Ejecutivo Al Minuto
3 de Diciembre de 2012
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Había una vez un joven despierto e
inteligente en busca de un director
ejecutivo eficaz para quien trabajar y, a largo plazo, poder emular
en su sabiduría.
Su búsqueda le había llevado a lo
largo de los años por todos los rincones del planeta. Se había entrevistado con altos cargos de la administración, generales de muchos
ejércitos, ejecutivos de grandes
corporaciones y decanos de universidades. Empezaba a vislumbrar
todo el abanico de métodos existente para dirigir a las personas. Sin
embargo, a pesar de todo lo que
había conocido, no estaba satisfecho con nada de ello.
A lo largo de su periplo había
encontrado dos tipos de ejecutivos:
los autocráticos “duros” y los democráticos “bondadosos”. Pero
ambos estilos de liderazgo le parecían sólo parcialmente eficientes.
“Es tan solo como ser medio ejecutivo”, pensaba, y con esa conclusión regresó por fin a casa cansado
y descorazonado. Hacía ya bastante
tiempo que habría podido desistir
de su empeño, pero contaba con
una gran ventaja: sabía claramente
lo que estaba buscando.
Al poco tiempo de volver a su hogar
llegaron a sus oídos noticias de un
ejecutivo peculiar que, casualmente, vivía en una ciudad cercana a la
suya. Oyó decir que a la gente le
encantaba trabajar con aquel hombre y que colaborando entre todos
obtenían unos resultados muy meritorios.
Lleno de curiosidad, llamó a la
secretaria de tan singular ejecutivo
para intentar conseguir una entrevista con él. La secretaria le pasó
inmediatamente con su jefe y el
joven le preguntó cuándo sería posible visitarlo.
“En cualquier momento de la semana, excepto el miércoles por la
mañana. Escoja usted el día y la
hora que mejor le convengan”.
El joven sonrió para sus adentros al
oír la respuesta de aquel ejecutivo
del que había oído contar maravillas; sin duda, debía de estar un
poco chalado. Pues ¿qué gran ejecutivo podría disponer de tantísimo
tiempo libre? En cualquier caso, ya
había sucumbido a la fascinación y
se presentaría para hablar con él.
El Ejecutivo al Minuto
Cuando el joven llegó al despacho
del ejecutivo, después de las presentaciones de rigor, lo primero por
lo que se interesó fue por si mantenía encuentros regulares con sus
subordinados.
- Sí, los tengo: el miércoles de cada
semana, entre las nueve y las once
de la mañana. Por eso le dije que no
podríamos vernos en ese momento.
- ¿Qué se hace en esas reuniones?
–preguntó el joven.
- Presto atención a cómo mis
empleados examinan y analizan lo
que han realizado durante la semana anterior, los problemas que
encuentran y lo que aún les queda
pendiente de llevar a término.
Luego evaluamos los planes y estrategias para la semana siguiente.
- Las decisiones que toman en esas
reuniones, ¿les responsabilizan
tanto a usted como a su personal?
- Por supuesto –asintió el ejecutivo-
. ¿Qué sentido tendrían esos
encuentros si no fuera así?
- Entonces es usted un ejecutivo
que participa en el trabajo de sus
empleados, ¿verdad? –preguntó el
joven.
- En absoluto. No creo en mi participación en ninguna de las decisiones que mi personal toma de manera autónoma.
- Entonces, ¿cuál es el sentido de
las reuniones?
- Ya se lo he dicho –replicó el ejecutivo algo molesto. Por favor, joven,
no me haga repetir. Es una pérdida
de tiempo
...