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EL TIBURONCITO HERIDO


Enviado por   •  15 de Noviembre de 2012  •  804 Palabras (4 Páginas)  •  352 Visitas

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“EL TIBURONCITO HERIDO”

Sarita y Rubén eran dos hermanos que vivían en las Costas del Pacifico, ambos vivían en una casa cerca de la costa y sus padres eran los pesqueros del lugar. Ellos les inculcaron amor hacia los animales acuáticos y hacia todos los seres vivos, un primo que tenían de nombre Alberto, curaban a los animales heridos por los pescadores. Un día cuando sus padres salían les pidieron permiso para ir a nadar, los tres se dirigieron al mar, de pronto vieron que había algo a la orilla del mar se trataba de un bebe tiburón que tenía una aletita lastimada a causa de los pescadores. Con valentía Rubén tomo al tiburoncito y lo llevo a su casa, los tres lo curaron y como no podía nadar mucho lo dejaron más adentro en el mar al llegar recordaron que sus padres los habían prevenido de que los tiburones podrían ser peligrosos sin embargo lo dejaron hasta allí y regresaron a la orilla de la playa. Los tres comprendieron que los animales salvajes pueden responder con amor si reciben amor.

“UN CASTILLO EMBRUJADO”

Estábamos perdidos en los pasadizos de un viejo castillo. Explorando, mi hermanito Monchis y yo entramos en este extraño lugar, del que ahora no podíamos salir. El portónprincipal estaba abierto, y nosotros lo cruzamos sin saber en lo que nos meteríamos. Había dos grandes armaduras a los lados de la enorme y pesada puerta de madera y yo sentí que, al pasar nosotros, una de ellas se movió un poco, pero estaban vacías, no había nadie dentro d ellas. O eso pensé… Mientras cruzábamos el gran salón, la pesada puerta se cerró tras nosotros con un golpe seco, acompañado de un ruido metálico. Volteamos y vimos que las armaduras habían cruzado sus lanzas sobre el portón cerrado. Estábamos atrapados. Monchis corrió a una de las ventanas para pedir ayuda, pero estaban demasiado altas, no podíamos alcanzarlas. En ese momento, un fuego ardiente se encendió en la enorme chimenea y escuchamos unas carcajadas que venían del interior. Una pavorosa cara roja, con cuernos y colmillos, se asomó entre las llamas. Un segundo después aparecieron unas manos como garras, una cola y piernas de chivo. ¡Era un diablo y estaba escapándose del fuego para venir hacia nosotros! Tome a Monchis de la mano y lo jale para huir de ahí. Tenía que buscar una salida. Una puerta se abrió al otro lado del salón, dejando ver unas escaleras. Quizás podríamos escapar por ese lado. Las escaleras bajaban a unos sótanos húmedos y oscuros, iluminados solo por la luz de unas antorchas encendidas que estaban puestas en la pared cada dos o tres metros. Había celdas a ambos lados de un largo pasillo, y por todas partes se escuchaban gritos, insultos y lamentos. Al fondo había

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