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LA ÉPICA

evendervargas12Resumen9 de Febrero de 2013

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LA ÉPICA

Es un género literario en el cual el autor presenta hechos legendarios, elementos imaginarios y que generalmente quiere hacerse pasar por verdaderos o basados en la verdad o lo cierto, o ligados en todo caso a un elemento de la realidad, o ficticios desarrollados en un tiempo y espacio determinados. El autor usa como forma de expresión habitual la narración, aunque pueden darse también la descripción y el diálogo. En algunos casos, la épica no es escrita, sino contada oralmente por los rapsodas.

HIPÉRBOLE

Es un tropo que consiste en exagerar, aumentando o disminuyendo la verdad de lo hablado, de tal forma que el que reciba el mensaje le otorgue más importancia a la acción en sí y no tanto a la cualidad de dicha acción.

La hipérbole es una figura retórica que consiste en una exageración intencionada con el objetivo de plasmar en el interlocutor una idea o una imagen difícil de olvidar. Los grandes maestros literarios de la historia han recurrido a menudo a esta figura literaria. Un ejemplo de ello es Gracián cuando dice: «Devoró libros, pasto del alma».

SÍMIL

Es una figura retórica que utiliza el recurso de la comparación o semejanza entre términos. Su carácter es más simple que el de la metáfora, y por ello aparece con más frecuencia que esta, tanto en las epopeyas clásicas como en la poesía popular.

Los símiles pueden ser reversibles (disponiendo sucesivamente los dos términos en distinto orden) o graduados (de inferioridad, igualdad o superioridad), así como asociarse a otras figuras.

En la actualidad, los repertorios de figuras literarias no establecen distinción entre el símil y la comparación y se insiste en el uso de elementos de relación como “como”, “cual”, “que” o “se asemeja a” para diferenciar formalmente a esta figura de la metáfora. Es una comparación con conectores.

LA METÁFORA

Consiste en la identificación entre dos términos, de tal manera que para referirse a uno de ellos se nombra al otro.

El término es importante tanto en teoría literaria (donde designa a un recurso literario) como en lingüística (donde es una de las principales causas de cambio semántico). Se utiliza también en la teoría psicoanalítica desarrollada por Jacques Lacan.

La metáfora es una figura retórica que consiste en denominar, describir o calificar algo a través de su semejanza o analogía con otra cosa.

LA ILIADA

Canto I

Canta, oh, diosa(1), la cólera del pelida(2) Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos(3) y precipitó al Hades(4) muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves —cumplíase la voluntad de Zeus(5)— desde que se enemistaron el atrida(6), rey de hombres, y el divino Aquiles.

¿Cuál de los dioses promovió entre ellos la contienda para que pelearan? El hijo de Zeus y de Leto(7). Éste, airado con el rey por el ultraje que el atrida infiriera al sacerdote Crises(8), suscitó en el ejército maligna peste y los hombres perecían.

Deseando redimir a su hija, Crises se había presentado en las veleras naves aqueas con un inmenso rescate y las ínfulas del flechador Apolo, que pendían de áureo cetro, en la mano; y a todos los aqueos, y particularmente a los dos atridas, caudillos de pueblos, así les suplicaba:

—¡Atridas y demás aqueos de hermosas grebas(9)! Los dioses, que poseen olímpicos palacios, os permitan destruir la ciudad de Príamo(10) y regresar felizmente a la patria. Poned en libertad a mi hija y recibid el rescate, venerando al hijo de Zeus, al flechador Apolo.

Todos los aqueos aprobaron a voces que se respetase al sacerdote y se admitiera el espléndido rescate, mas el atrida Agamenón, a quien no plugo el acuerdo, le mandó enhoramala con amenazador lenguaje:

—Que yo no te encuentre, anciano, cerca de las cóncavas naves, ya porque demores tu partida, ya porque vuelvas luego; pues quizás no te valgan el cetro y las ínfulas del dios. A aquélla no la soltaré; antes le sobrevendrá la vejez en mi casa, en Argos, lejos de su patria, trabajando en el telar y compartiendo mi lecho. Pero vete; no me irrites, para que puedas irte sano y salvo.

Así dijo. El anciano sintió temor y obedeció el mandato. Sin desplegar los labios, fuese por la orilla del estruendoso mar, y en tanto se alejaba, dirigía muchos ruegos al soberano Apolo, hijo de Leto, la de hermosa cabellera:

—¡Óyeme, tú que llevas arco de plata, proteges a Crisa y a la divina Cila(11), e imperas en Tendeos(12) poderosamente! ¡Oh, Esmintio(13)! Si alguna vez adorné tu gracioso templo o quemé en tu honor pingües muslos de toros o de cabras, cúmpleme este voto: ¡Paguen los dánaos(14) mis lágrimas con tus flechas!

Tal fue su plegaria. Oyóla Febo Apolo, e, irritado en su corazón, descendió de las cumbres del Olimpo con el arco y el cerrado carcaj en los hombros; las saetas resonaron sobre la espalda del enojado dios, cuando comenzó a moverse. Iba parecido a la noche. Sentóse lejos de las naves, tiró una flecha, y el arco de plata dio un terrible chasquido. Al principio el dios disparaba contra los mulos y los ágiles perros; mas luego dirigió sus mortíferas saetas a los hombres, y continuamente ardían muchas piras de cadáveres.

Durante nueve días volaron por el ejército las flechas del dios. En el décimo, Aquiles convocó al pueblo a junta: se lo puso en el corazón Hera, la diosa de los níveos brazos, que se interesaba por los dánaos, a quienes veía morir. Acudieron éstos y, una vez reunidos, Aquiles, el de los pies ligeros, se levantó y dijo:

—¡Atrida! Creo que tendremos que volver atrás, yendo otra vez errantes, si escapamos de la muerte; pues si no, la guerra y la peste unidas acabarán con los aqueos. Mas, ea, consultemos a un adivino, sacerdote o intérprete de sueños —también el sueño procede de Zeus(15)— para que nos diga por qué se irritó tanto Febo Apolo: si está quejoso con motivo de algún voto o hecatombe, y si quemando en su obsequio grasa de corderos y de cabras escogidas, querrá apartar de nosotros la peste y la muerte tan odiada(16).

Cuando así hubo hablado, se sentó. Levantóse Calcante Testórida, el mejor de los augures —conocía lo presente, lo futuro y lo pasado, y había guiado las naves aqueas hasta Ilión(17) por medio del arte adivinatoria que le diera Febo Apolo— y benévolo les arengó diciendo:

—¡Oh, Aquiles, caro a Zeus! Me mandas explicar la cólera del dios del flechador Apolo. Pues bien, hablaré; pero antes declara y jura que estás pronto a defenderme de palabra y de obra, pues temo irritar a un varón que goza de gran poder entre los argivos todos y es obedecido por los aqueos. Un rey es más poderoso que el inferior contra quien se enoja; y si en el mismo día refrena su ira, guarda luego rencor hasta que logra ejecutarlo en el pecho de aquél. Di tu si me salvarás.

Respondióle Aquiles, el de los pies ligeros:

— Manifiesta, deponiendo todo temor, el vaticinio que sabes, pues, ¡por Apolo, caro a Zeus, a quien tú, oh, Calcante, invocas siempre que revelas los oráculos a los dánaos!, ninguno de ellos pondrá en ti sus pesadas manos, junto a las cóncavas naves, mientras yo viva y vea la luz acá en la tierra, aunque hablares de Agamenón, que al presente blasona de ser el más poderoso de los aqueos todos.

Entonces cobró ánimo y dijo el eximio vate:

—No está el dios quejoso con motivo de algún voto o hecatombe, sino a causa del ultraje que Agamenón ha inferido al sacerdote, a quien no devolvió la hija ni admitió el rescate. Por esto el Flechador nos causó males y todavía nos causará otros. Y no librará a los dánaos de la odiosa peste, hasta que sea restituida a su padre, sin premio ni rescate, la moza de ojos vivos, e inmolemos en Crisa una sacra hecatombe. Cuando así le hayamos aplacado, renacerá nuestra esperanza.

Dichas estas palabras, se sentó. Levantóse al punto el poderoso héroe Agamenón atrida, afligido, con las negras entrañas llenas de cólera y los ojos parecidos al relumbrante fuego; y encarando a Calcante la torva vista, exclamó:

—¡Adivino de males! Jamás me has anunciado nada grato(18). Siempre te complaces en profetizar desgracias y nunca dijiste ni ejecutaste cosa buena. Y ahora, vaticinando ante los dánaos, afirmas que el Flechador les envía calamidades porque no quise admitir el espléndido rescate de la joven Criseida, a quien deseaba tener en mi casa. La prefiero, ciertamente, a Clitemnestra, mi legítima esposa, porque no le es inferior ni en el talle, ni en el natural, ni en inteligencia, ni en destreza(19). Pero, aun así y todo, consiento en devolverla, si esto es lo mejor; quiero que el pueblo se salve, no que perezca. Pero preparadme pronto otra recompensa, para que no sea yo el único argivo que se quede sin tenerla; lo cual no parecería decoroso. Ved todos que se me va de las manos la que me había correspondido.

Replicóle el divino Aquiles el de los pies ligeros:

—¡Atrida gloriosísimo, el más codicioso de todos! ¿Cómo pueden darte otra recompensa los magnánimos aqueos? No sé que existan en parte alguna cosas de la comunidad, pues las del saqueo de las ciudades están repartidas, y no es conveniente obligar a los hombres a que nuevamente las junten. Entrega ahora esa joven al dios y los aqueos te pagaremos el triple o el cuádruple, si Zeus nos permite tomar la bien amurallada ciudad de Troya.

Díjole en respuesta el rey Agamenón:

—Aunque seas valiente, deiforme Aquiles, no ocultes tu pensamiento, pues ni podrás burlarme ni persuadirme. ¿Acaso quieres, para conservar tu recompensa, que me quede sin la mía, y por esto me

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