Psicologia Social Latinoamericana
1071163929 de Octubre de 2013
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Hasta bien entrados los años 60, la Psicología Social en América Latina tendía a reproducir teorías, métodos y técnicas de estudio imperantes en USA y en Francia. Pero, ya en la década del ‘70, esa dependencia comenzó a cambiar. En tal sentido pueden distinguirse distintas fases en la evolución de la Psicología
Social en América Latina que van desde una “una protopsicología social” hasta la “fase de desarrollo propio de la Psicología Social Latinoamericana” (Montero, 1994, p. 19), atravesando distintos períodos y, obviamente, uno de crisis. La citada autora indica que fue hacia 1976, en Venezuela, que los psicólogos y las psicólogas sociales comenzaron a manifestar malestar en relación con la escasa utilidad que aportaba su trabajo para la sociedad. ¿Qué tipo de psicología social era aquella incapaz de ocuparse de los problemas psicosociales existentes que aquejaban a las personas y a la sociedad?
Para ese momento, 1976, junto con otros colegas, José Miguel Salazar propuso de idea de escribir un libro, el que finalmente se denominó Psicología Social y que intentaba aportar a la enseñanza de la disciplina, dado que los textos habituales representaban el estado del arte adecuado para su lugar de origen, pero nada decían sobre la realidad que se vivía en Latinoamérica. Al mismo tiempo, nuevas prácticas y concepciones teóricas comenzaban a introducirse. De ese modo, la Psicología Social fue acercándose cada vez más a las ciencias sociales, fue perdiendo su sesgo individualista, comenzó a encontrar nuevos enfoques metodológicos, mientras que a la vez adquiría relevancia social.
La disciplina buscaba un nuevo paradigma y, en síntesis, postulaba lo siguiente: apertura metodológica, carácter histórico de los fenómenos a estudiar, preferencia por la investigación en contextos naturales, rechazo a la hegemonía del modelo que se quería imponer desde las ciencias naturales, argumentando sobre el carácter activo de los sujetos de la investigación como productores de conocimientos que asumen un compromiso político y social, así como el carácter dinámico, dialéctico y simbólico de la realidad social.
La Psicología Social Latinoamericana se convertía en un campo “reconocible y reconocido” (Montero, 1994, p.23), pero con fronteras difusas, en la medida en que estaba generando permanentemente nuevas áreas: comunitaria, política, ambiental, a la vez que desarrollaba otras de carácter interdisciplinario: salud, educación, trabajo. Páez (1994) la caracterizó como una Psicología Social sobre América Latina, dado que abordaba los problemas que la aquejaban: la pobreza, la represión y la dominación, entre otros tópicos no menos importantes. Se trataba de una Psicología Social mucho más social y crítica que la europea y la de USA, pues sostenía una defensa de la diversidad cultural y una lucha contra la imposición de un único modo de hacer ciencia.
Modalidades de la Psicología Social en América Latina La Psicología Social Comunitaria, la Psicología Social Crítica y la Psicología Social y Política de la Liberación constituyen tres expresiones que atienden a las particulares configuraciones del poder que se instalan en América Latina, a la vez que pretenden contribuir a la transformación de las sociedades, los grupos, los individuos y sus relaciones, es por eso que cada una influye sobre las otras.
El análisis de Montero (1996a; 2004a) sobre el paradigma de la construcción y transformación críticas fundamenta a estas tres manifestaciones de la psicología y pone de manifiesto las dimensiones ética y política que explicitan los valores que lo orientan teórica y prácticamente, sin dejar de prestar atención a las tradicionales dimensiones ontológica, epistemológica y metodológica, reconocidas habitualmente. Las características más relevantes consisten en presentar una visión del ser humano como sujeto activo, de la sociedad en la que vive -y en la que sería deseable que viviera- así como del tipo de relación necesaria para la producción de conocimientos.
1. La Psicología Social Comunitaria
Fue definida hace ya tiempo como el estudio de los factores psicosociales que permiten desarrollar, fomentar y mantener el control y el poder que los individuos pueden ejercer sobre su ambiente individual y social para solucionar sus problemas y producir cambios en el ambiente y en la estructura social (Montero, 1982). Este enfoque aborda los procesos de cambio y transformación situando el origen en la propia comunidad o grupo, al considerar que sus integrantes son sujetos activos, o actores y actrices capaces de conducir y modificar sus vidas. Además no atribuye a los agentes y las agentes externas la función de ser rectores de tales transformaciones, sino sólo agentes de cambio y facilitación en una comunidad o grupo que es preexistente a sus intervenciones (Hernández, 1996; Montero, 1982, 2003; 2004b; Sánchez, Wiesenfeld y López, 1998; Sánchez, 2001; Serrano-García y Rosario-Collazo, 1992).
Esta psicología ofrece un marco que permite problematizar la cuestión del poder, la desigualdad, las transformaciones del ambiente y la constitución de una comunidad, aunque no sea sencillo delimitar los conceptos de comunidad y sentido de comunidad, porque el criterio geográfico no siempre resulta adecuado para tal definición (Giuliani, García y Wiesenfeld, 1994). Es decir que se trata de facilitar los cambios desde las propias comunidades, porque sus miembros son considerados sujetos constructores y transformadores de la realidad, capaces de reflexión y concientización, a partir de una historia previa que no puede obviarse (Giuliani y Wiesenfeld, 1997; Quintal de Freitas, 1997; Sánchez, Wiesenfeld y López, 1998).
El objeto de la psicología comunitaria coloca a la comunidad o al grupo y su auto delimitación como ámbito y sujeto de la acción psicosocial comunitaria y de sus transformaciones posibles. En ese sentido está referida al desarrollo local o comunal (Hernández, 1996), aunque mantiene diferencias con otras modalidades de trabajo comunitarias, porque uno de sus aspectos distintivos es la utilización de métodos participativos. Entre ellos es de uso frecuente la investigación-acción participativa, pero no como único método.
Este enfoque propone como tarea inicial la identificación de las necesidades como práctica realizada por la propia comunidad. Además, la participación y el compromiso son conceptos desarrollados por esta perspectiva que ya marcan un estilo definido. Algo similar podría decirse sobre los procesos psicosociales que la disciplina ha ido identificando y teorizado, como son los de naturalización, habituación, problematización y concientización, que a la vez se entrelazan con los desarrollos teóricos de los otros enfoques de la psicología que este artículo presenta.
Se entiende por identificación de las necesidades al conjunto de actividades grupales, colectivas, de carácter participativo, mediante las cuales se busca que una comunidad o grupo señale aspectos de su vida en común que sienten como insatisfactorios, inaceptables, problemáticos, perturbadores, limitantes o imposibilitantés, los que impiden alcanzar un modo de vida diferente que se percibe como mejor y al cual se aspira (Montero, 2004b). Para la citada autora el proceso conlleva un carácter más emocional que cognoscitivo, pues es el sentimiento de la necesidad lo que producirá un movimiento de búsqueda del conocimiento necesario o de la praxis que permita cambiar la situación o bien obtener recursos en el ambiente.
En su perspectiva, los mejores criterios de los agentes externos, por correctos que sean, no producen verdaderas transformaciones, ni movilizaciones para la acción, tampoco aportan la energía para continuarla, si es que no están en sintonía con el sentir de las personas. El conocimiento que la comunidad pueda poseer sobre determinado problema no significa que lo experimenten como una necesidad. Las necesidades pueden clasificarse en:
Necesidades normativas o inferidas: las que determinan los expertos a partir de normas preestablecidas o en función de criterios técnicos.
Necesidades sentidas: son las que las personas expresan, implícita o explícitamente, y que pueden coincidir o no con las normativas.
Necesidades comparadas: son las producidas por el estudio comparativo entre poblaciones beneficiarias de servicios y poblaciones que no los reciben (Montero, 2006; Serrano-García y Rosario-Collazo, 1992).
En tanto la participación presenta un vínculo indisoluble con la democracia porque implica responsabilidad en la construcción de nuevas realidades y la posibilidad de modificar situaciones de desigualdad, injusticia y exclusión, ocupando el espacio público en función del ejercicio de la ciudadanía. Referida al contexto de la comunidad, la participación para Montero (1996b) es la actuación conjunta de un grupo que comparte objetivos e intereses; es también un proceso de enseñanza y aprendizaje, una acción concientizadora y socializante que produce una movilización de la conciencia respecto de las situaciones vitales, sus causas y sus efectos.
Este proceso de transformación social produce un tipo de organización para el logro de metas compartidas en el que la dirección, ejecución y toma de decisiones se realizan conjuntamente mediante formas horizontales de comunicación. La participación implica necesariamente a la capacidad de reflexión, como un modo de examinar y reexaminar lo realizado, las decisiones tomadas, los caminos emprendidos, las necesidades experimentadas y el papel desempeñado por cada participante. Cada organización de espacios participativos hace surgir sus propias reglas para el trabajo compartido
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