El camino de la Felicidad
pipilinaResumen29 de Junio de 2012
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No resulta entonces demasiado llamativo tampoco el hecho de que una sociedad construida sobre principios como el egoísmo antes que de la compasión, la individualidad antes que la solidaridad, la satisfacción externa antes que el mérito espiritual, y la posesión antes que la dádiva, de cómo resultado una generación de hombres y mujeres escasamente felices.
Inspiró justamente el análisis, y es la base de este ensayo breve, la incoherente relación comparativa que existe entre el nivel de vida de la sociedad actual y su sentimiento de realización o felicidad. La inversa relación entre una especie cada día más evolucionada técnicamente, con avances incomparables en términos de bienestar, superpoblada de recetas espiritualistas mágicas, y sin embargo frecuentemente insatisfecha. En el camino he encontrado respuestas contundentes que comparto de modo más o menos ordenado.
El camino de la Felicidad
Empezaré determinando el mayor sinsentido que encuentro en la concepción mayoritaria de la felicidad, planteándosela como un objetivo definitivo, una meta, un algo a conquistar en la vida. Cuando se indaga a la mayoría de la gente acerca de si es feliz, las respuestas se dividen en dos grandes bandos. Los que responden instintivamente “a veces soy feliz, porque la felicidad son momentos”, y los que atinan a un aún más desacertado “será feliz cuando logre tal o cual cosa”. Una y otra evaluaciones son imprecisas. La felicidad no es una meta futura, ni es un devenir esporádico. La felicidad es, a todas luces, un estado definitivo que se alcanza con cierta elevación espiritual, en un marco de equilibrio personal entre lo que deseo, lo que soy y lo que poseo, pero fuertemente sustentado en la convicción y seguridad de estar en el camino correcto. La felicidad, fertilidad, abundancia, bendición, buena deidad, bienaventuranza… es un estado permanente de quienes entienden el devenir y el por venir, viven dedicados a fines trascendentes y disfrutan de la sorpresa e imprevisibilidad de la vida terrenal, aquí y ahora.
Es decir, analizo todas y cada una de las variables que componen ese tal estado de realización al que llamamos felicidad, trazo una serie de ideas básicas y excluyentes, pero eso no me hace feliz sino hasta que puedo vivirlo cada minuto de cada hora de cada uno de mis días. Ese es el camino. Esa la senda que me llevará a un estado de frecuente satisfacción al que puedo llamar felicidad.
Pensar el estado de felicidad como una meta, un sitio hacia el que voy, es sencillamente una utopía. De hecho ya deberíamos saber que las utopías no existen y son sólo espejismos que nos ayudan a avanzar en la vida y la conquista de nuestros ideales. Es sencillamente imposible llegar a un destino que no existe en mi mundo. Y no sería tan dañina la mentira de una quimera inalcanzable que me lleva a seguir adelante en su conquista, si no fuera que la frustración diaria de su inexistencia me aleja de satisfacción buscada. Quienes ven la felicidad como una meta viven mañana, sin di frutar el hoy. Sienten que lo serán un día, pero desperdician su vida en un anhelo lamentablemente estéril.
Los enemigos de la felicidad
Supongamos que un día me dispongo a pensar un sitio que me resulte en términos teóricos “perfecto”. Mi lugar ideal. El entorno en que anhelaría vivir eternamente un ser como yo. Supongamos que logro definirlo de modo tan concreto y detallado que soy capaz de imaginarlo. Mi fe me permite tener la certeza de que ese lugar existe, y tengo la convicción de que allí seré feliz. Entonces, fiel a mis certezas e impulsado por la disconformidad con el aquí y ahora, me animo a disponerme a planear un viaje hacia allí. Sé que nada me detendrá. ¿Cómo renunciar a mi sueño ahora que casi pude palparlo?
Surge en este estado de decisión empedernida del ser humano
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