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Migración y Remesas

ala_painEnsayo12 de Abril de 2014

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Migración y Remesas

Al presente, unos 650,000 hondureños viven en Estados Unidos de América, y según la Oficina del Censo de ese país la mitad de ellos se encuentra en una situación migratoria ilegal, aún con los recientes avances logrados por el TPS (Temporary Permit Status), concedido en Junio pasado y por cuarta vez consecutiva por el Gobierno de Estados Unidos a más de 80,000 hondureños que no tienen residencia oficial en ese país. Pero legales o ilegales todos trabajan, si están en una edad económicamente activa. Como resultado, el ingreso total de la población de emigrantes hondureños en los Estados Unidos ya iguala al Ingreso nacional de Honduras. Y eventualmente, a mediano plazo, lo superará si más trabajadores hondureños entraran legalmente a Estados Unidos y los actuales “residentes sin el green card” (la tarjeta verde de residencia) legalizaran su condición migratoria.

Tenemos un país hondureño al norte del Río Grande con un ingreso similar al de nuestro país centroamericano. Esta población puede considerarse como la nueva “clase media" hondureña que reside en el extranjero, y que como inversión, paga en retorno muy buenos dividendos a Honduras.

El atractivo de irse de Honduras se intensifico en muchos hondureños después de Octubre de 1998. En esa fecha, el país fue azotado por el Huracán Mitch, provocando enormes pérdidas en la economía nacional. Sólo desde la perspectiva económica, la Comisión Económica para América Latina (CEPAL, 1999) estima el valor total de las pérdidas en casi 3,800 millones de dólares, equivalente a un 70% del Producto Interno Bruto y cerca del 100% de su deuda externa. Una parte sustancial de esas pérdidas se dio en los sectores productivos. El costo final de reemplazo de lo perdido ascendió a casi los 5,000 millones de dólares.

Hoy, cinco años después del Mitch, Honduras salió del fondo pero no se ha recuperado de ese golpe de la naturaleza. Prácticamente, la mayoría de los sectores productivos del país muestra todavía un crecimiento anual raquítico, menor al de la población, y por lo tanto, el nivel de vida del hondureño lleva años estancado o en deterioro en su propio país. Si algo queda muy claro, es que quienes se van lo hacen impulsados por la desesperación y la pérdida de esperanza en el país: vale decir, por la frustración y el desencanto ante sus instituciones, sus gobiernos, sus autoridades, sus políticos y su deteriorado aparato productivo. Es el castigo que impone a nuestra población la debilidad del sistema productivo, la insuficiencia y baja calidad de los servicios públicos y la inequidad distributiva prevaleciente.

Pero no sólo empujan factores internos para irse de Honduras. Para llegar a la incómoda y privada decisión de emigrar, a los factores de empuje se suma la atracción que produce “el sueño americano”. Atracción que se alimenta por las diferencias que existen en las condiciones de vida y trabajo entre Honduras y Estados Unidos, donde la nación norteamericana esta muy por encima y distante de la centroamericana. Honduras es el tercer país más pobre de América Latina, y quinto con la peor distribución de riqueza en el continente. Mundialmente ocupa la posición número 116 en el índice de desarrollo humano, de un total de 173 países. El 80% de la población de Honduras vive en la pobreza. Por su parte, el ingreso anual percápita en Estados Unidos es más de 20 veces el de Honduras y el salario mínimo diario estadounidense es 15 mayor que el actual hondureño. Además, mientras la mano de obra no calificada exigida para llenar posiciones de entrada en el mercado laboral de Estados Unidos, se mantenga en déficit --como se ha mantenido por varias décadas en ese país (y en otros países desarrollados)-- los hondureños seguirán prefiriendo los Estados Unidos como destino –legal o ilegal. Ese tipo de mano de obra sobra entre los desempleados de Honduras. Ante esta confluencia de factores, la emigración de la población hondureña, especialmente hacia los Estados Unidos de América, se mantendrá como un fenómeno continuo y en ascenso, que empezó desde hace ya varias décadas. La mayoría de los emigrantes ilegales hacia Estados Unidos procede de los estratos más altos de la clase baja, mientras que los legales provienen de los estratos más bajos de la clase media. Tanto legales como ilegales creen que el sueño americano los librará de la pesadilla hondureña, creencia que eventualmente deviene --aunque no en la mayoría de los casos11-- en una pesadilla transnacional, cuando el emigrado “no se siente bien ni aquí, ni allá, sino mal en ambos sitios.

Los solteros sin hijos, y los jefes de hogares que se encuentran insatisfechos con sus empleos e ingresos frente a las expectativas de vida que tienen, son los que más optan por irse del país ilegalmente, aún cuando esto exija endeudarse (entre $3,000 y $5,000 por persona), arriesgar hasta peligrar sus vidas en la travesía y entrar “mojado” en los Estados Unidos. En la corriente migratoria de los ilegales, los que emprenden el camino hacia el Norte, hay más hombres que mujeres, y hacen el recorrido con frecuencia acompañados de otros paisanos. Al irse rompen su unidad familiar, dejando en Honduras parte de la familia nuclear (cónyuge, hijos e hijas) o extensa (padres, hermanos, sobrinos, compadres, etc.). “Los que se quedan” son los candidatos más probables para recibir la remesa que eventualmente envíe el emigrado, una vez que consiga un empleo que le permita sobrevivir y empezar a cancelar la deuda contraída “por el viaje”. Y contrario a lo que demagógicamente o por ignorancia se repite, la corriente migratoria, ni siquiera la ilegal, atrae a los más necesitados de Honduras. Los pobres más pobres de Honduras no se mueven, “ni siquiera dentro del país”, ello esta demostrado por los patrones migratorios que suceden en otros países, también de emigrantes y con altas tasas de migración interna.

Pero no toda la emigración hondureña a Estados Unidos es ilegal. La aún reducida y emergente clase media hondureña – no mayor del 18% de la población total—también esta topada en su propio país. Se siente más frustrada en sus aspiraciones por pagar proporcionalmente más impuestos al fisco que los más ricos y los más pobres. Sus éxitos son pasajeros. Muchas veces no pasan de mejorías precarias que pierden a corto o mediano plazo. Además, la situación estructural de sus miembros no ayuda. Realizan empleos -- principales o complementarios-- para los cuales no se prepararon, tienen menor categoría y reciben salarios deprimidos. Están subempleados para “los estudios y cursos realizados”.

De hecho, la clase media hondureña es la más afectada en las crisis. Solucionarlas supone la pérdida inmediata o progresiva de algo que ya tienen, reiterando lo precario de su situación. Son los hondureños de clase media quienes más optan por la migración legal hacia Estados Unidos. Se ven de lunes a viernes, “haciendo fila”, en buen número, por las mañanas, frente al Consulado norteamericano de Tegucigalpa.

La corriente migratoria legal tiende a mover núcleos familiares completos –matrimonios con o sin hijos -- y en consecuencia, produce menos desunión familiar que la ilegal. Pero aún cuando todos se vayan, el emigrado todavía “queda enganchado” con otros parientes de la familia extensa (padres, madres, hermanos, sobrinos, etc.) que se quedan en Honduras. Los que “dejan atrás” tienen más probabilidades de convertirse en beneficiarios de las remesas, una vez que los que se van “normalicen su situación económica”.

Situación actual de las Remesas

Las remesas recibidas del exterior representan al presente un factor importante en la economía nacional:

• 10% del Producto Interno Bruto13,

• 24% del total de exportaciones de bienes y servicios,

• 48% del déficit en bienes y servicios,

• 280% de los pagos anuales por deuda externa

• los ingresos familiares generado por las remesas equivalen a cinco veces el ingreso per cápita del país.

En los últimos 5 años, el ritmo de crecimiento de las remesas sobrepasa el 30% anual. El país espera recibir un total $5,000 millones de dólares del exterior por remesas. En 1990, dicha cifra era insignificante, solamente totalizaba $50 millones de dólares.

Lo anterior se explica en parte por la caída sustancial que después de 1998 tuvo los productos tradicionales de exportación nacional -- banano, café y madera— y también de los productos no-tradicionales –melones, camarones y langostas—y hasta hoy ninguno se ha recuperado a los niveles del 98. Por eso, las remesas hoy generan a Honduras más ingresos en divisas que las exportaciones anuales de todos esos productos. Además, las remesas siguen sobrepasando por año el total de la inversión extranjera directa y de la ayuda externa. Solamente la maquila—sumando inversiones y valor agregado generado— sobrepasa a las remesas en generación de divisas.

En conclusión, las remesas familiares recibidas desde el exterior se han convertido desde el último lustro en un factor vital y estabilizador en la economía hondureña, por sus conocidos efectos a nivel macro. Pero a los niveles locales todavía las remesas ni se protegen ni se fomentan por ninguna política pública, menos aún se combinan con recursos, públicos o privados, para volverlas más productiva a través de programas de desarrollo.

Al nivel micro, las remesas son un fenómeno relativamente desconocido. Existen poca información sobre el alcance, hipótesis plausibles y comprensión del ciclo de las remesas -- el proceso que va desde que el remitente

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