Reflexion Ricardo Semler
danikaricaurte28 de Marzo de 2014
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Ricardo Semler es tal vez el latinoamericano más influyente en el ámbito del pensamiento administrativo y estoy seguro que muchos de nosotros ni siquiera lo
hemos oído mencionar (y no es reproche). El Señor Semler, quien por cierto es brasileño, tomó las riendas de "SEMCO" la empresa de maquinaria que posee su familia, en el año de 1980, una empresa de media tabla, si la asimilamos al fútbol, y en tres semanas sentó las bases de una próspera firma que se colocaría en la cabeza de la tabla (una de sus primeras decisiones fue la de despedir al 60% del personal directivo). Su revolución se basó en tres valores fundamentales: participación de los empleados, participación en los beneficios y sistemas de información abiertos; Semler
dice que la democracia no se debe dejar solamente para quienes hacen política sino que debe estar presente en la empresa, ya que en ella existen aun muchos dictadores almando
Más allá de la historia de Semler, me gustaría decir que lo admiro por su
concepción abierta de los negocios. Semler, para mi, ha logrado lo que muy pocos
empresarios han logrado, ha permitido que la empresa sea orientada por todos los que
se comprometieron con ella. El hecho es que Semler con su visión de introducir la democracia al interior de la empresa, logró que la suya, SEMCO, se sextuplicara a pesar de las condiciones económicas de los últimos veinte años en Brasil y creo que con una administración tradicional no lo hubiera logrado, además, en Brasil se pelean por trabajar en SEMCO, una encuesta reveló que cerca del 15% de los jóvenes profesionales la consideran la mejor opción para desarrollar sus carreras.
Resulta descorazonador comprobar que en las cabezas de nuestros empresarios colombianos y gestores no cabe la sencilla idea de que la productividad del trabajador es una variable que depende fuertemente de los incentivos. Aquí se cree que es una constante que depende del tiempo que dedicas a la empresa, Craso error. Tampoco se acepta fácilmente la idea de que las estructuras jerarquizadas suelen ser el refugio de los mediocres, y que el coste de éstos para la empresa puede llegar a ser enorme. Pero es verdad aceptada que trepar por la jerarquía a golpe de fidelidad y extracción de horas a terceros es todo el estímulo necesario para mantener la estructura en orden y para “seleccionar” a los mejores. Y efectivamente son “seleccionados” aquellos que en empresas productivas y creativas serían despedidos por incompetentes.
Bien es verdad que en un entorno como el nuestro, en el que la competencia entre empresas brilla por su ausencia, y donde las quiebras las pagamos todos vía impuestos por aquello del empleo, las ineficiencias de estos errores apenas tienen trascendencia para la supervivencia de las empresas, que simplemente no necesitan ocuparse demasiado de ese asunto de la productividad. Por no hablar de la Administración Pública, o de la Universidad, donde la preocupación por la organización del trabajo es además un deber ético y cívico. Es el mundo al revés. Y así nos va. Un país que no percibe esa incapacidad para estimular al máximo la productividad de su trabajo como un gravísimo problema es un país enfermo. Las consecuencias en el bienestar de esa sangría son infinitamente más graves que el problema del paro. Tenemos una enorme potencialidad aún por desarrollar, pero mientras otros buscan, experimentan y reforman, nosotros nos limitamos a mirar. La reducción del desempleo ha obrado maravillas en la salud económica de nuestro país, y aún hay algún margen ahí, pero el verdadero nicho de futuro está en la innovación organizativa, donde queda tanto por hacer. Pero esa innovación se convierte en una necesidad sentida por las empresas sólo en presencia de libre concurrencia (eso que llaman competencia), y en eso sí que no podemos ser optimistas. Bien es
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