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Tony Chico


Enviado por   •  3 de Abril de 2014  •  8.127 Palabras (33 Páginas)  •  341 Visitas

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EL TONY CHICO

Luis Alberto Heiremans

Adaptación: Marcelo Bailey

Unas voces muy claras, como si estuvieran desprendidas de todo lo humano, se escuchan en un comienzo. Entonan el pregón. No se distinguen las palabras, tan sólo la melodía. Entonces vemos un cabezón en el centro del escenario, rodeado por seres vestidos de blanco impecable. Parecen ser ángeles que juegan y revolotean en torno a la imponente figura del cabezón.

LANDA.- He estado caminando durante mucho tiempo. Los caminos no me asustan. Voy de uno a otro tratando de encontrar lo que una vez entreví. Fue una mañana, creo. Yo iba en un tren. Y tenía un fuerte dolor en la cabeza. Y un dolor sordo en mi corazón por todo lo que había ido perdiendo. De pronto vi allá a lo lejos una vereda llena de presencias blancas, como ángeles, y escuché sus cantos y me llamaban y tenían alas en torno a la cabeza y llevaban algo entre las manos y me lo ofrecían... El tren iba hacia ellos. Supe que al encontrarlos, las cosas se ordenarían y que el dolor sordo que tenía en el corazón por todo lo que había perdido se disiparía como una neblina. Pero debe haber habido una curva en la vía, algo. El tren de pronto entró en un túnel muy oscuro y sólo vi mi propia imagen reflejada en el vidrio como en un espejo. Cuando volvió la luz del día, ya no se escuchaban los cantos, ni se veían mis ángeles. Estaba sólo otra vez, en otro camino, continuando siempre. Pero los había visto. Sé que existen mis ángeles. Y desde entonces los busco.

Las luces disminuyen sobre él y se divisa detrás, en una escalera, a Barón y Baraona que están terminando de colocar las lonas. Amarran cordeles. Al mismo tiempo que realizan este trabajo, cantan. Barón y Baraona son muy semejantes y visten igual.

BARÓN Y BARAONA.- Quiero ponerme a beber

un cigarrillo fumar,

para poder olvidar

tanto sufrimiento

sin piedad.

No estoy triste,

no es el llanto,

es el humo del cigarrillo

que me hace llorar...

Entra la Rucia seguida a cierta distancia por Sonia y Juanucho. La Rucia es una mujer de cierta edad que debió ser hermosa. Ahora tiene los cabellos teñidos, los labios pintados de un rojo intenso, viste una bata de artista circense con plumas ya un tanto mustias en las mangas. Sonia es más joven, morena con el pelo descolorido por el sol y la permanente. Las dos mujeres traen baldes en las manos.

RUCIA.- (Gritando hacia arriba) ¡Eh, Barón!

BARÓN.- ¿Qué hay?

RUCIA.- Vamos al río a buscar agua.

BARÓN.- Estamos amarrando estas cuestiones acá arriba.

RUCIA.- Acompáñennos. No tenemos fuerza para traer tantos baldes.

BARAONA.- Ya vamos.

JUANUCHO.- Yo las puedo acompañar.

SONIA.- ¿Qué no oíste lo que te dijo la señora Emperatriz? Te tienes que quedar cuidando el león.

JUANUCHO.- Pero si está durmiendo.

SONIA.- Está enfermo, que es distinto.

Ya han bajado Barón y Baraona, toman los baldes y salen acompañados de las mujeres. Juanucho inicia el mutis en dirección opuesta cuando descubre en un rincón a Landa siempre con el traje de cabezón de espaldas sobre el suelo, con los brazos en cruz, Juanucho mira hacia arriba, como si creyese que el hombre hubiese caído desde el cielo y en ese momento se escuchan sus quejidos, los quejidos de un hombre semi - borracho.

LANDA.- ¡Ay!, ¡ay!... ¿Dónde se han escondido? ¿Dónde están?... ¿Por qué no vienen a socorrerme ahora?

Juanucho se acerca a él. No se siente atemorizado. Se arrodilla frente a él y le toma una mano.

JUANUCHO.- Señor...

LANDA.- ¿Quién está ahí?

JUANUCHO.- Yo, señor.

LANDA.- ¿Quién eres?

JUANUCHO.- Juanucho.

LANDA.- ¿Ellos te mandaron?

JUANUCHO.- ¿Quiénes?

LANDA.- Mis ángeles. ¿Tú no los has visto?

JUANUCHO.- No, señor.

LANDA.- Un día... de repente... los verás como yo. Ayúdame a salir de aquí adentro... ¡Ayúdame!

El niño forcejea durante algunos segundos, y tirando se cae. Ambos ríen.

LANDA.- ¿Estás sólo?

JUANUCHO.- Los demás fueron a buscar agua al río.

LANDA.- Podrían ser ellos.

JUANUCHO.- A mí me dejaron cuidando al león.

LANDA.- Yo los vi una mañana. Eran mis ángeles, Juanucho. Me dijiste que te llamabas Juanucho, ¿verdad?

JUANUCHO.- Sí.

LANDA.- Pásame la botella, Juanucho.

JUANUCHO.- ¿Cuál?

LANDA.- Una que traía. ¿Dónde la dejaste?

JUANUCHO.- Yo no la he tomado, señor.

LANDA.- Búscala allá entre las matas.

JUANUCHO.- (Buscando) No hay nada por acá.

LANDA.- (Al pararse se le cae la máscara mostrando su propio rostro) Tú me la robaste... ¡Chiquillo de porquería! ¡Devuélvemela! ¡Devuélvemela! (Agarra a Juanucho por el brazo) ¡Devuélvemela!

Aparece el Capitán, hombre corpulento, un tanto brutal. Usa botas y trae el torso desnudo, embadurnado de aceite.

CAPITÁN.- ¿Qué es lo que pasa? ¿Qué es ese griterío que hasta han despertado al león? (Ve a Landa) ¿Quién es éste?

JUANUCHO.- Yo lo encontré no más.

CAPITÁN.- (Tomando la máscara) ¿Metido adentro de eso?

JUANUCHO.-

...

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