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Drogas En Penitencarios

DreineX27 de Mayo de 2015

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Drogas en Penitenciarios

En el presente informe vamos a discutir la relación existente entre las Drogas y los internos de los penitenciarios, su consumo, y relación con el ambiente, así como se estudiarán los posibles factores que influyen en el consumo de drogas dentro de los recintos, como también se observará la problemática de dicha conducta y las consecuencias que con ello trae.

“Hablamos de consumidores, diversos, que mantienen relaciones complejas y cambiantes con las sustancias; benéficas y perjudiciales, a sabiendas o no; que mantienen con ellas relaciones instrumentales controladas o de descontrol bajo su dominio. Hablamos de relaciones irrelevantes, discontinuas, y de otras que configuran una forma de vida y una identidad, aun en negativo; de relaciones placenteras y satisfactorias y de otras dolorosas o embrutecedoras” (Aurelio Díaz, P. 12)

Es un hecho que el consumo de drogas puede tener distintas perspectivas según en quién o quién lo mire. La realidad de las drogas es que según cada percepción estas pueden ser vistas de forma beneficiosa, o negativa, y que de algún modo el consumo, o no consumo, conforman parte de la identidad del individuo. El placer o la decepción, el control o el descontrol, son elementos que variaran según cada juicio o experiencia. Es por ello que esto es de tener en cuenta a la hora de realizar un estudio dentro de la prisión, pues el uso de las drogas, aunque en algunos casos puede ser beneficioso, del mismo modo puede ser un elemento negativo. Es decir, puede ser beneficioso para el interno que lo consume por el placer obtenido, como va a ser negativo para los entes de control que conocen de las consecuencias negativas que estas pueden traer a la prisión y su población.

En la revista de Psicothema encontramos un artículo escrito por Francisco Rodríguez y compañía, en el cual nos expresan lo siguiente: “Los resultados obtenidos para comprobar qué tipo de relación se da entre ambas conductas apoyan las conclusiones generales encontradas por otros autores (Otero y Vega, 1993). En este sentido, se pudo evidenciar una relación positiva entre la conducta delictiva y la conducta de consumo de drogas. Además es necesario tener en cuenta, a la hora de realizar estudios de estas características, otras variables que pueden incidir en dicha relación. De esta manera, respecto a la primera variable criterio analizada (Conducta delictiva) hemos comprobado que su relación con la conducta de drogodependencia no es del todo o nada; es decir, dicha relación va a ser medida por otras variables, como son: variables relaciones con el ámbito familiar y/o económico. Existen otras variables –nivel de estudios del preso, situación laboral anterior al ingreso en prisión, malos tratos en la familia, antecedentes de adicción del padre, antecedentes penales familiares- que también están incidiendo en la relación delincuencia-drogodependencia (Paíno, Rodríguez y Garrido, 1996); sin embargo, estas relaciones las hemos observado en el contexto en el que se dan, ya que el número de presos en cada categoría es muy desigual. Estas conductas –delincuencia y drogodependencia-, pues, parecen formar parte del mismo proceso.” (Psicothema Vol. 9 Nº3, pp. 594-595)

Como podemos observar, el artículo nos hace entender que la relación existente entre ambas conductas no es un efecto causal, es decir, que el hecho de haber delinquido no es un factor determinante a la hora de consumir drogas, sino que en su lugar, existen una gran variedad de factores que pueden influir en esta desviación. La conducta del consumo de drogas, entonces, nos hace ver que va más allá del hecho de romper la ley, sino que se centra en una serie de elementos personales y a niveles culturales que provienen del entorno, de su aprendizaje y nivel cultural. Es así s como vemos que el estudio del por qué se consume drogas en los penitenciarios resulta ser una incógnita mucho más compleja y problemática de lo que se esperaba, pues requiere de un profundo análisis de la vida del preso, y a la hora de tomar una muestra, se requiere tener en cuenta una amplia gama de factores influyentes.

“Dr. Sandy Simpson, Clinical Director of the Law and Mental Health Program at the Centre for Addiction and Mental Health, said that substance abuse “is a driver of mental ill health and it is also a barrier to recovery, wellness, and reducing recidivism.”21 This is all the more alarming since “anywhere up to 90% of a standing prison population will have a lifetime problem of substance misuse or dependence.”22 The Commissioner also raised this point with the Committee, noting that “[t]his dependency does not magically disappear when they arrive at our gates.” (Kevin Sorenson, P. 9)

(El Dr. Sandy Simpson, Director clínico del programa de Ley y Cuidado mental en el centro de adicción y cuidados mentales, dijo que el abuso de sustancias “es un conductor hacia la enfermedad mental, así como es una barrera para la recuperación, bienestar, y la reincidencia.” Esto es lo más alarmante ya que “Cualquiera del 90% de la población carcelaria va a tener en su vida problemas con el mal uso de sustancias o dependencias” El comisionado incluso alzó este punto con el comité, anotando que “Esta dependencia no desaparece mágicamente cuando llegan a nuestras puertas”.)

Kevin Sorenson nos hace ver la realidad de una problemática presente: El consumo de drogas trae consigo severos daños y riesgos. No sólo por el hecho de que consumir drogas, siendo estas ilícitas, signifique un claro fallo a la hora de reducir la reincidencia, sino que trae consigo severos problemas. Adicciones, enfermedades, malestares, entre otras cosas que van a dar una mala vida a quienes se vean envueltos entre estas conductas desviadas. La realidad es que la problemática de las drogas llega a la cárcel no por un descontrol de la institución como tal, sino porque en muchos casos la adicción a esta droga viene desde afuera, y por tanto los internos buscarán los medios para continuar saciando su adicción en el interior de los penitenciarios. Observamos entonces una forma cultural que nos indica que la mayoría de la población carcelaria se verá bajo riesgo ante la presencia de estas sustancias, lo cual no solo dañará su salud, sino que complicara el objetivo de dichos penitenciarios.

“Por otro lado, cuando salen de estos programas regresan a las condiciones cotidianas de esas instituciones, caracterizadas por el hacinamiento (hasta 25 internos viven en una celda de aprox. 4 x 6 m2 ), la violencia, la corrupción, el fácil acceso a las sustancias tóxicas, la falta de oportunidades para desarrollarse en ámbitos académicos y laborales, así como la ausencia de un tratamiento psicológico, lo que desencadena en ellos estados de ansiedad, angustia y desesperación que activan y reafirman su representación social de la drogas como un recurso para evadir su realidad y generarse estados de ánimo placenteros aunque sea momentáneos.” (Gloria Estela Castellanos López, P. 90).

Si tomamos en consideración lo que implica el encarcelamiento, podemos entender que el consumo de drogas dentro de los penitenciarios no es más que un acto de necesidad, para así hallar la propia satisfacción. Las condiciones precarias en la que viven la mayoría de la población carcelaria puede llevar a los individuos a buscar vías de escape que les permitan librarse de la depresión, la ansiedad, el estrés, etc. Ya de por sí alcanzar un desarrollo personal dentro de las instalaciones resulta una tarea compleja, no es difícil notar que ante la sensación de abandono el reo se vea tentado al consumo de drogas, en especial cuando esta se puede hallar con notoria facilidad.

“En los últimos 30 años la drogodependencia ha sido uno de los principales problemas de las personas que ingresan en prisión. Tanto por el número de personas afectadas, como por la gravedad de las complicaciones asociadas a este hábito en aspectos tales como salud psicofísica, desestructuración de la personalidad y deterioro familiar y social. Nuestros resultados indican un consumo de drogas mayor en el grupo estudiado que en la población general, lo que es coherente con lo que sabemos de que, en las poblaciones marginales, el consumo de drogas es mayor que en el resto de la población2. Es destacable también que el perfil de consumo de las drogas ilegales que encontramos entre las personas que ingresan en prisión ha cambiado, en función de los cambios experimentados en el conjunto de la población. Tradicionalmente el consumo de drogas ilegales estaba ligado a factores comunitarios en relación con la marginación, la pobreza y la exclusión social, con consumo predominante de heroína por vía venosa, substancia y vía que a principios de la década de los noventa del siglo pasado admitían haber utilizado en algún momento el 44% de los reclusos5. Hoy el consumo de drogas que detectamos parece más en relación con factores individuales y recreativos y a grupos de personas con una adecuada integración social, con consumo predominante de las llamadas drogas recreativas (cocaína, hachís, drogas de síntesis…)6.” (S. Rincón Moreno y compañía).

Un factor de notorio interés dentro del consumo de drogas, es que fuera de la prisión lo común es notar este consumo en sectores que son socialmente marginados, o que bien se halla en individuos de conductas autodestructivas o problemáticas, provenientes de familias conflictivas, o con una cultura desviada que los lleva comportamientos delictivos, como es el consumo de drogas. Esto parece cambiar dentro de la prisión, pues ya no se trata sólo de los grupos marginados, sino que cualquier

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