Case To Exist
killer333411 de Mayo de 2014
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CeaseToExist.mp3
Sé que es difícil creer en algo cuando no se tienen pruebas, sobre todo si se trata de un asunto en el que los hechos parecen fragmentos de una historia de terror. Sin embargo, debo compartir esto con el mundo; todos deben conocer los peligros que acechan a los cibernautas curiosos y ávidos de nuevas experiencias, todos deben saber las consecuencias de tomar una decisión sin reflexionarla. Hago esto con la finalidad de prevenirlos.
Soy una personas cuya vida ha estado plagada de vicios. Siendo relativamente joven, puedo jactarme de haber probado casi todo, desde alcohol y drogas hasta extrañas prácticas sexuales y experiencias «extracorporales». Pero llega un momento en el que termina el encanto, la novedad de lo desconocido, y por tanto pierde su efecto. Arribar a la cumbre del vicio y darte cuenta de que, aun mezclando sustancias, no existe más que una efímera sensación cuya experimentación se vuelve una aburrida rutina, es lo más decepcionante del mundo. Ahora creo que es mejor quedarse en los límites de lo conocido y no ahondar en cosas que podrían destruir la mente.
Hace dos o tres años, no recuerdo, comencé con los sonidos binaurales. Primero probé lo básico como el I-Doser, después busqué otros que me brindaran experiencias más «fuertes». Fue así como encontré diversos tipos de frecuencias en la web normal y la profunda, todos con una extensa gama de sensaciones las cuales no tardé en agotar. En sólo unos meses había experimentado en su totalidad las sensaciones que esos audios ofrecían.
Hace unas semanas que revisaba mi correo electrónico, encontré en la bandeja de entrada un mensaje de un tal «James Webber» con el asunto «Nueva dosis que debes escuchar». Creyendo que se trataba de spam, eliminé el mensaje sin verificar su contenido. Repentinamente, ese sujeto «James» me envió un mensaje instantáneo (lo cual me sorprendió, pues no lo tenía como contacto) preguntándome si no tenía curiosidad de probar aquella dosis. En otra ocasión hubiera bloqueado a aquel individuo e ignorado su oferta, pero encontré divertido su intento por venderme algo que no era novedad para mí. Le respondí cuestionándolo acerca de «lo nuevo» del audio, y mencioné que ya había escuchado todo tipo de frecuencias. «No como esto», repuso. Al momento, envió un link que dirigía a un servidor ruso de almacenamientos de archivos: «Te ofrezco una dosis gratis para que lo compruebes».
Pensé en terminar con el asunto. Lo más probable era que el archivo fuera un virus y aquel sujeto alguien que buscaba perjudicarme. Pero, como si hubiera leído mis pensamientos, envió otro mensaje, «Puedes confiar en que todo estará bien. Pertenezco a un colectivo que apenas está comenzando y necesitamos apoyo para seguir. Si no te gusta, no volveremos a molestarte». Dudando y con cautela, hice clic. El archivo para descargar estaba comprimido en formato RAR y su nombre era muy extraño, tenía más de veinte letras y números que parecían haber sido elegidos al azar. O quizás no. Terminó de descargarse en menos de un minuto y lo abrí para comprobar que no corriera peligro. En el archivo comprimido había una carpeta de nombre semejante al anterior, y dentro, un audio titulado «CeaseToExist.mp3» con un .txt que decía «Instrucciones». Descomprimí ambos archivos y leí las instrucciones. Al escucharlo, tenía que estar acostado bocabajo con los ojos vendados, el audio a tope, usar audífonos. Aunque la última indicación me llamó especialmente la atención: «Concentrarse en el audio hasta llegar al borde del sueño. Cuando esté a punto de dormir, cambiar su posición a boca arriba». La nota terminaba ahí. Sin más, decidí hacerlo… No tenía realmente nada que perder. Coloqué la pista en el reproductor e hice todo lo que indicaba la nota. Sin ver su duración, presioné play.
En un inicio la pieza no presentaba nada fuera de lo común; abría con un ruido parecido a la estática de un televisor, típico en la mayoría de los audios de este tipo. Luego de unos momentos, el ruido comenzó a disminuir mientras un débil tañido de campanas se apreciaba al fondo. Aquel sonido aumentó gradualmente, y fue alentándose hasta que se convirtió en una sencilla melodía. Distinguí algunos repiques más graves que otros, y prestando más atención me di cuenta de que eran tres notas musicales, do, re, fa, do, re, fa… Ese simple arreglo parecía un trozo de una melodía de cuna, tan agradable que me abstraje en aquellas y dejé de escuchar el molesto ruido del fondo. Los armoniosos acordes provocaron que comenzara a dormitar y estaba por abandonar mi estado de conciencia cuando el recuerdo de las indicaciones me cruzó la mente como un rayo: tenía que cambiar mi posición. Con pesadez, giré lentamente mi cuerpo, desde el torso hasta los pies, de modo que mi cara quedó frente al cielo. Los sonidos continuaban deleitando mi oído, mi respiración era cada vez más pesada y mi corazón latía con igual lentitud; me encontraba relajado como nunca en mi vida. Después de unos segundos comencé a sentir cómo se iba elevando mi cuerpo. Sentí que flotaba en el espacio… un efecto similar produce la dosis Zero Gravity, pero no en la magnitud en que yo percibí aquella levitación. Dejé que las ondas sonoras continuaran haciendo su trabajo sobre mi cerebro mientras los tañidos comenzaban a perder intensidad. Mi respiración apenas era perceptible, mis terminaciones nerviosas disfrutaban de una suavidad incomparable, parecía que mi cuerpo reposaba en una nube tan tersa como ninguna otra. Mis labios se movieron para formar una sonrisa en señal de alegría por tan apacible ambiente. No quería que todo terminara abruptamente, volver a enfrentarme a una vida tan insulsa y carente de sentido… no quería cambiar el Edén por la abyecta Tierra que no tenía nada más para ofrecerme que decepciones y tristeza. Intenté abrir mis ojos, pero fui incapaz de hacerlo —me encontraba tan extremadamente sosegado que, de no haber sido por aquel débil y mecánico golpeteo que se escuchaba en mi pecho, hubiera asegurado que estaba muerto—. Al igual que mis párpados, el resto de mis miembros continuaban sumergidos en el trance, inertes por voluntad propia, inconexos con mi mente y pensamientos. Aspiré profundamente y, mientras exhalaba el poco aire que hizo su camino a mis pulmones, mis piernas comenzaron a tener pequeños episodios de espasmos musculares. De igual manera los músculos de mis brazos se contrajeron involuntariamente a la vez que la temperatura de mi cuerpo empezó a elevarse; al parecer no todo se trataba de armonía y felicidad. Mi frecuencia cardíaca se aceleraba gradualmente, el zumbido se acrecentaba a cada centímetro que descendía. Al cabo de unos momentos se volvió insoportable para mis tímpanos, tan intenso que aún no entiendo por qué éstos no reventaron al percibirlo. Intenté mover mis miembros: no podía siquiera abrir los párpados. Mi cuerpo se encontraba tenso, inerte, totalmente rígido y con un dolor agudo, sobre todo en las muñecas y tobillos, un malestar parecido al que experimenta una persona que padece artritis.
Quería gritar, pero mis labios no respondían a la orden de mi cerebro ni mi garganta producía sonido alguno, como si mis cuerdas bucales hubieran sido arrancadas de su lugar. Me estaba ahogando por la opresión incesante sobre mis pulmones, me estaba literalmente evaporado debido al infernal calor que abrasaba mi piel, mi corazón latía con tal ímpetu que las palpitaciones parecían auténticos puñetazos, como si mi órgano hubiera intentado quebrar el esternón y las costillas para huir del pandemónium en que se había transformado mi cuerpo. Una lágrima se escapó de uno de mis ojos y resbaló lentamente por mi rostro —mi piel ardía intensamente por donde había pasado, como si hubieran vertido una gota de ácido sobre mi cara—. La presión se extendió por todo mi cuerpo, ahincando en mi cabeza, pues mis párpados comenzaban a abrirse debido a que mis globos oculares estaban a punto de salirse de su órbita.
No podía soportar más, había traspasado los límites de la resistencia humana, había cruzado los extremos del sufrimiento, llegado a un punto en el que no sabía si continuaba vivo o me encontraba agonizando en los confines del Infierno. Lo último que escuché, fue el intento de mis pulmones por introducir aire fresco, esforzándose desesperadamente por conseguir un poco de sustento.
Exploté. O al menos, eso creí cuando recobré conciencia de mi ser. Afortunadamente, todo había cesado. La presión, el ardor, el dolor… todo lo que me había atormentado, se había ido. Sí, todo había desaparecido, inclusive mi cuerpo; no sentía mis piernas ni mis brazos, tampoco mis oídos y ojos. No escuchaba mi respiración ni los latidos de mi corazón, en realidad, no sabía si estaba escuchando, viendo, tocando, oliendo, saboreando o haciendo todo eso al mismo tiempo. Es casi imposible describir lo que pasé… lo que pasé ahí, es muy difícil comprender, incluso para mí, cómo yo era absolutamente nada en el infinito vacío… Como si hubieran encerrado a mi mente en una región sin límites ni extensión. Al principio, lo único que, podría decirse, “percibía” eran unas figuras amorfas las cuales seguían a mis pensamientos. Me concentré en una de ellas, era una especie de círculo deformado. Era gris, un gris tan opaco que no soportaba, así que lo imaginé verde. Y verde fue. Las otras figuras aparecían y desaparecían, dependiendo de la atención que les brindaba. Todo lo que existía y estaba era directamente proporcional a la medida en que yo lo creía; podía creer en un círculo rectangular y ante mí surgía la figura impensable e ilógica, en una gama de colores inconcebibles
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