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Las pasiones humanas


Enviado por   •  23 de Abril de 2014  •  Tesis  •  3.863 Palabras (16 Páginas)  •  217 Visitas

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Luis Quintana Tejera

Las pasiones humanas: heroísmo, amor y muerte en un pasaje del canto VI de la Ilíada de Homero

Introducción

La figura de Andrómaca cumple un papel intertextual de gran relevancia; papel que comienza a ejercerse desde la Antigüedad —en particular a partir de la literatura homérica—, que tiene su propia interpretación en la tragedia de Eurípides, y luego es enfocado por la literatura romana, específicamente en la tragedia Las troyanas de Séneca, hasta que llega a la famosa obra homónima de Racine. En todos los casos en Andrómaca se identifica a una mujer castigada por el destino y víctima de la enorme pasión que siente por su esposo, Héctor (el guerrero troyano exterminado por Aquiles en el marco de los acontecimientos contados en la Ilíada de Homero).

Análisis del encuentro entre Héctor y Andrómaca

De los hechos narrados en la Ilíada queremos elegir el canto VI y, particularmente, el encuentro entre Héctor y Andrómaca. El diálogo que sostienen los esposos nos permitirá analizar temas y motivos —en particular el tema de la pasión inmensa que los une—, así como características del lenguaje empleado, que no siempre se han traducido de la manera más adecuada. Creemos que el mensaje homérico es muy rico, pero sostenemos también que es posible encontrar muchos elementos en el dialecto griego utilizado que nos conduzcan a una reflexión analítica superior.

Andrómaca, en Homero, es concebida como la mujer que sustenta el matrimonio y hace de la vida en pareja un verdadero mito, mediante su entrega sin reservas; está allí ante el hombre que ama intensamente y debe despedirse de él sabiendo —en lo más íntimo— que éste es un momento desgarrador y terrible, ya que el valor del guerrero lo habrá de conducir a la muerte inevitablemente. Ella desea, egoístamente, conservarlo a su lado, y por eso su discurso persigue —desde el inicio— este objetivo.

Por lo anterior, cuando Andrómaca dialoga con Héctor, la voz que se escucha es la de una mujer desamparada por la fortuna y sola en un mundo de hombres; una mujer a punto de ser abandonada por obra de la nefasta desdicha, que le arrebatará —de eso no queda ninguna duda— al floreciente esposo amado.

En su discurso, Andrómaca, la narradora, pone en su boca un término inicial polémico:

“Daimonie, éste tu ánimo te destruirá, y no compadeces” (Bonifaz, 1996: 113).

“Daimónie” ha sido traducido de diversas maneras por los estudiosos de la obra. Leconte de Lisle y Emilio Crespo Güemes, en sus respectivas traducciones, coinciden en la palabra “desdichado” para interpretar este vocablo; Luis Segalá y Estalella, por su parte, emplea “desgraciado” y Bonifaz Nuño elige “numen”.

Uno de los primeros conflictos que, evidentemente, enfrenta el traductor radica en tener que optar entre una versión más o menos textual y otra poética; lograr el término medio es lo complicado. En este sentido, los vocablos “desdichado” y “desgraciado” no son los más próximos en el orden textual; pero ambos conllevan una visión poética que rescata la idea de un ser abandonado por los dioses, de alguien que debe sufrir su condición presente, como les sucedía a esas divinidades secundarias del panteón griego no caracterizadas por la dicha y la felicidad. Si recurrimos a un diccionario griego allí encontramos: “Daimwn onos Ò y º dios, diosa […] divinidad inferior, genio, espíritu; espíritu de los muertos […] espíritu del mal, demonio” (Pabon S. de Urbina, 1967: 125). Queda definida una divinidad diferente de las que constituían el primer plano del panteón helénico; y en este sentido Andrómaca le habla a su esposo.

Por lo anterior, la connotación de “numen” empleada por Bonifaz Nuño es la más adecuada en el orden textual, pues si bien es cierto que algo se pierde de ese carácter poético que es preciso conservar, también es verdad que no es posible alejarse del contexto original.

Pensamos que el término daimonie bien podría aludir a “pequeño dios”, y esto dicho con un alcance tierno y cariñoso por parte de la esposa; o, por lo menos, así podría resultar caracterizado según nuestra propuesta. Porque Héctor, a pesar de su naturaleza humana, posee mucho de divino; lo contradictorio radica en que ese carácter que lo aparta de lo meramente humano le exige un pago, como tributo, que tiene asiento en la muerte. Héctor sabe que su destino es grande, pero conoce también la ineludible condición trágica de éste. Ante tal suerte, Andrómaca continúa su réplica:

No te apiadas del tierno infante ni de mí, infortunada, que pronto seré tu viuda; pues los aqueos te acometerán todos a una y acabarán contigo. Preferible sería que, al perderte, la tierra me tragara, porque si mueres no habrá consuelo para mí, sino pesares; que ya no tengo padre ni venerable madre. A mi padre le mató el divino Aquiles cuando tomó la populosa ciudad de los cilicios, Tebas, la de altas puertas: dio muerte a Eetión, y sin despojarle, por el religioso temor que le entró en el ánimo, quemó el cadáver con las labradas armas y le erigió un túmulo, a cuyo alrededor plantaron álamos las ninfas monteses, hijas de Zeus, que lleva la égida. Mis siete hermanos que habitaban en el palacio, descendieron al Hades el mismo día; pues a todos los mató el divino Aquiles, el de los pies ligeros, entre los flexípedes bueyes y las cándidas ovejas. A mi madre, que reinaba al pie del selvoso Placo, trájola aquél con otras riquezas y la puso en libertad por un inmenso rescate; pero Artemisa, que se complace en tirar flechas, la hirió en el palacio de mi padre. Héctor, tú eres ahora mi padre, mi venerable madre y mi hermano; tú, mi floreciente esposo. (Homero, 1968: 119-120)1

Andrómaca posee, desde sus orígenes como personaje, esa capacidad tan peculiar para amar entregándose, para amar sin reservas; pero al mismo tiempo es dueña de un sexto sentido, de un don profético que la acompañará en, prácticamente, todas las reinterpretaciones que después de Homero seguirán. Las palabras que pronuncia en el discurso citado supra están llenas de una amargura incontenible. Ella sabe, con esa sabiduría que sólo le puede dar su corazón enamorado, que la muerte ronda. La muerte es siempre la gran enemiga de los seres que se aman y, como tal, es la misma que pretende interrumpir esa cadena de afectos que ha unido a los esposos durante

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