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Morgan Harris

carraca4 de Enero de 2012

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EL MACHO SALVAJE. Resumen

El infanticidio femenino, practicado por la mayoría de sociedades primitivas, es una demostración de la supremacía del varón. La principal forma de adaptación humana es la cultural, no la biológica, por lo cual en la especie humana las diferencias físicas no son significativas. En las sociedades humanas, el dominio sexual depende del control de la tecnología de la defensa y la agresión. Las mujeres controlan la crianza, y a través de ella pueden modificar cualquier estilo de vida que las amenace. Pero este control sólo pueden ejercerlo sobre los varones de su propio grupo, no con el enemigo, por este motivo las mujeres se ven obligadas a criar varones feroces en contextos de guerras continuas. Este fenómeno se conoce como “amplificación de la desviación”, cuanto más feroces son los varones, más guerras se producen, y más se necesitan varones feroces. A la vez aumenta la agresividad sexual, la explotación de las mujeres y la poliginia. La poliginia provoca un déficit de mujeres, aumenta el nivel de frustración de los hombres jóvenes y potencia los motivos para ir a la guerra. Llevado al clímax las mujeres son despreciadas y matadas en la infancia y se emprenden guerras para capturar mujeres y poder criar hombres agresivos.

Un ejemplo de este estilo de vida serían los indios Yanomamo que habitan en la frontera entre Brasil y Venezuela. Esta es una de las sociedades más agresiva, belicosa y orientada hacia el hombre que existen en el mundo. Tanto los varones como las hembras adultas tienen el cuerpo recubierto de cicatrices y magulladuras, en las mujeres provocadas en la mayoría de casos por las agresiones de sus maridos. Todos los hombres abusan físicamente de sus mujeres e incluso pueden llegar a matarlas. Muchas veces se desencadena violencia contra las mujeres sin que medie provocación y, frecuentemente, son chivos expiatorios de los conflictos entre hombres. Esta violencia está relacionada con la necesidad de los hombres Yanomamo de demostrar que son capaces de matar. Los varones detentan también el monopolio de las drogas alucinógenas, que les proporcionan visiones sobrenaturales y les ayudan a superar el miedo y el dolor ante los constantes enfrentamientos, no sólo entre grupos, sino entre miembros del mismo clan, e, incluso, entre padres y hijos.

Los Yanomamo justifican el machismo con mitos de la creación mientras las mujeres son tomadas como víctimas desde pequeñas, cuando no pueden devolver los golpes a su hermano. En el matrimonio, las mujeres son intercambiadas y esperan ser maltratadas por sus maridos, midiendo su estatus por la frecuencia de las palizas. El síndrome machista se refleja también en los duelos entre dos varones que intentan herirse, mediante diferentes métodos, hasta el límite de la resistencia. Los Yanomamo están orgullosos de los recuerdos de estos duelos. La guerra es la expresión última de su estilo de vida. No existe ninguna forma de establecer treguas duraderas aunque se consolidan alianzas con las aldeas vecinas perturbadas por la eterna desconfianza, los rumores maliciosos y las traiciones constantes. El objetivo en la guerra es matar el mayor número de hombres y capturar tantas mujeres enemigas como se pueda. Las incursiones son incesantes

A pesar de que aparentemente las luchas son provocadas por la falta de mujeres, los Yanomamo practican el infanticidio femenino, aunque no parece existir ninguna presión demográfica. Practican una agricultura de tala y quema en continuo movimiento, ya que hasta hace relativamente poco eran cazadores y recolectores nómadas. Según Harris, debieron empezar a experimentar con cultivos de banana y con el incremento de las calorías, se produjo un incremento de la población. Pero esta alimentación es deficitaria en proteínas y lo compensan cazando pequeños animales.

Según Harris, las continuas

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