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Psicologia Social

marly4 de Octubre de 2011

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Crisis social y subjetividad: Rumbos y desafíos en las Ciencias Sociales

Escrito por Alfredo Pérsico (alfredopersico@gmail.com)

Resumen

En este ensayo damos un recorrido breve por la caracterización de la sociedad contemporánea, haciendo un análisis crítico del pensamiento posmoderno como producción cultural que nos invita a situar la realidad en un momento histórico de ruptura absoluta con las tradiciones filosóficas, científicas y las formas de relación social, para terminar proponiendo la modernidad líquida como caracterización alternativa a la posmodernidad. Seguidamente se expone un panorama sobre el desarrollo de los modos de pensamiento moderno, y los mecanismos de dominación y asimilación mercantil como procesos de producción de la subjetividad social. Luego enfocamos el papel de la investigación social en la profundización y ampliación del conocimiento sobre el sujeto y la cultura desde el contexto actual, presentando la perspectiva histórico-cultural de la subjetividad en sus planos social e individual, y concluyendo con un ejemplo de estudio sobre la Cultura Combi. Se termina el ensayo con la propuesta de aprehensión de lo cotidiano como competencia centrada en la creatividad, la voluntad y la fe, para lidiar con la creciente complejidad social.

Palabras clave: Modernidad líquida, asimilación mercantil, Investigación social, Subjetividad social e individual, Aprehensión de lo Cotidiano.

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I. Lo que el postmodernismo se llevó.

Explicar el momento histórico actual reta nuestras formas de comunicarnos, percibir, pensar, imaginar y actuar en los laberintos intrincados del escenario contemporáneo. Aún sediento de estudio y poco comprendido, el momento histórico acude hoy al llamado de la ausencia que producimos, de la insignificancia que avanza y nos habita. Caracterizar la situación mundial no es una simple interrogante, es una pregunta por nuestra condición humana... ¿posmoderna?

Hoy muchos quieren tener vela en este entierro de la modernidad. Muchos brindan concepciones que abren nuevas perspectivas para el conocimiento (paradigma de la complejidad), nuevos modos de pensar la convivencia (Paradigma de la Interculturalidad), formas de participación centradas en la autonomía (democracia), etc. Pero en todo festín algo aprovecha para venderse, una esópica (encubierta) homogeneidad vestida de diversidad postula por cautivar la suavidad y bravura de las emociones. ¿En que consistirá este nuevo espíritu de la época?

Para ver en la hondonada, es menester coordinar y articular sinópticos (diversos punto de visibilidad), perspectivas que configuren un posicionamiento histórico, de aquella que se funda en lo que se va constituyendo en núcleos desde donde se organiza el desarrollo o la involución, pues no se trata de hacer una comparación esquemática de las diferencias de un antes y un después.

Todo es tan distinto y confuso que parece tiene que ser algo radicalmente nuevo a lo anterior. Pero, aprehender el sentido histórico de un proceso convulsionado y renovador, de un capitalismo cultural que descentra el poder desde la multiplicidad de discursos que participan de la hegemonía, con flexibilidad y capacidad de acción desde la creatividad mercantil y la responsabilidad individual... vaya qué difícil, esto tiene que ser... ¿diferente?

Una caracterización de la sociedad actual es la posmodernidad, que en sus vertientes más reaccionarias se ha presentado como una categoría nihilista que guarda cierto irracionalismo, porque en el discurso de las diferencias lo múltiple no tiene unidad (esta es sólo imaginaria), todo tiene que ver con todo, y a la vez no tiene que ver con nada. A pesar de las muchas aportaciones de los teóricos del tema, la categoría no ayuda a visualizar una complejidad en crisis. Y si bien exalta características de la cultura y el sujeto contemporáneo muy importantes, lo hace participando del propio “espíritu de la época”: homogeniza una condición posmoderna de hombre como un momento cualitativamente diferente de la humanidad, y restringe conceptualmente, desde el discurso de lo diverso, la diversidad cultural actual planteando la concepción epocal posmoderna, de un pasado “coherente y armónico” que ya terminó por la emergencia de la etapa nueva de lo desestructurante.

Un autor interesante que suscribe la posmodernidad es Sotolongo, P. (2006). Nos plantea problemas absolutamente válidos, intenta poner sobre la mesa la esencia creativa del sujeto, sus rupturas y desdoblamientos que con su singularidad desborda los imaginarios constituidos, la crítica al totalitarismo, la descentración del poder y los discursos hegemónicos destructores de cultura.

Está posición de Sotolongo más que estar centrada en lo posmoderno (como él sostiene), está situada en la lectura rebelde de posiciones relativas a una modernidad inconclusa por la idea de progreso lineal que llevan en su vientre. Si bien autores aludidos por él suscriben la crítica al progreso, desde lo inconcluso o tardío prosiguen con el lapsus teleológico de un punto de llegada o conclusión. Además, la idea de un proceso inconcluso nos remite a un pensamiento tautológico, pues todo proceso en curso es inconcluso.

Uno de los vicios del pensamiento despolitizado y esclerotizado está en darle a las cosas un fin previsible o evidente. El imperialismo como fase superior del capitalismo, de acciones y cambios globales y globalizantes, abre las puertas a una inestabilidad e incertidumbre nunca antes vista, y no podemos determinar su “último paradero”, sólo podemos intentar gestionar la incertidumbre, anticipando escenarios alternativos que emergen de nuestras realidades. Lo que sí podemos sostener es que en este rumbo lo que se está desarrollando es la liquidación de lo humano y tenemos que cambiar el norte por un sur.

El desafío es comprender los procesos de modernización de la modernidad, y la necesidad de un modo de pensamiento diferente a la racionalidad cartesiana para comprender dinámicamente los complejos vínculos y relaciones sociales existentes. El desarrollo de metaperspectivas del pensamiento moderno posibilita procesos auto-críticos y auto-reflexivos creativos, que en buena cuenta fueron descuidados en la modernidad de los sólidos. Sin embargo, figuran todo el tiempo en el modo de hacer ciencia de uno de los principales autores que marcó y surgió en esta etapa como fue Marx.

Consideramos conveniente señalar aquí el extraordinario análisis de Carlos Thiebaut, donde señala que el centro de la crítica posmoderna está “contra el modernismo autocomplaciente de los años cincuentas” (1996:311). La modernidad no es un proceso inacabado (al que le falta algo para terminar), sino un proceso en desarrollo, que prosiguiendo con Thiebaut “más allá de sus rótulos es a la cuestión de cómo la modernidad misma puede ser conciente de sus limitadas autoimágenes y qué fuerzas puede extraer de ello. De lo contrario, la ilusión que suministra una mermada autoconciencia sería sólo sustituida por otra ilusión, estructural y funcionalmente similar y cegadora.” (p. 313).

La búsqueda de una metaperspectiva del propio pensamiento moderno es una necesidad militante, pero no tiene por qué etiquetarse y saldarse el problema con un impostado nuevo nivel de comprensión “posmoderna”, aunque se pudiese alegar que la comprensión teórica avanza de metasistema en metasistema. El argumento que el postmodernismo es una producción cultural, un sistema alternativo emergente no es suficiente, o ¿acaso el problema es encajar la realidad al sistema teórico alternativo posmoderno? La corriente de pensamiento posmoderna pretende ser dadora del discurso revitalizador, y sostiene que existe un cambio cualitativo de momento histórico como condición epocal posmoderna de la humanidad.

En esta versión privatizada de la sociedad actual, es en la capacidad generativa y creativa del individuo donde recae la responsabilidad de cualquier éxito o derrota, donde ya no existe lo público como espacio de construcción compartida, pues sobre los hombros del hombre está la nueva forma de reproducir el sistema cultural dinámico y flexible del capitalismo, que explora nuevos modos de opresión, ya liberada (o en vías) de su versión dogmática, de jerarquización rígida y autoritaria. Sin embargo, en los países de mentalidad colonial como el nuestro, cabe destacar que el autoritarismo surge como rasgo cultural distintivo de sus formas de opresión, y la permisividad organizacional tiene contextos de realización muy particulares.

Nos adherimos a la posición del Sociólogo Zygmunt Bauman (2000, 2005), que plantea la categoría de modernidad líquida, como aquel momento de la modernidad donde se disuelven los sólidos de lo público y la lógica de mercado profundiza sus raíces en una “sociedad de individuos” que debe: desregularse, flexibilizarse, descentrarse y privatizarse (donde lo privado coloniza lo público, penetrando en el nivel cultural) para existir. En pocas palabras, es una categorización que expresa la crisis de la propia modernidad, como el proceso de un capitalismo remecido, revisado, potenciado, pero aún más frágil por la esencia de su propia constitución.

Quien sabe seamos drásticos e injustos con los esfuerzos de compañeros que han intentado dilucidar este tema, pero podemos concluir que la categoría posmodernidad es inservible e ingenua para explicar la sociedad actual, aun desde sus corrientes más progresistas del pensamiento posmoderno crítico. Si bien convergemos y partimos de muchos problemas comunes necesarios de afrontar en esta época, los núcleos de producción teórico que participan

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