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RESUMEN CAMINO A CRISTO

Melielt18 de Julio de 2015

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RESUMEN CAMINO A CRISTO

AMOR SUPREMO

La más grande ley que rige al universo entero, es la ley del amor. No existe nada en el infinito cosmos que no sea regido por dicha ley, así mismo nada existiría sin esta ley.

El fundamento del carácter divino es el amor, por amor creo todo, por amor soportó la rebelión del enemigo, y más aún por amor creo el plan que redimiría a todo el universo, un plan el cual, su núcleo, era el amor. Este sentimiento se expresa en cada creación divina, desde el más ínfimo átomo que vive para demostrar su utilidad, hasta el astro más descomunal, todos reflejan el amor de Dios. Pero más allá de esto, el amor del Creador se expresó en su grande esplendor al “…dar a su Hijo Unigénito para que todo aquel que en Él crea, no se pierda, más tenga vida eterna.” Al permitir que la raza caída, la mancha en el universo, pudiera regresar a su estado de intimidad con Dios y poder ser llamados los hombres de nuevo hijos de Dios; este es el más grande amor de todos, tener la bendición de a través de los méritos de Cristo, poder entrar en comunión con nuestro Padre y ser llamado sus hijos.

LA MÁS URGENTE NECESIDAD DEL HOMBRE

Cuando el pecado entro al ser humano, su capacidad moral decayó tanto que lo volvió incapaz de reconciliarse por su propia cuenta con su Hacedor. Sin embargo la raza caída necesitaba una salvación, ¿Cómo podría salvarse de una sentencia de muerte, cómo, siendo débil e indigno de dirigirse al Regente del universo, obtener perdón? El futuro parecía incierto y oscuro. Sin embargo, antes de la caída del hombre, el plan de Dios ya había sido hecho, el sacrificio por nuestros pecados ya había sido previsto y el Redentor del mundo puso en marcha su plan para restituir a sus hijos descarraidos.

A pesar de todo, el humano buscó y aún busca maneras erradas de llegar a la paz y tranquilidad que da el perdón y la comunión con Dios. En las rebuscadas y meras formalidades de la supuesta cultura, el refinamiento y el conocimiento vanal, no se encuentra el secreto que suplirá aquello que el hombre no puede alcanzar por sí solo. Sólo en Cristo, por sus méritos y por la fe en él, el humano suple su mayor necesidad y anhelo, el perdón y la paz; solamente por la gracia del Redentor, aquel que nos reconcilia con el Padre, podemos llegar a lograr ese cambio que nos elevará hasta Dios.

UN PODER MISTERIOSO QUE CONVENCE

Ya que el humano, ha encontrado a Aquel que puede llevarlo ante el Padre y presentarlo como hijo suyo, surge la necesidad y la pregunta ¿Cómo, lograré entrar en contacto con Dios, siendo pecador, cómo me justificaré ante Él?

La respuesta es imposible para un ser creado, su condición no le permite allegarse a su Creador y justificarse ante Él. Más sin embargo, a través de Cristo, esto es posible. Arrepintiéndose el hombre de sus pecados y dejándolos, puede acercarse a Dios. Pero para que el arrepentimiento se dé, hay que comprender la magnitud y lo horrible que es el pecado para el Padre; hay que ceder a aquel sentimiento que nos mueve a postrarnos y con el corazón necesitado de ayuda y perdón, acuda al cielo por ello. Es necesario dejar que el Espíritu Santo actúe en el ser, Aquel que es el único que puede transformar y hacer que el pecador admita su pecado, vea la enormidad y santidad de la ley, más sin embargo, que reconozca que en él no hay nada bueno, pero que hay Uno que se presenta ante Dios con toda la autoridad y el poder para decir: “Él es mi hijo, morí por él, mi sangre suplió su culpa, ahora está en amistad conmigo.” Pero sólo se puede lograr, si el corazón se abre a la influencia de esa Voz que invita a reconocer la necesidad de un Salvador y de perdón.

PARA OBTENER LA PAZ INTERIOR

Las condiciones indicadas para obtener la misericordia de Dios son sencillas, justas y razonables. El Señor no nos exige que hagamos alguna cosa penosa para obtener el perdón de nuestros pecados. No necesitamos hacer largas y cansadoras peregrinaciones, ni ejecutar duras penitencias, para encomendar nuestras almas al Dios de los cielos o para expiar nuestras transgresiones, sino que todo aquel que confiese su pecado y se aparte de él alcanzará misericordia.

Los que no han humillado su alma delante de Dios reconociendo su culpa, no han cumplido todavía la primera condición de la aceptación. Si no hemos experimentado ese arrepentimiento del cual nadie debe arrepentirse, y no hemos confesado nuestros pecados con verdadera humillación del alma y quebrantamiento del espíritu, aborreciendo nuestra iniquidad, no hemos buscado verdaderamente el perdón de nuestros pecados; y si nunca lo hemos buscado, no hemos encontrado la paz de Dios. La única razón por la cual no obtenemos la remisión de nuestros pecados pasados es que no estamos dispuestos a humillar nuestro corazón ni a cumplir las condiciones que impone la Palabra de verdad. Se nos dan instrucciones explícitas tocantes a este asunto. La confesión de nuestros pecados, ya sea pública o privada, debe ser de corazón y voluntaria. No debe ser arrancada al pecador. No debe hacerse de un modo ligero y descuidado o exigirse de aquellos que no tienen una comprensión real del carácter aborrecible del pecado. La confesión que brota de lo íntimo del alma sube al Dios de piedad infinita. El salmista dice: “Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu contrito.”

El corazón humilde y quebrantado, enternecido por el arrepentimiento genuino, apreciará algo del amor de Dios y del costo del Calvario; y como el hijo se confiesa a un padre amoroso, así presentará el que esté verdaderamente arrepentido todos sus pecados delante de Dios. Y está escrito: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda iniquidad.”

LA CONSAGRACIÓN

Debemos dar a Dios todo el corazón, o no se realizará el cambio que se ha de efectuar en nosotros, por el cual hemos de ser transformados conforme a la semejanza divina. Por naturaleza estamos enemistados con Dios. El Espíritu Santo describe nuestra condición en palabras como éstas: “Muertos en las transgresiones y los pecados,” “la cabeza toda está ya enferma, el corazón todo desfallecido,” “no queda ya en él cosa sana. “Nos sujetan firmemente los lazos de Satanás, “por el cual” hemos “sido apresados, para hacer su voluntad.” Dios quiere sanarnos y libertarnos. Pero como esto exige una transformación completa y la renovación de toda nuestra naturaleza, debemos entregarnos a Él completamente.

Es un error dar cabida al pensamiento de que Dios se complace en ver sufrir a sus hijos. Todo el cielo está interesado en la felicidad del hombre. Nuestro Padre celestial no cierra las avenidas del gozo a ninguna de sus criaturas. Los requerimientos de Dios nos invitan a rehuir todos los placeres que traen consigo sufrimiento y contratiempos, que nos cierran la puerta de la felicidad y del cielo. El Redentor del mundo acepta a los hombres tales como son, con todas sus necesidades, imperfecciones y debilidades; y no solamente los limpiará de pecado y les concederá redención por su sangre, sino que satisfará el anhelo de todos los que consientan en llevar su yugo y su carga. Es su designio dar paz y descanso a todos los que acudan a Él en busca del pan de vida. Sólo nos pide que cumplamos los deberes que guíen nuestros pasos a las alturas de una felicidad que los desobedientes no pueden alcanzar. La vida verdadera y gozosa del alma consiste en que se forme en ella Cristo, esperanza de gloria.

“La guerra contra nosotros mismos es la batalla más grande que jamás se haya reñido. El rendirse a sí mismo, entregando todo a la voluntad de Dios, requiere una lucha; más para que el alma sea renovada en santidad, debe someterse antes a Dios.”

MARAVILLAS OBRADAS POR LA FE

A medida que la conciencia del hombre ha sido vivificada por el Espíritu Santo, el humano comprende que el pecado separa a la creación de Dios y que es imposible escapar de la influencia del mal pues el corazón y sus motivos son impuros y el anhelo de tener armonía para con Dios es intenso, más sin embargo ¿Cómo lograr eso?

Solo con el perdón y la paz que da dicho perdón, se puede lograr el amor del cielo. No se los puede comprar con dinero; la inteligencia y la sabiduría no pueden alcanzarlos ni se puede esperar conseguirlos por el propio esfuerzo. Pero Dios os los ofrece como un don, “sin dinero y sin precio.” Son de quien los pida, con tal que se extienda la mano para tomarlos. El Señor dice: “¡Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque fuesen rojos como el carmesí, como lana quedarán!” “También os daré un nuevo corazón, y pondré un espíritu nuevo en medio de vosotros.”

Dios no nos trata como los hombres se tratan entre sí. Los pensamientos de Él son pensamientos de misericordia, de amor y de la más tierna compasión. Él dice: “¡Deje el malo su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá compasión de él, y a nuestro Dios, porque es grande en perdonar!” “He borrado, como nublado, tus transgresiones, y como una nube, tus pecados.” “No me complazco en la muerte del que muere, dice Jehová el Señor: ¡volveos pues, y vivid!” Satanás está pronto para quitarnos la bendita seguridad que Dios nos da. Desea privar al alma de toda vislumbre de esperanza y de todo rayo de luz; pero no debemos permitírselo. No prestemos oído al tentador, antes digámosle: “Jesús murió para que yo viva. Me ama y no quiere que perezca. Tengo un Padre celestial muy compasivo; y aunque he abusado de su amor, aunque he disipado las bendiciones

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