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LOS ENFERMOS MENTALES EN LA EDAD MEDIA


Enviado por   •  17 de Febrero de 2015  •  1.745 Palabras (7 Páginas)  •  775 Visitas

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LOS ENFERMOS MENTALES EN LA EDAD MEDIA

En este artículo vamos a comprobar la relación existente entre la posesión, la brujería y las enfermedades mentales, y comprobaremos la evolución de la concepción que tenían sobre la brujería tanto el pueblo como la Iglesia, para terminar comprobando que la Iglesia no hubiera podido subsistir sin la brujería, entendida como su contraria debido a intereses económicos y sociales, aunque ésta existía en forma de ritos paganos de la época romana que aún persistían en la península, lo cual demuestra que en absoluto tenía vocación de contrariar en un principio la doctrina católica, sino que sus seguidores más bien se vieron en la necesidad de defenderse de los ataques de la Iglesia. También veremos que en ese afán por perseguir a los brujos, la Iglesia también se llevó por delante a muchos enfermos mentales cuyas enfermedades (epilepsia, histeria, esquizofrenia, etc.) eran a menudo tachadas de posesiones demoníacas o de brujería, de manera que infinidad de inocentes murieron en la hoguera.

La Edad Media

Lo más sobresaliente de este período es el virulento resurgir de la ancestral visión demonológica de la enfermedad mental y la pretensión de eliminar la concepción física del campo de la medicina.

Durante la Baja Edad Media (s. IX – XI) existió una relativa permisividad hacia las tradiciones paganas y demonológicas; la mayoría de las personas recurrían a brujas y magos para resolver sus problemas. Durante este período, cabe destacar también el trato humanitario que los enfermos mentales recibían en los múltiples monasterios; claro está, que quedaban fuera de este trato humanitario todos aquellos enfermos que presentaran conductas violentas o muy desagradables. Pero, a medida que fue transcurriendo el tiempo, la Iglesia católica fue escalando puestos hasta llegar a ser la rectora absoluta de la vida de los ciudadanos, y la estricta moral cristiana choca con la tradición popular apegada durante siglos a costumbres paganas más liberales. El clima de tolerancia inicial comienza inevitablemente a reducirse. A todo esto hay que añadir que se dio un periodo de crisis social (hambre, miseria, peste…) así como innumerables guerras sangrientas. Dada la falta de cauces para expresar el malestar, comienzan a desarrollarse curiosos modos de expresión emocional, brotes de locura colectiva, es decir, alteraciones extremas del comportamiento que llegaron a afectar a poblaciones enteras. Durante estos siglos se registraron epidemias de manías danzantes: delirios frenéticos, saltos, bailes, convulsiones… Existían curiosas creencias populares como la de que si se bailaba sin parar, la persona quedaba inmunizada ante una posible picadura de tarántula; ciudades enteras fueron contagiadas, los ciudadanos podían pasar horas, a veces días enteros danzando, saltando, riendo… En Italia, este fenómeno se conoció como tarantismo; se extendió por toda Europa, donde se le acabó conociendo con el nombre de Baile de San Vito. Otro ejemplo de epidemias de este tipo lo constituye los ataques colectivos de licantropía, que hacía vagar a los afectados aullando como lobos, o las posesiones grupales. Una de las hipótesis explicativas de estos fenómenos es que estos extraños comportamientos eran parecidos a los ritos que la tradición greco-romana celebraba en honor de ciertos dioses. Cuando el cristianismo se convirtió en religión oficial, se prohibieron una serie de ritos y tradiciones profundamente enraizadas en la cultura y el folklore popular. El conflicto entre tradición y religión, la imposibilidad cotidiana de expresión emocional, acabó transformándose en síntomas de una enfermedad de tal manera que su práctica no estuviera abocada al castigo.

Según la teología de la época, las posesiones diabólicas podían ser de dos tipos atendiendo a un criterio de voluntariedad de la posesión:

– Entendida como una enfermedad mental: el demonio poseía a su víctima en contra de su voluntad, bien por el abandono de su alma, o bien por el castigo de sus pecados.

– El poseso estaba aliado con el demonio, y en el acto de posesión había intervenido un brujo; aunque la diferencia entre este segundo tipo de posesos y los brujos no estaba clara.

Aunque se distinguía entre la auténtica pérdida de la razón y la brujería, no están claros los criterios que se utilizaban para tal distinción, de hecho, apenas se recogen estos procedimientos diagnósticos en los textos de la época.

En 1199 Inocencio III creó la Santa Inquisición, que en un principio era el instrumento de persecución de la herejía, pero que ya en el siglo XIII comienza a perseguir además a brujos y magos. La concepción demonológica no surge del vacío, sino que es el resultado de la evolución a través de los siglos de numerosas tradiciones, sobre todo la religión judaica de los siglos II – I a. C., aunque también de las creencias precristianas, las creencias de religiones greco-romanas e incluso ciertos aspectos del idealismo platónico.

Aunque la Iglesia creía en la brujería y en la magia, antes del siglo XI, más que animar a creer en supersticiones de brujería, se planteaban ciertas limitaciones. Por ejemplo, en el siglo VI, el Sínodo de Bracars condenó la idea de que el diablo podía controlar el tiempo. Más tarde, en el siglo X, el Canon Episcopal explícitamente consideraba como ilusoria la creencia pagana de que ciertas mujeres podían volar subidas en la espalda de los animales. Los individuos

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