ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

La dialectica de la soledad.

Juan David BaenaEnsayo1 de Marzo de 2016

8.361 Palabras (34 Páginas)395 Visitas

Página 1 de 34

LA SOLEDAD

, el sentirse y el saberse solo, desprendido del mundo y ajeno a sí mismo, separado , el sentirse y el saberse solo, desprendido del mundo y ajeno a sí m smo, separado de sí, no es característica exclusiva del mexicano. Todos los hombres, en algún momento de su de sí, no es característica exclusiva del m bres, en algún mom vida, se sienten solos; y más: todos los hombres s: todos los hom están solos. Vivir, es separarnos del que fuimos vida, se sienten solos; y m están solos. Vivir, es separarnos del que fuimos para internarnos en el qu ternarnos en el q e vamos a ser, futuro extraño siempre. La soledad es el fondo último de la para in ternarnos en el q s a ser, futuro ex empre. La soledad es el fondo últim condición humana. El homb na. El hom re es el único ser que se siente solo y el único que es búsqueda de otro. único ser que se siente solo y el único que es búsqueda de otro. Su naturaleza —si se puede hablar de naturaleza al referirse al hom za bre, el ser que, precisam al referirse al hom ente, se Su naturaleza —si se puede hablar bre, el ser que, precisam nte, se ha inventado a sí mismo al decirle "no" a la naturaleza— consiste en un aspirar a realizarse en otro. un aspira El hombre e El hom s nostalgia y búsqueda de comunión. Por eso cada vez que se siente a sí mismo se siente nostalgia y búsqueda de com eso cada vez que se siente a sí m como carencia de otro, como soledad. Uno con el mundo que lo rodea, el feto es vida pura y en m carencia de otro, com undo que lo rodea, el feto es vida pura y en bruto, fluir ignorante de sí. Al nacer, romp rom emos los lazos que nos unen a la vida ciega que vivimos bruto, fluir ignorante de sí. Al nacer, p os los lazos que nos unen a la vida ciega que vivimos en el vientre materno, en donde no hay pausa entre deseo y satisfacción. Nuestra sensación de vivir terno, en donde no hay pausa entre deseo y satisfacción. Nuestra sensación de viv se expresa como separación y ruptura, desamp separación y ruptura, desam aro, caída en un ámbito hostil o extraño. A m o, caída en un ám edidase expresa com separación y ruptura, desamp separación y ruptura, desam o, caída en un ám que crecemos esa primitiva sensación se transforma en sentim a iento de soledad. Y más tarde, en que crecem os esa primitiv e, en conciencia: estamos condenados a vivir solos, pero también lo estamos a traspasar nuestra soledad y vir solos, pero tam s a traspasar nuestra soledad y a rehacer los lazos que en un pasado paradisíaco nos unían a la vida. Todos nuestros esfuerzos a rehacer los lazos que en un pasado paradisíac tienden a abolir la soledad. Así, sentirse solos posee un doble significado: por una parte consiste en tienden a abolir la soledad. Así, sentirse solos posee un doble significado: por una parte consiste en tener conciencia de sí; por la otra, en un deseo de salir de sí. La soledad, que es la condición misma tener conciencia de sí; por la otra, en un deseo de salir de sí. La soledad, que es la condición m de nuestra vida, se nos aparece como una prueba y una purgación, a cuyo término angustia e inesde nuestra vida, se nos aparece com una prueba y una purgación, a cuyo término angustia e inestabilidad desaparecerán. La plenitud, la reunión, que es reposo y dicha, concordancia con el mu dancia con el m ndo,tabilidad desaparecerán. La plenit ud, la reunión, que es nos esperan al fin del laberinto de la soledad. nos esperan al fin del la nos esperan al fin del la El lenguaje popular refleja esta dualidad al identificar a la soledad con la pena. Las penas de El lenguaje popular refleja esta dualidad al identificar a la soledad con la pena. L s penas de amor son penas de soledad. Comunión y soledad, deseo de amor, se oponen y complementan. Y el or son penas de soledad. Com ón y soledad, or, se oponen y complem poder redentor de la soledad transparenta una oscura, pero viva, noción de culpa: el hombre solo culpa: el hompoder redentor de la soledad transparenta una oscu ra, pero viva, noción de culpa: el hom "está dejado de la mano de Dios". La soledad es una pena, esto es, una condena y una expiación. Es "está dejado de la m una pena, esto es, una condena y una expiación. Es un castigo, pero tamb un castigo, pero tam ién una promesa del fin de nuestro exilio. Toda vida está habitada por esta aun castigo, pero tam dialéctica. Nacer y morir son experiencias de soledad. Nacemos solos y morimos solos. Nada tan grave Nacer y m rir son experiencias de soledad. Na os solos y m s solos. Nada tan grav como esa primera inmersión en la soledad que es el nacer, si no es esa otra caída en lo desconocido esa prim ledad que es el nacer, si no es esa otra caída en lo que es el morir . La vivencia de la muerte se transforma pronto en conciencia del morir. Los niños y q pronto en conciencia del m rir. Los niños y los hombres prim los hom itivos no creen en la muerte; mejor dicho, no saben que la m e uerte existe, aunque bres prim erte; m jor dicho, no saben que la m erte existe, aunque ella trabaje secretamente en su interior. Su descubrimiento nunca es tardío para el hombre iento nunca es tardío para el homaje secretam iento nunca es tardío para el hom civilizado, pues todo nos avisa y previene que hemos de morir. Nuestras vidas son un diario civilizado, pues todo nos avisa y previene que hem aprendizaje de la mu aprendizaje de la m erte. Más que a vivir se nos enseña a morir. Y se nos enseña mal. aprendizaje de la m erte. Más que a vivir se Entre nacer y morir transcurre nuestra vida. Expulsados del claustro materno, iniciamos un Entre nacer y m Expulsados del claustro m terno, iniciam angustioso salto de veras mortal, que no termina sino hasta que caemos en la muerte. ¿Morir será angustioso rtal, qu sta que caem erte. ¿ volver allá, a la vida de antes de la vida? ¿Será vivir de nuevo esa vida prenatal en que reposo y volver allá, a la vida de antes de ¿ a vida prenatal en que reposo y movimiento, día y noche, tiempo y eternidad, dejan ento, día y noche, tiem de oponerse? ¿Morir será dejar de ser y, ento, día y noche, tiempo y eternidad, dejan ento, día y noche, tiem de oponerse? ¿ orir será dejar de ser y, definitivamente, estar? ¿Quizá la muerte sea la vida verdadera? ¿Quizá nacer sea morir y morir, nte, estar? ¿Quizá la muerte s vida verdadera? ¿Quizá nacer sea morir y m r, nacer? Nada sabemos. Mas aunque nada sabem s. Mas aunq os, todo nuestro ser aspira a escapar de estos s. Mas aunq s, todo nuestro ser aspira a escapar de estos contrarios que nos desgarran. Pues si todo (conciencia de sí, tiempo, razón, costum em bres, hábitos) po, razón, costum

82

tiende a hacer de nosotros los expulsados de la vida, todo también nos empuja a volver, a descender al seno creador de donde fuimos arrancados. Y le pedimos al amor —que, siendo deseo, es hambre de comunión, hambre de caer y morir tanto como de renacer— que nos dé un pedazo de vida verdadera, de muerte verdadera. No le pedimos la felicidad, ni el reposo, sino un instante, sólo un instante, de vida plena, en la que se fundan los contrarios y vida y muerte, tiempo y eternidad, pacten. Oscuramente sabemos que vida y muerte no son sino dos movimientos, antagónicos pero complementarios, de una misma realidad. Creación y destrucción se funden en el acto amoroso; y durante una fracción de segundo el hombre entrevé un estado más perfecto.

EN NUESTRO mundo el amor es una experiencia casi inaccesible. Todo se opone a él: moral, clases, leyes, razas y los mismos enamorados. La mujer siempre ha sido para el hombre "lo otro", su contrario y complemento. Si una parte de nuestro ser anhela fundirse a ella, otra, no menos imperiosamente, la aparta y excluye. La mujer es un objeto, alternativamente precioso o nocivo, mas siempre diferente. Al convertirla en objeto, en ser aparte y al someterla a todas las deformaciones que su interés, su vanidad, su angustia y su mismo amor le dictan, el hombre la convierte en instrumento. Medio para obtener el conocimiento y el placer, vía para alcanzar la supervivencia, la mujer es ídolo, diosa, madre, hechicera o musa, según muestra Simone de Beauvoir, pero jamás puede ser ella misma. De ahí que nuestras relaciones eróticas estén viciadas en su origen, manchadas en su raíz. Entre la mujer y nosotros se interpone un fantasma: el de su imagen, el de la imagen que nosotros nos hacemos de ella y con la que ella se reviste. Ni siquiera podemos tocarla como carne que se ignora a sí misma, pues entre nosotros y ella se desliza esa visión dócil y servil de un cuerpo que se entrega. Y a la mujer le ocurre lo mismo: no se siente ni se concibe sino como objeto, como "otro". Nunca es dueña de sí. Su ser se escinde entre lo que es realmente y la imagen que ella se hace de sí. Una imagen que le ha sido dictada por familia, clase, escuela, amigas, religión y amante. Su feminidad jamás se expresa, porque se manifiesta a través de formas inventadas por el hombre. El amor no es un acto natural. Es algo humano y, por definición, lo más humano, es decir, una creación, algo que nosotros hemos hecho y que no se da en la naturaleza. Algo que hemos hecho, que hacemos todos los días y que todos los días deshacemos. No son éstos los únicos obstáculos que se interponen entre el amor y nosotros. El amor es elección. Libre elección, acaso, de nuestra fatalidad, súbito descubrimiento de la parte más secreta y fatal de nuestro ser. Pero la elección amorosa es imposible en nuestra sociedad. Ya Bretón decía en uno de sus libros más hermosos —El loco amor— que dos prohibiciones impedían, desde su nacimiento, la elección amorosa: la interdicción socialy la idea cristiana del pecado. Para realizarse, el amor necesita quebrantar la ley del mundo. En nuestro tiempo el amor es escándalo y desorden, transgresión:

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (47 Kb) pdf (235 Kb) docx (23 Kb)
Leer 33 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com