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El Lenguaje Moldea Nuestra Forma de Pensar


Enviado por   •  16 de Agosto de 2021  •  Monografías  •  1.212 Palabras (5 Páginas)  •  242 Visitas

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El Lenguaje Moldea Nuestra Forma de Pensar

Los humanos usamos el lenguaje para comunicarnos y transmitir ideas a través de grandes dimensiones de espacio y tiempo. Esta habilidad es posible gracias a la lengua que hablamos, alrededor de 7,000 en todo el planeta, las que se diferencian por sus sonidos, vocabularios y estructuras lingüísticas. Cabe preguntarse, entonces, si la lengua que hablamos moldea nuestra forma de pensar. Esta longeva pregunta fue influenciada por la hipótesis Sapir-Whorf, aunque prontamente abandonada por la falta de evidencia (Boroditsky, 2011, p. 63; Frank et al., 2008, 823). Sin embargo, gracias a investigaciones recientes, hoy es posible afirmar que, en efecto, la lengua que hablamos sí moldea nuestra forma de pensar. Para fundamentar esta tesis, este ensayo abordará cuatro estudios científicos que demuestran cómo el lenguaje configura: nuestra ubicación en el espacio; nuestra concepción del tiempo; cómo caracterizamos objetos en función de su género; y, finalmente, cómo describimos situaciones y, con ello, atribuimos responsabilidades.

Una primera evidencia, que demuestra que la lengua que hablamos moldea nuestra forma de pensar, la encontramos en estudios que afirman que el lenguaje juega un rol significativo en la (re)estructuración de la cognición espacial. Tal es el caso de Majid et al. (2004, p. 108), quienes identifican que lenguas diferentes cuentan con marcos de referencia (MR) diferentes para describir relaciones entre objetos. Por ejemplo, una persona anglohablante podría decir algo como “el tenedor está a la izquierda de la cuchara” (MR relativo) o “el tenedor está al lado de la cuchara” (MR intrínseco), pero en el caso de la comunidad Guugu Yimithirr (Australia), sus hablantes dirían “el tenedor está al norte de la cuchara” (MR absoluto). Mientras que los anglohablantes sólo utilizarían el MR absoluto para descripciones geográficas de gran escala, los hablantes de Guugu Yimithirr lo utilizan para toda referencia, y no cuentan con los MR relativo e intrínseco. Ello sugiere que  «la diversidad lingüística se alinea con la diversidad cognitiva, como se muestra en las soluciones independientes que la lengua de las personas ofrece para tareas espaciales» (Majid et al., 2004, p. 113).

La forma de concebir el espacio también puede tener un efecto en cómo se concibe el tiempo. Por ejemplo, Boroditsky y Gaby (2010, p. 1635) señalan que la palabra “tiempo” es una de las más utilizadas en el idioma inglés y que para representarlo las personas suelen recurrir a elementos espaciales (gráficos, calendarios, relojes, etc.), utilizando palabras como “atrás”, “adelante”, “corto”, “largo” para hablar sobre el orden y la duración de eventos. En contraposición, las autoras muestran que en la comunidad Pormpuraaw (Australia) no se utilizan términos relacionados al espacio como “izquierda” o “derecha”, sino términos relacionados a “norte”, “sur”, “este”, “oeste”, pues son comunidades en donde la orientación espacial juega un rol preponderante para usar el lenguaje apropiadamente. Así, a diferencia de los estadounidenses, que ordenan el tiempo de izquierda a derecha sin importar la posición corporal en la que se encuentran, los Pormpuraawans sí consideran su posición corporal para ordenar el tiempo, el cual irá en sentidos diferentes acorde a ella, primando la dirección de este a oeste (Boroditsky & Gaby, 2010, 1637).

Pero no sólo el espacio y el tiempo se encuentran configurados por la lengua que hablamos, sino también las características que asignamos a los objetos en función al género que éstos tienen en la lengua en cuestión. Por ejemplo, Boroditsky et al. (2003, p. 70) comentan que el sustantivo “llave” es femenino en español y masculino en alemán, y que cuando las personas describen la “llave” en español utilizan palabras como “dorada”, “intrincada”, “pequeña”, “brillante”, “preciosa”, mientras que en alemán utilizan palabras como “duro”, “pesado”, “dentado”, “metal”, “útil”, demostrando así que «el pensamiento de las personas sobre los objetos está influenciado por los géneros gramaticales que su lenguaje nativo asigna a los nombres de los objetos».

Ahora bien, pensemos en ya no sólo características de objetos, sino en la descripción de situaciones y la asignación de responsabilidades. Al respecto, Fausey y Boroditsky  (2010, p. 648) realizaron tres estudios en los cuales evidenciaron que la estructura lingüística de los participantes influenció su juicio sobre la culpa y el castigo, lo que puede tener consecuencias muy relevantes en campos como el de la administración de justicia. Por ejemplo, Filipović (citado en Fausey & Boroditsky, 2010, p. 649) da cuenta de un caso en el que un sospechoso hispanohablante declaró “se me cayó”, descripción no agentiva que fue traducida por la corte como “I dropped her” (que se traduciría como “yo la solté”), lo que determina un cambio en la agencia de la acción que invita a atribuir mayor culpa y, por tanto, mayor sanción en comparación a una descripción no agentiva.

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