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ROBINSON CRUSOE


Enviado por   •  27 de Agosto de 2012  •  101.714 Palabras (407 Páginas)  •  362 Visitas

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Daniel Defoe

LAS AVENTURAS DE

ROBINSON CRUSOE

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Texto de dominio público.

Este texto digital es de DOMINIO PÚBLICO en Argentina por cumplirse más de 30

años de la muerte de su autor (Ley 11.723 de Propiedad Intelectual). Sin embargo,

no todas las leyes de Propiedad Intelectual son iguales en los diferentes países

del mundo.

Infórmese de la situación de su país antes de la distribución pública de este texto.

Nací en 1632, en la ciudad de York, de una buena familia, aunque no de la región, pues mi padre era un

extranjero de Brema1 que, inicialmente, se asentó en Hull2. Allí consiguió hacerse con una considerable

fortuna como comerciante y, más tarde, abandonó sus negocios y se fue a vivir a York, donde se casó con

mi madre, que pertenecía a la familia Robinson, una de las buenas familias del condado de la cual obtuve

mi nombre, Robinson Kreutznaer. Mas, por la habitual alteración de las palabras que se hace en Inglaterra,

ahora nos llaman y nosotros también nos llama mos y escribimos nuestro nombre Crusoe; y así me han llamado

siempre mis compañeros.

Tenía dos hermanos mayores, uno de ellos fue coronel de un regimiento de infantería inglesa en Flandes,

que antes había estado bajo el mando del célebre coronel Lockhart, y murió en la batalla de Dunkerque3

contra los españoles.

Lo que fue de mi segundo hermano, nunca lo he sabido al igual que mi padre y mi madre tampoco

supieron lo que fue de mí.

1 Brema (Bremen): Ciudad y puerto de Alemania a orillas del río Weser en el mar del Norte.

2 Hull (Kingston-Upon-Hull): Gran puerto pesquero y comercial de Gran Bretaña, junto al estuario del

Humber.

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3 Dunkerque: Ciudad y puerto de Francia en el mar del Norte donde, en 1658, el Ejército español fue

derrotado por los anglo-franceses.

Como yo era el tercer hijo de la familia y no me había educado en ningún oficio, desde muy pequeño me

pasaba la vida divagando. Mi padre, que era ya muy anciano, me había dado una buena educación, tan

buena como puede ser la educación en casa y en las escuelas rurales gratuitas, y su intención era que

estudiara leyes. Pero a mí nada me entusiasmaba tanto como el mar, y dominado por este deseo, me negaba

a acatar la voluntad, las órdenes, más bien, de mi padre y a escuchar las súplicas y ruegos de mi madre y

mis amigos. Parecía que hubiese algo de fatalidad en aquella propensión natural que me encaminaba a la

vida de sufrimientos y miserias que habría de llevar.

Mi padre, un hombre prudente y discreto, me dio sabios y excelentes consejos para disuadirme de llevar a

cabo lo que, adivinaba, era mi proyecto. Una mañana me llamó a su recámara, donde le confinaba la gota, y

me instó amorosamente, aunque con vehemencia, a abandonar esta idea. Me preguntó qué razones podía

tener, aparte de una mera vocación de vagabundo, para abandonar la casa paterna y mi país natal, donde

sería bien acogido y podría, con dedicación e industria, hacerme con una buena fortuna y vivir una vida

cómoda y placentera. Me dijo que sólo los hombres desesperados, por un lado, o extremadamente ambiciosos,

por otro, se iban al extranjero en busca de aventuras, para mejorar su estado mediante empresas

elevadas o hacerse famosos realizando obras que se salían del cami no habitual; que yo estaba muy por

encima o por debajo de esas cosas; que mi estado era el estado medio, o lo que se podría llamar el nivel

más alto de los niveles bajos, que, según su propia experiencia, era el mejor estado del mundo y el más apto

para la felicidad, porque no estaba expuesto a las miserias, privaciones, trabajos ni sufrimientos del sector

más vulgar de la humanidad; ni a la vergüenza, el orgullo, el lujo, la ambición ni la envidia de los que

pertenecían al sector más alto. Me dijo que podía juzgar por mí mismo la felicidad de este estado, siquiera

por un hecho; que este era un estado que el resto de las personas envidiaba; que los reyes a menudo se

lamentaban de las consecuencias de haber nacido para grandes propósitos y deseaban haber nacido en el

medio de los dos extremos, entre los viles y los grandes; y que el sabio daba testimonio de esto, como el

justo parámetro de la verdadera felicidad, cuando rogaba no ser ni rico ni pobre4.

4 Proverbios 30:8: «No me des pobreza ni riqueza.»

Me urgió a que me fijara y me diera cuenta de que los estados superiores e inferiores de la humanidad

siempre sufrían calamidades en la vida, mientras que el estado medio padecía menos desastres y estaba

menos expuesto a las vicisitudes que los estados más altos y los más bajos; que no padecía tantos

desórdenes y desazones del cuerpo y el alma, como los que, por un lado, llevaban una vida llena de vicios,

lujos y extravagancias, o los que, por el otro, sufrían por el

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