ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

NAVIDAD EN LAS MONTAÑAS DE IGNACIO MIGUEL ALTAMIRANO

Luis_Alberto14 de Abril de 2012

10.332 Palabras (42 Páginas)1.195 Visitas

Página 1 de 42

Ignacio Manuel Altamirano

(Ignacio Manuel Altamirano Basilio; Tixtla, Guerreros, 1834 - San Remo, 1893) Escritor mexicano al que se considera padre de la literatura nacional y maestro de la segunda generación romántica.

Nacido en el seno de una familia indígena, Altamirano cumple sus catorce años sin hablar todavía castellano, lengua de la cultura oficial, y por lo tanto, sin saber leer ni escribir.

Inicia precisamente por aquel entonces un proceso de alfabetización que sorprende por su rapidez y consigue, en 1849, una beca para estudiar en el Instituto Literario de Toluca, donde imparte sus enseñanzas Ignacio Ramírez, el Nigromante, intelectual mulato y librepensador, futuro ministro con Porfirio Díaz, cuyo interés por la juventud indígena le convierte en mentor y amigo de Altamirano.

La influencia de su maestro prende rápidamente en el joven, que pronto va a dar pruebas del doble amor (por sus raíces indígenas y por una cultura que bebe en las ardientes fuentes del romanticismo europeo) que dirigirá y determinará las opciones más relevantes de su vida.

Estudiante de derecho en el Colegio de San Juan de Letrán, Altamirano se lanza a la palestra política, se alinea con los revolucionarios de Ayutla, combate a los conservadores en la guerra de Reforma, y más tarde, tras ponerse decididamente al lado de los juaristas, es elegido en 1861 diputado al Congreso de la Unión, donde exige que se castigue al enemigo, enarbola el estandarte de la patria libre y, en 1863, lucha contra el imperio de Maximiliano y la invasión francesa, alcanzando, en 1865, el grado de coronel por su participación en las batallas de Tierra Blanca, Cuernavaca y Querétaro.

En 1867, restablecida ya la República, consagra por fin su vida a la enseñanza, la literatura y el servicio público, en el que desempeña muy distintas funciones como magistrado, presidente de la Suprema Corte de Justicia, oficial mayor en el Ministerio de Fomento y cónsul en Barcelona (1889) y París (1890).

Funda, junto a su maestro Ignacio Ramírez y Guillermo Prieto, El Correo de México, publicación que le sirve para exponer y defender su ideario romántico y liberal; dos años más tarde, en 1869, aparece gracias a sus desvelos la revista El Renacimiento, que se convierte en el núcleo que agrupa y articula los más destacados literatos e intelectuales de la época con el común objetivo de renovar las letras nacionales.

Ese deseo de renacimiento literario y el encendido nacionalismo, que tan bien se adapta a sus ardores románticos, desembocarán en la publicación de sus Rimas (1871), en cuyas páginas las descripciones del paisaje patrio le sirven de instrumento en su búsqueda de una lírica genuinamente mexicana. Antes, en 1868, había publicado Clemencia, considerada por los estudiosos como la primera novela mexicana moderna, teniendo una destacada intervención en las Veladas Literarias que tanta importancia tuvieron en la historia de la literatura mexicana.

En la última fase de su vida inició una serie de viajes que le llevaron a ocupar los consulados mexicanos de las ciudades europeas de Barcelona y París y a realizar un postrer periplo por Italia, país del que no regresará nunca. Falleció el 13 de febrero de 1893 en San Remo. Atendiendo a su voluntad, y tras ser incinerados, sus restos fueron trasladados a México y depositados en la Rotonda de los Hombres Ilustres.

La obra de Ignacio Manuel Altamirano

Su concepto del hombre y de la patria, su incansable actividad cultural, su defensa de los valores indigenistas, su decidida apuesta por las ideas de progreso justifican que se le haya comparado con una de las figuras míticas de la historia de México, al afirmar que fue el apóstol de la cultura como Juárez lo fue de la libertad mexicana.

La obra educativa de Manuel Altamirano fue también notabilísima, y puede afirmarse que, sin su figura, la cultura mexicana se habría visto notablemente empobrecida. Fue profesor en la Escuela Nacional Preparatoria, la Escuela de Comercio, la de Jurisprudencia, la Nacional de Profesores y otros establecimientos docentes; así, tanto por su vida como por su incesante magisterio, Altamirano se ganó el título de "Maestro".

Sus novelas Clemencia (1868), Julia (1870) y La Navidad en las montañas (1871) se consideran fundacionales para la narrativa mexicana. En ellas ponía de relieve los males que aquejaban al país: el militarismo, la deficiente enseñanza y las desigualdades sociales. El Zarco, publicada en 1901, es su obra más importante; rica en matices expresivos, giros idiomáticos y descripciones del paisaje, la novela narra las aventuras de un bandido de ojos azules, líder de la banda "Los Plateados".

En su poesía (Rimas) se identifica con el paisaje en una sentida interpretación lírica. Su abundante producción en el género costumbrista se reunió bajo el título genérico de Paisajes y leyendas, tradiciones y costumbres de México, compendio de escritos y artículos agrupados en dos volúmenes, el primero de los cuales había de editarse en 1884, mientras el segundo sólo pudo ver la luz en 1949, cuando había transcurrido casi medio siglo desde la muerte de su autor.

En sus trabajos de crítica literaria reiteró la necesidad de superar la dependencia de los modelos europeos y de encontrar un estilo y una temática autóctonos, y manifestó su voluntad de crear una novela nacional, independiente de la europea, en la que figurasen el indio, la historia mexicana y el paisaje autóctono.

cuento:

NAVIDAD EN LAS MONTAÑAS DE IGNACIO MIGUEL ALTAMIRANO

I

EI sol se ocultaba ya; y las nieblas ascendían del profundo seno de los valles; deteníanse unmomento entre los oscuros bosques y las negras gargantas de la cordillera, como un rebañogigantesco; después avanzaban con rapidez hacia las cumbres; se desprendían majestuosasde las agudas copas de los abetos e iban, por último, a envolver la soberbia frenre de lasrocas, titánicos guardianes de la montaña que habían desafiado allí, durante millares desiglos, las tempestades del cielo y las agitaciones de la tierra.Los últimos rayos del sol poniente franjaban de oro y de púrpura estos enormes turbantesformados por la niebla; parecían incendiar las nubes agrupadas en el horizonte,rielabandébiles en las aguas tranquilas del remoto lago, temblaban al retirarse de las llanurasinvadidas ya por la sombra y desparecían después de iluminar con su última caricia laoscura cresta de aquella oleada de pórfido.Los postreros rumores del día anunciaban por dondequiera la proximidad del silencio. A lolejos, en los valles, en las faldas de las colinas, a las orillas de los arroyos, veíansereposando quietas y silenciosas las varadas; los ciervos cruzaban como sombras entre losárboles, en busca de sus ocultas guaridas; las aves habían entonado ya sus himnos de latarde, y descansaban en sus lechos de ramas; en las rozas se encendía la alegre hoguera de pino, y el viento glacial del invierno comenzaba a agitarse entre las hojas.

II

La noche se acercaba tranquila y hermosa: era el 24 de diciembre, es decir, que pronto lanoche de Navidad cubriría nuestro hemisferio con su sombra sagrada y animaría a los pueblos con sus alegrías íntimas. ¿Quién que ha nacido cristiano y que ha oído renovar cadaaño, en su infancia, la poética leyenda del nacimiento de Jesús, no siente en semejantenoche avivarse los más tiernos recuerdos de los primeros días de la vida?Yo, ay de mí, al pensar que me hallaba, en este día solemne, en medio del silencio deaquellos bosques majestuosos, aun en presencia del magnífico espectáculo que se presentaba a mi vista absorbiendo mis sentidos embargados poco ha por la admiración quecausa la sublimidad de la naturaleza, no pude menos que interrumpir mi dolorosameditación, y encerrándome en un religioso recogimiento evoqué todas las dulces y tiernasmemorias de mis años juveniles. Ellas se despertaron alegres como el enjambre de bulliciosas abejas y me transportaron a otros tiempos, a otros lugares; ora al seno de mifamilia humilde y piadosa; ora al centro de populosas ciudades, donde el amor, la ansiedady el placer, en delicioso concierto, habían hecho siempre grata para mi corazón esa noche bendita.Recordaba mi pueblo, mi pueblo querido, cuyos alegres habitantes celebraban a porfía con bailes, cantos y modestos banquetes la Nochebuena. Parecíame ver aquellas pobres casasadornadas con sus nacimientos y animadas por la alegría de la familia; recordaba la pequeña iglesia iluminada, dejando ver desde el pórtico el precioso Belén, curiosamentelevantado en el altar mayor; parecíame oír los armoniosos repiques que resonaban en elcampanario, medio derruído, convocando a los fieles a la misa de gallo, y aún escuchaba,con el corazón palpitante, la dulce voz de mi pobre y virtuoso padre, excitándonos a mishermanos y a mí a arreglarnos pronto para dirigirnos a la iglesia, a fin de llegar a tiempo; yaún sentía la mano de mi buena y santa madre tomar la mía para conducirme al oficio.Después me parecía llegar, penetrar por entre el gentío que se precipitaba en la humildenave, avanzar hasta el pie del presbiterio, y allí arrodillarme, admirando la hermosura de lasimágenes, el portal resplandeciente con la escarcha, el semblante risueño de los pastores, el

lujo deslumbrador de los Reyes Magos y la iluminación espléndida del altar. Aspiraba condelicia el fresco y sabroso aroma de las ramas de pino, y el heno que se enreda en ellas, quecubría el barandal del presbiterio y que ocultaba el pie de los blandones. Veía despuésaparecer

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (64 Kb)
Leer 41 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com