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Más allá del principio de placer

bety1981Tesis15 de Junio de 2015

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Trabajo Práctico nº 6:“Más allá del principio de placer”

Cap. I, II, III, IV, y V.

Neurosis traumática.

El cuadro de la neurosis traumática se aproxima al cuadro de la histeria por presentar en abundancia síntomas similares; pero lo sobrepasa, en sus muy acusados indicios de padecimiento subjetivo, así como en la evidencia de un debilitamiento y una destrucción generales mucho más vastos de las operaciones anímicas.

En la neurosis traumática se destacan dos rasgos que podrían tomarse como punto de partida de la reflexión: que el centro de gravedad de la acusación parece situarse en el factor sorpresa, en el terror, y que un simultáneo daño físico o herida contrarresta en la mayoría de los casos la producción de la neurosis. Terror, miedo y angustia pueden distinguirse muy bien en cuanto a su relación con el peligro. La angustia designa cierto estado como de expectativa frente al peligro y preparación para el, aunque se trate de un peligro desconocido; en la angustia hay algo que protege contra el terror y por tanto, también contra la neurosis de terror. El miedo requiere un objeto determinado, en presencia del cual uno lo siente; en cambio, se llama terror al estado en que se cae cuando se corre un peligro sin estar preparado: destaca el factor de la sorpresa.

La vida onírica de la neurosis traumática reconduce al enfermo, una y otra vez, a la situación de su accidente, de la cual despierta con renovado terror. Esto no provoca el suficiente asombro: se cree que si la vivencia traumática lo asedia de continuo mientras duerme, ello prueba la fuerza de la impresión que le provocó.

El enfermo está fijado psíquicamente al trauma. Tales fijaciones a la vivencia que desencadenó la enfermedad son conocidas desde hace tiempo en la histeria.

Los enfermos de neurosis traumática, no frecuentan en su vida de vigilia al recuerdo de su accidente. Quizá se esfuercen más bien por no pensar en él. Cuando se admite como cosa obvia que el sueño nocturno los traslada de nuevo a la situación patógena, se desconoce la naturaleza del sueño. Más propio de este seria presentar al enfermo imágenes del tiempo en que estaba sano o de su esperada curación.

Juego infantil: “Fort- da”

Pleifer ofreció un resumen y una apreciación psicoanalítica de las diversas teorías sobre el juego infantil. Estas teorías se esfuerzan por colegir los motivos que llevan al niño a jugar, pero no lo hacen dando procedencia al punto de vista económico (considerando la ganancia de placer).

El desarrollo intelectual del niño en modo alguno era precoz, al año y medio, pronunciaba apenas unas pocas palabras inteligibles y disponía, además, de varios sonidos significativos, comprendidos por quienes lo rodeaban. Pero tenia una buena relación con sus padres, no los molestaba durante la noche, obedecía escrupulosamente las prohibiciones de tocar determinados objetos y sobre todo, no lloraba cuando su madre lo abandonaba durante horas; esto ultimo a pesar de que sentía gran ternura por ella, quien no solo lo había amamantado por si misma, sino que lo había cuidado y criado sin ayuda ajena. Ahora bien, este buen niño exhibía el habito molesto en ocasiones, de arrojar lejos de si, a un rincón o debajo de una cama, etc., todos los pequeños objetos que hallaba a su alcance, y al hacerlo profería con expresión de interés y satisfacción, un fuerte y prolongado “o-o-o-o” que, según el juicio coincidente de la madre y del observador, no era una interjección, sino que significaba “Fort” (se fue). Freud, cayo así, en la cuenta de que se trataba de un juego y que el niño no hacia otro uso de sus juguetes que el de jugar a que “se iban”.

El niño tenia un carretel de madera atado con un piolin, con gran destreza lo arrojaba tras la baranda de su cunita, el carretel desaparecía ahí adentro, el niño pronunciaba su significativo “o-o-o-o”, y después tirando del piolin, volvía a sacar el carretel de la cuna, saludando ahora su aparición con un amistoso “Da” (Acá Está). Ese era pues, el juego completo, el desaparecer y volver. Las más de las veces solo se había podido ver el primer acoto, repetido por si solo incansablemente en calidad de juego, aunque el mayo placer, correspondía al segundo.

La interpretación del juego resulto obvia. Se entramaba con el gran logro cultural del niño: su renuncia pulsional (renuncia a la satisfacción pulsional) de admitir sin protestas la partida de la madre. Se resarcía, escenificando por si mismo, con los objetos a su alcance, ese desaparecer y regresar. Para la valoración afectiva de este juego, no tiene importancia, desde luego, que el niño mismo lo inventara o se lo apropiara a raíz de una incitacion.

Es imposible que la partida de la madre le resultara agradable, o aun indiferente.

El niño convirtió en juego esa vivencia, a raíz de otro motivo. En la vivencia era pasivo, afectado por ella; ahora se ponían en un papel activo repitiéndola como juego, a pesar de que fue displacetera. Podría atribuirse este afán a una pulsion de apoderamiento que actuara con independencia de que el recuerdo en si mismo fuese placentero o no. Pero también cabe ensayar otra interpretación. El acto de arrojar el objeto para que “se vaya” era la satisfacción de un impulso, sofocado por el niño en su conducta, a vengarse de la madre por su partida, así vendría a tener ese arrogante significado: “Y bien, vete pues; no te necesito, yo mismo te hecho”. Este mismo niño cuyo primer juego, Freud observó, teniendo el, un año y medio, solía un año después, arrojar al suelo un juguete con el que se había irritado, diciéndole: “¡Vete a la guerra!”. Le habían contado por entonces que su padre ausente se encontraba en la guerra; y por cierto no lo echaba de menos, sino que daba los más claros indicios de no querer ser molestado en su posesión exclusiva de la madre.

Ante esto, se plantea la siguiente duda: ¿Puede el esfuerzo de procesar psíquicamente algo impresionante, de apoderarse enteramente, de eso, exteriorizarse de manera primaria e independiente del principio de placer? Como quiera que sea, si en el caso examinado, el esfuerzo repitió en el juego una impresión desagradable, ello se debió únicamente a que la repetición iba conectada a una ganancia de placer de otra índole, pero directa.

Se advierte que los niños repiten en el juego, todo cuanto les ha hecho gran impresión en la vida; de ese modo abreaccionan la intensidad de la impresión y se adueñan, de la situación. Pero, por otro lado, es bastante claro que todos sus juegos estas presididos por el deseo dominante en la etapa en que ellos encuentran: el de ser grandes y poder obrar como los mayores. También se observa que el carácter displacentero de la vivencia no siempre la vuelve inutilizable para el juego. Si el doctor examina la garganta del niño o lo somete a una pequeña operación, con toda certeza esta vivencia espantable pasara a ser el contenido del próximo juego. Pero la ganancia de placer que proviene de otra fuente es palmaria aquí. En cuanto el niño trueca la pasividad del vivenciar por la actividad del jugar inflige a un compañerote juegos lo desagradable que a el mismo le ocurrió y así se venga en la persona de este sosias.

Neurosis de transferencia.

El psicoanálisis era sobre todo un arte de interpretación. Pero como a si no se solucionaba la tarea terapéutica, enseguida se planteó otro propósito inmediato: instar al enfermo a corroborar la construcción mediante su propio recuerdo. A raíz de este empeño, el centro de gravedad recayó en las resistencias de aquel; el arte consistía ahora en descubrirlas a la brevedad, en mostrárselas y, por medio de la influencia humana, moverlo a que las resignase.

Después, se hizo cada vez mas claro que la meta propuesta, el devenir- conciente de lo inconciente, tampoco podía alcanzarse plenamente por este camino. El enfermo puede recordar todo lo que hay en el de reprimido, acaso justamente lo esencial.

Se ve forzado a repetir lo reprimido como vivencia presente, en vez de recordarlo, en calidad de fragmento del pasado. Esta reproducción, que emerge con fidelidad no deseada, tiene siempre por contenido un fragmento de la vida sexual infantil y por tanto, el complejo de Edipo y sus ramificaciones, y regularmente se juega ( se escenifica) en el terreno de la transferencia, esto es, de la relación con el medico. Cuando en el tratamiento las cosas se han llevado hasta este punto, puede decirse que la anterior neurosis ha sido sustituida por una nueva, una neurosis de transferencia. El medico se ha empeñado por restringir en todo lo posible el campo de esta neurosis de transferencia, por esforzar el máximo recuerdo y admitir la mínima repetición. La proporción que se establece entre recuerdo y reproducción es diferente en cada caso. Por lo general, el medico no puede ahorrar al analizado esta fase de la cura, tiene que dejarle revivenciar cierto fragmento de su vida olvidada, cuidando que al par que lo hace conserve cierto grado de reflexión en virtud del cual esa realidad aparente puede individualizarse cada vez como reflejo de un pasado olvidado.

Para hallar mas inteligible esta “compulsión de repetición”, es preciso ante todo librarse de un error, a saber, que en la lucha contra las resistencias uno se enfrenta con la resistencia de lo “inconciente”. Lo inconciente, vale decir, lo reprimido, no ofrece resistencia alguna a los esfuerzos de la cura; y aun no aspira a otra cosa que a irrumpir hasta la conciencia (a despecho de la presión que lo oprime) o hasta la descarga

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