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Mientras La Ciudad Duerme

ClaraSerrano197824 de Mayo de 2013

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Desde principios de siglo, junto con la llegada de los inmigrantes y los cambios sociales y culturales que ésta produjo, fue surgiendo una música particular de Buenos Aires: el tango. En un principio se trató de una música que sólo se bailaba, característica de las zonas aledañas al puerto, pobladas de inmigrantes y marineros. Los prostíbulos y los patios de conventillos fueron los ámbitos en los que el tango se fue formando…..

Desde entonces, el tango se convirtió en un componente de la vida cotidiana de la vida de una parte de la sociedad porteña y en un reflejo de los cambios que en ella se iban produciendo. Cada vez más, se compusieron tangos con letra. Estas canciones expresaron los sentimientos y el modo de hablar de muchos habitantes de la ciudad. En su gran mayoría los tangos utilizaban el lunfardo, surgido como una jerga particular de los ladrones –lunfardo era una palabra con la que los ladrones se denominaban a sí mismos- y que se fue enriqueciendo con el aporte de palabras provenientes de los idiomas que hablaban los inmigrantes.

La década del 20 se caracterizó por la prosperidad económica y por el ascenso social y político de los sectores medios urbanos. Muchos hijos de inmigrantes progresaron instalando un pequeño comercio, ocupando un puesto público, incorporándose a la actividad política o estudiando en la universidad. Surgieron nuevos barrios y otros crecieron mucho. Algunos como Flores o Belgrano, alejados del centro, crecieron como ampliación de antiguos pueblos. En cada barrio se fue delineando un perfil social definido. Los barrios fabriles como Parque Patricios, Pompeya o Boedo, y los cercanos al puerto como la Boca, Barracas o San Telmo, tuvieron un tono claramente obrero. Otros fueron lugares tradicionales de los sectores medios, como Villa Urquiza, Devoto, el norte de Palermo y el norte de Belgrano. El Barrio Norte fue, sin duda, un lugar exclusivo de las familias más acomodadas de Buenos Aires. El tango reflejó esos cambios. Poco a poco, fue dejando de ser una expresión musical exclusiva de los barrios y sectores más humildes y comenzó a ser aceptado en círculos sociales privilegiados, que en un principio lo rechazaron por considerarlo una danza obscena, impropia para la gente decente. En los cabarets del centro de la ciudad y en los salones de fiestas, las orquestas típicas tocaban tangos más refinados, de mayor riqueza armónica y sonora que la de los primeros tiempos. La música popular urbana recibió el aporte de músicos de conservatorio –como Julio de Caro y Osvaldo Fresedo-. El tango comenzó a ser una expresión artística que reunió elementos característicos de la cultura popular y de las elites.

A fines de los años ’20, la bonanza económica y los contrastes sociales de una sociedad en cambio quedaron retratados en muchas letras, entre las que se destacó por su tono crítico el tango Acquaforte, de Carlos Marambio Catán.

La década del ’30 se inició con crisis y depresión económica, interrupción del proceso democrático, fraude electoral y negociados. Para muchos fueron años de desesperanza y escepticismo. La desocupación afectó a muchos argentinos, que por primera vez tenían serias dificultades para encontrar trabajo, en un país en el que, hasta ese momento, la demanda de mano de obra siempre había superado a la oferta. El letrista de tango que mejor expresó ese sentimiento fue Enrique Santos Discépolo. En su tango Que vachaché (1925) hizo una crítica moral de los tiempos de esplendor alvearista y anticipó la falta de confianza y expectativas que muchos compartirían algunos años más tarde, durante la llamada década infame. Otros de los títulos de su autoría que reflejaron claramente la época fueron Cambalache, Uno y Yira Yira, en los que criticó con dureza los tiempos de crisis por los que transitaba el país.

Otra característica distintiva del período, fue el incremento, en los grandes centros urbanos, de la criminalidad. Además de la delincuencia individual y en pequeña escala, fueron tomando auge importantes bandas organizadas al estilo de la mafia italiana. La ciudad de Rosario, que había atraído a un gran número de inmigrantes, se vio asolada por la acción de grupos cuyos principales negocios eran los secuestros extorsivos, la prostitución y el juego clandestino. La delincuencia también estaba asociada al poder político. Algunos dirigentes utilizaban pistoleros tanto para controlar sus negocios como para manejar a su antojo los actos comiciales fraudulentos. El más célebre de estos pistoleros fue Juan Ruggero, alias “Ruggerito”, que trabajaba para el caudillo de Avellaneda Alberto Barceló. Los años de crisis vieron crecer aceleradamente el negocio de la prostitución, organizado por grupos mafiosos, particularmente en los suburbios de Buenos Aires, amparados por las autoridades policiales.

Al Capone tuvo sus emuladores en Buenos Aires, cuando en los años ‘30 los pistoleros, con sus autos veloces, sus ropas vistosas y sus armas nuevas desafiaban a una policía que se vio obligada a ponerse a tono con la espectacularidad de los delitos que se registraban. La reacción es represiva, implica el uso de la picana y de controles para “limpiar” la ciudad. Van a llegar las pistolas Colt 45, las radios y los patrulleros; también alcanzará su esplendor el vigilante de la esquina. Todo esto cuando el Gran Buenos Aires hacía las veces de la frontera que buscaban traspasar los “malvivientes”. Un día común de entonces, la mañana del 2 de octubre de 1930 en los bosques de Palermo, mientras la gente pasea o hace sus ejercicios, irrumpe el crimen: el auto que transportaba el dinero para pagarle al personal de Obras Sanitarias de la Nación es emboscado por otro vehículo, con una banda con siete personas. Hay un tiroteo que deja varios heridos y un muerto. Y los malhechores se fugan hacia Belgrano, con los caudales. Los porteños quedan perturbados: el hampa producía alarma por casos como este. De casos como ese, o el secuestro de Abel Ayerza, parte Lila Caimari, una investigadora de la de la cuestión criminal porteña que nos acerca a un tiempo del que aún experimentamos ecos.

¿Qué crimen perturbó especialmente a la opinión pública en la década de 1930?

El caso Ayerza, ocurrido entre fines de 1932 y comienzos de 1933, es uno de los primeros grandes secuestros de la Argentina. No porque fuera el primero -la práctica del secuestro existía antes de eso-, sino por su enorme visibilidad, que es función de la madurez de los medios gráficos y del perfil de la víctima. Abel Ayerza era el joven hijo de una familia muy tradicional y fue encontrado muerto cuatro meses después de su rapto. El caso fue cubierto por todos los diarios y el desenlace activó una ola de pasión punitiva que se hizo sentir con mucha fuerza en los debates legislativos. Resucitó la propuesta de restaurar la pena de muerte, abolida en el Código Penal de 1922.

¿Qué se le pedía a la policía en los años treinta?

La década de 1930 tiene de todo: crisis económica, interrupción institucional y represión. Y es una bisagra para el delito urbano. La cuestión del orden urbano es central para entender el efecto de estos cimbronazos en la ciudad de Buenos Aires. La demanda aparece con mucha nitidez en la movilización social para armar y modernizar a la policía -recordemos que, hasta 1943, es la Policía de la Capital, antecesora de la Federal. Radios, armas y patrulleros se adquieren con fondos reunidos por distintos grupos sociales. Paralelamente, una serie de edictos marca un clarísimo ajuste en los métodos y criterios de vigilancia de las calles. Algunos, como la portación de armas, son utilizados para la represión política. Pero muchos otros, como los edictos de costumbres, confluyen en un verdadero patrullaje moral de la ciudad.

¿Cómo trabajaba el policía de la calle? ¿Había corruptelas?

Los problemas de corrupción siempre existieron. El mito de un pasado dorado, donde había una policía pura que se opone a la policía corrupta actual es eso: un mito. Eso no significa que todas las formas de corrupción sean equivalentes -no es lo mismo estar involucrado en una red de narcotráfico que en quinielas barriales-, ni que los niveles de penetración institucional sean siempre los mismos. Yo encuentro que los policías de calle de los años treinta estaban muy cerca de la sociedad que vigilaban, entre otras cosas porque los mecanismos de profesionalización eran todavía someros. Por ejemplo: participaban de la cultura del juego clandestino, como apostadores y como receptores de mensualidades que pagaban bajo cuerda los organizadores. Aceptaban “favores” de legalidad oscura. Esto se combina con mil trapisondas para maquillar las faltas en la redacción de los informes.

¿Por qué en una ciudad de inmigrantes la policía era criolla?

La policía era criolla porque el mercado de trabajo de la época ofrecía mejores oportunidades. En las épocas de cosecha, muchos policías abandonaban sus cargos. Así que las jefaturas organizaban excursiones de emergencia a las provincias del norte. Los nuevos policías “metropolitanos” eran investidos de su poder de arresto después de pocos días de instrucción. Esto planteó dificultades en la construcción del vínculo entre policía y sociedad. Profundizó las distancias entre una sociedad conflictiva con una institución con poca legitimidad para hacerse cargo de la represión del conflicto social. Generó corrientes de desprecio racista hacia el vigilante, más bajo y más oscuro que los sujetos que debía controlar en la calle. En otras palabras: muchos policías combinaban su desmesurado poder de arresto con escaso capital social.

¿La policía era escasa en 1930?

Relativamente. El dato principal aquí es

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