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Regulación Y Competencia


Enviado por   •  19 de Mayo de 2014  •  6.992 Palabras (28 Páginas)  •  173 Visitas

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El mito del monopolio natural

Por Thomas J. DiLorenzo

Traducido por Juan Fernando Carpio

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Thomas J. DiLorenzo es profesor de Economía en la Sellinger School of Business and Management, Loyola College. Este artículo fue publicado originalmente en The Review of Austrian Economics Vol. 9, No. 2 (1996).

El propio término “servicio público”... es uno absurdo. Todo bien es útil “para el público” y casi todo bien...puede ser considerado “necesario”. Cualquier designación de unas pocas industrias como “servicios públicos” es completamente arbitraria e injustificada.

Murray Rothbard, Power and Market

A la mayoría de los así llamados servicios públicos se les ha otorgado exclusividad por parte del gobierno porque se piensa que son “monopolios naturales”. Explicado brevemente, se dice que emerge un monopolio natural cuando la tecnología de producción, como por ejemplo costos fijos elevados, provoca que los costos totales en el largo plazo declinen al aumentar la producción. En tales industrias, dice tal teoría, un solo productor eventualmente será capaz de producir a un costo más bajo que cualquier otro par de productores, por lo tanto creándose un monopolio “natural”. El resultado serán precios más altos si más de un productor sirve a ese mercado.

Más aún, se dice que la competencia causaría inconvenientes al consumidor dada la construcción de infraestructura redundante, por ejemplo, excavaciones en las calles para el tendido de líneas dobles de gas o agua potable. Evitar tales inconvenientes es otra razón presentada para otorgar exclusividad a industrias cuyos costos promedio declinan en el largo plazo.

Es un mito que la teoría del monopolio natural fue desarrollada primero por economistas, y utilizada luego por legisladores para “justificar” exclusividades (monopolios). La verdad es que los monopolios fueron creados décadas antes de que la teoría fuera formalizada por economistas de mentalidad intervencionista, quienes la utilizaron como justificación ex post para la intervención gubernamental. En la época en que los primeras exclusividades estaban siendo otorgadas, la gran mayoría de economistas entendían que la producción a gran escala y con uso intensivo de capital no llevaba al monopolio, si no que era un aspecto absolutamente deseable del proceso competitivo.

La palabra “proceso” es importante aquí. Si la competencia se ve como un proceso empresarial de rivalidad y dinámico, entonces el hecho de que un productor individual tenga los costos más bajos en cualquier momento dado es de poca o ninguna importancia. Las permanentes fuerzas de la competencia –incluyendo la competencia potencial- vuelven un monopolio de libre mercado algo imposible. La teoría del monopolio natural es también ahistórica. No existe evidencia alguna de que la historia del “monopolio natural” ocurriese en la práctica –de un productor que alcance costos promedios más bajos en el largo plazo que otros en la industria y de esa manera establezca un monopolio permanente. Como se discutirá a continuación, en muchas de las así llamadas industrias de servicios públicos o básicos de los siglos dieciocho y diecinueve, existieron de forma literal y frecuentemente docenas de competidores.

Economías de escala durante la era de las licencias de exclusividad

Durante la última parte del siglo diecinueve, cuando los gobiernos locales empezaban a otorgar exclusividades, la noción económica generalizada era que un “monopolio” era algo causado por la intervención gubernamental, no por el libre mercado, a través de contratos exclusivos, proteccionismo y otros medios. La producción a gran escala y las economías de escala eran vistas como una virtud competitiva, no como un mal del monopolismo. Por ejemplo, Richard T. Ely, co-fundador de la American Economic Association, escribió que “la producción a gran escala es algo que de ninguna manera implica producción monopolizada”[1]. John Bates Clarck, co-fundador junto a Ely, escribió en 1888 que la noción de que los carteles industriales “destruirían la competencia” no debería “ser aceptada apresuradamente”. [2]

Herberg Davenport de la Universidad de Chicago advertía en 1919 que la existencia sólo unas pocas firmas en una industria donde existiesen economías de escala no “requeria de la eliminación de la competencia[3]”, y su colega, James Laughlin, notaba que incluso cuando “un cartel es grande, un cartel rival puede presentarle competencia muy agresiva”.[4] Tanto Irving Fisher[5] como Ewin R.A. Seligman[6] estaban de acuerdo en que la producción a gran escala generaba beneficios competitivos a través del ahorro de costos en publicidad, ventas y provisión cruzada.

Las unidades de producción a gran escala inequívocamente beneficiaban al consumidor, de acuerdo a los economistas de fines de siglo. Ya que sin producción a gran escala, de acuerdo a Seligman, “El mundo volvería a un estado más primitivo de bienestar, y virtualmente renunciaría a los invalorables beneficios de la mejor utilizarión del capital”.[7] Simon Patten de la Wharton School expresaba una visión similar al decir que “la combinación de capital no causa ningún perjuicio económico a la comunidad... los carteles son mucho más eficientes que los pequeños productores a los que desplazaron”[8]

Como virtualmente casi todo economista de la época, Franklin Giddings de Columbia veía la competencia como los actuales economistas de la Tradición Austriaca: un proceso dinámico de rivalidad. Consecuentemente, él observaba que la “competencia de algún tipo es un proceso económico permanente... Por lo tanto, cuando la competencia de mercado parece haber sido suprimida, debemos preguntarnos qué ha sucedido con las fuerzas que la habían generado. Debemos cuestionarnos más allá, hasta que grado la competencia de mercado es realmente suprimida o transformada en otra forma de competencia”[9] En otras palabras, una empresa “dominante” que supera con precios inferiores a sus rivales en cualquier momento dado no ha suprimido la competencia, pues la

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