Nuevo Ateísmo
elizabethcanoSíntesis27 de Septiembre de 2014
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Del 5 al 7 de noviembre del año pasado se celebró en La Jolla, California, el foro Beyond Belief: Science, Religion, Reason and Survival. Bajo el patrocinio de The Science Network, una asociación de científicos y periodistas dedicada a promover el valor de la ciencia, reunió a investigadores de la talla de Paul Davies, Richard Dawkins, Lawrence Krauss o Steven Weinberg. Su objetivo era discutir estas cuestiones: ¿Tras dos siglos de Ilustración nos encontramos ante su final y enfrentados a una nueva época de irracionalidad? ¿Triunfará la fe y el dogma sobre la racionalidad? ¿Puede la biología evolutiva, la antropología y la neurociencia explicar por qué creemos, y cómo funciona la empatía, el miedo y el sobrecogimiento? ¿Es la religión un fenómeno explicable por mecanismos naturales? ¿Puede la ciencia proporcionar una visión del mundo tan atractiva y poética como la que se ha derivado del sobrenaturalismo?
Era la primera vez que un encuentro de este tipo era organizado sin el concurso de la Fundación Templeton, una organización conservadora dedicada a promover el acercamiento entre ciencia y religión y cuyo premio anual para "el progreso de la investigación de las realidades espirituales" es el más alto concedido por mérito intelectual: 1,4 millones de dólares, un importe fijado para ser superior al del Nobel. En palabras del ateo militante Richard Dawkins, "una altísima suma de dinero que se suele entregar a un científico dispuesto a decir algo bonito de la religión". En esos tres días de discusiones encendidas se pudieron escuchar todo tipo de posturas: desde el planteamiento extremo de Dawkins y su "no coger prisioneros", o la del Nobel de Física Steven Weinberg ?"el mundo necesita despertar de esta larga pesadilla de las creencias religiosas"? a la más moderada del astrofísico Lawrence Krauss: "Debemos respetar las posturas filosóficas de la gente a menos que sean erróneas". Incluso sonaron palabras de querer convertir la ciencia en una especie de nueva religión. El biólogo evolutivo español y antiguo sacerdote, Franciso J. Ayala, puso un tono de realismo a la aventada postura de cambiar la fe ciega por la racionalidad: "Hay 6.000 millones de personas en el mundo. Si creemos que vamos a persuadirlos para que vivan una vida racional basada en el conocimiento científico, no sólo estamos soñando; es que creemos en el hada madrina".
Nuevo Ateísmo
El Nuevo Ateísmo, que pasa de negar simplemente la existencia de Dios a retomar y ampliar la vieja postura de Karl Marx de que la religión es una ideología perniciosa, está ganando adeptos. La línea de argumentación es clara, como la ha dejado patente el neurocientífico Sam Harris, autor del best seller Letters to a Christian Nation: "El núcleo central de la ciencia no es un modelo matemático, es honestidad intelectual". Y esto es lo que -dicen- le falta a la teología. Porque el manido debate entre ciencia y religión es, en realidad, un enfrentamiento entre ciencia y teología, y su cerrazón a aceptar las evidencias científicas porque contradicen su dogmática.
¿Puede un científico creer en Dios? Sin duda, a la luz de la historia: Copérnico era canónigo y Mendel, el padre de la genética, abad de un convento. ¿Y en la actualidad? Personas como Francis Collins, responsable del National Human Genome Research Institute norteamericano, el físico y sacerdote anglicano John Polkinghorne o el jesuita y astrofísico español Manuel Carreira, dan testimonio de su fe compatible con su quehacer investigador. Para ellos, la evolución -el principal caballo de batalla del cristianismo por sus obvias implicaciones- no es sino el modo escogido por Dios para llevar a cabo su creación: "en vez de crear un mundo ya hecho -comenta Polkinghorne-, el Creador hizo algo más inteligente: un mundo que pudiera hacerse a sí mismo".
Numerosos historiadores apuntan a que la ciencia moderna no pudo nacer sin el concurso de la religión; más concretamente, del judeocristianismo. Así, según el prestigioso historiador de la ciencia Stanley L. Jaki -y padre dominico-, sin él no hubiera aparecido la ciencia en Occidente. Ya en el medioevo se encuentran precursores del método científico, como Roberto de Grosseteste, obispo de Lincoln (Inglaterra) o el franciscano Roger Bacon. Y en el siglo XVII, apunta el sociólogo Robert K. Merton, fueron los valores morales de los puritanos ingleses quienes efectivamente promovieron la ciencia en ese país: de los 68 fundadores de la Royal Society, la sociedad científica más importante de Europa hasta bien entrado el siglo XIX, 42 eran puritanos. Para Jaki y su colega Pierre Duhem, fueron los principios filosóficos del cristianismo los que empujaron fuera de la sociedad los más anticientíficos del paganismo y permitieron la aparición de la ciencia. Sea como fuere, mucho ha cambiado desde entonces. Curiosamente la bandera del ateísmo científico no se encuentra tanto en la física como en la biología, en gran medida debido a la revolución darwiniana.
¿Hay muchos científicos creyentes en la actualidad? En 1996 se publicaba en Nature un artículo donde se ponía de manifiesto que el 61% de los científicos norteamericanos se declaraban ateos o, al menos, agnósticos ante la creencia en un ser superior. Dos años más tarde se repetía este estudio entre los científicos más prominentes, aquellos que han sido aceptados para formar parte de la prestigiosa National academy of Sciences: sólo un 7% cree en Dios, ante un 72% que declara ser ateo. Un resultado que choca al compararlo con el resto de la población de EE UU, donde ocurre justo lo contrario: un 3% afirma no creer en ningún dios personal.
Lo mismo sucede en la antaño fervorosa Royal Society: el 79% se declara ateo frente un 3,3% de creyentes. El libro The Psychology of Religious Behaviour, Belief and Experience de Benjamin Beit-Hallahmi, psicólogo de la Universidad de Haifa (Israel), menciona que entre los Premios Nobel de ciencias existe una prácticamente inexistente religiosidad que contrasta con la de sus países de origen. Lo peculiar es la distribución de las creencias en función de sus especialidades: los más devotos son los médicos, seguidos de los matemáticos, los biólogos y, finalmente, los físicos y químicos.
Lo que define esta innegable brecha entre ciencia y religión es la manera de entender el mundo. La ciencia trabaja sin dogmas, revisando cada idea hasta que es sustituida por otra que explica mejor la naturaleza. Lo que importa es la evidencia empírica y toda explicación sobre el mundo está basada en fuerzas naturales. En la religión, su componente fundamental es sobrenatural y la Verdad se reveló al ser humano en unos textos con miles de años de antigüedad. Joseph E. Murray, ganador del Nobel de Medicina por sus trabajos sobre el trasplante de órganos, explica cómo puede compaginar ambos mundos: "La fe es algo que crees con el corazón". El citado Carreira es tajante en este punto: "La ciencia no me enseña nada de teología ni la teología nada de ciencia". A pesar de que hay científicos que conducen sus vidas de manera consistente con la ciencia y la fe, no es extraño que se encuentren en minoría. Quizá por ello, ante la pregunta de un estudiante del City College de Nueva York "¿Se puede ser un buen científico y creer en Dios?" el Premio Nobel de Química Herbert A. Hauptman respondió con un sonoro "¡No!".
Programados para creer
feyciencia1En Greater Sudbury, Ontario, Canadá, el neurocientífico Michael Persinger está empeñado en descubrir cuál es el patrón cerebral que genera el sentimiento de estar junto a Dios, de las sensaciones místicas. De hecho, afirma que excitando ciertas regiones específicas del cerebro con pulsos electromagnéticos se pueden inducir experiencias religiosas. Persinger pertenece a un reducido grupo de científicos, llamados neuroteólogos, que creen que la espiritualidad tiene una base neurológica. Este investigador sienta a sus conejillos de indias en una habitación totalmente silenciosa donde no entra ni un rayo de luz y les coloca en la cabeza el "casco de Dios": un dispositivo que crea un débil campo magnético sobre los lóbulos parietal y temporal derechos del cerebro. Al parecer un 80% de los participantes ha sentido esa presencia divina. Entre el otro 20% se encuentra el ateo militante Richard Dawkins, que hace cuatro años se ofreció como voluntario y salió desilusionado por no poder "haber entrado en comunión con el universo". Para Persinger el campo magnético dispara la actividad eléctrica de los lóbulos temporales provocando la experiencia espiritual. En 2004 un grupo de científicos suecos de la Universidad de Uppsala liderados por Pehr Granqvist no consiguió reproducir sus resultados; según Persinger, los sujetos no habían sido expuestos al campo durante el tiempo suficiente.
Andrew Newberg, de la Universidad de Pensilvania, también se ha ganado su puesto en esta peculiar rama de la neurociencia
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