Inteligencia Emocional
yseluchita21 de Julio de 2013
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INTELIGENCIA EMOCIONAL:
FACTOR INHERENTE A LA RESILIENCIA ORGANIZACIONAL
La inteligencia es, ha sido, y posiblemente será uno de los aspectos que más interés ha suscitado a lo largo de este último siglo dentro de la psicología y también en otras disciplinas tales como la pedagogía, la filosofía o la neurología. Incluso después de muchos avances la inteligencia se sigue considerando un fenómeno en gran medida desconocido por su complejidad. Esta complejidad ha propiciado que surjan, sobre todo en las últimas décadas, diferentes teorías y definiciones sobre el constructo, que hacen difícil a los investigadores poder llegar a una definición aceptada y consensuada por todos (Sternberg, 2000; Sternberg, Castejón, Prieto, Hautämaki y Grigorenko, 2001).
En estas últimas décadas, algunos autores han considerado incompleta la visión de la inteligencia que hace referencia solamente al denominado cociente intelectual. Es por ello por lo que las teorías recientes conducen al desarrollo de una nueva perspectiva de la inteligencia mucho más amplia, en la que se tienen en cuenta otros aspectos más allá de los puramente racionales como los factores emocionales (Pérez y Castejón, 2007).
Actualmente, la postura racionalista extrema que consideraba a la cognición y la emoción entidades dispares y diametralmente opuestas ha quedado relegada (Mayer, Roberts y Barsade, 2008) y las emociones juegan un nuevo papel cultural en la sociedad actual, lo que ha contribuido a que la investigación dentro del campo de la Inteligencia Emocional (IE) haya prosperado significativamente en los últimos 15 años (Fernández-Berrocal y Extremera, 2006), debido a que desde diferentes ámbitos (clínico, educativo, etc.) se ha exigido que predijera criterios sobre y más allá de lo que predecía la inteligencia general (Zeidner, Roberts y Matthews, 2002).
Existen evidencias, a su vez, de que la inteligencia emocional, definida como la habilidad para percibir, asimilar, comprender y regular las emociones propias y las de otras personas (Mayer y Salovey, 1997), juegan un papel importante como recurso de la persona para afrontar situaciones de tipo laboral e inclusive en el contexto académico.
El siglo XXI será dentro del ámbito de la Psicología el siglo de las emociones. Actualmente, la mayoría de los investigadores reconocen la importante influencia que ejercen los aspectos emocionales sobre el bienestar y la adaptación individual y social. Puede decirse por tanto que estamos rectificando el error cometido durante décadas de relegar la emoción y los afectos a un segundo plano con respecto a la cognición y la conducta (Jiménez y López-Zafra, 2008).
ANTECEDENTES DE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL
En las últimas décadas el creciente interés científico asociado al conocimiento de las características y aplicaciones del constructo Inteligencia Emocional, se ha traducido en el desarrollo de diversas perspectivas teóricas, y por lo tanto, de distintas definiciones del mismo. Un concepto precursor al de la inteligencia emocional puede hallarse en la Inteligencia Social de Thorndike (1920), definida como la capacidad para comprender y dirigir a las personas y para actuar sabiamente en las relaciones humanas. Otro de los antecedentes constituye la teoría de las Inteligencias Multiples de Gardner (1993), autor que define siete tipos de inteligencias, entre ellas las inteligencias intra e interpersonal.
Como término, la inteligencia emocional apareció en la literatura un tiempo antes de que Salovey y Mayer (1990) aportaran el primer modelo y la primera definición formal. No obstante, fueron estos autores los que llevaron a cabo los primeros estudios empíricos de mayor relevancia. De acuerdo a los mismos, la inteligencia emocional comprende “la habilidad para percibir, expresar, comprender y regular las propias emociones y las de los demás, promoviendo un crecimiento emocional e intelectual” Mayer y Salovey (1997).
Es posible realizar una distinción entre aquellos modelos de inteligencia emocional basados en las habilidades emocionales básicas de Mayer y Salovey (1997), y aquellos modelos basados en rasgos con una aproximación más amplia y comprehensiva del concepto como Petrides y Furnham (2001). Estos últimos consideran que la inteligencia emocional es una constelación de disposiciones comportamentales y autopercepciones concernientes a las capacidades propias para reconocer, procesar y utilizar las informaciones con carga emocional.
Estos investigadores sin menospreciar la importancia de los aspectos cognitivos, reconocían el valor esencial de ciertos componentes denominados no cognitivos, es decir, factores afectivos, emocionales, personales y sociales, como predictores adecuados de nuestras habilidades de adaptación y éxito en la vida (Cabello, Ruiz-Aranda, Fernández-Berrocal, 2010). No obstante, quedó relegado al olvido durante cinco años hasta que Daniel Goleman, psicólogo y periodista americano con una indudable vista comercial y gran capacidad de seducción y de sentido común, convirtió estas dos palabras en un término de moda al publicar su libro Inteligencia Emocional (1995).
La tesis primordial de este libro se resume en que necesitamos una nueva visión del estudio de la inteligencia humana más allá de los aspectos cognitivos e intelectuales, que resalte la importancia del uso y gestión del mundo emocional y social para comprender el curso de la vida de las personas. Goleman (1995) afirma que existen habilidades más importantes que la inteligencia académica a la hora de alcanzar un mayor bienestar laboral, personal, académico y social. Esta idea tuvo una gran resonancia en la opinión pública y, a juicio de autores como Epstein (1998), parte de la aceptación social y de la popularidad del término se debió principalmente a tres factores:
1. El cansancio provocado por la sobrevaloración del cociente intelectual (CI) a lo largo de todo el siglo XX, ya que había sido el indicador más utilizado para la selección de personal y recursos humanos.
2. La antipatía generalizada en la sociedad ante las personas que poseen un alto nivel intelectual, pero que carecen de habilidades sociales y emocionales;
3. El mal uso en el ámbito educativo de los resultados en los tests y evaluaciones de CI que pocas veces pronostican el éxito real que los alumnos tendrán una vez incorporados al mundo laboral, y que tampoco ayudan a predecir el bienestar y la felicidad a lo largo de sus vidas.
Por otra parte, diferentes autores, como Bar-On (1997), Cooper y Sawaf (1997), Goleman (1998) y Gottman (1997), publicaron aproximaciones al concepto de lo más diversas, propusieron sus propios componentes de la IE y elaboraron herramientas para evaluar el concepto.
En este sentido, varios autores defienden que las habilidades para identificar, asimilar, comprender y regular nuestras emociones y las de los demás, son recursos potenciales que facilitarían un mayor afrontamiento ante los eventos estresantes. Como afirman algunos estudios, la inteligencia emocional podría ser un recurso personal que facilitaría una mayor percepción de autoeficacia y un mejor afrontamiento a los múltiples conflictos y reacciones negativas que surgen en el entorno laboral (Gerits, Derksen y Verbruggen, 2004; Bar-On, 2000).
Como señalan Extremera y Fernández-Berrocal (2004), la línea de investigación vigente toma en cuenta dos aspectos de relevancia; por un lado, la necesidad de establecer la utilidad y el papel que la inteligencia emocional tiene en diversa áreas vitales de las personas; y por otro lado, la necesidad de poder evaluar la relación de la inteligencia emocional con otras variables criterio importantes en el desarrollo y bienestar de los individuos, como liderazgo y resiliencia.
INTELIGENCIA EMOCIONAL
Para Weisinger (1998), la inteligencia emocional es el uso inteligente de las emociones de forma intencional, utilizándolas con el fin de que nos ayuden a guiar nuestro comportamiento y a pensar de manera que mejoren nuestros resultados.
Por su parte, Coopers y Sawaf (1997) exponen que la inteligencia emocional es la capacidad de sentir, entender y aplicar eficazmente el poder y la agudeza de las emociones como fuente de energía humana, información, conexión e influencia.
En éstas y en otras definiciones sobre la inteligencia emocional, el centro radica en las emociones. Todo gira alrededor de cómo se identifican, cómo se controlan y cómo se utilizan de manera productiva; es decir, lo que podemos hacer con nuestras emociones en nuestro comportamiento y en nuestras relaciones con los demás; así como lo que podemos hacer con las emociones de los demás, es decir, las que podemos identificar o generar en otros. (Codina, 2002).
Goleman (1999) utiliza el término inteligencia emocional para referirse a la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos, los sentimientos de los demás, motivarnos y manejar adecuadamente las relaciones que sostenemos con los demás y con nosotros mismos. Se trata de un término que engloba habilidades muy distintas, aunque complementarias, a la inteligencia académica, capacidad cognitiva medida por el cociente intelectual.
La inteligencia emocional es considerada como el más importante de los factores que intervienen en el ajuste personal, en el éxito en las relaciones personales y en el rendimiento en el trabajo. Con una inteligencia emocional desarrollada se pueden conseguir mejoras en el mundo laboral y en las relaciones sociales, ya que la competencia emocional influye en todos los ámbitos importantes de la vida.
Como se ve, la inteligencia emocional es la combinación de sentido común, conocimientos, destrezas y experiencias, dominio de habilidades
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