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El Alquimista


Enviado por   •  3 de Marzo de 2013  •  12.382 Palabras (50 Páginas)  •  288 Visitas

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Resumen del Alquimista

Cuando Santiago, un joven pastor, tiene un sueño que le revela la ubicación de un tesoro escondido enterrado en las pirámides de Egipto su simple vida de repente se escinde. Parte de él quiere arriesgarse a ir a buscarlo y la otra parte quiere continuar su vida sencilla de pastor.

Un misterioso rey en Taifa convence a Santiago de que él ha logrado descubrir su Leyenda Personal. El viejo rey le dice a Santiago que seguir su Leyenda Personal hasta alcanzarla es la única obligación verdadera de una persona en la vida.

Santiago escucha a su corazón y decide hacer una búsqueda peligrosa del tesoro. Él vende su rebaño de ovejas y se va a África, donde le roban todo su oro rápidamente y lo dejan abatido en las calles. Él decide que fue un tonto al creer en sus sueños y rápidamente consigue un trabajo con un comerciante de cristales para poder ahorrar el dinero suficiente para volver a su hogar.

Después de pasar casi un año trabajando para el comerciante, Santiago ha hecho que el negocio tenga mucho éxito y tiene el dinero suficiente para hacer lo que desee. Mientras camina por las calles para regresar a su hogar de pronto decide correr el riesgo y continuar su búsqueda del tesoro enterrado.

Él se une a una caravana para realizar cruce peligroso del desierto y mientras recorren y se pasan los lentos y largos días, él comienza a escuchar su corazón y al desierto. Él empieza a entender lo que es el Alma del Mundo y en cómo él mismo encaja en éste.

Cuando la caravana llega al oasis, Santiago conoce a una joven de la cual se enamora desde el momento en que la ve. El alquimista local, un hombre misterioso que hace recordar a Santiago del viejo rey, ayuda a Santiago a continuar su viaje a través del desierto y le enseña mas lecciones importantes acerca de la vida a lo largo del camino. Aunque Santiago no lo sabe, él se está haciendo sabio, y un maestro en el arte de vivir al máximo sin importar nada. Aunque él ha dejado su verdadero amor en el oasis, está determinado a seguir su sueño hasta el final.

Después de muchas aventuras, peligros, y lecciones importantes de la vida Santiago finalmente llega a las pirámides. Su felicidad por ultimo llega al final de su viaje que lo abruma, y él está agradecido por haber tenido la oportunidad de seguir su sueño.

Él comienza a cavar profundamente en la arena en busca de su tesoro, pero antes de que pueda avanzar mucho un grupo de bandidos aparece, golpeándolo y robándolo. Lo obligan a continuar cavando, y después se van al no encontrar ningún tesoro. Uno de los bandidos, como cosa del destino, le da a Santiago una pista importante y cuando ellos se van Santiago no puede hacer nada más que reírse, porque sabe donde está realmente su tesoro.

Termina estando donde su viaje comenzó, debajo del mismo árbol donde él había tenido el sueño profético hace varios años. Él cava y encuentra un hermoso cofre llego de oro y piedras preciosas. Su próximo y último viaje será el volver al desierto para reunirse con la mujer que ama.

Lista de Personajes

Santiago - Santiago es el personaje principal en “El Alquimista”. Él es un joven pastor quien ha soñado acerca de un tesoro enterado en las pirámides de Egipto. En lugar de dejarlo pasar como tan solo un sueño, Santiago decide seguir a su corazón e ir en busca de su tesoro. En el camino él comienza a crecer y ser sabio en los caminos del mundo.

Melchizedek, el viejo rey - El viejo rey llega a la vida de Santiago un día después de que él tuvo su sueño profético, y le dice que él ha logrado conseguir su Leyenda Personal. Él ayuda a Santiago a tomar la decisión de ir en busca de su tesoro, y aunque Santiago no lo sabe, el viejo rey es un dios.

El comerciante de cristales - El comerciante de cristales emplea a Santiago después de que él ha sido robado en África. Santiago se ha dado por vencido en la búsqueda de su tesoro y comienza a transformar la tienda de cristales. El comerciante es un buen hombre que es justo con Santiago, y aunque le tiene miedo a los cambios él toma el consejo de Santiago acerca de al tienda. Comienza a llegar más dinero al negocio, y el tendero está muy agradecido con Santiago.

El Inglés - Santiago conoce a un inglés en la caravana a través del desierto. El inglés ha pasado muchos años y gastado mucho dinero en busca de alcanzar su propia Leyenda Personal de aprender alquimia, y está en su camino a encontrar a un alquimista en el oasis del desierto. Él y Santiago se hacen amigos en el camino.

Fátima - Fátima es una joven del oasis. Ella es hermosa, en cuando Santiago la ve él se enamora de ella, y ya nunca quiere dejar el oasis. Ella también quiere a Santiago, y lo convence de que él necesita seguir en búsqueda de su tesoro, que ella esperara a que él regrese.

El Alquimista - El Alquimista es un brujo en el oasis que ayuda a Santiago en la segunda parte de su viaje a lo largo del desierto. Él ayuda a enseñarle a Santiago acerca de la Alma del Mundo, y también le dice al muchacho que justo antes de descubrir su tesoro es cuando va a tener la prueba mas difícil. El también practica alquimia ante Santiago para demostrarle que es posible transformar metales en oro.

Parte 1

Santiago vive una vida que muchos envidiarían. Como pastor, el recorre las calles con su rebaño, viajando por nuevos sitios y viendo cosas nuevas. Esa es la vida que él siempre quiso, y él está contento.

Durmiendo bajo las estrellas él tiene un sueño en el que un niño lo lleva a las pirámides de Egipto y le dice que allí encontrara un tesoro enterrado. Santiago está dispuesto a tomar el riesgo y decide pagarle a una gitana en el próximo pueblo para que interprete su sueño. Ella le dice que su sueño está en el lenguaje del mundo, y que si va a las pirámides encantara su gran tesoro allí.

Santiago se molesta y decide que ya no va a creer en sus sueños. Él no tenía que perder su tiempo en una gitana con interpretación pésima. Al día siguiente él está en el pueblo leyendo y tratando de olvidar que tuvo un sueño cuando un anciano comienza a hablarle. Santiago trata de ignorarlo pero el hombre no se da por vencido. Finalmente el hombre le dice que si le da un décimo de sus ovejas él le dirá donde puede encontrar su tesoro escondido.

Santiago claramente es sorprendido por esto ya que él nunca le menciona su sueño al hombre. El hombre le dice a Santiago que él ha logrado descubrir su Leyenda Personal, y que él debe decidir si es lo suficientemente valiente para seguirlo. El hombre le dice a Santiago que el seguir su Leyenda Personal hasta alcanzarla es la única obligación verdadera de una persona en éste mundo.

Santiago tiene una decisión difícil en sus manos. ¿Renuncia a su rebaño de ovejas, su vida estable, para ir en busca de su tesoro? Parece ser algo loco, pero el corazón de Santiago quiere ir en esta aventura.

Tomando el riesgo más grande de su vida Santiago decide hacerlo. Él le da un décimo de sus ovejas al hombre y vende el resto. El hombre, quien es un rey, le dice que debe de seguir los presagios para encontrar su tesoro. Él le da a Santiago dos piedras, Urim y Thummim, las cuales le ayudaran a tomar decisiones cuándo esté realmente estancado mientras vaya en su camino. El rey le desea buena suerte, y después Santiago sigue su camino.

Cuando Santiago llega a África se sorprende de haber olvidado que tan solo árabe se habla allí. La ciudad es extraña, y el muchacho está algo asustado por toda la gente nueva. Él siente un gran alivio cuando conoce a un hombre en una cantina que habla su mismo idioma, y el hombre porto le promete ayudarlo a cruzar Sahara. En poco tiempo el hombre desaparece con todo el dinero de Santiago y lo deja sin nada. Santiago quiere llorar, él está muy triste, pero pronto decide ver a la situación de forma diferente. Si, lo dejan sin dinero, pero está en la búsqueda de su Leyenda Personal. Él puede hacerlo.

Mientras Santiago camina por al ciudad se cruza con un comerciante de cristales que tiene una tienda en la sima de una gran montaña. Necesitando comida, se ofrece a limpiar los cristales del comerciante para que así la gente quiera comprarlos. Mientras los limpia, el comerciante vende dos vasos, y percibe eso como un buen presagio. Él le ofrece trabajo a Santiago, y el muchacho le platica al comerciante acerca de ir en busca de su tesoro al desierto. Él le dice que tan solo puede trabajar por éste día porque al día siguiente tiene que cruzar el desierto.

El comerciante se ríe, y le dice al muchacho que le tomaría años poder reunir el dinero suficiente para cruzar el desierto porque está a miles de quilómetros de distancia. El mundo de Santiago cae completamente en silencio, y después acepta trabajar para el hombre. Él le dice que nenecita utilizar el dinero par comprar algunas ovejas.

Parte 2

El muchacho ya lleva trabajando el la tienda de cristales por mas de un mes, y no esta muy contento. Él trata fuertemente de no pensar en su tesoro, en las pirámides, y en todo. Él tan solo esta trabajando para reunir el dinero suficiente para volver a su hogar y comprar algunas ovejas.

Santiago tiene la idea de construir un aparador afuera de la tienda para atraer a más clientes. El comerciante no está seguro de querer cambiar la forma en que las cosas están, pero la presencia del muchacho en la tienda ha sido un buen presagio hasta ahora. Mientras están conversando acerca de los sueños un día durante el almuerzo, el comerciante le rebela al muchacho que ha tenido el sueño desde su infancia de viajar a la ciudad sagrada de la Meca. El comerciante es diferente al muchacho, él dice, porque él no quiere hacer sus sueño realidad. El pensamiento de ir a la Meca es lo que lo mantiene con vida, y quiere seguir conservando su sueño. El sueño lo ayuda a pasar sus días en la tienda de cristales.

El comerciante esta vendiendo mas cristales que nunca, y decide tomar el riesgo con el aparador.

Pasan dos meses y Santiago se siente mejor acerca de su situación. El dinero esta flotando en la tienda y el calcula que en seis meses mas puede volver a casa con el dinero suficiente para tener el doble de las ovejas que tenia antes. Él ha aprendido a hablar árabe, y a encargarse del cristal. Él podría llegar a ser un hombre de dinero con sus nuevas habilidades y todo por haberse encontrado con un ladrón, lo que lo llevo al comerciante. Él siente que ahora este es su camino ha seguir, llegar a ser un pastor aun mas grandioso que el interior.

Un día el tiene otra idea, y esta consiste en venderle té a individuos en vasos de cristal cuando estos escalen hacia lo mas alto de la montaña, calurosos y sedientos. Cuando el muchacho le cuenta la idea al mercante, éste hombre se asusta otra vez. Ya él esta ganando más dinero que nunca, y si comienzan a vender el té el hombre tendrá que ampliarse y cambiar su forma de vida. Esto, él dice, tiene miedo hacerlo. Después de pensarlo claramente, de cualquier manera, el comerciante decide vender el té en los vasos de cristal. Él medita en que hay veces en las que no se puede sostener el rió.

La tienda comienza a tener más clientes que nunca en cuanto la gente comienza a oír sobre su idea. Su refrescante té de menta en vasos de cristal es un éxito con los clientes, y el comerciante tiene que contratar dos empelados mas para poder hacerse cargo del negocio.

Han pasado ya 11 meses, y Santiago decide que es tiempo de irse. Él tiene el dinero suficiente para comprar 120 ovejas, y mientras se va le pide al comerciante que le de su bendición. Santiago le dice al hombre que ahora tiene el dinero suficiente para cumplir su sueño de ir a la Meca, al igual que él tiene lo suficiente para comprar algunas ovejas. El hombre lo ve intencionalmente y le dice que él no va a ir a la Meca así como él no va a regresar a su hogar y comprar algunas ovejas.

Mientras el muchacho camina por el pueblo piensa por un largo rato acerca de su futuro, y lo que es su camino verdadero. Él decide arriesgar a su camino otra vez y va en busca de su tesoro. Él razona que si falla otra vez, siempre puede ganar algo mas de dinero para volver a su hogar. Cuando finalmente toma sus decisión él esta tremendamente feliz. Él va en busca de una caravana que lo pueda llevar a través del desierto.

Un inglés se sienta en un corral sucio, ojeando un libro sobre químicos y pensando acerca de su vida. Él ha gastado fortunas y años besucando el lenguaje del universo, y la misteriosa piedra del filósofo. Él ha estudiado y arriesgado todo para encontrar las respuestas detrás de sus preguntas. Ahora él ha oído escuchar acerca de un alquimista que puede tener las respuestas las cuales él esta buscando, y ha deseado cruzar el desierto para buscarlo.

Cuando Santiago entra al corral, el inglés se ve inamistoso así que no llegan a una conversación al principio. Cuando el muchacho saca a Urim y Thummim, sin embargo, el inglés explota con emoción y saca dos piedras idénticas a las del muchacho. El rey también lo había visitado a él. Ellos rápidamente entablan una amistad y comienzan a hablar acerca de sus Leyendas Personales.

Hay más de 200 personas en la caravana cruzando el desierto. Mientras ellos van por su camino en un enorme vacío día tras día, el muchacho comienza a entender que realizar su Leyenda Personal es su única razón real para vivir, y es lo mismo para el inglés y todas las demás personas en el mundo. Cuando vas en tu camino verdadero, el mundo entero conspira para ayudarte a lograrlo.

El rumor de guerras entre tribus por todo el desierto causa que la caravana se mueva más rápidamente. El muchacho pasa su días observando a al gente, y pensando en el desierto y en lo que esté puede enseñarle a el acerca del mundo. La caravana viaja de día y de noche, y el silencio del desierto crece mas profundamente mientras el tiempo pasa. Antes de darse cuenta, ellos ya habían llegado al oasis.

El muchacho no puede creer lo grande que es el oasis. Él está muy decepcionado, cuando el líder de la caravana les informa a todos ellos que tienen que quedarse aquí hasta que las guerras ente tribus terminen. El muchacho se encuentra frustrado por el retraso pero decide tener paciencia y no molestarse. Él sabe si él avanza controlado por sus impulsos ignorara los presagios que conducen a su tesoro. Cuando sea tiempo de irse, será tiempo de irse, y eso es todo lo que hay en ello.

Al día siguiente el inglés le pide su ayuda para encontrar al alquimista que vive en el oasis. El muchacho, quien habla mejor árabe que el inglés, le comienza a preguntar a los aldeanos dónde vive el alquimista. Nadie se lo quiere decir, y finalmente ve a una joven muchacha en el pozo que lo pude ayudar. Él se apresura hacia ella para preguntarle, y todo termina después de eso. Con tan solo una mirada de sus ojos el muchacho está perdido. Ella sonríe y el muchacho sabe que éste es le presagio que el ha estado buscando toda su vida. Ya nunca va a haber nadie más después de ella, y mientras la ve él se siente sorprendido al darse cuanta de que ella entiende lo mismo. Sin decirse una sola palabra, ellos han hablado en el lenguaje más verdadero del mundo.

El inglés lo sacude de su ensueño, y el muchacho descubre que el nombre de ella es Fátima. Cuando él le pregunta acerca del alquimista, ella señala hacia el sur y después se va.

Al día siguiente Santiago espera a Fátima en el pozo, y cuando ella lega él le dice que la ama y que se quiere casar con ella. Ella se ha convertido en algo más importante para él que su tesoro.

Mientras los días pasan él su encuentra con ella en el pozo todos los días y él le cuenta todo acerca de lo que es ser un pastor, acerca del rey, la tienda de cristales, y acerca de su búsqueda.

Fátima le dice un día que ella quiere que él siga su búsqueda de encontrar su tesoro. Ella quiere que él ande libre, y le dice que si ella es realmente parte de su Leyenda Personal él regresara hacia ella algún día. Ella lo esperara orgullosamente.

Santiago va en busca del hombre Inglés para contarle acerca de Fátima, y se sorprende al enterarse con que el inglés a construido un horno afuera de su tienda de campaña. El alquimista le dijo a él que primero tenía que comenzar con el proceso de dividir el sulfuro, así que eso es lo que él está tratando de hacer. Él ha perdido su miedo al fracaso, y realmente cree que está vez lo va a lograr.

Mientras el muchacho anda por el desierto mas tarde ese día ve dos halcones en el cielo. Algo acerca de su movimiento lo intriga, y mientras observa uno de los halcones es atacado por el otro. Tan pronto como esto pasa, Santiago ve a un ejército cabalgando hacia dentro del oasis. Él trata de olvidar su visión después de que se va pero su corazón no lo deja. Él está agitado, y va a ver a los jefes de la tribu.

Él tiene que esperar horas para ver a los jefes. Después de mucha discusión, ellos le dicen que le van a hacer caso a su advertencia acerca del ataque, pero que si no pasa el muchacho será asesinado al alba al día siguiente.

Mientras va caminando de regreso hacia su casa de campaña él es por poco atacado por un hombre de negro en un gigantazo caballo blanco. El hombre exige saber como es que él lee vuelo de los halcones. Santiago le dice que la miasma mano que hizo al alercito también a hizo a los halcones, y que tan solo estaba viendo lo que Alá quería que él supiera. Santiago se encentra tranquilo, aunque sabe que el hombre lo puede matar. Él agacha su cabeza, esperando la caída del golpe. Él se da cuenta de que si tiene que morir esta noche, puede morir feliz sabiendo que arriesgó todo por seguir su sueño, y que llegó a amar el desierto y a Fátima.

De pronto el hombre retira su espada, y le dice que tenía que probar la valentía del muchacho. El hombre dice que si el muchacho sigue vivo después de la puesta de sol lo vaya a ver. Mientras él se va, el muchacho se da cuenta de que acaba de conocer al alquimista.

Al día siguiente todos los hombres del oasis están armados para la batalla. Antes del medio día el ejército de 500 había tratado de atacar el oasis, y todos excepto uno fueron acecinados por los hombres de allí. El jefe del oasis se siente muy contento de que tantas vidas hayan sido salvadas, y le pide al muchacho que se convierta en el consejero del oasis.

Esa noche Santiago se dirige al desierto a su sita con el alquimista. Mientras caminan hacia su casa de campaña, el alquimista dice que él esta allí para ayudar al muchacho a encontrar su Leyenda Personal. El alquimista le dice al muchacho que debe de continuar su búsqueda de las pirámides, y le aconseja que venda su camello y compre un caballo.

La noche siguiente el alquimista le plantea un reto al muchacho. Él le dice que vaya a encontrar vida al desierto, por que tan solo aquellos que pueden encontrar vida en la intemperie pueden encontrar su tesoro. El muchacho no sabe que hacer. El muchacho no sabe como encontrar vida, y el alquimista finalmente le da una pista, diciéndole que la vida atrae vida. El muchacho entiende, y afloja las riendas de su caballo, permitiéndole a correr libre por el desierto. Su caballo lo dirige directamente hacia una cobra.

El alquimista le dice a Santiago que ese era el presagio que él necesitaba y que lo guiara a través del desierto. El corazón de Santiago esta pesado por que no quiere dejar a Fátima. El alquimista le dice que ella es una mujer del desierto y entiende que si ella quiere que él regrese, ella tiene que dejarlo ir. El muchacho decide ir con el alquimista en busca de su tesoro, y su corazón está en paz para finalmente seguir su camino otra vez.

Esa noche Santiago va en búsqueda de Fátima. Él le dice que la ama y que va a ir en busca de su tesoro. Ella lo entiende, y le dice que esperara a que el regrese. El oasis es ahora en lugar vació para ella y ella mirara hacia el desierto en su espera durante el día entero.

Ellos cabalgan por el desierto en silencio por una semana, hablando muy poco. Santiago finalmente le dice al alquimista que no le ha dicho nada durante el camino, y el alquimista le dice que la única manera de aprender es por medio de acciones. Él le dice a Santiago que para poder entender al mundo primero tiene que escuchar a su corazón, siempre. El corazón viene de la Alma del Mundo, y dice la verdad.

Ellos continúan por dos días más, siendo precavidos acerca de las guerras entre tribus. Mientras ellos cabalgan sus caballos profundamente dentro del desierto el muchacho trata de escuchar a su corazón y aprender las maneras del mismo. Él se da cuenta de que su corazón le tiene miedo al fracaso y quiere regresar hacia mujer que ama. Ellos continúan cabalgando por muchos días más y Santiago aprende la manera de su corazón. Él finalmente se da cuenta un día de que es completamente feliz, y que la nostalgia y el miedo han desaparecido. Él aprende del alquimista que cada segundo de su búsqueda por su Leyenda Personal es un segundo el la compañía de dios y la eternidad. El alquimista entonces le enseña la lección más importante de todas: que la Alma del Mundo va a poner a prueba todo justo antes de que sea la hora de que Santiago cumpla su sueño. No hace esto porque sea malvada, tan solo para que todas las lecciones que fueron aprendidas a lo largo del camino puedan ser dominadas. Él le advierte al muchacho que es justo en éste momento cuando la mayoría de las personas se dan por vencidas, cuando están tan cerca. El refrán " la hora mas oscura de la noche llega justo antes del alba" suena como algo cierto para el muchacho, y determina no darse por vencido cuando sea puesto a prueba.

Esa tarde el corazón de Santiago le advierte que ellos están en peligro y de repente más de cien hombres los rodean. Ellos son llevados a un campo militar que se encintra cerca, donde el alquimista el informa al líder de la tribu que él es tan solo un guía para su amigo, el alquimista. El alquimista dice que el muchacho podría destruir el campo con simplemente convertirse en el viento. El jefe se ríe, y les da tres días para realizar ésta hazaña. Si ellos no pueden hacerlo, sus vidas serán su penalización.

Santiago esta aterrado. Él no tiene la menor idea de como convertirse en el viento, y rápidamente comienza a entrar en pánico. El alquimista le dice dócilmente que no se preocupe, que su corazón tiene las respuestas que él necesita para hacerlo.

El primer día el muchacho camina por el campo, y no se acerca ni un poco a descubrir como convertirse en el viento. Esa noche él está hablando con el alquimista, y le pregunta que por que se molesta en alimentar a su falcón cuando tal vez ellos pueden morir. El alquimista sonríe y le dice "Tal ves tu mueras. Yo ya se como convertirme en el viento."

En el tercer día, el jefe y sus hombres se reunieron en el acandilado para ver al muchacho. Él le advierte a la muchedumbre que puede tomar un largo rato, y todos le dicen que no están apurados. Ellos se sientan y esperan. Y entonces el viento comienza a hablarle a Santiago.

Él le dice al desierto que ésta sosteniendo a la mujer que el ama, y el desierto quiere saber lo que es el amor. Cuando el muchacho lo explica, el desierto le dice que puede prestar su arena para ayudarle al viento a soplar, pero que si quiere saber como convertirse en el viento le tiene que preguntar al propio viento. La brisa comienza a liar, y el alquimista sonríe.

El viento ya sabe de la conversación del muchacho porque el viento lo sabe todo. Le pregunta al muchacho cómo es que él sabe el lenguaje del mundo, y Santiago le dice que él lo aprendió de su corazón. El viento le dice que él no puede convertirse en el viento sin importar que tanto quiera hacerlo, porque un muchacho y el viento son dos cosas muy diferentes.

Santiago le dice al viento que ambos fueron escritos por la misma mano, y que ellos realmente no son tan diferentes. Si el viento tan sólo lo transformará por un ratito, ellos podrían tener una maravillosa conversación sobre todo eso.

La curiosidad del viento se despierta, algo que nunca había pasado antes. Comienza a soplar, pero después reconoce rápidamente que no sabe como transformar al muchacho. El viento le dice que tal vez le debería de preguntar al cielo, y entonces Santiago le pide al viento borrar el sol para poder mirar hacia el cielo sin cegarse. El viento aúlla, levantando la arena para que el muchacho pueda mirar hacia arriba para hacer su pregunta.

El muchacho voltea su cabeza hacia arriba, y le pregunta al sol si el sabe sobre el amor y el Alma del Mundo. El sol dice que sí, porque el ama la tierra y todo en ella. Mientras ellos hablan, el muchacho le dice al sol que cuando las cosas se esfuerzan por ser mejores entonces todo a su alrededor mejora también. Él se da cuanta de que el sol realmente no sabe sobre el amor, o como convertirlo en el viento, y él pregunta al sol que a quién se puede dirigir para que su pregunta pueda ser contestada. El sol le dice que él tiene que hablar con la mano que lo escribió todo. El viento, quién disfruta de la conversación, grita de encanto y sopla aun más fuerte. En la tierra, los hombres tratan de no ser llevados por el viento.

El muchacho voltea hacia la mano que escribió todo y se calla. En su corazón él comienza a rezar sin palabras. Él comienza a entender que el viento y el sol y el desierto también tratan de encontrar su camino y entender los signos que son escritos por esa mano. Él comienza a comprender que su alma es la Alma del Mundo, la cual es el Alma de Dios. Él ve que su alma es una y la misma que el Alma de Dios, y que él puede realizar milagros.

Cuando el viento deja de soplar, el muchacho está de pie al lado del jefe, quien se da cuenta de que acaba de atestiguar un milagro. Al día siguiente, él permite que el muchacho y el alquimista se vayan.

Al día siguiente ellos paran en un monasterio. El alquimista le dice a Santiago que él está a sólo 3 horas de las Pirámides y que él tendrá que recorrer el resto del camino solo. Antes de separarse, sin embargo, el alquimista le muestra al muchacho que el plomo de hecho si puede ser convertido en oro.

Horas más tarde Santiago sube una duna y contempla las Pirámides egipcias. Él llora de felicidad porque finalmente consiguió su Leyenda Personal y lo vio hasta el final. Cuando él mira hacia abajo en donde sus lágrimas golpean la arena él ve a un escarabajo, que en Egipto es una señal de Dios. Él comienza a cavar profundamente en la arena, y esta convencido que aquí en donde su tesoro esta.

Él cava todo el día, pero de repente es rodeado por un grupo de hombres que le roban su dinero y luego lo golpean con severidad. Ellos lo obligan a seguir cavando, y luego cuando no encuentran oro en la tierra ellos lo abandonan. Antes de irse, el líder le dice a Santiago que él no va a morir, aunque siente que tal ves si. Sin embargo le dice que él no debería ser tan estúpido como para seguir sus sueños.

El ladrón le dice que hace 2 años específicamente en éste mismo lugar él tuvo un sueño, que él debería de viajar a una iglesia arruinada en España donde pastores dormían y cavar profundamente en las raíces de un gran árbol de sicómoro para encontrar un tesoro. El ladrón dice que él no lo hizo porque él no es tan estúpido para cruzar un desierto entero por un sueño constante.

Epílogo

Santiago llega a la iglesia justo cuando cae la noche. Cuando él comienza a cavar, recuerda todo que lo condujo a éste momento. Horas más tarde, él tiene ante de él un cofre de monedas españolas de oro y piedras preciosas. Él recuerda que tiene que ir a Taifa para poder darle un décimo de su tesoro a la vieja mujer gitana.

De repente el viento comienza a soplar desde África y le trae el olor de un perfume que él conoce bien, y el roce de un beso.

Él le dice a Fátima que ya va.

EL ALQUIMISTA

Resumen.

El muchacho se llamaba Santiago. Comenzaba a oscurecer cuando llegó con su rebaño frente a una vieja iglesia abandonada. Decidió pasar la noche allí. Cubrió el suelo con su chaqueta y se acostó, usando como almohada el libro que acababa de leer.

Aún estaba oscuro cuando despertó. Miró hacia arriba y vio que las estrellas brillaban a través del techo semidestruido.

“Quería dormir un poco más”, pensó. Había tenido el mismo sueño que la semana pasada y otra vez se había despertado antes del final.

Se levantó y tomó un trago devino. Después cogió el cayado y empezó a despertar a las ovejas que aún dormían. Siempre había creído que las ovejas eran capaces de entender lo que él les hablaba. Por eso acostumbraba a veces a leerles los trechos de los libros que le habían gustado.

En los dos últimos días, no obstante, su tema había sido prácticamente uno solo: la niña, hija del comerciante, que vivía en la ciudad a donde llegarían dentro de cuatro días. Sólo había estado una vez allí, el año anterior. El comerciante era dueño de una tienda de tejidos y le gustaba ver siempre a las ovejas esquiladas en su presencia, para evitar falsificaciones. Un amigo le había indicado la tienda, y el pastor había llevado sus ovejas allí.

“Necesito vender lana”, le dijo al comerciante.

La tienda de hombre estaba llena, y el comerciante pidió al pastor que esperase hasta el atardecer. Él se sentó en la acera frente a la tienda y sacó un libro de su alforja.

-No sabía que los pastores fueran capaces de leer libros -dijo una voz femenina a su lado.

Era una joven típica de la región de Andalucía, con sus cabellos negros lisos y ojos que recordaban vagamente a los antiguos conquistadores moros.

Se quedaron conversando durante más de dos horas. Ella le contó que era hija del comerciante y habló de la vida en la aldea, donde cada día era igual al otro. El pastor le habló sobre los campos de Andalucía y sobre las últimas novedades que había visto en las ciudades que visitó. Estaba contento por no tener que conversar siempre con las ovejas.

-¿Cómo aprendiste a leer? -le preguntó la moza, en cierto momento.

-Como todo el mundo -respondió el chico-. En la escuela.

-¿Y si sabes leer, por qué eres sólo un pastor?

El muchacho dio una disculpa cualquiera para no responder aquella pregunta. A medida que el tiempo fue pasando, el muchacho comenzó a desear que aquel día no acabase nunca, que el padre de la joven siguiera ocupado mucho tiempo y que le mandase a esperar tres días. Se dio cuenta de que estaba sintiendo algo que nunca había sentido antes: las ganas de quedarse viviendo en una ciudad para siempre. Con la niña de cabellos negros, los días nunca sería iguales.

Pero el comerciante finalmente llegó y le mandó esquilar cuatro ovejas. Después le pagó lo estipulado y le pidió que volviera al año siguiente.

Ahora faltaban apenas cuatro días para llegar nuevamente a la misma aldea.

En dos años de recorrido por las planicies de Andalucía, él ya se conocía de memoria todas las ciudades de la región, y ésta era la gran razón de su vida: viajar. Estaba pensando en explicar esta vez a la chica por qué un simple pastor sabe leer: había estado hasta los dieciséis años en un seminario. Sus padres querían que él fuese cura, motivo de orgullo para una simple familia campesina que trabaja apenas para comida y agua, como sus ovejas. Estudió latín, español y teología. Pero desde niño soñaba con conocer el mundo, y esto era mucho más importante que conocer a Dios, y los pecados de los hombres. Cierta tarde, al visitar a su familia, había tomado coraje y había dicho a su padre que no quería ser cura. Quería viajar.

-Hombres de todo el mundo ya pasaron por esta aldea, hijo -dijo el padre-. Vienen en busca de cosas nuevas, pero continúan siendo las misas personas. Van hasta la colina para conocer el castillo y creen que el pasado era mejor que el presente. Pueden tener los cabellos rubios o la piel oscura, pero son iguales a los hombres de nuestra aldea.

-Pero no conozco los castillos de las tierras de donde vienen -replico el muchacho.

-Estos hombres, cuando conocen nuestros campos y a nuestras mujeres, dice que les gustaría vivir siempre aquí -continuó el padre.

-Quiero conocer a las mujeres y a las tierras de donde ellos vienen -dijo el chico- porque ellos nunca se quedaron aquí.

-Los hombres traen el bolso lleno de dinero -dijo otra vez el padre-. Entre nosotros, sólo los pastores viajan.

-Entonces seré pastor.

El padre no dijo nada más. Al día siguiente, le dio una bolsa con tres antiguas monedas de oro españolas.

-Las encontré un día en el campo. Iban a ser tu dote para la Iglesia. Compra tu rebaño y recorre el mundo hasta aprender que nuestro castillo es el más importante y que nuestras mujeres son las más bellas.

Y lo bendijo. En los ojos del padre él leyó también el deseo de recorrer el mundo. Un deseo que aún persistía, a pesar de las decenas de años que había intentado sepultarlo con agua, comida y el mismo lugar para dormir todas las noches.

El horizonte se tiñó de rojo, y después apareció el sol. El muchacho recordó la conversación con el padre y se sintió alegre; ya había conocido muchos castillos y muchas mujeres (aunque ninguna igual a aquella que lo esperaba dentro de dos días). Lo más importante, sin embargo, era que cada día realizaba el gran sueño de su vida: viajar. Cuando se cansara de los campos de Andalucía podía vender sus ovejas y hacerse marinero. Cuando se cansara del mar, habría conocido muchas ciudades, muchas mujeres y muchas oportunidades de ser feliz.

“No entiendo cómo buscan a Dios en el seminario”, pensó, mientras miraba al sol que nacía. Siempre que le era posible buscaba un camino diferente para recorrer. Miró al cielo y calculó que llegaría a Tarifa antes de la hora del almuerzo. Allí podría cambiar su libro por otro más voluminoso, llenar su bota de vino y afeitarse y cortarse el pelo; tenía que estar bien para encontrar a la chica y no quería pensar en la posibilidad de que otro pastor hubiera llegado antes que él, con más ovejas, para pedir su mano.

“Es justamente la posibilidad de realizar un sueño lo que torna la vida interesante”, reflexionó, mientras miraba nuevamente al cielo y apretaba el paso. Acababa de acordarse de que en Tarifa vivía una vieja capaz de interpretar los sueños. Y él había tenido un sueño repetido aquella noche.

La vieja condujo al muchacho hasta un cuarto en el fondo de la casa, separado de la sala por una cortina hecha con tiras de plástico de varios colores. Dentro de él había una mesa, una imagen del Sagrado Corazón de Jesús y dos sillas.

La vieja se sentó y le pidió que hiciese lo mismo. Después le cogió las manos y empezó a rezar en voz baja.

Parecía un rezo gitano. La gente decía que su vida consistía siempre en engañar a los demás; también decían que tenían pacto don los demonios, y que raptaban criaturas para tenerlas como esclavas en sus misteriosos campamentos.

“Pero tiene la imagen de Sagrado Corazón de Jesús”, pensó, procurando calmarse. No quería que sus manos empezaran a temblar y la vieja percibiese su miedo. Rezó un padrenuestro en silencio.

-Qué interesante -dijo la vieja, sin quitar los ojos de la mano del muchacho. Y se volvió a quedar callada.

-No vine aquí para leer las manos -dijo, ya arrepentido de haber entrado en aquella casa. Pensó por un momento que era mejor pagar la consulta e irse de allí sin saber nada. Le estaba dando demasiada importancia a un sueño repetido.

-Viniste a saber de sueños -respondió la vieja-. Y los sueños son el lenguaje de Dios. Cuando Él habla el lenguaje del mundo, yo puedo interpretarlo. Pero si habla el lenguaje de tu alma, solo tú mismo podrás entenderlo. Y te voy a cobrar la consulta de cualquier manera.

“Otro truco”, pensó el muchacho. Sin embargo, decidió arriesgarse. Un pastor corre siempre el riesgo: de los lobos o de la sequía, y esto es lo que hace más excitante la profesión de pastor.

-Tuve el mismo sueño dos veces seguidas -dijo-. Soñé que estaba en un prado con mis ovejas cuando aparecía un niño y empezaba a jugar con los animales. No me gusta que se metan con mis ovejas, porque se asustan de los extraños. Pero los niños siempre consiguen tocar a los animales sin que ellos se asusten. No sé por qué. No sé cómo los animales pueden saber la edad de los seres humanos.

-El niño seguía jugando con las ovejas durante algún tiempo -continuó el muchacho, un poco presionado- y de repente me cogía de la mano y me llevaba hasta las Pirámides de Egipto.

El chico esperó un poco para ver si la vieja sabía lo que eran las Pirámides de Egipto. Pero la vieja continuó callada.

-Entonces, en las Pirámides de Egipto -él pronunció las tres últimas palabras lentamente, para que la vieja pudiera entender bien- el niño me decía : “Si vienes hasta aquí encontrarás un tesoro escondido”. Y cuando iba a mostrarme el lugar exacto, me desperté. Las dos veces.

-No voy a cobrarte nada ahora -dijo la vieja-. Pero quiero una décima parte del tesoro si lo encuentras.

El muchacho rió, feliz. ¡Iba a ahorrar el poco dinero que tenía por causa de un sueño que hablaba de tesoros escondidos!

-Entonces interpreta el sueño -le pidió.

-Antes jura. Júrame que me vas a dar la décima parte de tu tesoro a cambio de lo que voy a decirte.

El chico juró.

-Es un sueño del Lenguaje del Mundo -dijo ella-. Puedo interpretarlo, aunque es una interpretación muy difícil. Por eso creo que merezco mi parte en tu hallazgo. He aquí la interpretación: tienes que ir hasta las Pirámides de Egipto. Nunca oí hablar de ellas, pero si fue un niño el que te las mostró es porque existen. Allí encontrarás un tesoro que te hará rico.

El muchacho quedó sorprendido y después irritado. No necesitaba haber buscado a la vieja para esto. Finalmente recordó que no iba a pagar nada.

-Para esto no necesitaba haber perdido mi tiempo -dijo.

-Por esto te dije que tu sueño era difícil. Las cosas simples son las más extraordinarias, y sólo los sabios consiguen verlas. Ya que no soy una sabia, tengo que conocer otras artes, como la lectura de las manos.

-¿Y cómo voy a llegar hasta Egipto?

-Yo sólo interpreto los sueños. No sé transformarlos en realidad. Por eso tengo que vivir de lo que mis hijas de dan.

-¿Y si no llego hasta Egipto?

-Me quedo sin cobrar. No será la primera vez.

Y la vieja no dijo nada más. Le pidió al muchacho que se fuera, porque ya había perdido mucho tiempo con él.

El muchacho salió decepcionado y decidido a nunca más creer en sueños. Se acordó que tenía varias cosas que hacer: fue al colmado a comprar algo de comida, cambió su libro por otro más grueso, y se sentó en un banco de la plaza para saborear el nuevo vino que había comprado. Las ovejas estaban en la entrada de la ciudad, en el establo de un nuevo amigo suyo. Conocía a mucha gente por aquellas zonas, y por eso le gustaba viajar. Uno siempre acaba haciendo amigos nuevos y no es necesario quedarse con ellos día tras día. Cuando vemos siempre a las mismas personas (y esto pasaba en el seminario) terminamos haciendo que pasen a formar parte de nuestras vidas. Y como ellas forman parte de las nuestras vidas, pasan también a querer modificar nuestras vidas. Y si no somos como ellas esperan que seamos, se molestan. Porque todas las personas saben exactamente cómo debemos vivir nuestra vida.

Y nunca tienen idea de cómo debe vivir sus propias vidas.

Empezó a leer el libro que había conseguido con el cura de Tarifa. Era un libro grande, que hablaba de un entierro ya desde la primera página. Además, los nombres de los personajes eran complicadísimos.

Cuando consiguió concentrarse un poco en la lectura un viejo se sentó a su lado y empezó a buscar conversación.

-¿Qué están haciendo? -preguntó el viejo, señalando a las personas de la plaza.

-Trabajando -respondió el muchacho secamente, y volvió a fingir que estaba concentrado en la lectura. Y volvió a fingir que estaba concentrado en la lectura. En verdad estaba pensando en esquilar las ovejas ante la hija del comerciante, para que ella viera cómo era capaz de hacer cosas interesantes.

El viejo sin embargo, insistió. Explicó que estaba cansado, con sed, y le pidió un trago de vino. El muchacho le ofreció su botella; quizás así se callaría.

Pero el viejo quería conversar de cualquier manera. Le preguntó qué libro estaba leyendo. Él pensó en ser descortés y cambiarse de banco, pero su padre le había enseñado a respetar a los ancianos. Entonces ofreció el libro al viejo por dos razones: la primera es que no sabía pronunciar el título; y la segunda que, si el viejo no supiera leer, sería él quien se cambiaría de banco para no sentirse humillado.

-Humm... -dijo el viejo, inspeccionando el volumen por todos lados, como si fuese un objeto extraño-. Es un libro importante, pero es muy aburrido.

El muchacho quedó sorprendido. El viejo también leía, y además ya había leído aquel libro. Y si era aburrido, como él decía, aún tendría tiempo de cambiarlo por otro.

-Es un libro que habla de lo que casi todos los libros hablan -continuó el viejo-. De la incapacidad que las personas tienen de escoger su propio destino. Y terminan haciendo que todo el mundo crea la mayor mentira del mundo.

-¿Cuál es la mayor mentira del mundo? -indagó, sorprendido, el muchacho.

-Es ésta: en un determinado momento de nuestra existencia, perdemos el control de nuestras vidas, y ellas pasan a ser gobernadas por el destino. Ésta es la mayor mentira dl mundo.

-Conmigo no sucedió esto -dijo el muchacho-. Querían que yo fuese cura, pero yo decidí ser pastor.

-Así es mejor -dijo el viejo- porque te gusta viajar.

“Ha adivinado mi pensamiento”, reflexionó el chico. El viejo, mientras tanto, hojeaba el grueso libro sin la menor intención de devolverlo. El muchacho notó que él vestía una ropa extraña; parecía un árabe, lo que no es raro en aquella región. África quedaba a pocas horas de Tarifa; sólo había que cruzar el pequeño estrecho en un barco. Muchas veces aparecían árabes en la ciudad, haciendo compras y rezando oraciones extrañas varias veces al día.

-¿De dónde es usted? -preguntó.

-De muchas partes.

-Nadie puede ser de muchas partes -dijo el muchacho-. Yo soy un pastor y estoy en muchas partes pero soy de un único lugar, de una ciudad cercana a un castillo antiguo.

-Entonces podemos decir que yo nací en Salem.

El muchacho no sabía dónde estaba Salem, pero no quiso preguntarlos para no sentirse humillado con la propia ignorancia.

-¿Cómo está Salem? -preguntó, buscando alguna pista.

-Como siempre.

-¿Y qué hace usted en Salem? -insistió.

-¿Que qué hago en Salem? -el viejo por primera vez soltó una buena carcajada.

-¡Vamos! ¡Yo soy el rey de Salem!

La gente dice muchas cosas raras, pensó el muchacho. A veces es mejor estar con las ovejas, que son calladas y se limitan a buscar alimento y agua.

-Mi nombre es Melquisedec -dijo el viejo-. ¿Cuántas ovejas tienes?

-Las suficientes -respondió el muchacho. El viejo estaba queriendo saber demasiado sobre su vida.

-Entonces estamos ante un problema. No puedo ayudarte mientras tú encuentras que tienes las ovejas suficientes.

El muchacho se irritó. No había pedido ayuda. Era el viejo quien había pedido vino, conversación y el libro.

-Devuélvame el libro -dijo-. Tengo que ir a buscar mis ovejas y seguir adelante.

-Dame un décimo de tus ovejas -dijo el viejo- y yo te enseñaré cómo llegar hasta el tesoro escondido.

El chico volvió entonces a acordarse del sueño y de repente todo se hizo claro. La vieja no le había cobrado nada pero el viejo -que quizá fuese su marido- iba a conseguir arrancarle mucho más dinero a cambio de una información inexistente. El viejo debía ser gitano también.

Antes de que el muchacho dijese nada, sin embargo, el viejo se inclinó, cogió una rama, y comenzó a escribir en la arena de la plaza. Cuando se inclinaba, se vio alguna cosa brillar dentro de su pecho, con tanta intensidad que casi cegó al muchacho. Pero en un movimiento excesivamente rápido para alguien de su edad, volvió a cubrir el brillo con el manto. Los ojos del muchacho recobraron su normalidad y pudo ver lo que el viejo estaba escribiendo.

En la arena de la plaza principal de la pequeña ciudad, él leyó el nombre de su padre y de su madre. Leyó la historia de su vida hasta aquel momento, los juegos de u infancia, las noches frías del seminario. Leyó el nombre de la hija del comerciante, que ignoraba. Leyó cosas que jamás había contado a nadie, como el día en que robó el arma de su padre para matar venados, o su primera y solitaria experiencia sexual.

“Soy el rey de Salem”, había dicho el viejo.

-¿Por qué un viejo rey conversa con un pastor? -preguntó el muchacho, avergonzado y admiradísimo.

-Existen varias razones. Pero la más importante es que tú has sido capaz de cumplir tu Leyenda Personal.

El muchacho no sabía lo que era la Leyenda Personal.

-Es aquello que siempre deseaste hacer. Todas las personas, al comienzo de su juventud, saben cuál es su Leyenda Personal. En ese momento de la juventud todo es claro, todo es posible, y ellas no tienen miedo de soñar y desear todo aquello que les gustaría hacer en sus vidas. No obstante, a medida que el tiempo va pasando, una misteriosa fuerza trata de convencerlas de que es imposible realizar la Leyenda Personal.

Lo que el viejo estaba diciendo no tenía mucho sentido para el muchacho, pero él quería saber lo que eran esas “fuerzas misteriosas”; la hija del comerciante se quedaría boquiabierta con esto.

-Son fuerzas que parecen malas, pero en verdad te están enseñando cómo realizar tu Leyenda Personal. Están preparando tu espíritu y tu voluntad, porque existe una gran verdad en este planeta; seas quien seas o hagas lo que hagas, cuando deseas con firmeza alguna cosa, es porque este deseo nació en el alma del Universo. Es tu misión en la Tierra.

-¿Aunque sólo sea viajar? ¿O casarse con la hija de un comerciante de tejidos?

-O buscar un tesoro, El Alma del Mundo es alimentada por la felicidad de las personas. O por la infelicidad, la envidia, los celos. Cumplir su leyenda personal es la única obligación de los hombres. Todo es una sola cosa. Y cuando quieres alguna cosa, todo el Universo conspira para que realices tu deseo.

Durante algún tiempo permanecieron silenciosos, contemplando la plaza y la gente. Fue el viejo quien habló primero.

-¿Por qué cuidas ovejas?

-Porque me gusta viajar.

Él señaló a un vendedor de palomitas de maíz que, con su carrito rojo, estaba en un lado de la plaza.

-Aquel vendedor también deseó viajar, cuando era niño: pero prefirió comprar un carrito para vender sus palomitas y así juntar dinero durante años. Cuando sea viejo, proyecta parar un mes en África. Jamás entendió que la gente siempre está en condiciones de realizar lo que sueña.

-Debía haber elegido ser pastor -pensó en voz alta el muchacho.

-Lo pensó -dijo el viejo-. Pero los vendedores de palomitas de maíz son más importantes que los pastores. Tienen una casa, mientras que los pastores duermen a la intemperie.

-En fin, que lo que las personas piensan sobre vendedores de palomitas y pastores pasa a ser más importante para ellas que la Leyenda Personal.

-¿Por qué hablas de todo esto conmigo?

-Porque tú intentas vivir tu Leyenda Personal. Y estás a punto de desistir de ella.

-¿Y tú apareces siempre a estas horas?

-No siempre de esta forma, pero jamás dejé de aparecer. A veces aparezco bajo la forma de una buena salida, de una buena idea. Otras veces, en un momento crucial, hago que todo se vuelva más fácil. Y cosas así. Pero la mayor parte de la gente no se da cuanta.

El viejo le contó que la semana pasada había tenido que aparecer ante un “garimpeiro” (buscador de oro y piedras preciosas) bajo la forma de una piedra. El garimpeiro había dejado todo par partir en busca de esmeraldas. Durante cinco años trabajó en un río, y había partido 999,999 piedras en busca de una esmeralda. En ese momento el garimpeiro pensó en desistir, y sólo le faltaba un piedra, solamente UNA PIEDRA para descubrir su esmeralda. Como él había sido un hombre que había apostado por su Leyenda Personal, el viejo decidió intervenir. Se transformo en una piedra, que rodó sobre el pie del garimpeiro. Éste, con la rabia y la frustración de los cinco años perdidos, arrojó la piedra lejos. Pero la arrojó con tanta fuerza que se golpeó contra otra y se rompió, mostrando la esmeralda más bella del mundo.

-Las personas aprenden muy pronto su razón de vivir -dijo el viejo, con una cierta amargura en los ojos-. Tal vez sea por eso que desisten tan pronto también. Pero así es el mundo.

Entonces el muchacho se acordó de que aquella conversación había empezado con el tesoro escondido.

-Los tesoros son levantados de la tierra por los torrentes de agua, y enterrados también por ellos -dijo el viejo-. Si quieres saber sobre tu tesoro, tendrás que cederme la décima parte de tus ovejas.

-¿Y no sirve una décima parte del tesoro?

El viejo se decepcionó:

-Si empiezas por prometer lo que aún no tienes perderás tu voluntad para conseguirlo.

El muchacho le contó que había prometido un décimo a la gitana.

-Los gitanos son muy pillos -suspiró el viejo-. De cualquier manera, es bueno que aprendas que todo en la vida tiene un precio. Y esto es lo que los Guerreros de la Luz intentan enseñar.

El viejo devolvió el libro al muchacho.

-Mañana, a esta misma hora, me traes aquí una décima parte de tus ovejas. Y yo te enseñaré cómo conseguir el tesoro escondido. Buenas tardes.

Y desapareció por una de las esquinas de la plaza.

Decidió volver al establo de su amigo por el camino más largo. La ciudad también tenía un castillo, y él resolvió subir la rampa de piedra y sentarse en una de sus murallas. Desde allí arriba se podía ver África. Alguien le había explicado cierta vez que por allí llegaron los moros, que ocuparon durante tantos años casi toda España. El muchacho detestaba a los moros. Eran ellos los que habían traído a los gitanos.

Desde allí podía ver también casi toda la ciudad, inclusive la plaza donde había conversado con el viejo.

Un viento comenzó a soplar. Él conocía aquel viento: las personas lo llamaban Levante, porque con este viento llegaron también las hordas de infieles.

El Levante comenzó a soplar más fuerte. “Estoy entre las ovejas y el tesoro”, pensaba el muchacho. Tenía que decidirse entre una cosa a al que se le había acostumbrado y una cosa que le gustaría tener. Estaba la hija del comerciante, pero ella no era tan importante como las ovejas, porque no dependía de él. Hasta era posible que ni se acordara de él.

“Yo abandoné a mi padre, a mi madre y al castillo de mi ciudad. Ellos se acostumbraron y yo me acostumbré. Las ovejas también se acostumbrarán a mi ausencia”, pensó el muchacho.

El muchacho comenzó a envidiar la libertad del viento, y percibió que podría ser como él. Nada se lo impedía, excepto él mismo. Las ovejas, la hija del comerciante, los campos de Andalucía, eran apenas los pasos de su Leyenda Personal.

Al día siguiente, el muchacho se encontró con el viejo, al mediodía. Traía seis ovejas consigo.

-Estoy sorprendido -dijo-. Mi amigo compró inmediatamente las ovejas. Dijo que toda su vida había soñado con ser pastor, y que esto era una buena señal.

-Es siempre así -dijo el viejo-. Le llamamos le Principio Favorable. Si vas a jugar a las cartas por primera vez, verás que casi con seguridad ganarás. Es suerte de principiante.

-¿Y por qué?

-porque la vida quiere que tú vivas tu Leyenda Personal.

Después comenzó a examinar a las seis ovejas y descubrió que una de ellas cojeaba. El muchacho le explicó que esto no tenía importancia porque era la más inteligente, y producía bastante lana.

-¿Dónde está el tesoro? -preguntó.

-El tesoro está en Egipto, cerca de las Pirámides.

El muchacho se asustó. La vieja había dicho lo mismo, pero no había cobrado nada.

-Para llegar hasta él, tendrás que seguir las señales.

Dios escribió en el mundo el camino que cada hombre debe seguir. Sólo hay que leer lo que Él escribió para ti.

Antes de que el muchacho dijera nada, una mariposa comenzó a revolotear entre él y el viejo. Se acordó de su abuelo: cuando era pequeño, su abuelo le había dicho que las mariposas son señal de buena suerte.

-Esto -dijo el viejo, que era capaz de leer sus pensamientos-. Exactamente como tu abuelo te enseñó, Éstas son las señales.

Después el viejo abrió el manto que le cubría el pecho. El muchacho quedó impresionado con lo que vio, y recordó el brillo que había notado el día anterior. El viejo tenía un pectoral de oro macizo, cubierto de piedras preciosas.

Era realmente un rey. Debía de ir disfrazado así para huir de los asaltantes.

-Toma -dijo el viejo, sacando una piedra blanca y una piedra negra que estaban sujetas en el centro del pectoral de oro-. Se llaman Urim y Tumim. La negra quiere decir “sí” y la blanca quiere decir “no”. Cuando tengas dificultad para percibir las señales, te serán de utilidad. Hazles siempre una pregunta objetiva. Pero en general procura tomar tú las decisiones. El tesoro está en las Pirámides y esto tú ya lo sabías; pero tuviste que pagar seis ovejas porque yo te ayudé a tomar una decisión.

El muchacho se guardó las piedras en la alforja. De ahora en adelante, tomaría sus propias decisiones.

-No te olvides de que todo es una sola cosa. Y sobre todo, no te olvides de llegar hasta el fin de tu Leyenda Personal.

El viejo miró al muchacho y con las dos manos extendidas hizo algunos gestos extraños sobre su cabeza. Después, cogió las ovejas y siguió su camino.

Melquisedec contempló al pequeño barco que estaba zarpando del puerto. Nunca más volvería a ver al muchacho, del mismo modo que jamás volvió a ver a Abraham, después de haberle cobrado el diezmo. No obstante, ésta era su obra.

Los dioses no deben tener deseos, porque los dioses no tienen Leyenda Personal. Sin embargo, el Rey de Salem deseó íntimamente que el muchacho tuviera éxito.

“¡Qué extraña es África!”, pensó el muchacho.

Estaba sentado en una especia de bar igual a otros bares que había encontrado en las callejuelas estrechas de la ciudad. Algunas personas fumaban una pipa gigante, que era pasada de boca en boca. En pocas horas había visto a hombres cogidos de la mano, mujeres con el rostro cubierto y sacerdotes que subían a altas torres y comenzaban a cantar, mientras todos a su alrededor se arrodillaban y golpeaban la cabeza contra el suelo.

Además de eso, con las prisas de viajar, se había olvidado de un detalle, un único detalle que podía alejarlo de su tesoro por mucho tiempo: en aquel país todos hablaban árabe.

El dueño del bar se aproximó y el muchacho le señaló una bebida que había sido servida en otra mesa.

La venta de las ovejas lo había dejado con bastante dinero en el bolso, y el muchacho sabía que el dinero era mágico: con él jamás nadie está solo. Dentro de poco, quizás en algunos días, estaría junto a las Pirámides. Un viejo con todo aquel oro en el pecho no tenía necesidad de mentir para obtener seis ovejas.

El viejo le había hablado de señales. Mientras atravesaba el mar, había estado pensando en las señales. Sí, sabía a qué se refería: durante el tiempo en que estuvo en los campos de Andalucía se había acostumbrado a leer en la tierra y en los cielos las condiciones del camino que debía seguir.

“Si Dios conduce tan bien a las ovejas, también conducirá al hombre”, reflexionó, y se quedó más tranquilo.

-¿Quién eres? -oyó que le preguntaba una voz en español.

El muchacho se sintió inmensamente aliviado. Estaba pensando en señales y alguien había aparecido.

-¿Cómo es que hablas español? -preguntó.

El recién llegado era un hombre joven vestido a la manera de los occidentales, pero el color de su piel indicaba que debía de ser de aquella ciudad. Tendría más o menos su misma altura y edad.

-Casi todo el mundo aquí habla español. Estamos sólo a dos horas de España.

-Siéntate y pide algo por mi cuenta -dijo el muchacho-. Y pide un vino para mí.

-No hay vino en este país -dijo el recién llegado-. La religión no lo permite.

El muchacho le explicó entonces que tenía que llegar a las Pirámides. Estuvo a punto de hablarle del tesoro, pero decidió callarse.

-Me gustaría que me llevaras hasta allí, si es posible. Puedo pagarte como guía.

-¿Tú tienes alguna idea de cómo llegar?

-Hay que atravesar todo el desierto del Sahara -dijo el recién llegado- y para eso se necesite dinero. Quiero saber si tienes el dinero suficiente.

El muchacho encontró extraña la pregunta. Pero confiaba en el viejo, y el viejo le había dicho que cuando se quiere alguna cosa, el Universo siempre conspira a favor.

Sacó su dinero del bolsillo y se lo mostró al recién llegado. El dueño del bar se acercó y miró también. Los dos intercambiaron algunas palabras en árabe. El dueño del bar parecía irritado.

-Podemos llegar mañana a las Pirámides -dijo el otro, cogiendo el dinero-. Pero necesito comprar dos camellos.

Salieron andando por las estrechas calles de Tánger. En todas las esquinas habían puestos de cosas para vender. Llegaron por fin al medio de una gran plaza, donde funcionaba el mercado. Pero el muchacho no sacaba los ojos de su nuevo amigo. Al fin y al cabo, tenía todo su dinero en las manos. Pensó en pedir que se lo devolviera, pero temió ser descortés. Él no conocía las costumbres de las tierras extrañas que estaban pisando.

“Es suficiente con vigilarlo”, se dijo a sí mismo.

De repente, en medio de toda aquella confusión, apareció la espada más hermosa que jamás viera en su vida: la vaina era plateada y el cabo negro, con piedras incrustadas.

-Pregunta al dueño cuánto cuesta -pidió al amigo. Pero se dio cuenta de que se había quedado dos segundos distraído, mirándola.

Sintió el corazón comprimido, como si todo se pecho se hubiera encogido de repente. Tuvo miedo de mirar a su lado, porque sabía lo que iba a encontrar. Sus ojos continuaron fijos en la hermosa espada algunos momentos más hasta que tomó el valor suficiente y se dio vuelta.

A su alrededor, el mercado, las personas yendo y viniendo, gritando y comprando, las alfombras mezcladas con avellanas, las lechugas junto a monedas de cobre, los hombres cogidos de la mano por las calles, las mujeres con velo, el olor a comida extraña, pero en ninguna parte, absoluta y definitivamente en ninguna parte, el rostro de su compañero.

El muchacho aún quiso pensar que se habían perdido momentáneamente. Resolvió quedarse allí mismo, esperando a que el otro volviera. Poco tiempo después, un individuo subió a una de aquellas torres y comenzó a cantar; todos se arrodillaron, golpearon sus cabezas contra el suelo y cantaron también. Después, como un ejercito de hormigas trabajadores, deshicieron los puestos de venta y se marcharon.

Le daba vergüenza llorar. Jamás había llorado delante de sus propias ovejas. Peor el mercado estaba vacío y él estaba lejos de la patria.

El muchacho lloró. Lloró porque Dios era injusto, y retribuía de esta forma a las personas que creían en sus propios sueños. “Cuando yo estaba con las ovejas era feliz, e irradiaba siempre de felicidad a mi alrededor. Las personas me veían llegar y me recibían bien. Pero ahora estoy triste e infeliz. ¿Qué haré? Voy a ser más duro y no confiaré más en las personas, porque una de ellas me traicionó. Voy a odiar a los que encontraron tesoros escondidos, porque yo no encontré el mío. Y siempre procuraré conservar lo poco que tengo porque soy demasiado pequeño para abarcar al mundo”.

Ahora también entendía la desesperación del dueño del bar; estaba intentando avisarle que no confiara en aquel hombre. “Soy como todas las personas: veo el mundo tal como desearía que sucedieran las cosas, y no como realmente suceden”.

Estaba allí en un mercado vacío, sin un centavo en el bolsillo y sin ovejas para guardar aquella noche. Pero las piedras eral la prueba de que había encontrado a un rey, un rey que sabía su historia, sabía acerca del arma de su padre y de su primera experiencia sexual.

“Las piedras sirven para la adivinación. Se llaman Urim y Tumim”. El muchacho colocó de nuevo las piedras dentro del saco y decidió hacer la prueba. El viejo le había dicho que formulara preguntas claras, porque las piedras sólo servía para quien sabe lo que quiere.

El muchacho preguntó entonces si la bendición del viejo continuaba aún con él.

Sacó una de las piedras. Era “sí”.

-¿Voy a encontrar mi tesoro?

Metió la mano en el saco para coger una piedra cuando ambas se escurrieron por un agujero en la tela. El muchacho nunca se había dado cuenta de que su alforja estuviera rota. Se inclinó para recoger a Urim y Tumim y colocarlas otra vez dentro del saco. Al verlas en el suelo, sin embargo, otra frase surgió en su cabeza.

“Aprende a respetar y a seguir las señales”, le había dicho el viejo rey.

Una señal, el chico se rió. Después recogió las dos piedras del suelo y las volvió a colocar en la alforja. No pensaba cocer el agujero: las piedras podrían escaparse por allí siempre que quisieran. Él había entendido que no se deben preguntar ciertas cosas para no huir del propio destino. “Prometí tomar mis propias decisiones”, se dijo a sí mismo. Sintió de repente que él podía contemplar el mundo como la pobre víctima de un ladrón o como un aventurero en busca de un tesoro.

“Soy un aventurero en busca de un tesoro”, pensó, antes de que un inmenso cansancio lo hiciese caer dormido.

Lo despertó un hombre golpeándolo con el codo. Se había dormido en medio del mercado y la vida de aquella plaza estaba a punto de recomenzar.

Comenzó a andar sin prisa por la plaza. Los comerciantes levantaban sus tenderetes; ayudó a un pastelero a montar el suyo. Había una sonrisa diferente en el rostro de aquel pastelero: estaba alegre, despierto ante la vida, listo para comenzar un buen día de trabajo.

“Este pastelero no está haciendo dulces porque quiera viajar, o porque se quiera casar con la hija de un comerciante. Este pastelero hace dulces porque le gusta hacerlos”, pensó el muchacho, y notó que podía hacer lo mismo que el viejo: saber si una persona está próxima o distante de su Leyenda Personal, sólo con mirarla. “Es fácil, yo nunca me había dado cuenta de esto”.

Cuando acabaron de montar en tenderete, el pastelero le ofreció el primer dulce que había hecho. El muchacho lo comió, lo agradeció y siguió su camino. Cuando ya estaba un poco alejado, se acordó de que el puesto había sido montado por una persona que habla árabe y otra español. Y se habían entendido perfectamente.

“Existe un lenguaje que va más allá de las palabras -pensó el muchacho-. Ya sentí esto con mis ovejas, y ahora lo estoy practicando con los hombres”.

El mercader de cristales vio nacer el día sintió la misma angustia que experimentaba todas las mañanas. Llevaba casi treinta años en aquel mismo lugar, una tienda en lo alto de una ladera, donde raramente pasaba un comprador. Ahora era tarde para cambiar nada: lo único que sabía hacer en la vida era comprar y vender cristales. Hubo un tiempo en que mucha gente conocía su tienda: mercaderes árabes, geólogos franceses e ingleses, soldados alemanes, siempre con dinero en el bolsillo. En aquella época era una gran aventura vender cristales y él pensaba que se haría rico, y tendría hermosas mujeres en su vejez.

Pero después el tiempo fue pasando, y la ciudad también. Ceuta creció más que Tánger y el comercio cambió de rumbo. Los vecinos se mudaron, y en la ladera quedaron muy pocas tiendas. Y nadie iba a subir una ladera por causa de unas pocas tiendas.

Durante toda la mañana se pasó mirando el movimiento de la calle. Hacía aquello desde años atrás, y ya conocía el horario de cada persona, cuando faltaban algunos minutos para el almuerzo, un muchacho extranjero se paró delante de su vitrina. Iba vestido normalmente, pero los ojos experimentados del Mercader de Cristales concluyeron que no tenía dinero. Aún así decidió esperar unos momentos, hasta que el muchacho se fuera.

Había un cartel en la puerta diciendo que allí se hablaban varias lenguas. El muchacho vio a un hombre aparecer tras el mostrador.

-Puedo limpiar estos jarros, si usted quiere -dijo el chico-. Tal como están ahora, nadie va a querer comprarlos.

El hombre lo miró sin decir nada.

-A cambio, usted me paga un plato de comida.

El hombre continuó en silencio, y el chico sintió que tenia que tomar una decisión. Dentro de su alforja tenia la chaqueta, que no iba a necesitar más en el desierto. La sacó y comenz6 a limpiar los jarros. Durante media hora limpió todos los jarros de la vitrina; en ese intervalo entraron dos clientes y compraron algunas piezas al dueño.

Cuando acabó de limpiar todo, pidió al hombre un plato de comida.

-Vamos a comer -le dijo el Mercader de Cristales.

Puso un cartel en la puerta y fueron hasta un minúsculo bar, situado en lo alto de la ladera. En cuanto se sentaron en la única mesa existente, el Mercader de Cristales sonrió:

-No era necesario limpiar nada -dijo-. La ley del Corán obliga a dar de comer a quien tiene hambre.

-¿Entonces por qué me dej6 hacer esto? -preguntó el muchacho.

-Porque los cristales estaban sucios. Y tanto tú como yo necesitábamos limpiar las cabezas de malos pensamientos.

Cuando acabaron de comer, el Mercader se dirigió al muchacho:

-Me gustaría que trabajases en mi tienda. Hoy entraron dos clientes mientras limpiabas los jarros, y esto es buena señal.

"Las personas hablan mucho de señales -pens6 el pastor- pero no se dan cuenta de lo que están diciendo

-¿Quieres trabajar para mí? -insisti6 el Mercader.

-Puedo trabajar el resto del día -respondi6 el muchacho-. Limpiar hasta la madrugada todos los cristales de la tienda. A cambio, necesito dinero para estar mañana en Egipto.

El hombre rió de nuevo:

-Aunque limpiases mis cristales durante un año entero, aunque ganases una buena comisión de venta en cada uno de ellos, aún tendrías que conseguir dinero prestado para ir a Egipto. Hay miles de kil6metros de desierto entre Tánger y las Pirámides.

Hubo un momento de silencio tan grande que la ciudad parecía haberse dormido. Ya no existían los bazares, las discusiones de los mercaderes, los hombres que subían a los alminares y cantaban, las bellas espadas con sus puños de piedras incrustadas. Ya se hablan terminado la esperanza y la aventura, los viejos reyes y las Leyendas Personales, el tesoro y las Pirámides. Era como si todo el mundo permaneciese inmóvil, porque el alma del muchacho estaba en silencio. No había ni dolor ni sufrimiento, ni decepción; sólo una mirada vacía a través de la pequeña puerta del bar, y unas tremendas ganas de morir, de que todo se acabase para siempre en aquel instante.

El Mercader miró al muchacho, asustado. Era como si toda la alegría que había visto en él aquella mañana hubiese desaparecido de repente.

-Puedo darte dinero para que vuelvas a tu tierra, hijo mío -le dijo.

El muchacho continuó en silencio. Después se levant6, se arregló la ropa y cogió la alforja.

-Trabajaré con usted -dijo.

Y después de otro largo silencio, añadió:

-Necesito dinero para comprar algunas ovejas.

El muchacho llevaba casi un mes trabajando para el Mercader de Cristales, y no era exactamente el tipo de empleo que lo hacia feliz. El Mercader pasaba el día entero refunfuñando detrás del mostrador, pidiéndole que tuviera cuidado con las piezas, que no fuera a romper nada.

Pero continuaba en el empleo porque el Mercader era un viejo cascarrabias pero no era injusto; el muchacho recibía una buena comisión por cada pieza vendida, y ya había conseguido juntar algún dinero. Aquella mañana había hecho ciertos cálculos: si continuase trabajando todos los días a ese ritmo, necesitaría una año entero para poder comprar algunas ovejas.

El Mercader atendió a un cliente que deseaba tres jarras de cristal. Estaba vendiendo mejor que nunca, como si hubieran vuelto las buenas épocas en que la calle era una de las principales atracciones de Tánger.

-El movimiento ya mejoró bastante -dijo al muchacho cuando el cliente se fue-. E1 dinero permite que yo viva mejor y te devolverá a las ovejas en poco tiempo. ¿Para qué exigir más de la vida?

-Porque tenemos que seguir las seriales -respondió el muchacho, casi sin querer; y se arrepintió de lo que había dicho, porque el Mercader nunca había encontrado un rey.

"Se llama Principio Favorable, suerte de principiante. Porque la vida quiere que tú vivas tu Leyenda Personal", había dicho el viejo.

-¿Por qué querías conocer las Pirámides? -preguntó, para cambiar el tema de la estantería.

-Porque siempre me han hablado de ellas -dijo el chico, sin mencionar su sueño. Ahora el tesoro era un recuerdo siempre doloroso y él trataba en lo posible de evitarlo.

Pasaron más de dos meses y la estantería atrajo a muchos clientes a la tienda de los cristales. El muchacho calculó que con seis meses más de trabajo ya podría volver a España, comprar sesenta ovejas y aún otras sesenta más. En menos de un año habría duplicado su rebaño, y podría negociar con los árabes, porque ya había conseguido hablar aquella lengua extraña. Desde aquella mañana en el mercado no había vuelto a utilizar a Urim y a Tumim, porque Egipto pasó a ser un sueño tan distante para él como lo era la ciudad de La Meca para el Mercader. Sin embargo, el muchacho estaba ahora contento con su trabajo y pensaba siempre en el momento en que desembarcaría en Tarifa como un vencedor.

"Acuérdate de saber siempre lo que quieres", le había dicho el viejo rey. El chico lo sabía, y trabajaba para lograrlo. Quizá su tesoro había sido llegar a esa tierra extraña, encontrar a un ladrón y doblar el número de su rebaño sin haber gastado siquiera un céntimo.

Estaba orgulloso de si mismo. Había aprendido cosas importantes, como el comercio de cristales, el lenguaje sin palabras y las señales.

El muchacho se despertó antes de que saliera el sol. Habían pasado once meses y nueve días desde que él pisara por primera vez el continente africano.

Se vistió con su ropa árabe, de lino blanco, comprada especialmente para aquel día. Se colocó el pañuelo en la cabeza, fijado por un anillo hecho de piel de camello. Se calzó las sandalias nuevas y bajó sin hacer ruido.

La ciudad aún dormía. Se hizo un sándwich de sésamo y bebió té caliente en una jarra de cristal. Después se sentó en el dintel de la puerta, fumando solo el narguilé.

Fumó en silencio, sin pensar en nada, escuchando apenas el ruido siempre constante del viento que soplaba trayendo el olor del desierto. Cuando acabó de fumar, metió la mano en uno de los bolsillos del traje y se quedó algunos instantes contemplando Io que había retirado de allí.

Habla un gran mazo de billetes. El dinero suficiente para comprar ciento veinte ovejas, un pasaje de regreso y una licencia de comercio entre su país y el país donde estaba.

Esperó pacientemente a que el viejo se levantara y abriera la tienda. Los dos entonces fueron juntos a tomar más té.

-Me voy hoy -dijo el muchacho-. Tengo dinero para comprar mis ovejas. Usted tiene dinero para ira La Meca.

El viejo no dijo nada.

-Pido su bendición -insistió el muchacho-. Usted me ayudó.

El viejo continuó preparando el té en silencio. Después de algún tiempo, no obstante, se dirigió al muchacho.

-Estoy orgulloso de ti -dijo-. Tú trajiste el alma a mi tienda de cristales. Pero sabes que yo no voy a La Meca. Como sabes que no volverás a comprar ovejas.

-¿Quién le dijo esto? -preguntó el muchacho, asustado.

-Maktub (“está escrito”) -dijo simplemente el viejo Mercader de Cristales.

Y lo bendijo.

...

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