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Enviado por   •  3 de Enero de 2015  •  1.459 Palabras (6 Páginas)  •  186 Visitas

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La Ley Evangélica.

Sin embargo, la Ley de la Antigua Alianza es todavía imperfecta: muestra lo que hay que hacer y lo que debemos evitar, pero no da la fuerza para cumplirlo. Nos señala el pecado, pero no puede quitarlo. Es una preparación para el Evangelio, profetiza y prepara la obra de liberación que solo se realizará en Cristo el Señor.

La Nueva Ley o Ley Evangélica, es la perfección de toda ley (natural o revelada) y está expresada sobre todo en el insuperable Sermón de la Montaña. La Ley de Cristo "da cumplimiento" (Mt 5,17) purifica y supera a la Ley antigua. Lejos de abolirla, extrae de ella todas sus bondades y tiende a reformar la raíz misma de todos los actos. El corazón del hombre, que es de donde emana todo lo puro o impuro. Es en nuestro corazón donde elegimos entre lo bueno y lo malo. (Mt 15, 18/19).

Toda la ley del Evangelio está contenida en el "mandamiento nuevo" que Cristo nos da: "amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado" (Jn 15,12)

A las enseñanzas de Jesús, habrá que añadir las de los Apóstoles, que nos dan toda una catequesis moral que encontramos por ejemplo en las cartas de San Pablo a los Romanos (Rm 12,15) o a los Corintios (I Co 12,13)

La Nueva Ley es llamada "ley del amor" porque nos impulsa a obrar por amor a Dios y al prójimo más que por temor a un castigo temporal o eterno. Es el Espíritu Santo el que nos infunde su Gracia para obrar mediante la fe y los Sacramentos. Es también una "ley de libertad" porque obramos como amigos del Señor Jesús y ya no como siervos (Jn 15,15).

¿En qué consiste la Gracia Divina?

El Espíritu Santo tiene el poder que no tiene la Ley sola. Cuando creemos en Jesucristo y somos bautizados, el Espíritu Santo nos santifica, nos diviniza, nos comunica la "justicia de Dios por la fe en Jesucristo" (Rm 3,22).

La Gracia consiste nada menos que EN LA PARTICIPACION DE LA VIDA DIVINA. Siendo un don absolutamente gratuito, nosotros debemos, sin embargo recibirlo cumpliendo la Ley de Dios y frecuentando los Sacramentos en especial la Reconciliación y la Eucaristía, confiados siempre en la misericordia divina, en esa actitud de pobreza espiritual predicada por Nuestro Señor en las Bienaventuranzas.

El Cristiano y sus méritos.

Entendemos por méritos la retribución debida a nuestras buenas obras, pero ante Dios realmente no tenemos derecho a nada ya que todo lo hemos recibido de El, hasta la posibilidad de hacer algo bueno.

Sin embargo, Dios ha querido asociarnos a su obra redentora y desea premiar la respuesta que demos a su Gracia.

Además al ser adoptados como hijos de Dios por la Gracia del Bautismo, somos ya coherederos con Cristo de la Gloria eterna.

Bajo la moción del Espíritu Santo, podemos por lo tanto merecer con todo derecho, para nosotros y para las demás gracias útiles para la salvación. Con nuestras oraciones y buenas obras obtenemos la conversión de los pecadores y la Gloria para las almas del Purgatorio.

La Santidad Cristiana.

El concilio Vaticano II nos recordó claramente que "Todos los fieles de cualquier estado o régimen de vida son llamados a la plenitud de la vida Cristiana y ala perfección de la caridad" (LG 40). Esto es todos estamos llamados a ser santos. La santidad no es privilegio de algunos cuantos como los monjes o religiosas.

El progreso espiritual tiene a una unión cada vez más íntima con Cristo mediante los Sacramentos. Imposible ser santos sin frecuentar estos medios privilegiados para obtener la Gracia Divina. A partir del Bautismo, el cristiano debe vivir su fe alimentada por los Sacramentos.

Debido a la ignorancia religiosa de los católicos, se da el caso muy frecuentemente de que basamos nuestra religiosidad en devociones de tipo sentimental o tradicionales que no afectan realmente nuestra relación con el Señor.

Las expresiones de religiosidad popular son buenas en tanto nos inviten y muevan a recibir los Sacramentos que es donde se nos da la Gracia Santificante. De nada nos serviría hacer una peregrinación al Santuario de Chalma o la Basílica de Guadalupe si rechazamos la Gracia que Dios nos brinda por esos actos y siguiéramos en pecado mortal.

La vida moral se vive en la Iglesia.

El cristiano realiza su vocación a la santidad en la iglesia. De ella recibe la palabra de Dios, la Vida Divina por los Sacramentos y el acompañamiento necesario para vencer al mundo. Reconoce en la Bienaventurada Virgen María no solo su protección maternal, sino el ejemplo

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