La Quinta Montaña
Amaliz30 de Julio de 2013
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LA QUINTA MONTAÑA
Una novela sobre lo inevitable
PAULO COELHO
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Para A.M., Guerrero de la Luz
NOTA DEL AUTOR
EN MI LIBRO EL ALQUIMISTA, la tesis central está en una frase que el rey Melquisedec
dice al pastor Santiago: «Cuando quieres alguna cosa, todo el Universo conspira para
que la consigas».
Creo absolutamente en esto. No obstante, el acto de vivir el propio destino incluye una serie de etapas que exceden en mucho a nuestra comprensión, y cuyo objetivo es siempre reconducirnos al camino de nuestra Leyenda Personal; o hacer que aprendamos las lecciones necesarias para cumplir el propio destino.
Pienso que puedo ilustrar mejor lo que digo contando un episodio de mi vida. El día 12 de agosto de 1979 me fui a dormir con una única certeza: a los treinta años de edad estaba consiguiendo llegar a la cumbre de mí carrera como ejecutivo de una firma discográfica. Trabajaba como director artístico de la CBS de Brasil, acababa de ser Invitado a ir a los Estados Unidos a hablar con los dueños de la empresa discográfica y, Seguramente, ellos pensaban darme todas las posibilidades para realizar todo lo que
Deseaba hacer en mi área. Claro que mi gran sueño —ser un escritor— había sido dejado De lado, pero ¿qué importaba eso? Al fin y al cabo, la vida real era muy diferente de lo Que yo había imaginado; no había lugar para vivir de la literatura en el Brasil.
Aquella noche tomé una decisión, y abandoné mi sueño: era preciso adaptarme a las Circunstancias y aprovechar las oportunidades. Si mi corazón protestara, yo podría Engañarlo, haciendo letras de canciones siempre que deseara y, de vez en cuando, Escribiendo en algún periódico. Por otro lado, estaba convencido de que mi vida había
Tomado un rumbo diferente, pero no por esto menos excitante: un futuro brillante me
Esperaba en las multinacionales de la música.
Cuando me desperté, recibí una llamada telefónica del presidente de la empresa
Discográfica: acababa de ser despedido, sin mayores explicaciones. Aunque llamé a
Varias puertas durante los dos años siguientes, nunca más conseguí un empleo en ese
Campo.
Al terminar de escribir La Quinta Montaña, me acordé de este episodio, así como de
Otras manifestaciones de lo inevitable en mi vida. Siempre que me sentía absolutamente
Dueño de la situación, pasaba algo que me derribaba. Yo me preguntaba: ¿por qué?
¿Estaré siempre condenado a acercarme, pero jamás a cruzar la línea de llegada? ¿Será
que Dios es tan cruel como para hacerme ver las palmeras en el horizonte, sólo Para
matarme de sed en medio del desierto?
Tardé mucho tiempo en entender que no era exactamente así. Hay cosas que son
colocadas en nuestras vidas para reconducirnos al verdadero camino de nuestra Leyenda
Personal. Otras surgen para que podamos aplicar todo aquello que aprendimos. Y,
finalmente, algunas llegan para enseñarnos.
En mi libro Diario de un mago procuré mostrar que estas enseñanzas no están
necesariamente unidas al dolor ni al sufrimiento; bastan disciplina y atención. Aun
cuando esta comprensión ha significado una importante bendición en mi vida, me
quedaron sin entender algunos momentos difíciles por los que pasé, incluso con la mayor
disciplina y atención.
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Uno de los ejemplos es el caso antes citado; yo era un buen profesional, me esforzaba al
máximo para dar lo mejor de mí, y tenía ideas que hasta hoy considero buenas)I Pero lo
inevitable sucedió justamente en, el momento en que yo me sentía más seguro y
confiado. Pienso que no estoy solo en esta experiencia; lo inevitable ya rozó la vida de
todo ser humano en la faz de la Tierra. Algunos se recuperaron, otros cedieron, pero
todos nosotros hemos experimentado el roce de las alas de la tragedia.
¿Por qué? Para responderme esta pregunta, dejé que Elías me condujese por los días y
noches de Akbar.
PAULO COELHO
Y prosiguió: y puedo aseguraros que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra.
En verdad os digo que había muchas viudas en Israel en tiempos de Elías, cuando el
cielo se cerró por tres años y seis meses, reinando gran hambruna en toda la tierra; y a
ninguna de ellas fue Elías enviado, sino a una viuda de Sarepta, de Sidón.
Lucas, 4, 24—26’
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PRÓLOGO
A COMIENZOS DEL AÑO 870 a. J.C., una nación conocida como Fenicia —a la que los
israelitas llamaban Líbano— conmemoraba casi tres siglos de paz. Sus habitantes podían
enorgullecerse de sus logros; como no eran políticamente fuertes, se vieron obligados a
desarrollar una envidiable capacidad de negociación, única manera de garantizar la
supervivencia en un mundo asolado por constantes guerras. Una alianza hecha alrededor
del año 1000 a. J.C. con el rey Salomón de Israel había permitido la modernización de su
flota mercante y su expansión comercial. Desde entonces, Fenicia no había dejado de
crecer.
Sus naves ya habían llegado a lugares tan distantes como España y el océano Atlántico,
y hay teorías —aún no confirmadas— de que habrían dejado inscripciones en el nordeste
y sur del Brasil. Transportaban vidrio, cedro, armas, hierro y marfil. Los habitantes de
las grandes ciudades, como Sidón, Tiro y Biblos, conocían los números, los cálculos
astronómicos, la fabricación del vino, y usaban, desde casi doscientos años atrás, un
conjunto de caracteres para escribir que los griegos conocían como alfabeto.
A comienzos del año 870 a. J.C., un consejo de guerra reuníase en un lugar distante,
llamado Nínive. Un grupo de generales asirios había decidido enviar sus tropas para
conquistar las naciones situadas a lo largo de la costa, en el mar Mediterráneo. Fue
Fenicia el país elegido para ser invadido en primer término.
A comienzos del año 870 a. J.C., dos hombres, escondidos en un establo de Gileade, en
Israel, esperaban morir en las próximas horas.
PRIMERA PARTE
—SERVÍ A UN SEÑOR que ahora me abandona en las manos de mis enemigos —dijo
Elías.
—Dios es Dios —respondió el levita—. Él no le dijo a Moisés si era bueno o malo. Se
limitó a decir: Yo soy. Por lo tanto, Él es todo lo que existe bajo el sol: el rayo que
destruye la casa y la mano del hombre que la reconstruye.
La conversación era la única manera de alejar el miedo; en cualquier momento, los
soldados abrirían la puerta del establo donde se encontraban, los descubrirían y les
ofrecerían la única elección posible: adorar a Baal —el dios fenicio— o ser ejecutados.
Estaban registrando casa por casa, convirtiendo o ejecutando a los profetas.
Tal vez el levita se convirtiese, escapando así de la muerte. Pero Elías no tenía elección:
todo estaba sucediendo por su culpa, y Jezabel quería su cabeza de cualquier forma.
—Fue un ángel del Señor quien me obligó a ir a hablar con el rey Ajab, y avisarle que no
llovería mientras Baal fuese adorado en Israel —dijo, casi pidiendo perdón por haber
escuchado lo que le dijo el ángel—. Pero Dios actúa lentamente; cuando se dejen sentir
los efectos de la sequía, la princesa Jezabel ya habrá destruido a todos los que
continuaron fieles al Señor.
El levita no dijo nada. Estaba reflexionando si debía convertirse a Baal o morir en
nombre del Señor.
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—¿Quién es Dios? —continuó Elías—, ¿es Él quien sostiene la espada del soldado que
ejecuta a los que no traicionan la fe de nuestros patriarcas? ¿Fue Él quien colocó a una
princesa extranjera en el trono de nuestro país, de forma que todas estas desgracias
pudiesen suceder en nuestra generación? ¿Es Dios quien mata a los fieles, los inocentes,
los que siguen la ley de Moisés?
El levita tomó la decisión: prefería morir. Entonces comenzó a reír, porque la idea de la
muerte le había dejado de asustar. Se giró hacia el joven profeta que estaba a su lado, y
procuró tranquilizarlo:
—Pregúntaselo directamente a Él, ya que dudas de Sus decisiones —dijo—. Yo ya acepté
mi destino.
—El Señor no puede desear que seamos cruelmente masacrados —insistió Elías.
—Dios todo lo puede. En el caso de que se limitase a hacer sólo lo que llamamos Bien,
no podríamos llamarlo Todopoderoso; Él dominaría apenas una parte del Universo, y
existiría alguien más poderoso que Él vigilando y juzgando sus acciones.
En este caso, yo adoraría a este alguien más poderoso.
—Si Él todo lo puede, ¿por qué no evita el sufrimiento de quienes LO aman? ¿Por qué
no nos salva en vez de dar poder y gloria a Sus enemigos?
—No lo sé —respondió el levita—, pero tiene que existir una razón, y espero conocerla
en breve.
—Entonces,
...