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CONCEPCIONES DEL SER HUMANO (ser Humano Activo Y Ser Humano Volitivo)


Enviado por   •  8 de Noviembre de 2012  •  6.148 Palabras (25 Páginas)  •  1.722 Visitas

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CONCEPCIONES DEL SER HUMANO

SER HUMANO ACTIVO

Al reconocer el hombre en sí mismo el centro, al estrellarse el ser humano finito contra los límites que impone la experiencia a las construcciones en el aire de la razón especulativa, al experimentarse el sujeto universal como parte de un todo, y sin embargo como cúspide de ello, en lo que se recapitula la concepción del hombre como hecho a imagen y semejanza de Dios del homo viator, están dadas las condiciones y los presupuestos para que la humanidad emprenda otra vez una de las mayores transformaciones: el tránsito de la vita contemplativa a la vita activa, y parejamente con ello nazca el ser humano activo.

De los parámetros de las concepciones antropológicas que hemos destacado – diacronía-sincronía, relación contestataria, co-originalidad, amalgama y sinergia – conviene destacar que la última supone una suerte de transfusión de sangre de una a otra. Esto es claramente visible en el hombre activo, ya que varios de los signos de extravío que se vinculan con él en nuestro tiempo ya se anuncian veladamente en esas características que recién destacábamos del sujeto universal, del ser humano finito y del ser humano como centro: la separación ente hombre y mundo que conlleva el hombre como centro, la circunscripción a la experiencia y a los fenómenos empíricos del ser humano finito, y la pretensión de ser cúspide de la totalidad del sujeto universal.

Si bien, el nacimiento del ser humano activo, como probablemente todo nacimiento, es promisorio y se acompaña también de la sensación de un nuevo viento en la historia, resulta indiscutible que a la larga el hombre activo nos conduce a nuestra situación actual en la que lo que manda es el mercado y todo es medido bajos criterios de productividad y rendimiento, que no se condicen en absoluto con la vida del espíritu y la cultura.

Interesa a su vez en las concepciones antropológicas que en la medida en que ellas deben su gestación cada vez a distintos individuos preclaros, ellos mismos con sus vidas particulares dan muestras de la impronta de cada una de esas concepciones. Tras el animal racional vemos nítidamente a un Sócrates como “luchador del concepto” paseándose por el ágora para interrumpir el camino del General Laques y preguntarle por la esencia de la valentía.

Así también vemos a los forjadores del ser humano activo – Fichte y Marx – justamente a ellos mismos como hombres eminentemente activos.

Estamos ante dos personalidades que justo porque plantean un radical giro del pensamiento a la acción (a saber que deben ser las demandas de la acción y de la transformación del mundo las que justifican el pensamiento y lo que pensamos) ejemplarmente ellos mismos son hombres de acción: el primero, Fichte, porque participó activamente en la lucha contra la invasión napoleónica de territorios alemanes y por ello sus “Discursos a la nación alemana”, pronunciados en Berlín; y el segundo, Marx, porque desde sus inicios en la fundación del Diario de Colonia fue también un hombre eminentemente activo.

El pensamiento kantiano se articula fundamentalmente a partir de la distinción entre razón teórica y razón práctica, considerando particularmente en ello cuál es la relación de una con otra y por supuesto los territorios que a cada una le competen. Si ya con Kant se da cierta inclinación hacia la razón práctica, en tanto las grandes preguntas de la filosofía encuentran en ella su cauce y justificación, en especial lo que concierne a la libertad y a Dios, con Fichte la mencionada inclinación se vuelve irrevocable. Dicho taxativamente: la razón práctica es la que le da una justificación a la razón teórica.

Subrayemos que la cuestión no es aquí simplemente de que podemos modificar nuestras interpretaciones que hacemos de hechos y situaciones y que a raíz de ello, las decisiones que tomemos serán distintas y, consecuentemente, distintas serán también las acciones emprendidas. No basta simplemente, como lo hizo Judas Macabeo, reinterpretar el Sabbath en el sentido de que también en ese día festivo se podría luchar, en aras de defenderse de los ataques de Antíoco IV del Imperio Seléucida, el cual se había propuesto helenizar las costumbres y los ritos judíos; y justamente el padre de Judas Macabeo, Matatías, había sido asesinado con el grupo de insurgentes que presidía, junto con sus familias completas, por causa de no trabajar, luchar o defenderse en el Sabbath.

Si el asunto fuera simplemente interpretar o reinterpretar algo, en tal caso, ciertamente continúa extendiéndose la supremacía de la razón teórica.

FITCHE

Con Fichte se trata de que, como adelantábamos, la razón práctica es recién la que le da una justificación, sentido, e incluso verdad, a los contenidos de la razón teórica.

Fichte es muy sensible a la tendencia irrefrenable de la razón a encerrarse en sí misma, aislarse, suponerse completamente autosuficiente, aparte de plenipotenciaria. Pero, desde luego, la razón no es una especie de entidad flotante, sino que tras ella está el ser humano, y más concretamente, el animal racional, el ser humano como centro y el ser humano activo, que ahora examinamos. Es más, hay que decir también que esa tendencia racional al enclaustramiento es tal que hasta la propia formulación de la primacía de la razón práctica puede caer en lo mismo, y quedarse nada más que en el papel.

Ello se explica porque si desde Fichte en adelante han de ser las demandas de la acción las que determinen nuestros pensamientos y cavilaciones, cuando la acción se desliga de una orientación racional, a cargo precisamente de la razón práctica, ello es lisa y llanamente nefasto, y da lugar a una suerte de activismo (por lo demás generalizado en el mundo y a lo largo de la historia de la humanidad).

Ahora bien, en El destino del hombre Fichte hace una crítica a la filosofía moderna desarrollada hasta su época, destacando la insuficiencia de la razón teórica en lo relativo a una explicación, una teoría debidamente fundamentada de la realidad. Él considera para ello los argumentos del determinismo, con base en particular en Spinoza y Leibniz, y de la teoría representacional, con base en particular en Kant y la filosofía inglesa.

Con relación al determinismo, la consecuencia de él es que el “yo” no puede constituirse, desde el momento que si todo está determinado (o predeterminado) en ningún momento el yo puede justificar cierta autonomía, que le es consustancial. No sólo lo que piensa el yo, sino lo que siente, imagina, recuerda o sueña, estarían pre-determinados. Si el yo pretendía ser algo, el argumento del determinismo es implacable y lo lleva a agonizar: simplemente o no puede constituirse, o lo que hasta ahora fue, se disuelve.

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