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DEPRESIÓN


Enviado por   •  8 de Febrero de 2013  •  471 Palabras (2 Páginas)  •  251 Visitas

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Lo importante de la vida no son los automatismos que conseguimos incorporar, sino la relación que establecemos con el exterior a través de los afectos.

Tienden (los demás) y nosotros mismos (cuando ya somos capaces), a construir (nos) una realidad que proporciona a nuestra mente afectos gratificantes, ya sean crematísticos, o, simplemente, que paguen a nuestra creciente vanidad.

De modo que vivimos en el engaño y nos aferramos a él mientras que la balanza del afecto/desafecto se mantiene equilibrad. En el desequilibrio, intervienen los demás, claro. Y con ello, se pone a prueba el sistema afectivo propio.

Las opiniones de los demás van haciendo que las influencias afectivas positivas crezcan o disminuyan.

Con el tiempo, puede que las sensaciones afectivas positivas, dejen de equilibrar la balanza. Comenzaremos entonces a padecer lo que denominamos desengaño.

El desengaño es, pues, un desgarro brutal de nuestra realidad. No es que la nueva sea mejor ni peor. Es diferente; nos vemos obligados a aceptarla, pero pagamos la factura del deterioro mental.

Puede que la nueva realidad pare ante tí, y no te interese ni para cerrar los párpados. El desengaño es, entonces, la demostración de la importancia que los afectos no retribuidos tienen en nuestra vida.

Dentro de las discapacidades a que conduce el desequilibrio afectivo en el nivel de la salud mental, habría que destacar un claro síntoma: El individuo queda con escasos recursos de adaptación al medio.

Y ello nos lleva a una conclusión sorprendente: la inteligencia, llamada a ser capaz de adaptarnos al medio, aún cuando las circunstancias sean cambiantes, se ve supeditada al equilibrio afectivo.

La interacción de ambas potencias explica la euforia por un lado y la depresión por otro. Jean Piaget, en sus estudios de Psicología Infantil, hablaba de la “balsa afectiva” como cimiento de toda personalidad. Así, creernos nuestros engaños es, sin lugar a dudas, tener una afectividad bien retribuida; lo contrario es síntoma de carencias vitales en ese campo. Podemos cambiar el mundo, o dejarlo pasar, sin hacer nada.

La vida va haciendo que nuestras capacidades se vayan nutriendo de memoria afectiva que, al final, acaba formando una gran parte de la conciencia, de esa enciclopedia de valores que algunos llaman el “súper-yo”. La tendencia de la mente a equilibrar los afectos, según sean retribuidores o no, acaba creando una especie de fiel de una balanza afectiva que, irremisiblemente conforma nuestra adaptación al medio de una forma constructiva o destructiva.

Los próximos o ajenos ejercen, de esta forma considerados, fuertes influencias en la formación de la personalidad de los individuos. En los mundos desarrollados, el vendaval de experiencias emotivas es

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