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Analisis Transaccional

19 de Mayo de 2014

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CAPACIDAD TRANSFORMADORA

DEL ANÁLISIS TRANSACCIONAL

Manuel Francisco Massó Cantarero

Psicólogo

INTRODUCCIÓN

El Análisis Transaccional (A. T., en lo sucesivo) es una obra colectiva, desde su inicio, cuando el Seminario de Psiquiatría y Psicología Social de San Francisco, liderado por Berne, comenzó sus esfuerzos por acercar la Psicología a sus usuarios y abreviar los procesos de curación, otorgando al terapeuta un papel activo, inquietud esta que Berne compartía con Ferenzi, Sullivan, Perls y otros.

En 1997, Schlegel propuso una definición de A. T. que, a mi juicio, es completa, en lo referente a su aplicación clínica. El A.T., dice Schlegel, es un método terapéutico que se caracteriza por la integración creadora de las orientaciones cognitiva y psicodinámica de la psicoterapia, enriquecida con aportaciones que conciernen a la terapia de la comunicación. Integra, sin contradicción alguna, el incremento de la conciencia y la estimulación del cambio de conducta. Otra característica importante es el énfasis sobre el contrato y la decisión. Por último, algunos procedimientos terapéuticos transaccionales pueden describirse como experiencias emocionales correctivas, en la línea recomendada por Franz Alexander (1).

Denotaciones:

1.- La experiencia emocional correctiva la han conseguido Bob y Mary Goulding con la terapia de redecisión, y también Arbuthnot , Greve, Thomson y Rotondo Magiora, por su empeño para incluir el ensueño dirigido como procedimiento de trabajo, congruente con la terapia transaccional.

2.- La catarsis emocional como recurso terapéutico, de un modo u otro, la han propuesto English, por su aportación sobre los sentimientos parásitos, Erskine, por su estudio sobre el sentimiento de vergüenza, y Steiner, cuya aportación cognitiva sobre la alfabetización emocional puede ser interesante debatir.

3.- La vertiente cognitiva, ha sido puesta de relieve no sólo por Shlegel (1998), sino también por el trabajo de Kertész, y del propio Berne cuyo concepto de confrontación tienen como objetivo la descontaminación del Adulto, o reestructuración cognitiva, para que pueda obtener mayor objetividad y eficacia en el afrontamiento de los retos de la realidad. Kertész enriquece el A. T. combinándolo con la terapia multimodal de Lazarus, cuyos planteamientos biológico, afectivo, sensitivo, imaginativo, cognitivo, comunicativo y social son perfectamente asimilables al lenguaje transaccional.

4.- El carácter psicodinámico de la psicoterapia transaccional, epistemológicamente, lo puso de manifiesto también el magnífico ensayo de Schlegel y, por su práctica profesional, lo demuestran Novellino (1995), Moiso y Escribano, quien incluso, sin base empírica explícita, ha asimilado las fases evolutivas freudianas, oral, anal, fálico-genital, de latencia, etc., a las propuestas por Pamela Lewin, dentro del ámbito transaccional (2).

Un psiquiatra que trabajara para el ejército de USA, entorno a 1945, tenía muchos clientes traumatizados por la guerra, que no podían esperar a que la asociación libre y la interpretación de los sueños y de los actos fallidos les proveyeran la curación. Por eso, Berne comenzó a efectuar procedimientos terapéuticos que, en ese momento histórico, se consideraban heterodoxos, especialmente vistos desde la perspectiva del Psicoanálisis ortodoxo.

En cierto sentido, el A. T., igual que la Gestalt, el Psicoanálisis Social de Sullivan y la Orgonterapia de Reich, que luego cristalizará como Bioenergética, son movimientos que se generan desde la disconformidad con la rigidez de achacar al proceso primario no sólo la estructuración del yo, sino la explicación de los trastornos actuales y la hermenéutica de la conducta entera de la persona.

5.- Los recursos de la comunicación están acreditados por el trabajo de Boyce y Allen sobre el permiso, Price que estudió las transacciones paradójicas, Barbara Clark (1995) las de empatía, Menegaux la de protección y Barnes, quien propuso una definición de transacción mucho más completa y científica que Berne, y cuya idea del diamante dramático constituye una propuesta constructivista (constructivismo social), que Barnes enraíza en el proceso de la comunicación y en la enjundia misma de la transacción que propone .

6.- Carácter constructivista: El yo es autopoyéutico, un proceso abierto a lo largo y ancho de la vida de cada persona, que no esclerosa su proceso de maduración y cambio, ni cancela sus posibilidades de seguir construyéndose, deconstruyéndose y reconstruyéndose a partir de un determinado estadío evolutivo. El yo, como el manto de Penélope, se teje y desteje continuamente, integra pautas nuevas de adaptación y desecha viejos troqueles. Temas transaccionales como el de economía de caricias de Steiner, las tesis del Adulto integrado de Kertész y Erskine ( son distintos Adultos integrados), la virtualidad de la transacción del permiso de Boyce (1980) y los Allen, J. y B.A.(1991), enfatizan el carácter constructivista del A. T., demostrado también por el ensayo de los Allen (2000) y Gregoire (2000)

7.- Reparentalización: Jacqui Schiff, a quien algún día habrá que hacer justicia, propuso un método de reparentalización que convierte a la psicoterapia en una misión existencial; con independencia de esta aportación extraordinaria, nadie duda del papel reparentalizador que, ineludiblemente, concierne al terapeuta y al grupo como agente auxiliar del terapeuta. Martin Grooder, que ha aplicado A. T. a la reeducación de reclusos abundó en esa línea.

Mi exposición se atiene a los límites de mi propia práctica profesional. Los campos de aplicación del Análisis Transaccional son más abundantes y diversos que el estrictamente clínico; pero considero petulante abarcar otros ámbitos de aplicación distintos al que cautiva mi quehacer profesional.

PODER TRANSFORMADOR del ANÁLISIS TRANSACCIONAL

La pregunta que pretendo responder es: ¿Dónde reside la capacidad transformadora del Análisis Transaccional? Y a ello voy.

1.- El diagnóstico como método de trabajo:

Inicialmente, el método de trabajo del Análisis Transaccional fue el diagnóstico, facilitar la toma de conciencia sobre los aspectos del comportamiento y de la personalidad que, pese a estar en la sombra, eran operativos y tal vez responsables de los trastornos que motivaban la petición de psicoterapia. Este era un afán heredado del Psicoanálisis y compartido con la Terapia Gestalt cuyo fin esencial era, y es, promover el “darse cuenta”.

Antes de adentrarnos en este bosque del diagnóstico, conviene reparar en el valor y significación de la palabra diagnóstico y ver de encajarla en el marco de referencias de una psicoterapia humanista, tal como es, o pretendió ser en un principio, el A. T..

La palabra diagnóstico es una síncopa de la preposición y adverbio griego “día”, que significa a través de o por mediación de, y “gnosis”, el conocimiento. Por tanto, la etimología de la palabra nos hace pensar en alguna realidad que podemos obtener “mediante el conocimiento”, o “ a través del conocimiento”. Así pues, el diagnóstico, los resultados de cualquier exploración psicológica, sea una anamnesis, sea un análisis psicométrico, proyectivo o clínico, tiene un valor itinerante, no es un punto de llegada, sino de partida, porque a través del conocimiento que vayamos allegando, a través de la “aletheia”, o descubrimientos que hagamos, podremos acceder a, o crear, otro estado de la realidad psicológica. El conocimiento, en este contexto, sólo tiene un valor medial, es un instrumento que sirve de puente y facilita la realización de un trabajo posterior, que a buen seguro tendrá carácter reconstructivo.

Este concepto del diagnóstico no siempre se entiende así. De hecho, el diagnóstico nosográfico tiene un valor más eleático, busca determinar cual es la realidad y cómo se llama. Pero, al dictaminar, establece un anclaje que perjudica el trabajo terapéutico, porque el dictamen se constituye en lastre o dique de contención para el proceso terapéutico; por ejemplo, si establecemos que esta realidad que tengo frente a mi es un esquizofrénico paranoico, o que es un hebefrénico, el cliente puede identificarse con el diagnóstico e incluso hacerle gracia una terminología tan intrincada y críptica. Si me permiten una nota de humor negro, tener una neurosis narcisista puede resultar tan presuntuoso como tener un deportivo último modelo.

El carácter iatrogénico del diagnóstico nosográfico tiene dos fuentes de alimentación:

a) el cliente, que se pregunta: ¿cómo voy a dejar de ser lo que soy?, ¿cómo y por dónde voy a afrontar un cambio tan complicado?.

b) el terapeuta, que corre el riesgo de embarrancar, si confunde a la persona con el síndrome que sufre y pretende enfrentarse al mismo, sin conocer la persona de su cliente, ni hacer la alianza terapéutica con las partes sanas que sin duda conserva. A este respecto, conviene recordar el consejo que Hipócrates, en siglo V antes de nuestra era, daba a sus discípulos, cuando les decía que el médico que quiera curar a sus pacientes, primero ha de conocerlos, saber de sus hábitos, de sus gustos y del ajuste que tengan a su trabajo y a sus diferentes medios, social, cultural y afectivo.

A mi juicio, el diagnóstico es útil cuando sirve para establecer

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