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Inteligencia Emocional.


Enviado por   •  7 de Febrero de 2013  •  Tesis  •  4.083 Palabras (17 Páginas)  •  336 Visitas

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“Era una bochornosa tarde de agosto en la ciudad de Nueva York, uno de esos días asfixiantes que hacen que la gente se sienta nerviosa y malhumorada. En el camino de regreso a mi hotel tomé un autobús en la avenida Madison y, apenas subí al vehículo, me impresionó la cálida bienvenida del conductor, un hombre (...) de mediana edad en cuyo rostro se esbozaba una sonrisa entusiasta, que me obsequió con un “¡Hola! ¿Cómo está?”, un saludo con el que recibía a todos los viajeros que subían al autobús mientras éste iba serpenteando por el denso tráfico del centro de la ciudad. Pero, aunque todos los pasajeros eran recibidos con idéntica amabilidad, el sofocante clima del día parecía afectarles hasta el punto de que muy pocos le devolvían el saludo.

No obstante, a medida que el autobús reptaba pesadamente por el laberinto urbano, iba teniendo lugar una lenta y mágica transformación. El conductor inició, en voz alta, un diálogo consigo mismo, dirigido a todos los viajeros, en el que iba comentando generosamente las escenas que desfilaban ante nuestros ojos: rebajas en esos grandes almacenes, una hermosa exposición en aquel museo y qué decir de la película recién estrenada en el cine de la manzana siguiente. La evidente satisfacción que le producía hablarnos de las múltiples alternativas que ofrecía la ciudad era contagiosa, y cada vez que un pasajero llegaba al final de su trayecto y descendía del vehículo, parecía haberse sacudido de encima el halo de irritación con el que subiera y, cuando el conductor le despedía con un “¡Hasta la vista! ¡Que tenga buen día!”, todos respondían con una abierta sonrisa.”

Daniel Goleman

Inteligencia Emocional

I. LA INTELIGENCIA

La inteligencia es la capacidad del ser humano para comprender el mundo de las relaciones y tomar conciencia de él; y para resolver situaciones nuevas con respuestas también nuevas o aprender a hacerlo.

Profundicemos un poco: la relación entre el ajedrez, los niños superdotados y la inteligencia.

El test del Cociente Intelectual es una de las herramientas más conocidas a la hora de valorar el nivel de inteligencia de las personas.

Existe la idea de que el Cociente Intelectual es un dato con un gran peso genético que no puede ser modificado, y que va a determinar el éxito o el fracaso en las actividades que emprendamos a lo largo de nuestra vida.

El estudio del Cociente Intelectual tiene ya más de cien años de historia, y busca medir el nivel de la inteligencia de una persona, sin más. No nos dice si esa inteligencia se aplica bien o nos proporciona más quebraderos de cabeza que otra cosa, ni si se puede desarrollar o canalizar para ser más brillantes en alguna actividad en concreto. Tan sólo pone un número en una escala de 0 a 140 a nuestro intelecto. Se han establecido unos niveles para acotar la inteligencia baja, media y alta, y el máximo es un punto a partir del cual se puede considerar que un individuo es superdotado.

La inteligencia suele revelarse en la rapidez de cálculo, en la habilidad a la hora de comprender textos o instrucciones, en la capacidad de imaginar fácilmente objetos que no vemos a partir de una explicación precisa o de comprender el orden lógico que se esconde tras una serie de números o de acontecimientos. No obstante, hay algo más que la inteligencia detrás de estas aptitudes, como veremos más adelante.

El hecho de ser inteligente, más inteligente que otros, en general, aporta algunas ventajas. Facilita el trabajo cotidiano, nos permite un esfuerzo intelectual menor al de nuestros compañeros a la hora de llegar a las mismas metas y puede llegar a ser gratificante por el mero placer de obtener resultados válidos con rapidez. Sucede algo parecido con el atleta que tiene las piernas largas: es capaz de dar zancadas más largas durante la carrera, pero no por ello llegará el primero. Hay otros factores que cuentan.

En cierta ocasión, un Gran Maestro ruso de ajedrez jugó una partida con un tendero en una estación de trenes mientras esperaba la salida del suyo. El tendero lo derrotó rápidamente y el Gran Maestro, sorprendido, tuvo curiosidad por saber por qué su brillante adversario no había movido las piezas de los

caballos. El tendero respondió que no conocía exactamente las normas respecto a sus posibles movimientos, por lo que nunca los utilizaba. Sin embargo, había vencido. Si ese hombre hubiera aprendido todas las normas del juego y hubiera sido consciente de su habilidad, probablemente habría sido otra de las grandes figuras del ajedrez en la historia. Hoy en día, nadie recuerda su nombre. Y es que la inteligencia se puede entrenar y mejorar.

En esta línea, los niños a los que se les detecta características que permiten afirmar que son superdotados, requieren una educación especial de modo que se potencien sus habilidades.

Y aquí se refleja la vertiente negativa de una inteligencia superior y desconocida. Probablemente el niño que sea superdotado sin el conocimiento de sus mayores se aburra en el colegio en tanto le resulte todo en exceso simple. De este modo acaba desconectando de su grupo de amigos y de las explicaciones y termina por obtener malas notas.

Es lo que sucede con los grandes jugadores de ajedrez: tienen una imaginación espacial muy desarrollada, una importante capacidad de cálculo y son capaces de pensar en muchas opciones en muy poco tiempo. A partir del conocimiento de estas características desarrollan sus habilidades frente a un tablero, canalizan sus aptitudes y se convierten en grandes ajedrecistas. Si no lo hacen, pueden obtener buenos resultados de una forma imprevista, como si fuera por azar, igual que el tendero que venció al Gran Maestro.

No obstante, una persona puede ser muy inteligente y presentar un carácter poco atractivo. Esto va a generar de inmediato un grave problema de relación y de comunicación con su entorno, hasta el punto de que el “inteligente” sólo sea capaz de relacionarse con normalidad con personas de su mismo nivel o superior. Sería el caso de un brillante investigador que tan sólo se sintiese a gusto en su laboratorio y apenas tuviera amigos o que en su casa viviera aislado del resto de su familia.

Esto último suponiendo que esa consciencia de la propia inteligencia no le lleve a una constante competición con los demás por demostrarla y superar a todos en brillantez, en cuyo caso la persona vería fracasar sus

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