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Del libro DIOS NO EXISTE por Christopher Hitchens.

cinnthhiaTesis8 de Octubre de 2012

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Del libro DIOS NO EXISTE por Christopher Hitchens.

Emma Goldman (1869-1940) Rusa de nacimiento, fue una de las grandes paladines de los derechos civiles y laborales en los Estados Unido, por lo que fue deportada a Rusia en 1919. En la Unión Soviética fue una de las voces críticas del experimento soviético.

Teísta, persona que cree en dioses. Teísmo, creencia en dioses. Ateísmo, sustitución de los dioses por las fuerzas naturales. Ateo, quien no cree en dioses y explica los fenómenos por las fuerzas naturales.

La filosofía del teísmo

Queda fuera del alcance de este ensayo describir los innumerables dioses en que han creído los seres humanos a lo largo de la historia, desde los tiempos más remotos hasta el momento actual. La esencia del teísmo, está plasmada en los conceptos de dios, poder sobrenatural, espíritu, deidad y otros términos similares. Durante el desarrollo de la humanidad, la idea de dios, de acuerdo con sus orígenes, se ha visto obligada a adaptarse a todas las fases del quehacer humano.

La noción de los dioses tuvo su origen en el entorno y la curiosidad. El hombre primitivo, que no entendía los fenómenos de la naturaleza, pero sufría su acoso, veía en cualquier manifestación aterradora una fuerza siniestra que se desencadenaba expresamente contra él. La ignorancia y el miedo, la inquieta fantasía del hombre primitivo urdieron la idea de dios, como una superstición para explicar la causa de estos fenómenos aterrorizantes.

Mijaíl Bakunin, ateo y anarquista de fama mundial, afirma en su gran obra Dios y el Estado, que todas las religiones, con sus semidioses, profetas, mesías y santos, fueron creadas por la fantasía llena de prejuicios de personas que estaban desarrollando sus facultades. El cielo religioso es una imagen divinizada, un espejismo de la humanidad, del hombre ignorante y exaltado por la fe. La historia de las religiones, y de la fe humana en el nacimiento, apogeo y decadencia de los dioses es parte del desarrollo de la inteligencia y la conciencia colectivas de la humanidad. A lo largo de su trayectoria histórica progresiva, las personas cuando descubrían, en sí mismos, o en la naturaleza que les rodeaba, alguna cualidad, o defecto, los atribuían a sus dioses, en forma exagerada, ampliada o desmesurada, siguiendo el dictado de su fantasía religiosa, como lo hacen los niños. La idea de dios supone la abdicación de la razón y la justicia humana, es la más rotunda negación de la libertad humana, y conlleva necesariamente a la esclavización de la humanidad, tanto en la teoría como en la práctica.

La idea de dios revitalizada, adaptada y ampliada o restringida en función de las necesidades de cada época, ha dominado a la humanidad y lo seguirá haciendo, hasta que el ser humano actúe sin temor, con voluntad propia y despierta. La filosofía del teísmo, es estática e inamovible.

El mundo irreal del teísmo, con todos sus espíritus, oráculos y mísera conformidad, ha mantenido a la humanidad en un estado inerme de degradación. Este mundo real, y muestra vida, han permanecido sujetos mucho tiempo a la influencia de la especulación metafísica, no a la de fuerzas físicas demostrables. Bajo el azote de la idea teísta, esta tierra ha servido solo de escala temporal para poner a prueba la capacidad humana de inmolación a la voluntad de dios. Cuando las personas intentaban averiguar cuál era esa voluntad se les prohibía, porque a la inteligencia humana finita no le estaba dada ir más allá de aquella voluntad omnipotente e infinita. El tremendo peso de esta omnipotencia, ha mantenido a las personas postradas, convertidas en seres sin voluntad.

La luz de la razón ha disipado una y otra vez la pesadilla teísta, pero la pobreza, el dolor y el miedo atraen de nuevo los fantasmas.

El principio del teísmo consiste en creer en un poder sobrenatural, omnipotente que gobierna al mundo, y por tanto a las personas que en él viven.

Insisten todos los teístas en que sin la fe en un poder divino no puede haber moralidad, justicia, honradez ni fidelidad.

El declive del teísmo

La idea de dios más indefinida y vaga con el paso del tiempo y el progreso, se ha vuelto más impersonal y nebulosa, a medida que la mente humana comprende los fenómenos naturales, y las ciencias sociales establecen correlaciones entre estructuras y funcionamiento de grupos humanos.

Hoy en día, dios ya no cuenta con la misma fuerza que al principio de su invención, tampoco dirige los destinos humanos con la mano de hierro de tiempos anteriores. La idea de dios es más bien una especie de estímulo espiritualista para satisfacer los caprichos y manías de todo el abanico de flaquezas humanas.

A medida que las personas aprenden a realizarse solas, y a dar forma a su propio destino, el teísmo se torna superfluo. Del grado en que las personas puedan dejar su dependencia de dios, depende su capacidad para encontrar mejores relaciones con sus congéneres.

Se observa que el teísmo, que es la teoría de la especulación, está siendo sustituido por el ateísmo, ciencia de la demostración. Mientras el uno flota en las nubes metafísicas del más allá, el otro desarrolla raíces cada vez más fuertes en la tierra. Y es la tierra, no el cielo, lo que debe interesar a las personas si desean alcanzar su plena realización.

El declive del teísmo se manifiesta en la inquietud de los teístas, de la confesión que sean. Les angustia darse cuenta que las masas se vuelven cada vez más ateas, más antirreligiosas, que no tengan reparos en dejar el más allá y sus celestes dominios a los ángeles y a las aves rapaces, y que se preocupen cada vez más en los problemas de su existencia inmediata. Tal vez intuyan que la humanidad se está cansando de los mil y un cuentos de dios.

La cuestión más acuciante para todos los teístas es como hacer que las masas regresen a la idea de dios. Las industrias más potentes y lucrativas de todos los tiempos han sido la fabricación de armas de fuego y municiones, los narcóticos y la religión o industria de nublar el pensamiento humano y reprimir el corazón humano. La verdad divina, las recompensas y los castigos son sus distintivos. En tiempos de necesidad, cualquier remedio es bueno, por eso la mayoría de los teístas aprovechan cualquier tema, por carente que esté de relación con la divinidad, la revelación o el más allá, para imponer estos distintivos.

La lucha contra el estancamiento de la fe teísta es una cuestión de vida o muerte para todas las religiones. De ahí su tolerancia, una tolerancia nacida no de la compresión, sino de la debilidad. Esto explica el empeño de todas las religiones por aunar filosofías religiosas y teorías teístas que se contradicen entre sí, en un solo conglomerado de fe. Cada vez se descarta más, gran diversidad de conceptos como único dios verdadero, único espíritu puro, única religión cierta, en un esfuerzo frenético por establecer un frente común, desde el que intentarán rescatar a las masas modernas de la influencia perniciosa de las ideas ateas.

En la tolerancia teísta a nadie le importa lo que la gente crea, mientras crean, o finjan creer; y con este fin se emplean los métodos más burdos y vulgares. Como acampadas reuniones de evangelización con el gran paladín Billy Sunday. Métodos que no pueden menos que indignar a cualquier intelecto cultivado, y cuyo efecto en los ignorantes y curiosos tiende a generar un estado de locura similar a la erotomanía. Estos frenéticos esfuerzos cuentan siempre con el beneplácito, y también con el respaldo, de los poderes terrenales, desde el presidente ruso al presidente de los Estados Unidos, y desde Rockefeller y Wanamaker al empresario más insignificante. Saben que el capital invertido en Billy Sunday, y la YMCA, la Ciencia Cristiana, y una larga serie de instituciones religiosas redundará en enormes beneficios, en forma de masas, sometidas, mansas y adormiladas.

Consciente o inconscientemente, la mayoría de los teístas ven en dioses y demonios, cielos e infiernos, recompensas y castigos, el látigo para obtener obediencia, sumisión y conformidad a base de azotes. Haría tiempos que el teísmo se habría derrumbado sin el apoyo simultáneo del dinero y el poder. Su quiebra lo ha ido arrinconando a las trincheras y los campos de batalla de Europa.

Tras miles de años de estar predicando los teístas a su deidad como el dios del amor y la bondad, los dioses siguen sordos a la agonía de la especie humana. A Confucio no le importa la pobreza, la miseria y el dolor del pueblo chino. La indiferencia filosófica de Buda no hace ceder a un ápice el hambre y la inanición de los ultrajados hindúes. Yahvé persiste en su sordera a los amargos lloros de Israel y Jesús se niega resucitar para poner remedio a la masacre de cristianos por cristianos.

Aunque en los cánticos y alabanzas al altísimo siempre se presenta a dios como el gran defensor de la justicia y la misericordia, cada vez hay más injusticia entre los hombres. Las atrocidades infligidas a las masas populares no se desbordan a los cielos. Los dioses que pongan fin a estos horrores, a estas ofensas, a este trato inhumano contra el ser humano no aparecen. Son las personas que han sido engañadas por todas las deidades y traicionadas por sus emisarios, quienes deben levantarse con terrible cólera e imponer la justicia en la tierra.

Las personas reflexivas empiezan a darse cuenta de que los preceptos morales, impuestos a la humanidad mediante el terror religioso, se han vuelto triviales, han

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