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Los Pazos De Ulloa. Emilia Pardo Bazán


Enviado por   •  27 de Agosto de 2013  •  17.717 Palabras (71 Páginas)  •  418 Visitas

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Capítulo I.

Julián, joven sacerdote, que procede de Cedre, va en busca de los Pazos de Ulloa puesto que, por recomendación del Señor de La Lage, tío de don Pedro Moscoso, se va a encargar de administrar la Hacienda del marqués de Ulloa. Pregunta a varios campesinos cómo llegar hasta allí ya que el camino es abrupto pero ninguno de ellos le indica con claridad. Finalmente se encuentra con el marqués, su criado, Primitivo y con el abad de Ulloa ya que los tres estaban por allí de cacería, junto con los perros del marqués.

Capítulo II.

Llegan por fin, ya anochecido, a Los Pazos de Ulloa, ya en su cocina encuentran a dos mujeres: una joven y otra mayor. La anciana, en cuanto ellos aparecen y después de dar las buenas noches, desaparece, al mismo tiempo que el marqués se encara con la mujer más joven diciéndola que bien sabe que él no quiere pendones en su casa. La mujer le dice que la anciana tan sólo estaba ayudándola a pelar castañas. Antes de que el amo se enojase más, Primitivo, el padre de la joven mujer, Sabel, la regañó diciendo que se apresurase a darles de comer a ellos y a los perros. Entre los perros, el capellán pudo observar a un rapazuelo de corta edad que se mezclaba con ellos, de tal forma que bien podría parecer ser uno más. Al intentar coger un pedazo de carne, una de las perras muerde al pequeño en la manga de su chaquetón. El niño asustado llora y Julián le coge en brazos, regañando a la perra. El marqués coge al niño y le dice que no se tiene que asustar y tampoco acercarse tanto a los perros cuando comen. Le dice que tiene que ser valiente y le da de beber vino ante la atónita mirada de Julián quien dice al marqués que no dé de beber tanto vino al chiquillo porque le puede hacer mal, pero siguieron dándole de beber, incluso el abad y su propio abuelo, hasta emborracharle totalmente. El joven sacerdote se sentía también incómodo ante la presencia de Sabel, a la cual encontraba muy atractiva. El niño, sin duda, se parecía a ella.

Capítulo III.

Julián se aloja en la habitación que, hasta hace poco, había habitado el abad de Ulloa. La encontró muy sucia e incluso con telarañas. Ni siquiera había una jarra con agua y una toalla para poder lavarse. Al llegar Sabel con el desayuno la reprendió por no llamar, antes de entrar, a la puerta y la pidió que limpiase la habitación. También le dijo que no estaba bien que permitiese que emborrachasen a su hijo pero ella le dijo que no quería oponerse a su padre. Al capellán le dejó perplejo que el mismo abuelo del niño actuase así. También le contrarió el no poder dar misa, tal y como era su deseo, ya que, según comentó Sabel, el abad se había llevado las llaves y no sabía cuando las traería. Lo que sí le gustó fue, al abrir la venta, la contemplación de la gran extensión de tierra, con sus campos de cultivos y sus árboles. El joven sacerdote, guiado por Sabel, fue allí en busca del marqués. Por la huerta andaba correteando Perucho, sin huella alguna de la borrachera que pilló la noche anterior. Al capellán se le hacía difícil de comprender la naturaleza. Más tarde el marqués llevó a Julián al despacho, una pequeña habitación con olor a humedad, que hacía las veces de archivo, el cual se hallaba muy desordenado. Quedaron en, entre los dos, ordenar los papeles, comenzando al día siguiente pero al descubrir el criado Primitivo a unas perdices comiéndose lo cultivado el marqués optó por ir a cazarlas olvidándose para siempre de los papeles dejando al capellán sólo en ese menester.

Capítulo IV

El joven sacerdote, a fuerza de trabajo y paciencia, logró ordenar y clasificar libros y documentos. Lo más difícil era entender las cuentas que, con anterioridad, había llevado a cabo el abad de Ulloa, su predecesor en el cargo. Eran ininteligibles para él. Al verse desbordado inquirió al marqués para que contratase los servicios de un abogado que pudiese esclarecer algunos documentos de gran importancia. Don Pedro le comentó que ya había pensado en ello y así quedó la cosa. En este capítulo se narra la historia de la familia del marqués, el cuál quedó huérfano de padre siendo muy niño y al cuidado de su tío Gabriel, hermano de su madre, que marchó al Pazo a vivir con ella para cuidar de la hacienda y de su sobrino. Era un hombre que gustaba de la buena vida y de la caza y así enseñó a su sobrino. La madre, por el contrario, era una mujer que gustaba guardar monedas de oro, motivo por el cual, un día, en ausencia de su hermano e hijo, veinte bandidos entraron al Pazo y robaron las monedas que ella tenia escondida, después de intimidarla. A consecuencia de ello, del susto, el antiguo administrador y ella misma murieron poco tiempo después dando lugar a que don Gabriel llevase a vivir al Pazo a Primitivo y a su bella hija, Sabel; al uno como montero mayor y a la otra como criada. Años después y antes de morir, don Gabriel se casó con la hija del carcelero de Cebre yéndose a vivir allí y dejando a sus tres hijos los bienes que, en justicia, correspondían a don Pedro, dejando a éste prácticamente en la ruina al tener, incluso, hipotecado el Pazo. Ahora bien, lo que más sorprendió al capellán fue un pleito interpuesto por el padre de don Pedro, contra el, al parecer, verdadero marqués de Ulloa que residía en Madrid.

Capítulo V

Julián intentaba aprender todo lo que podía acerca de las faenas del campo, las bodegas, el horno, etc., y planteaba algunas reformas que nunca eran bien recibidas por parte de Primitivo que era quien siempre le acompañaba. El marqués se mantenía al margen de todo ello, dedicándose a la caza, ferias y a las visitas de otros señoríos. Pronto se dio cuenta el capellán que el que mandaba realmente allí era Primitivo, el criado, y no el marqués.

El capellán, viendo como el pequeño Perucho se criaba, viviendo entre los animales de la hacienda, decidió encargarse de su instrucción, lo cual hacia por las noches, en la cocina, con el fuego de la chimenea, a pesar de la resistencia del pequeño en aprender el abecedario y los números. Algunas mujeres, las comadres, acudían allí para hablar con Sabel mientras asaban castañas o hilaban. Sabel les daba un cuenco de caldo a cada una de ellas y estas, a cambio, la adulaban. De entre ellas siempre era la última en marcharse una mujer muy anciana, de gran fealdad que al capellán se le antojaba tenía aspecto de bruja, llegándole a recordar, al verla junto a Sabel, un cuadro que representaba las tentaciones de San Antonio en el que aparecía una hechicera y una bella y sensual joven con pezuña de cabra. Al joven religioso

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