad fue la alabanza de una peca. Rodolfo, que miraba sus mejillas con gran detenimiento, alzó de pronto la mano y quitó un poco del maquillaje que las cubría.

-Tienes unas pecas encantadoras; no debías ocultarlas.

¡Pecas! Recordó la inmaculada piel de Greta y sus propios esfuerzos cada mañana frente al espejo, al tratar de eliminar esas odiosas manchitas que sus padres le habían dejado por herencia. Era preciso evitar cualquier descuido, por lo que redobló las atenciones a su aspecto: cortó los rizos Ana Karenina con el propósito

de adherirse al estilo Ninotchka y con polvos oscuros marcó una sombra

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