Identidades Ajenas
miliiiiiiiiiTrabajo17 de Noviembre de 2022
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Identidades Ajenas
Eran las cuatro de la mañana, cuando de repente un sonido ensordecedor comenzó a manifestarse numerosas veces, era una alarma. Inés, había elegido aquel horario porque se trataba de la tercera dosis, que debía darle a su gato, de cefovecina sódica. Cierto tipo de medicación que controlaba la fiebre en los felinos.
En el momento en que pudo controlar los movimientos ariscos y violentos de Noah, intentando resistirse a aquel medicamento, volvió a escuchar otro ruido ensordecedor, era otra alarma, la cual provocó que se levante de muy mal humor. Sin embargo esta vez, la alarma era real, no como la anterior.
Eran las seis de la mañana, Inés, se preparaba para sus clases mientras su perrita, llamada Lola, aquel pompón blanco, cuyo tamaño se remontaba a lo que un pie promedio mide, se encontraba junto a ella, durmiendo.
Luego de desayunar, se dirigió con rapidez a la escuela, era su primer día de clases, pero dentro de una escuela a la que ya había asistido hacía seis años, nada era nuevo.
Su mañana había ido excelente. Al culminar sus clases, regresó a casa para poder compartir un momento con su madre, su abuela, y Lola, por supuesto.
Las cuatro almorzaron juntas y mantuvieron conversaciones realmente interesantes, algo complicado cuando convives con alguien todos los días de tu vida. Sin embargo, esta conversación fue distinta, estaba llena de alegría en verdad, algo que se destaca en la personalidad de aquella adolescente entusiasta.
Inés, era una mujercita de 18 años, todos los integrantes de su institución sabían quién era ella. Su simpatía y buenos modales con todo el mundo se veían resaltados. Además, su cabello, tan claro como una margarita, y su piel tan pura y fresca, hacían que ella aún llame más la atención. Amaba a su familia y contagiaba ese amor tan puro por todos sus alrededores. A pesar de que haya crecido con la ausencia de una figura paterna, sus “dos madres” tal como ella las llamaba, hacían hasta lo imposible para verla brillar.
Su madre, llamada Clarissa, tenía tan solo 18 años cuando dio a luz a Inés. Algo que a su abuela, llamada Ana, le molestó. Sin embargo, la apoyo en todo lo que pudo.
Clarissa, para poder mantener en una buena posición económica a Inés, en su juventud y a escondidas de su madre, llegó a trabajar en varios prostíbulos. Sin embargo, luego de unos años, conoció al amor de su vida, quien era el padre de Inés, y se alejó de aquel mundo vicioso, para poder emprender una mejor vida. O al menos esa era la historia que a Inés le habían contado…
Sus vidas, siguieron transcurriendo con total normalidad. Inés cursaba su último año de secundaria, Clarissa seguía tratando de conseguir empleo, y Ana era quien mantenía a la familia, gracias a su propio restaurante.
Con el paso del tiempo, Clarissa comenzó a ahorrar para poder instalar su propia peluquería, algo descabellado de imaginar al no contar con un empleo. El hecho de adquirir grandes cantidades de muebles en un corto período de tiempo, a su hija y madre, les pareció algo misterioso. Debido a que no tenían idea de los ingresos con los que ella contaba, ni donde compraba todos los muebles lujosos, hechos a medida, que parecían tener un valor bastante alto, a pesar de que no tenían ningún tipo de conocimiento sobre el rubro de la mueblería.
En un principio, Inés, comenzó a pensar que su madre había regresado a la prostitución, ya que no encontraba otra explicación. De esta manera, la enfrentó, y decidió hablarlo.
- Temo pensarlo, pero cargo con un presentimiento que ya no me deja dormir, quisiera saber cómo conseguiste armar el salón de tus sueños. Recuerdo que cuando era una niña, me contabas siempre la misma historia sobre “La peluquería de mamá”, y yo nos imaginaba a ambas trabajando dentro de ella, súper felices. Pero justo ahora, necesito saber si el dinero que conseguiste, lo obtuviste de buena manera. Ya tengo edad suficiente para comprenderte, me entiendes, ¿Verdad?
Expresó Inés, con grandes y espesas lágrimas que salían de sus ojos, y se dispersaban por todo su bello rostro, hasta bajar por su mentón.
- Hija, necesito que estés tranquila, prometo que todo lo estoy haciendo por tu bienestar. El dinero es por un par de pequeños trabajos en línea que estoy haciendo, pero que no están, bajo ningún punto, relacionados con lo que antes solía hacer.
Verás, hace un tiempo, vi que las redes sociales generan grandes ingresos, entonces decidí apostar por una llamada “Facebook” es algo nueva, pero muchas personas la utilizan.
La conversación continúo fluctuando, y a pesar de que su madre le haya dado la respuesta que ella buscaba, Inés no se encontraba conforme.
Podemos decir que, así empezó todo, luego de la desconfianza, Inés decidió iniciar una investigación acerca de sus orígenes.
Como su madre le había dicho que Facebook era muy útil, optó por utilizarla como medio principal de investigaciones.
Intercambiaba varias horas de sueño, para poder seguir investigando y reuniendo similitudes entre todas las personas, para llegar a su primer objetivo: Su padre.
Un día de otoño, frío y temeroso, en el cual predominaba la oscuridad y solo resaltaban las luces de las calles. Las hojas de los árboles se desprendían, tal como lo hace un hijo de su madre, en un período de maduración. Inés transitaba de manera solitaria por las calles de su ciudad. A ella, el miedo le parecía una emoción nula. Si creía en la felicidad, y en la tristeza, pero el miedo era algo absurdo. Más bien se trataba de la mezcla de todas las emociones con las que cuenta el ser humano, que por un instante generan confusión, y como consecuencia el desorden emocional que lleva a que el temor y la tristeza se vuelvan amigos. Es por eso, que era una chica independiente, y que nada, o al menos ella creía, le daba miedo.
Aquel día, específicamente, se sentía vacía. Su felicidad, la que antes habíamos resaltado, se encontraba desvanecida. Ya no era la Inés de antes, que vivía en una nube de fantasías. El sentimiento de entusiasmo, en aquel momento, era tan nulo para ella como el miedo.
Sin embargo, ella no lo notaba. Todo el mundo la veía de manera extraña, pero Inés, no daba cuenta al respecto.
A pesar de aquellos raros sentimientos, su intriga seguía intacta. Su investigación había avanzado ordenadamente. Además, había acordado una cita con su padre para el próximo día, a escondidas de su madre, lógicamente.
Mientras se encontraba pensando, imaginaba el hecho de porque su madre, no quería que su padre vuelva a la familia. Es decir, el simple comportamiento de abandono a una niña de tan solo meses, era injustificable. Sin embargo, si aquel señor, estaba dispuesto a regresar, Inés le daría una oportunidad por más duro que fuese.
Esa noche, no consiguió dormir, los nervios atravesaban su mente, volviéndose cada vez más poderosos. Comenzó a imaginar situaciones algo extrañas, como por ejemplo que su padre fuera un asesino serial y la apuñale apenas ella lo salude. Imaginó también que fuera un narcotraficante, puesto que le gustaban los documentales de Pablo Escobar. E incluso hasta llegó a imaginar que aquel hombre, cuyo nombre conocía pero por alguna razón su cerebro lo anulaba, fuera homosexual. En realidad, eso no tendría absolutamente nada perjudicial, sin embargo, ella creía que la razón por la que la abandonó, era porque no podía seguir reprimiendo sus sentimientos. Imagínense, un hombre homosexual, en pareja con una mujer, y que encima habían tenido a una hija.
Al final, terminó quedándose dormida entre aquellos delirios que si bien podrían ser reales, esperamos que no lo sean.
Al llegar el momento del encuentro, Inés se dirigió al café acordado, al entrar, vio a un hombre sentado en una de las mesas menos cercana a las ventanas. Ella nunca había ido a aquel lugar, pero probablemente sea el lugar más oscuro que conocía, aún más que el día que se encontraba sola en aquella calle con vibras otoñales.
Se sentó frente aquel señor y se presentó.
- Me llamo Inés, supongo que lo recuerdas.
Luego de decirlo pensó en lo estúpida que había sonado, era su padre, claramente lo recordaría.
- Inés querida, que gusto volver a verte. Exclamó Juan. El nombre que Inés nunca mencionó.
- Igualmente. Exclamó ella, manteniendo su frialdad.
- Yendo directamente al grano, me interesaría saber ¿Qué es lo que pasó por tu cabeza al irte de casa? He imaginado varias situaciones posibles, pero no logro comprenderlo. Explicó ella, suprimiendo su tristeza y haciendo lo posible para que sus lágrimas no se dejen ver.
- Siendo totalmente sincero Inés, no tengo idea que es lo que me pasó en aquel momento. Supongo que tuve un shock emocional, no lo sé…
- ¿Te estás dando cuenta de eso luego de dieciocho años? ¿Nunca lo habías pensado antes acaso? Exclamó elevando su tono de voz poco a poco.
- No, perdona. Emm, sí, lo he pensado varias veces, solo que…
Expresó dubitativamente, transpirando a causa de la intimidación que transmitía la mirada de Inés. Ya que, a pesar de ser muy curiosa y a su vez educada, no se daba cuenta de lo penetrante que era su mirada. Tal vez no lo hacía conscientemente, pero a Juan, puntualmente, lo afectó de manera notoria.
Se puso tan nervioso que siguió hablando solo para no cortar la fluidez de la conversación. Así, optó por abarcar distintos temas, a los que Inés no les daba importancia, y los relacionaba siempre con lo que a ella le interesaba realmente.
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